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REBOTES DE IDENTIDAD...

El nacimiento de las rivalidades

"Apenas perceptibles
escucho tus palabras"
Charly García, "Rasguña las piedras".

Los hinchas tienden a construir sus propias representaciones como categorías esenciales. Presentan la confrontación como una rivalidad ahistórica, pero la intención de este trabajo es demostrar que no lo es. Porque "se supone que la mayoría de los grupos sociales deben su fuerza a su exclusividad; es decir, al sentimiento de que los demás son diferentes a nosotros" (Hoggart, 1990: 87). Tanto los "milrrayitas" como los "cerveceros" (y obviamente no constituyen el único caso) se asumen como dueños de características intrínsecas, que "se llevan adentro" y que deben defender por todos los medios. Pero la identidad particular en cada equipo fue una construcción que en las páginas siguientes se intentará explicar.

El ascenso logrado por Peñarol en 1987 dejó a Mar del Plata con un deporte de conjunto en el máximo nivel de competencia. La ciudad tenía ahora un equipo con ilusiones de estar en los primeros planos a nivel nacional. El grito "Mar del Plata, Mar del Plata" de las 3500 personas que desbordaron el Súper Domo en aquella noche de diciembre demostró que lo importante era lograr la presencia como ciudad en la máxima división del básquet nacional. Los medios de comunicación describían la presencia de Peñarol en estos términos: "un plantel,..., que carga sobre sus espaldas, la responsabilidad de, ser ejemplo social y deportivo del nivel de una ciudad que, permanentemente está en la mira de los argentinos, y como tal todo lo a ella atinente, se refleja en titulares o comentarios de los diversos medios zonales o nacionales" (La Capital, 23-5-88)

Los aficionados al básquet solían concurrir también a otros encuentros, porque lo indispensable parecía ser que la ciudad llegara. Paralelamente a este ascenso de Peñarol, otro equipo marplatense, Quilmes, consiguió superar las instancias regionales y accedió a la Liga B, de la que Peñarol se había ido para ya no regresar (por lo menos hasta el momento). El día del ansiado ascenso de Peñarol, una nota en La Capital dejaba en claro que la pertenencia a la ciudad era lo más importante para todos: "la mayoría de los jugadores peñarolenses asistieron la noche del viernes a alentar a Quilmes (...) y hoy será a la inversa ya que los quilmeños han prometido su masiva asistencia al Súper Domo" (13-12-87). Y en la noche del partido, el mismo diario destacaba que Peñarol fue "alentado, estimulado, vitoreado por todo el estadio -embanderado con los emblemas de más de 10 instituciones marplatenses-..." (14-12-87).

El festejo de los dos ascensos le dio la idea a los dirigentes de ambas instituciones de organizar un encuentro celebratorio en el Súper Domo. El triunfo de Peñarol, en medio de un lleno casi total en esa carpa del Puerto no evidenció serios conflictos y el público marplatense pudo ver frente a frente a sus dos equipos: "hubo un ganador, es cierto. pero los aficionados premiaron a ambos con merecidos aplausos, entendiendo que tanto Peñarol como Quilmes, habían otorgado a la afición un verdadero aguinaldo basquetbolístico" (La Capital, 22-12-87). La temporada siguiente mostró a los dos equipos jugando cada uno en su divisional. Peñarol, luchando por no descender, y Quilmes intentando subir de categoría.

Una de las causas que originó cierta tensión entre esta rivalidad no problemática entre Peñarol y Quilmes obedece al acercamiento de barras provenientes del fútbol local, concretamente de los dos equipos más populares de la ciudad: Aldosivi y Alvarado. El primero de estos clubes tiene su sede en la zona del puerto marplatense, mientras que el segundo se encuentra ubicada en un populoso sector (el antiguo Matadero) de la ciudad de Mar del Plata. Estos dos equipos lograron por esos años hegemonizar los campeonatos locales de fútbol y trasladaron su violenta rivalidad (los disturbios en las canchas cada vez que se enfrentan son moneda corriente) hacia el ámbito basquetbolístico.

