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CON MANOS DE TIERRA Y CORAZON DE LEON. IMAGINARIO NACIONALISTA Y FUTBOL EN LA PRENSA COSTARRICENSE
Sergio Villena Fiengo


Una revisión de las notas periodísticas emitidas durante el periodo señalado muestran, sin lugar a dudas, que la prensa y la sociedad asignan a ese jugador aquellas virtudes morales que, a partir de las obras literarias fundacionales de Aquileo Echeverría y Manuel González, se consideran como fundamento básico de la nacionalidad costarricense: la humildad y sencillez del labriego, patriarcal propietario de su tierra y habitante de la meseta central. Como el personaje arquetípico que canonizó la "literatura nacional", personaje que aún hoy –pese a la crítica fundada que a lo largo de este siglo han realizado destacados intelectuales (ver, para una crítica reciente, González, 1994; Bozzoli et al., 1998)-- habita el imaginario que se elabora en los medios de comunicación, los desfiles escolares, los "pueblos antiguos" y las fiestas populares (turnos) 11 , el "chunche" es un baluarte de los valores que, según la hegemónica ideología oficial, son constitutivos de lo tico: humildad, nobleza, trabajo, entrega y honestidad; personifica, pues, la inocente pureza del campesino (ver, al respecto, González, 1994: 55-56).

Incluso su apodo, "el chunche", término de uso común en Costa Rica para designar con cierto desdén a multiplicidad de objetos materiales, mas no a personas 12 , hace alusión a su rusticidad futbolística y urbana 13 . Por ello, no deja de evocar al clásico "concho", arquetipo fecundado en la narrativa de Aquileo Echeverría a fines del siglo pasado, el cual tiene amplia vigencia hasta hoy, en tanto representación folklórica de lo "tico" 14 . La atribución de rasgos "folklóricos" a Montero deriva en mucho de su particular y pintoresca, costarriqueñísima forma de hablar, entre zopeta y campesino como señaló el psicólogo A. Campos en una mesa de discusión que compartimos sobre fútbol y nacionalismo (Auditorio de Ciencias Sociales, UCR, 24 setiembre de 1998), acento que, en la línea que adoptaron los defensores de la "literatura nacional" en su debate contra los modernistas a fines del siglo pasado (ver Rojas y Ovares, 1995), dio lugar a que alguien publicara un "Diccionario de chunchismos" (Universidad, ). Finalmente, en este proceso de proyección de los rasgos del mítico labriego sobre este nuevo héroe urbano no se debe excluir tampoco su fenotipo, que se corresponde con el tipo nacional "racial" imaginado a fines del XIX por aquellos escritores cuyas obras se constituyeron en el canon de la escritura nacionalista: la raza blanca, herencia española andaluza. Así, el "chunche" posee los atributos considerados los pilares fundamentales de la nacionalidad costarricense, desde la perspectiva de un nacionalismo étnico : es portador de sus valores y de su ingenua y rústica nobleza; así como de su particular forma de hablar y de su constitución racial. Esta articulación entre la narrativa futbolística y la narrativa nacionalista mediante el discurso periodístico queda totalmente explícita en la siguiente frase: "Se presenta tal cual es –Mauricio Montero--, desnudo de fama y vana gloria, enfundado en su porte campesino, aún con rasgos del labriego sencillo descrito por José María Zeledón en nuestro Himno Nacional" (Alfaro, op. cit.: 9; cursivas mías). La aceptación social de esta articulación fue expresada por un aficionado de "La 12", la barra "brava" de Alajuela, que el día del partido extendió una manta con la siguiente leyenda: "Como futbolista nos robaste el corazón; como campesino enalteces a tu pueblo" (Extra, 16/IX/98: 22).


Sacar la casta ...o la herramienta en armas trocar

(Mauricio Montero) "Este guerrero inclaudicable,
símbolo de la entrega y el sacrificio, con un corazón
de león, se presentaba así con orgullo y humildad a
su última batalla en el deporte que tanto ama."

Rodrigo Calvo Castro (La Nación, 16/IX/98 : 36A)


En los discursos del nacionalismo oficial costarricense se atribuye al tico un rasgo adicional a los ya señalados: su virilidad. Esta virtud, se nos dice, no contradice su vocación pacifista, ya que ésta no es un rasgo de debilidad o cobardía: cuando se trata de defender su patria, el tico hace gala de su coraje, troca la herramienta en armas. Si bien el pacifismo, apropiado en el imaginario nacional a principios de siglo, gracias al éxito que tuvieron escritores de Omar Dengo frente a los impulsores de un nacionalismo belicista de autores como Mora Porras (Ovares et al., 47), consagrado con la inédita abolición del ejército en 1948 y reconocido plenamente a nivel internacional con el premio Nobel de la Paz otorgado al presidente Oscar Arias en 1987 (ver Araya, 1992), el componente épico no desapareció de la ideología nacionalista sino que asumió un conjunto de rasgos particulares que se destacan aún hoy en las celebraciones de la denominada Campaña Nacional, que se realizan el 11 de abril de cada año. Un rasgo esencial de esta épica es que el lugar heroico ha sido reservado no para los "nobles" (léase miembros de la élite), cosa muy común en los nacionalismos de rasgos mesiánicos o despótico ilustrados, sino para los "humildes": Juan Santamaría, el más importante héroe militar, personifica la proyección de las virtudes campesinas en el campo de batalla (cf. Palmer, 1992, 1993 ; Ovares et. al, op. Cit.).

