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REBOTES DE IDENTIDAD...

El público en las canchas

"Abundan los jóvenes con bandas rojas en la cabeza. Ondean las banderas nacionales. la Ola es interminable y precisa, la maravilla disciplinaria"
Carlos Monsiváis, Rituales del caos.
Lamentablemente una de las grandes materias pendientes de la organización de Liga Nacional es lo referente a la estadísticas, por lo que es muy complicado hacer estimaciones del todo fundadas empíricamente. De acuerdo a los datos que aparecen en los medios de comunicación, las percepciones propias y de extraños y ajenos, Peñarol ha gozado de una convocatoria mucho mayor que la de su rival. En las temporadas previas al campeonato obtenido en la edición 93-94, eran escasas las ocasiones en que la concurrencia bajaba de 2000 personas en los partidos normales, y de 3000 en los partidos importantes. Los números de Peñarol recién comenzaron a bajar, aunque parezca paradójico, una vez que obtuvo el campeonato11 . En la edición 94-95 ya le resultó un poco más difícil a Peñarol juntar más de 2000 personas por encuentro, cifra algo superior a las convocatorias actuales de Peñarol ahora que juega en el Polideportivo Panamericano. Sin embargo, en los partidos contra los grandes, las cifras históricas del Súper Domo son superadas con amplitud. Las visitas de Olimpia, Atenas, Independiente y Andino consiguen cerca de 5000 espectadores de asistencia. Por supuesto, los clásicos son capaces de juntar cerca de 8000 almas, pero eso forma parte de otro tema.

Por el contrario Quilmes siempre necesitó de campañas brillantes para lograr una concurrencia apenas similar a la de Peñarol. Es por demás sugestivo que la cantidad de espectadores en tiempos difíciles baja notoriamente, con partidos disputados ante menos de 500 personas. Mientras jugó en el gimnasio de Once Unidos (3000 de capacidad) sólo en la etapa de los play-off o en situaciones muy favorables el escenario se vio colmado. Esta situación es inclusive reconocida por muchos hinchas de Quilmes. Fernando dice al respecto:

"y sí, Peñarol lleva más gente, aunque ande mal. Ahora quizás no tanto, pero en la época del Súper Domo, antes de que salieran campeones, vos veías la cancha siempre llena. En cambio, hay partidos que da lástima estar alentando a Quilmes porque no hay nadie"
Recién en esta temporada 95-96 Peñarol está sufriendo una merma considerable en la cantidad de espectadores en los partidos no demasiado importantes. Durante el encuentro con Boca Juniors el 7 de octubre del corriente año, el relator de LU6, Daniel Macchiarolli, le preguntó a sus cronistas del nivel de piso que hicieran una estimación del público que había en el Polideportivo Panamericano, tras aclarar previamente que no se había acercado demasiado público: las respuestas fueron 1900 personas en un caso y 2300 en otra. Si Quilmes lleva esa cifra a un juego de la primera fase, nadie se atrevería a decir que es poca la gente en el estadio.

Domingo, plateísta de Peñarol, aclara que:

"Ser de Peñarol es tener huevos, no como esas gallinas de Quilmes que además de perder siempre no son capaces de gritar como nosotros. La única manera de escucharlos es que ganen por veinte puntos".
Peñarol lleva un matiz más popular que su rival, en gran parte por la capacidad de movilizar mayor cantidad de gente, pero sin que esto implique una linealidad ni una categoría esencial. Simplemente esto habla de una asociación de ciertos atributos coincidentes con el estereotipo creado por el imaginario social. La frustrantes participaciones de Peñarol en las primeras ligas12 generaron esa sensación de hinchada seguidora y fiel ante las adversidades. Esta asociación Peñarol-Boca se solidificó aún más con la amistad formada por Diego Maradona y Néstor García, entrenador de Peñarol desde 1992, en el conflictivo verano de 1994 para el futbolista, en aquellos días en que se desvinculaba de Newell's Old Boys de Rosario y baleaba a los periodistas que se habían apostado en su quinta del Gran Buenos Aires. Maradona, en los meses previos al mundial de los Estados Unidos siempre preguntaba desde el exterior por la suerte del conjunto de su amigo Néstor García13 .