Se torna muy complicado rastrear de manera concluyente cuando se inició este fenómeno de las barras de fútbol en el básquet. Los testimonios más fiables y la propia memoria indican que fueron algunos grupitos de hinchas de Aldosivi quienes se acercaron por primera vez al básquet, y que pronto encontraron eco (léase, entradas) en una dirigencia interesada de que el equipo reciba apoyo de las tribunas.

El puerto es una zona de la ciudad con gran identidad propia. Posee su delegación municipal y una intensa vida comercial. El traslado de Peñarol hacia el escenario portuense, ubicada a pocos metros de la sede social del club Aldosivi, generó el lugar justo para esta identificación. Si bien tanto Peñarol como Quilmes siempre tuvieron grupos propios de hinchas, estas colaboraciones nunca fueron mal vistas. Todo lo contrario, una mayor cantidad de entrenadas gargantas para gritar y más brazos fornidos para presionar a propios (dirigentes, por ejemplo, para obtener entradas) y extraños constituyen elementos que ninguna hinchada rechaza.

En Quilmes, la identificación con Alvarado parece haber sido más una respuesta hacia Aldosivi que a un tipo de inclinación especial hacia el básquet. El año del ascenso ya Quilmes fue apoyado por parte de la brava de Alvarado. Un joven hincha de Quilmes, que por ese 1991 solía mezclarse entre los muchachos de la hinchada para gritar por "el cervecero", me relató el viaje de los hinchas quilmeños hacia General Pico en la final por el ascenso en estos términos:

"Yo me prendí en uno de los micros que llevaron hinchas a La Pampa, y me tocó justo con los «negros» de Alvarado. No sabés lo que eran, iban por el sánguche y el tetra-brick. No pararon de chupar en todo el viaje. Cuando estábamos en Pico, una barra se dio cuenta de que éramos de Mar del Plata y entraron a tirarnos piedras. Ahí me di cuenta porqué les tenían miedo en Mar del Plata: partieron con la mano las baldosas que había en el piso y empezaron a devolver. No nos jodieron más en los dos días que estuvimos en Pico".
En Peñarol, la convivencia con los grupos externos no siempre fue armónica. La popular del Súper Domo que da espaldas a la Avenida Juan B. Justo, fue escenario repetido de problemas internos de la hinchada "milrrayitas". Pero según testimonios recogidos de quienes estuvieron en la cancha la tarde de sábado 30 de mayo de 1994 en que Peñarol no pudo consagrarse campeón (lo haría tres días más tarde, pero en General Pico) recuerdan una batahola entre quienes se identificaban como "milrrayitas" y los que gritaban por Aldosivi. Todo indica que los hinchas de Aldosivi acusaron al equipo de "ir para atrás", al no poder comprender la imposibilidad de Peñarol de batir a un diezmado Independiente de General Pico. Desde aquella tarde, no se volvió a hablar de Aldosivi, o del Puerto en la hinchada de Peñarol. Ya no hubo "dos hinchadas juntas". Muchos hinchas de Aldosivi perduraron en la barra "milrrayitas" (se pueden observar hinchas con la camiseta de ese equipo de fútbol) pero ahora integrados a una identidad excluyente: ser de Peñarol. Por el lado de Quilmes todo hace pensar que sus dirigentes se cansaron de seguir dándole el nunca confesado apoyo a estos grupos violentos y prefirieron que otros jóvenes más directamente relacionados con el básquet sean los que hagan sentir el apoyo por el equipo. Pero las explicaciones de los propios simpatizantes "cerveceros" es otra. El mismo joven que relató el viaje a Pico está convencido de que:
"Quilmes siempre fue Quilmes, no como Peñarol. Los de Alvarado estuvieron al principio, pero ahora no hacen falta. Si hasta algunos se fueron para Peñarol. Nosotros nos la bancamos solos".
Pero, ¿qué fue lo que sucedió que sembró la semilla de una rivalidad tan encarnizada? ¿Fue sólo la identificación de ciertos simpatizantes del fútbol radicalizados y apoyados por dirigentes ávidos de contar con una hinchada que grite en todo momento? La explicación debe apuntar a un hecho fundamental ocurrido el 13 de noviembre de 1989 en la ciudad de Buenos Aires. Aquel día, en medio de una reunión de la Asociación de Clubes, los dirigentes de Peñarol presentaron una moción para que la Liga Nacional no volviera a disputarse con 16 equipos, tal cual se había pactado con anterioridad. El hecho, en apariencia sólo burocrático, nos dice mucho más que eso, porque era Quilmes la institución que estaba esperando la decisión de retornar a la modalidad anterior (la de los 16 participantes), que años más tarde se retomaría definitivamente. Quilmes de Mar del Plata, había quedado ubicado en la tercera posición en la Liga B (ascendían directamente dos), luego de haber sido derrotado en escandalosos 5 partidos por GEPU de San Luis9 , pero todavía guardaba esperanzas de obtener un sitio en la máxima categoría. Una determinación de la Asociación de Clubes de jugar nuevamente con 16 plantillas le habría dado el ansiado ascenso a la institución quilmeña. Pero la realidad marcaría un camino bien distinto. Los dirigentes de Peñarol, temerosos de que la presencia de su vecino en la máxima categoría la restara recursos para solventar la campaña, presentaron una nota que pedía que no se retornara a la vieja usanza de los 16 clubes. Casi en pleno, los integrantes de la división superior del básquet argentino decidieron que la edición de 1990 se jugaría con sólo 15 equipos.

