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Reflexiones sueltas sobre lo recreativo

  Lic. en Educación Física
Universidad del Comahue
(Argentina)
Víctor A. Pavía
vapavia@uncoma.edu.ar

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 34 - Abril de 2001

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Este guión fue escrito para una representación en un fogón de campamento con adolescentes. Villa La Angostura. Provincia de Neuquén. Febrero de 1978.

    Lo que más recuerdo de aquel adolescente es su intolerancia a convivir ni con la más mínima sensación de tristeza. Esto no significa que no la sintiera, de a ráfagas, algunas veces, como todos. Lo diferente, pienso ahora, era su rechazo a la costumbre; a tolerar como inevitable la compañía de la pesadumbre. Quizá por eso, ni bien sentía sus síntomas la espantaba con lo que tenía más a mano. Bailar, cantar, escribir un verso, visitar a los amigos, eran los conjuros más utilizados. Y el exorcismo daba siempre buenos resultados. Mientras, dejaba crecer sus ramas.

    Hasta que un buen día él descubrió / (vale decir, como adulto se dio cuenta) / que tanta algarabía era un estorbo. / Que una rama, la del verso personal pero hecho en serio, / no tuvo ni tendrá jamás sentido / (que hacer el verso es otra cosa). / Fue así que sin dolor, casi aliviado, / la cortó y se desprendió de ella.

    Otro día calculo como al descuido / la distancia que separaba la guitarra / (aquella que apenas rasguñaba) / de esta nueva obligación de andar cantando las cuarenta / y rasguñar la sobrevida./ Y fue así que sin dolor, casi aliviado, a la rama / (de la que inútil colgaba un instrumento) / la cortó y se desprendió de ella (y de paso también a la del baile, por ridícula).

    Y aquél sábado cansado de trabajos / descubre que la rama” / quiero decir la de estar con los amigos / señala ya hacia ningún lado / quiero decir, hacia donde ya no queda nadie / y con razón también la corta / no conviene mantenerse de nostalgias /

    Y esa noche, sin dolor, casi aliviado / saldrá a pasear / quiero decir, un nuevo tronco desramado / peregrino que deriva hasta una mesa / donde se sienta a tomar un café con otros troncos / evitando hablar de la tristeza.


Balanceos

    El texto corresponde a un guión preparado para el programa Los Espacios del Juego que el autor conduce los domingos de 10.00 a 11.00 hs. por FM 103.7, Radio Calf/Universidad Nacional del Comahaue (Emitido el 25/04/99)

    El domingo pasado conversábamos con un oyente, al aire, a cerca del hamacarse como gesto infantil (en el sentido más hermoso de la palabra) por excelencia. Hay en ello, decíamos, cierta evocación al balanceo primitivo: aquél que me trasmitía mi mama cuando me transportaba en la panza. Después vino la cuna y otros tantos artefactos fabricados para imitar, aunque sea mínimamente, aquello que alguna vez fue.

    Pensemos hoy, en este nuevo programa, en alguna que otra de esas situaciones-balanceos. Pensemos, por ejemplo, en las delicias de la así llamada “hamaca paraguaya”. Misterioso artefacto lúdico que te envuelve a la vez que te libera. Ningún cuerpo esta más inmóvil que entre los pliegues de una hamaca paraguaya. Pero no hay cuerpo que disfrute tanto de los placeres del movimiento como ese cuerpo totalmente inmovilizado; objeto de los vaivenes de unos recorridos rítmicos. Me pregunto si habrá otras situaciones cotidianas tan placenteras de balanceo entrampadas entre la quietud y el movimiento. Me pregunto y le pregunto, mientras vamos a la música.

    Con qué excitación uno sube las escaleras de ese descomunal ómnibus que nos llevará de vacaciones! Con qué satisfacción uno se hunde en el asiento mientras la realidad se altera en un giro de ciento ochenta grados. Por la ventanilla vemos pasar objetos que normalmente están muy quietos; mientras nuestro cuerpo, que recorre distancias a toda velocidad, parece anclado siempre en el mismo lugar, en ese asiento que nos envuelve con su delicioso balanceo. El vidrio de la ventanilla oficia de frontera entre dos mundos contradictorios: el de la quietud (que vemos pasar vertiginosamente) y el del recorrido veloz (que se traduce en una apacible sensación estática. Sensación que se magnifica cuando el que viaja lo hace en avión. Una cantidad equivalente al total de la población de cualquiera de los pueblitos rurales que conozco bien, viaja amarrada a los asientos de semejante cacharro. Museo de cera suspendido en el aire con sus estatuas inmóviles, mientras una pantalla dice que en los últimos sesenta minutos se han movido más de 1.000 km. en el espacio.

    Los pasajeros de la excursión duermen al ritmo del balanceo. Desparramados en sus asientos han adoptado poses diversas. Cada cuerpo semeja un signo del lenguaje estenográfico. Y el conjunto remeda una misteriosa frase colectiva. El que se despierta desea interpretar mientras, desvelado, se balancea hacia baño ¿En dónde estaremos? En ningún lado. Estamos en viaje. La vida se encuentra transitoriamente suspendida. Un delicioso vaivén lo lleva de nuevo hasta el asiento. Y la nostalgia lo deposita en aquél primitivo lugar de los balanceos perdidos.


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revista digital · Año 7 · N° 34 | Buenos Aires, Abril de 2001  
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