La representación de la hinchada de Peñarol como "una de las más fieles" fue consolidándose en forma definitiva a partir de la temporada 92-93, con la llegada de una serie de protagonistas bahienses al equipo (especialmente el base Marcelo Richotti y el entrenador Néstor García), quienes surgieron como voces autorizadas para destacar el comportamiento de un público tan especial como el de Peñarol. Ya en los primeros partidos, con un Súper Domo desbordante y habituales seguimientos como visitante de hinchas marplatenses, Marcelo Richotti declaraba ante La Capital que "cuando yo leía que a Peñarol, en épocas que atravesó rachas adversas, llegando a acumular hasta ocho derrotas consecutivas, su hinchada lo seguía y asistía al Súper Domo en número de 1000 aficionados, me resultaba difícil de creerlo y cuando un amigo me lo aseguró, no podía entender tanta fidelidad. Ahora que tengo la suerte de formar parte de Peñarol, lo comprendo perfectamente" (22-9-92).

Pero el punto culminante vendría un par de meses más tarde. En una noche de diciembre en la que Peñarol vio frustrada la posibilidad de alcanzar la punta en la tabla de posiciones al caer en el Súper Domo ante GEPU, la hinchada avanzó hasta el rectángulo de juego para premiar el esfuerzo de los jugadores, pese a la derrota. El diario La Capital describió así el episodio:

"El sentimiento de la gente de Peñarol, para con sus colores, es algo muy pocas veces visto. Una vez finalizado el encuentro, la cancha fue invadida por simpatizantes que se quedaron más de 15 minutos festejando el momento del equipo marplatense (...) Néstor García fue llevado en andas, visiblemente emocionado y con lágrimas en los ojos expresó que «siento muchísima vergüenza porque la gente no se merecía esto (...) prometo que vamos a dejar el alma por esta camiseta para darle a la gente lo que está esperando»".
Ese "lo que está esperando" se traduce en una sola palabra: "campeón", en la primera temporada en que un equipo de la ciudad se mostraba con serias pretensiones de llegar a lo más alto del básquet nacional. La realidad le mostraría a la ciudad que el momento no había llegado. Esa liga 93-94 sería cada vez más dificultosa para un Peñarol que a partir del mes de enero viviría un verdadero calvario que lo depositó en el magro noveno lugar de la Liga Nacional de Básquet.

El mismo Néstor García en las columnas que firmaba los martes en La Capital finalizó su artículo con un reconocimiento hacia la hinchada. El entrenador escribió que:

"una vez más quiero hacer un párrafo aparte para la gente de Peñarol. Realmente lo que hicieron el domingo no se puede creer. Nunca me pasó algo así. No tengo palabras. Nunca viví algo así. He recibido muchas muestras de afecto pero siempre a raíz de triunfos. Nunca debido a una derrota. Sin demagogia, esto es único en el mundo. No sé que hacer para agradecerle a la hinchada de Peñarol. Juro que no pude contener el llanto. Por eso, yo no digo que esta hinchada es «la número uno», ni la «mitad más uno», sino que es ÚNICA. Esto lo puedo asegurar. De ahora en más, todo lo que haga cualquier hinchada va a ser una imitación. De todo corazón, me daba ganas de jugar el partido otra vez, esta gente te compromete espiritualmente y llegás a pensar que no podés perder con todo ese apoyo....".
En otro comentario de ese mismo día, en el mismo diario, en una nota sin firma, se apuntaba a "la fidelidad del público de Peñarol, elogiada sin cesar, no sólo en Mar del Plata, sino que también ya sorprende en todo el país, no es ninguna novedad (...) lo de la gente de Peñarol conmueve hasta lo inimaginable".

Las referencias hacia la fluctuante escasez de simpatizantes quilmeños en las canchas datan aún de los mejores tiempos en la Liga B. A punto de ascender, en La Capital se expresaba el 3 de mayo que "para completar la fiesta, debe contar con el apoyo del público de la ciudad, ese público que no lo ha acompañado como el «tricolor» lo hubiese necesitado a lo largo de la temporada y que en esta serie definitoria, puede resultar de vital importancia".