El 14 de noviembre de 1989, una nota en el diario La Capital rezaba en su título que "Quilmes no jugará en la «élite» del básquet", para rematar con una volanta concluyente: "Moción de Peñarol lo «condenó». Un análisis frío de los hechos lleva relativizar esta moción de Peñarol, ya que de no haber existido tampoco se habría producido el ascenso de Quilmes. La posición de la entidad quilmeña fue secundada por un par de la Liga A, Sport Club de Cañada de Gómez, pero rechazada por otras 12 instituciones. Pero el hecho fue presentado y percibido como una delación, aunque la revista bahiense Encestando haya calificado al tema como un "respeto reglamentario". De hecho fue así, porque había un compromiso previo que se respaldó y que no permitió que se cambiara lo pactado previamente.

La respuesta de los considerados "delatores" cobró un tono reglamentarista, aunque dejó escapar algunas palabras interesantes acerca del escozor que sentían los directivos de Peñarol por tener a su vecino en el mismo nivel de competencia. Uno de los hombres fuertes de Peñarol, Enrique Kubo, declaró en La Capital el 15 de noviembre que:

"sacándonos la careta y así ser claros, a nosotros no nos interesaba, económicamente, que ascendiera Quilmes. Somos totalmente francos en eso. Si hubiera ascendido, no hubiese habido problemas y estaríamos compitiendo los dos. Pero aquí está en juego una cuestión de reglamentación. A lo mejor el próximo campeonato Quilmes asciende y eso va a hacer bien. Estamos en la misma ciudad y debemos convivir".
Las palabras de Kubo fueron casi como una premonición. El ascenso de Quilmes le daría al básquet de esta ciudad una dimensión jamás conocida por otro deporte de conjunto. Y cinco años después, el campeonato de Peñarol llevaría a la cima de popularidad a una actividad deportiva que fue capaz de congregar 50 mil personas por las calles para festejar este primer gran lauro del deporte profesional de un conjunto marplatense en toda su historia, y a una cifra estimada de 100 mil espectadores en las transmisiones en directo por los tres sistemas de cable de la ciudad.

La respuesta de Quilmes fue diplomática. El comunicado oficial finalizó así: "dejamos al periodismo y a la opinión pública el análisis de los hechos y el respectivo juicio de valor". Oficialmente la gente de Quilmes se cuidó de explicitar el rencor que dejaba traslucir el escueto comunicado. Deberían esperar dos años para ahora sí, con el título de la Liga B en su poder, acceder al máximo peldaño del básquet argentino.

Pero en noviembre de 1989, después del hecho clave para el inicio de las hostilidades entre Quilmes y Peñarol nada fue igual: la guerra se desató y continúa hasta hoy. Pablo, socio del Quilmes aclara que:

"yo siempre fui «cervecero» pero me gustaba ir a ver a Peñarol porque era un equipo de mi ciudad que estaba en la Liga A. Pero después de la traición que nos hicieron, ya nunca más fui a hinchar por Peñarol".
Fernando, un ex jugador de inferiores de la entidad cervecera y abonado a la platea de Quilmes, dice que en esa ocasión sintió:
"un odio hacia Peñarol como nunca antes porque eso fue una traición que no tenía razón de ser. Quilmes jamás habría hecho eso porque acá la gente trabaja honestamente sin pensar en perjudicar al rival".
Sin embargo, todavía para la edición 90-91, pese a la periódica presencia de hinchas de Aldosivi en la popular "milrrayitas", se lo seguía presentando a Peñarol como una encarnación metonímica de Mar del Plata: "las muchas expectativas que concita cada presentación del denominado «equipo de la ciudad»" (La Capital, 2 de noviembre de 1990).

Con el ascenso de Quilmes a la "A" la rivalidad ya estaba planteada, bien delimitada y presentada como una identificación no problemática. Un día después del ascenso de Quilmes a la élite del básquet argentino, las apostillas del diario La Capital expresaban que:

"Y como sucedió a lo largo de todo el campeonato, la hinchada de Quilmes tuvo permanentemente a su lado, en el sector de las populares que da espaldas a la calle Guido, a sus pares de Alvarado. Codo a codo, hermanados bajo el aliento a Mar del Plata, ambas barras festejaron el ascenso. Pero los de Alva, finalmente no pudieron con su corazoncito y haciendo flamear su bandera, entonaron por varios minutos, su grito de guerra: ma-ta-de-ros...ma-ta-de-ros..." (19-5-91).
Sin embargo, no todos tenían la misma opinión. El entrenador de Quilmes, Oscar Sánchez, mencionaba cuando se lo preguntaban en un primer momento que un choque entre los dos equipos podía llegar a convertirse en "un infierno". Esa misma rivalidad que la revista Sólo Básquet ya desde 1992, considera como "el clásico más caliente de la liga" (27 de octubre).

Tras el primer clásico oficial que culminó con una victoria de Quilmes en el Súper Domo, La Capital exponía en una apostilla las identidades particulares de cada club:

"pero si de hablar de hinchadas se trata, tampoco estuvieron ausentes los duelos verbales. Sabido es que Peñarol, teniendo su reducto en el Puerto, ha conseguido la simpatía incondicional de los simpatizantes de Aldosivi. Por contrapartida, la gente de Alvarado ha tomado un especial cariño por Quilmes. Entonces, los tradicionales adversarios del fútbol local no podían faltar a la cita, y ninguno se «olvidó» de su respectivo «archirrival»".
Pero esta rivalidad era planteada hasta el momento en término acépticos. En la siguiente apostilla, se destacaba la:
"magnífica tarea cumplieron las fuerzas del orden destacadas para el operativo de seguridad (...) efectivos policiales controlaron con muy buen criterio el comportamiento de toda la concurrencia. Afortunadamente, y para bien del deporte de la ciudad, todo fue absolutamente normal. No se produjo ni el más mínimo incidente, ni dentro del estadio ni en sus adyacencias. Los parciales quilmeños festejaron con algarabía pero con corrección. Como para desacreditar a todos aquellos que, tal vez, malintencionadamente, previeron un desenlace de otras características, y volver a creer en la esencia del deporte. Porque precisamente se trata de una competencia, en la cual hay ganadores y perdedores, es cierto. Ni más ni menos, sólo eso" (23 de octubre de 1991).
El dispositivo policial fue implacable. Sobre la estructura de madera y lona del Súper Domo, resultó imposible acceder a los sectores asignados a los rivales, aunque no faltaron intentos de llegar hasta las populares ajenas. Tras ese partido que culminó con la victoria de Quilmes no se registraron incidentes de acuerdo a las actas oficiales10 .