En un partido frente a Independiente de General Pico, que contaba en sus filas con los dos extranjeros que habían actuado para Quilmes en la primera parte de la temporada 92-93, Melvin Johnson y Michael Wilson, el grueso de la parcialidad quilmeña pronto comenzó a alentar a los dos morenos mientras los pampeanos iban estableciendo sensibles diferencias en el tablero ante los marplatenses. El diario La Capital contó el episodio como una anécdota más: "...numeroso grupo coreó insistentemente el apellido Wilson, en demostración de que siempre se recuerda..." (12-12-93). Sin embargo, la frustración entre los jugadores de Quilmes era evidente. El juego terminó con una diferencia de 20 puntos en favor de los visitantes y con Michael Wilson (dado de baja por el entrenador Oscar Sánchez la temporada anterior por una cuestionable condición física) en andas. Similar panorama no se repitió con Melvin Johnson porque este moreno interpretó mal el aliento de los hinchas marplatenses y dirigió gestos ofensivos hacia la tribuna, a lo que los muchachos respondieron con un canto que decía que "...Melvin tiene SIDA/ se tiene que morir", en alusión a la diabetes que afecta al jugador y que fue causa de su corte del plantel de Quilmes en el mes de enero de 1993, cuando su condición física le impedía seguir jugando en su nivel. Este episodio también fue motivo de comentarios entre los periodistas que cubrieron el juego, que nunca habían visto algo similar en un escenario deportivo: preferir al rival antes que a sus propios jugadores. Un periodista de un medio gráfico reflexionó acerca del rol de los dirigentes en "mantener una hinchada que no tiene mejor idea que alentar a los contrarios. Me parece que a estos muchachos no les dan las entradas para que vengan a hacer esto".

Esta constante alcanzó su punto máximo al cierre de la temporada 95-96, cuando las expectativas creadas por el plantel quilmeño estaban esfumándose al ritmo de las derrotas. El 23 de marzo de 1996, luego de una humillante derrota ante Andino de La Rioja en su propia casa, en La Capital se mencionaba que "una tribuna que por momento alentó, por momentos llamó a la reflexión y finalmente terminó insultando" (24-3-96). En aquella noche los simpatizantes de Quilmes pidieron la vuelta del entrenador Oscar Sánchez, quien justamente dirigía a Andino. La presencia de Sánchez en el club coincide con los mejores resultados (un quinto puesto en el debut de la liga 91-92) y, sobretodo, con una balanza equilibrada en los clásicos (4 triunfos por bando en tres temporadas). Seis días después del partido ante Andino, La Capital publica una "carta abierta a los hinchas quilmeños", que decía, en lo esencial, que "con respecto a los insultos y protestas de los jugadores, aclaramos que no es la primera vez que ocurre, demostrando una falta de actitud dentro de la cancha. El hincha quiere otro tipo de entrega de parte de los jugadores". La carta firmada por tres simpatizantes quilmeños contenía serios cuestionamientos al entrenador Daniel Frola (duraría pocos días más en el club), al pivote de la selección argentina Rubén Wolkowisky y al base Sebastián Ginóbilli.

La respuesta no se hizo esperar. El símbolo de Quilmes, Eduardo Domine, tomó la responsabilidad de defender el honor de sus compañeros, ya que el suyo jamás fue puesto en duda por los hinchas quilmeños (y por la prensa). Su carta publicada por La Capital el 31 de marzo, bajo el título: "Como quilmeños que somos", se refería a que "hace dieciocho años que siento esta camiseta con todo mi corazón, con todo respeto y toda la fuerza. Por eso y por mucho más es que estoy orgulloso del club que represento". El jugador también se manifestó "orgulloso de los dirigentes (...) de mis compañeros".

Este último acontecimiento enlaza el otro tema alcanzado por esta estereotipación de cada club. No sólo la hinchada de Quilmes será considerada "amarga", sino que los mismos jugadores son acusados de "no poner lo que hay que poner dentro de la cancha". Por el contrario, Peñarol también fue cosechando menciones referentes al coraje de sus hombres y a sus atributos de equipo ganador. Fue especialmente el campeonato conseguido en 1994 el que ayudó aún más a solidificar esta imagen estereotipada de Peñarol. A los tradicionales halagos a su hinchada poco a poco fueron sumándose las referencias hacia un equipo con coraje. La primera parte de la Liga 94-95 ofreció las condiciones justas para la cristalización de estos atributos positivos. Peñarol puede jugar mal (como en efecto se lo acusa reiteradamente) pero nunca se pondrá en duda la entrega de sus jugadores dentro del rectángulo. Así es que para La Capital, al terminar la primera fase de la Liga 94-95, "de todos los que sueñan con el campeonato, es el que tiene más carácter y determinación para jugar partidos importantes" (firmado por Sebastián Arana, 28-12-94). Una imagen que contrastó notoriamente con una nota aparecida en el diario El Atlántico y rubricada por Marcelo Olivera en la que este periodista se refería a la levantada que había experimentado Quilmes con la incorporación del moreno Keith Nelson, en reemplazo del lesionado goleador Todd Jadlow, quien "le puso color a un equipo de blancos" (15-11-94). Mientras tanto, las referencias a Peñarol eran de este tenor: "Falta juego, sobra carácter". Con su extranjero estrella lesionado, Samuel Ivy (hoy en Quilmes), y con sus dos tiradores en bajas condiciones físicas, el segundo puesto en la clasificación general detrás del poderosísimo Atenas de Córdoba, parecía poco menos que una hazaña, en base al "temperamento ganador de sus hombres, un coraje sin límites para sobreponerse a las circunstancias desfavorables" (La Capital, 23-11-94). Mientras tanto, Quilmes no lograba sobreponerse a las adversidades.