De cualquier manera, los sucesos posteriores demostraron que este enfrentamiento es algo más que una simple competencia. Si bien los peligros y disturbios del clásico futbolístico Alvarado-Aldosivi jamás se trasladaron en toda su dimensión al básquet, las referencias hacia esta nueva rivalidad fueron haciéndose cada vez más precavidas. Pero los signos de violencia, eran percibidos casi en forma patológica:

"el comportamiento de la gente, más allá de algunos excesos casi «necesarios», aunque no por ello lógicos o justificables, fue digno de destacar. Como siempre hubo un pequeño grupo de inadaptados, de esos que nunca faltan y que parecen imposibles de erradicar del ámbito deportivo" (La Capital, 21-11-91).
Algo más de cuatro meses después del primer enfrentamiento, los mismos jugadores fueron los encargados de demostrar la significación del clásico para todos sus protagonistas (jugadores, entrenadores, dirigente, público, periodistas). El 7 de febrero de 1994 el tercer clásico de la historia abrió la segunda fase de la Liga 94-95. Ese mismo día, influida por el clima previo, La Capital indicó que:
"claro que también hay cosas malas y derivan de esta rivalidad nueva, aunque alimentada como si fuera añeja. A raíz, de ciertos grupos -seguramente ajenos al básquet- se genera un clima enrarecido, que va más allá de lo deportivo. La entrada en escena de «barras bravas» del fútbol, ha puesto una cuota de incertidumbre en lo que concierne al normal desarrollo de los clásicos. Y tal vez por ello, la gente de Quilmes ha organizado un importante operativo policial, que involucrará a 40 efectivos".
Después de ese juego, la cantidad de policías jamás bajaría de cien uniformados. En el mismo día, el periodista de El Gráfico Hugo Suerte retrató en forma lucida la rivalidad, aunque con cierto tono apocalíptico y trágico (el título fue "La guerra de Mar del Plata") que por entonces causó bastante malestar en la ciudad:
"Demasiadas mechas puestas en un mismo campo. Demasiadas minas (las explosivas, no las humanas) enterradas como cazabobos, a punto de estallar. Quilmes - Peñarol, en el estadio Once Unidos de Mar del Plata. Y a las 22.14 del viernes 7 de febrero de 1992, era como decir serbios y croatas encerrados en un rectángulo sin espacio para respirar ni paciencia para tolerarse".

Quilmes - Peñarol: 3200 fanáticos repartidos, pero individualizados que agotaron las entradas y produjeron 31 mil dólares de recaudación. Quilmes -el local-, con la hinchada de fútbol de Alvarado y River. Peñarol, con la simpatía y la presencia de los fanáticos de Aldosivi y Boca. El clásico de la ciudad, en el arranque de la segunda fase de la 8ª Liga Nacional y en el grupo privilegiado (A-1) de los que no se preocupan por descender. Pero otras cuestiones habrían de dirimirse en esa noche volcánica.

El bisoño Quilmes se dio el lujo -en este primer año en la "A"- de ganarle los dos enfrentamientos anteriores. Y Peñarol necesitaba venganza. Pero Quilmes quería herirle aún más a los «milrrayitas», los mismos que una vez levantaron la mano en una votación para bloquear el ascenso de su tradicional rival... Quilmes es caras pintadas en las tribunas, pechos desnudos, gritos amenazantes. Enfrente se repetía la escenografía. El ambiente no ayudaba, los cantos tampoco, algunos jugadores igual... Eduardo Domine -el base de Quilmes- se muestra frente a su hinchada rival y, moviendo hacia abajo su dedo pulgar, no necesita palabras para mandar mensaje. Del otro lado, los cánticos a favor del eterno Adolfo Perazzo (40 años) sirven para mostrar a quien fue baluarte en el ascenso quilmeño y hoy está con otros colores. Y en medio de este cóctel increíble, un partido, ¿un partido?".