Domingo tiene un opinión claramente formada acerca de las características de uno y otro equipo:

"lo que pasa es que son amargos, no puede ser que con este equipo jueguen como están jugando. De la Fuente se fue de Quilmes a Peñarol y salió campeón. Después fue a Pico y también salió campeón. Y después vuelve a Quilmes y hace sapo. Jadlow también, se va de Quilmes para salir campeón con Olimpia. Y de Wilson, ni hablar, ídolo para la hinchada y es campeón en Venado Tuerto. Ivy va a Quilmes y es una gallina más. No hay vuelta que darle, son amargos, gallinas".
Pero ¿existen realmente estas identidades o son sólo una construcción? En una extensa charla mantenida con Rodolfo Puleo, este periodista sostuvo que:
"creo en esto de las identidades de cada equipo. Daría la impresión de que los jugadores que llegan a cada club se identifican con la manera de sentir el juego por la gente del club".
Esto que con eufemismos describe Puleo no es más que el regreso hacia lo que el imaginario considera ser "gallina": no importa quien esté en el club, nunca perderán sus características, aunque "el 'estilo' de un equipo no siempre se corresponda a la práctica real de los jugadores -quienes cambian las diferentes tácticas dependiendo del entrenador, de la moda, etc.- sino a una imagen estereotipada, enraizada en la tradición, que la colectividad se da a sí misma y desea dar a otros" (Bromberger y otros, 1993).

Después de haber ganado un clásico en la serie de octavos de final de la edición 94-95 (en definitiva se impuso Peñarol por tres encuentros a uno), el jugador de Quilmes Mario Romay se sintió obligado a indicar que "revertimos eso de gallinas y demostramos que no lo somos". No se asume el estigma como propio pero se lo tiene presente en cada acto. Un año después de que esta discusión se planteara en los medios, un comentario sobre el plantel de Quilmes en el diario La Capital retomaba la discusión casi en los mismos términos en que lo venimos planteando:

"Quilmes, un equipo de personalidades cortadas por la misma tijera. El conjunto marplatense no tuvo agresividad, ni bien ni mal entendida. Tampoco tuvo un líder, un revulsivo, alguien que pegue cuatro gritos y marque un camino. Es una actitud que nace de temperamentos muy parecidos en todos sus jugadores. En Quilmes nadie siente pegarle una trompada a un rival, ni hacer un foul descalificador para cambiar el curso de la historia. Tampoco «putear» a un compañero para hacerlo reaccionar. Ni salirse del libreto equipista, para tratar de salvar alguna adversidad con arrestos individuales. Para quienes defienden el concepto de que el básquet es un juego y de que hay que entenderlo como tal y no cargarlo de dramatismo ni violencia, la actitud de todos sus jugadores es ejemplar" (20-4-96).
Muchos hinchas de Quilmes ya sienten que nunca podrán equiparar a Peñarol. Pedro, un simpatizante de Quilmes que reconoció no ir más a la cancha porque lo de Quilmes "no tiene remedio", respondió a una chiste sobre la paternidad "milrrayitas", que el enfrentamiento entre los dos equipos de Mar del Plata "ya no es un clásico, es una costumbre".