Al día siguiente, La Capital reconoce por primera vez la situación problemática. El título "la tercera edición del clásico fue bochornosa" (8-12-92) es por demás elocuente. Desde ese momento se dejaría de hablar de "sólo una competencia deportiva". Detenidos, peleas de las hinchadas en los alrededores de los estadios, rotura de ventanales en los clubes involucrados, marcarían con el tiempo que los alcances de este enfrentamiento superan los propios límites del espacio ritual: el estadio. Tras este encuentro un adolescente hincha de Peñarol me relató cómo un grupo de jóvenes que no formaban parte de la "brava" fueron interceptados antes de subir a un micro que el club había puesto especialmente para algunos simpatizantes del club, la mayoría de ellos menores de edad. Los que no alcanzaron a subir al micro decidieron correr hacia otros lados y los que no fueron tan rápidos fueron golpeados por el grupo de fanáticos de Quilmes, entre los que se dijo que había gente de Alvarado. No hubo registros oficiales de ninguna índole, sólo algunos golpes fuertes de algunos chicos que seguían contentos porque esa noche Peñarol había logrado derrotar a Quilmes por primera vez en su historia luego de dos frustrantes derrotas. Aparte de ese relato, la mitología de las hinchadas siempre da cuenta de supuestas batallas ganadas, aunque por supuesto nadie tiene pruebas del resultado real.

Pero, ¿a qué nivel llega la rivalidad y el desprecio mutuo? Las palabras de dos de mis principales informantes, pueden clarificar la cuestión. Domingo, empleado de Tribunales, por ejemplo, ya cree que:

"lo mío ya debe ser una enfermedad. Yo antes abría el diario al día siguiente y si decía que Quilmes perdió, me ponía contento. Pero ahora no me alcanza. De vez en cuando ni siquiera me doy cuenta de que estoy escuchando la radio solamente para hacer fuerza por el rival de Quilmes".
Rodolfo, un abonado a la platea de Peñarol y hombre de gestión en la Universidad confiesa su rechazo hacia Quilmes de manera terminante:
"cuando Quilmes juega contra un equipo importante, no dudo en ir la cancha. Cuando viene Atenas me siento en la platea para disfrutar el triunfo de un gran equipo sobre otro que de antemano ya sé que va a perder, porque Quilmes pierde todos los partidos importantes".
Del otro lado, el desprecio es similar, pero en términos distintos. Pablo, un plateísta de Quilmes, también disfruta con las derrotas de Peñarol, pero de no con tanto encono como los hinchas "milrrayitas":
"a mí me gusta verlo perder a Peñarol pero la verdad es que no voy a la cancha para eso. Ni siquiera escucho los partidos de ellos por radio. La campaña de ellos no me quita el sueño, lo único que me interesa es que nos ganan todos los clásicos".
Las palabras de Pablo obedecen a un hecho fundamental: Peñarol no suele perder en su cancha ante los rivales más poderosos. Una nota de La Capital explica con claridad que "Quilmes sumó los puntos que debía ante los más débiles, pero cedió casi todos los partidos en los que enfrentó a rivales de jerarquía similar" (14-5-96). Este comentario nos introduce en un tema central: los estereotipos de cada club. Como se puede apreciar con facilidad a Quilmes se lo acusa de perder los partidos difíciles y de triunfar cuando se mide a los más débiles. Y en los clásicos, ante cada derrota, se mencionan temas relacionados a que Peñarol es un equipo "con hombría" o que gana "con la camiseta". Aparece implícitamente el estigma más deshonroso de las actividades deportivas: ser gallina.


Hacia los estereotipos particulares

"Me voy corriendo a ver que escribe en mi pared
la tribu de mi calle.
¡La Banda de mi calle!
¡Vencedores vencidos!
¡Te has fugado!
¡Me hago humo!
¡Den la alarma!
Ensayo general para la farsa actual
teatro antidisturbios"
Beilinson / Solari, "Vencedores, vencidos".
Podemos considerar que la construcción de los estereotipos particulares en la rivalidad marplatense se encuentra consolidada. Una estereotipación que abarca tanto a cada club como equipo dentro de la cancha y al comportamiento de cada hinchada. Las seis ediciones de la Liga Nacional, que mostraron a los equipos marplatenses compitiendo en la máxima división, han ido solidificando la construcción de imágenes esenciales en cada bando. Un proceso de identificación en donde la cantidad de espectadores que asiste a la cancha, las campañas realizadas por ambos equipos, el comportamiento de los hinchas, las repercusiones de los medios de comunicación y hasta las mismas percepciones de los jugadores, cumplieron la función de establecer categorías exclusivas que transforman a uno de los dos clubes en dueño del honor (Peñarol) y al otro en depositario del estigma (Quilmes).

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Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 2, Nº 6. Buenos Aires. Agosto 1997