Esta descripción de los estereotipos de los dos equipos de la ciudad de Mar del Plata lleva inevitablemente a plantearse si es una realidad antes que una descripción. Todo el seguimiento de la manera en que cada institución fue cosechando sus atributos podrían llevar a creer sí estamos en presencia de características excluyentes al ser "milrrayitas" y al ser "cervecero". Pero una mayor profundización indica que todo es una construcción, pero con un fuerte anclaje en la realidad. En concreto, la consolidación de los estereotipos sí tiene su raíz en hechos puntuales (la paternidad en los clásicos, triunfos heroicos, etc.). Existe una motivación clara, pero no una determinación que lleve a sostener que alguien, al ponerse la camiseta de Quilmes o hacerse hincha de ese equipo, se transformará en "gallina". A menos que se crea en la existencia de elementos mágicos que transformen a uno de los jugadores de mayor personalidad en todo el básquet argentino como Esteban De la Fuente, en un hombre sin temple y carente de deseos de triunfo, por el sólo hecho de cambiar de club, se debe desechar la posibilidad de que los atributos contrapuestos pertenezcan a la esencia de las categorías "milrrayitas" y "cervecero". Lo que sucede es que esta estereotipación actúa con tanta fuerza y se encuentra tan enraizada en la mitología del básquet marplatense, que condiciona la lectura de los espectadores, de los periodistas, de los entrenadores y hasta de los propios jugadores. Los integrantes de Quilmes parecen haber asumido el estigma, mientras que los de Peñarol han demostrado sentirse muy cómodos con esa caracterización de "equipo con hombría" que los acompaña en cada presentación.


¿Un conflicto de clases?

"En Villa Rizo, todos los partidos terminan con la aniquilación del equipo visitante. Si un cuadro tiene la mala ocurrencia de ganar, su destrucción se concreta a modo de venganza. Si el resultado es una igualdad, la biaba obra como desempate. Y si, como ocurre casi siempre, los visitantes pierden, la violencia toma el nombre de castigo a la torpeza". Alejandro Dolina, op. cit.
Podríamos esbozar una cierta relación clasista en esta rivalidad Peñarol-Quilmes, aunque sin proponer una relación lineal en ese sentido. Es más, podemos notar contradicciones notorias entre la identificación constante que se realiza entre Peñarol y Boca Juniors y Quilmes - River Plate. En Mar del Plata es Alvarado quien reúne los atributos más cercanos a lo que el imaginario social asocia con el hincha de Boca. De barrio más humilde y con la, supuestamente, hinchada más numerosa, Alvarado ha desarrollado cierta identificación por River Plate. En la liga 90-91, en la que Quilmes consiguió llegar a la máxima divisional, el grupo de hinchas de Alvarado que se acercaban al gimnasio de Quilmes, el José Martínez, habitualmente venían directamente de Buenos Aires, después de haber alentado a River, siempre y cuando Alvarado no tuviera compromisos en la ciudad. Pero en cuanto a la propia identidad de cada club, sí estamos en condiciones de asegurar que Quilmes siempre trajo asociado un matiz asociado al poder económico y a la prolijidad en el manejo de los números. El hombre que conduce el básquet del club, Oscar Rígano, es el gerente de una importante casa de cambio de la ciudad y se mantiene a la cabeza de la Subcomisión de Básquet desde las primeras presentaciones cerveceras en la Liga.

Peñarol fue todo lo contrario. Víctima de serios conflictos institucionales, desprolijidades administrativas y, hasta hace poco tiempo, de magros resultados deportivos. En este club fueron una constante las deficientes políticas de contratación de jugadores y los manejos nada claros de los fondos de la primera camada de dirigentes encabezada por los hermanos Otálvarez, que además de haber llevado al equipo al ascenso le dejaron una importante cantidad de juicios a la institución por contratos incumplidose14 .

Sin embargo, para Rodolfo Puleo podemos rastrear estas características de cada club mucho antes de que se soñara la posibilidad de organizar la Liga Nacional:

"Estoy convencido de que esta relación de club popular-cajetilla viene de mucho antes de esta rivalidad en la Liga Nacional. No es que sea así, ni que Peñarol sea el pueblo y que Quilmes sea un club de ricos, pero hay elementos que han permitido hacer esa asociación. Quilmes tradicionalmente dominó los torneos de fútbol y siempre tuvo la mejor infraestructura, con una dirigencia bastante prolija y de cierto prestigio en la ciudad. En Peñarol no se dio nada de eso, nunca fue un club ganador o con demasiados recursos. Pero más cerca en el tiempo, pasaron cosas que ilustran lo que estoy diciendo. En la época de la «plata dulce», los clubes locales se decidieron a traer jugadores de los Estados Unidos y ya en la elección que hicieron tenemos una idea de las distintas maneras de pensar en cada club. Quilmes trajo a un rubio y a un moreno15 muy atlético a los que daba gusto verlos jugar, por la elegancia que demostraban dentro de la cancha. En cambio, Peñarol trajo dos negros del Bronx, Eugene Holloway y Stan Cooper, que eran dos atorrantes16 ".
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Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 2, Nº 6. Buenos Aires. Agosto 1997