En un ensayo anterior (ver Villena 1996) presenté un análisis de la información de la prensa a propósito de la selección nacional, con el fin de mostrar que, en Costa Rica, el fútbol es un importante espacio de exaltación del componente sacrificial que se exige a todo miembro de la comunidad, y tal vez el único donde se manifiesta una épica nacionalista puesta en acción, a diferencia de la celebración anual de la Campaña Nacional, que tiene un carácter más conmemorativo. Como toda épica, la que circunda al fútbol tiene por función reforzar el sentido de pertenencia nacional de los aficionados, polarizando las identidades y otorgando un sentido de transcendencia comunitaria a los representantes nacionales, esto es, a los futbolistas seleccionados (así como a los aficionados, aunque en menor grado y de manera anónima : el jugador nº 12 es algo así como el soldado desconocido), a los cuales se les exige una entrega total ofreciéndoles como recompensa un lugar, sino en el panteón de los héroes o en la galería de los deportes, sí en la memoria popular. Esta interpelación nacionalista a propósito de un encuentro de fútbol, hace del esfuerzo y la entrega, metonímicamente simbolizada por el sudor que "moja la camiseta", la sangre que se vierte en el cáliz de la comunión nacionalista. Es la economía moral del sacrificio, también presente en el discurso político (cf. González, op. Cit. ; Palmer, op. Cit.).

Acorde con la particular épica militar nacional, la épica futbolística costarricense también asigna a sus héroes los rasgos de humildad y entrega : el futbolista que merece un mayor reconocimiento social es, más que aquel que esgrime grandes virtudes técnico-estéticas, el que "saca la casta costarricense", aquél que se entrega plenamente por la selección, es decir, por el país. Es el caso de Mauricio Montero : como había señalado líneas arriba, aunque se reconoce que sus habilidades técnicas no son extraordinarias, al volver la mirada hacia las notas periodísticas, encontramos que este jugador se ha ganado la estima nacional por su capacidad de entrega, de "mojar la camiseta", de sacrificio desinteresado. Esa virtud, asociada con su origen humilde, lo acerca de manera notable al héroe nacional Juan Santamaría (ver Palmer, op. cit.; Ovares et al.; op. cit.); como el "erizo", el "chunche" está dispuesto a morir o matar por la patria 15 . Su figura es ejemplar porque comulga con aquel discurso para el cual la victoria consiste no en lograr triunfos a toda costa (aunque los triunfos son siempre bienvenidos), sino en hacerlo reforzando los valores considerados constitutivos de lo nacional : la humildad y la virilidad campesina, o como señala un periodista, la "hidalguía" y el "pundonor" (La Nación, 15/IX/98 : 35A). Como la épica militar del periodo liberal de fines del siglo pasado, la épica deportiva costarricense también establece una continuidad entre virtudes domésticas y vocación de sacrificio patrio. Así, con "manos de tierra" y "alma de león" (Chaves, Al Día, 15/IX/98: 26), el campesino humilde de hablar sencillo se convierte en superhombre:

"Lo felicito por lo que eres (sic), humilde, sincero y además grande. No se retira el Chunche, se retira el Super Hormonas, el Super Ganas, el Super Hombre." (Carta de un lector en Al Día, 15/IX/98: 26).

Así, aunque la conexión no ha sido establecida directamente por ningún periodista deportivo, desde la perspectiva de esta economía moral del sacrificio patrio no es difícil imaginar una proyección histórica que haga del "chunche" un equivalente del "erizo", con su complemento necesario : cualquier "enemigo-extranjero", con preferencia el histriónico Alexis Lalas, representando el papel del filibustero Walker. Si, como ha señalado un teórico social, el fútbol es un sustituto simbólico de la guerra (cf. Dunning, en Elias y Dunning, 1995 : 268) y el periodismo deportivo costarricense y de muchos otros países se ha esforzado en ofrecer pruebas de ello 16 , no parece ser nada casual la notable similitud que se puede encontrar entre las "despedidas" de los ídolos deportivos y los "funerales" de los héroes militares. En ambos casos, se trata de "ceremonias del adiós", de rituales de paso que establecen una transición entre un pasado glorioso y un futuro legendario. En su despedida, el ídolo deportivo –moderno guerrero-- literalmente "muere" como jugador, aunque no como persona. Apenas abandona el campo en el que derramó sus últimas gotas de sudor-sangre, el ídolo deportivo logra la trascendencia histórica y se convierte en leyenda; a partir de entonces, sus hazañas pertenecen al orden de la memoria: ya nadie podrá verle "en vivo y en directo". Como las palabras de un escritor, su obra está terminada y ya no le pertenece : su postvida deportiva tendrá como escenario único las narrativas ejemplarizantes de la nación.

Esta manera de valorar futbolísticamente al "chunche" está acorde con la tradición de ponderar el desempeño de la selección nacional en cualquier disputa internacional en términos morales y cívicos. En esta perspectiva, una derrota deportiva puede interpretarse, y a menudo ocurre así, como un triunfo moral, como lo mostraban los periódicos nacionales al día siguiente del empate que logró la "sele" frente a la selección mexicana en el Azteca (10/XI/97). Aunque con ese resultado Costa Rica quedaba totalmente excluida y en el quinto lugar –de seis—en la tabla de clasificación para la fase final de Francia 98, por la región de la CONCACAF, el periodismo local se consolaba señalando que si bien la derrota era triste, no era tan grave, pues se había perdido " !Con dignidad !", como rezaba el titular del periódico "La Nación" (11/XI/97). Desde luego, aunque este tipo de prácticas pueden interpretarse como un ardid para compensar el efecto causado en la psique de los hinchas la pérdida de las ilusiones de fáciles victorias prometidas por una periodismo en exceso triunfalista 17 , que ha demostrado ser un eficaz y hasta ahora impune generador de expectativas frustradas con una frecuencia que ya no sólo resulta autodestructiva sino incluso masoquista, la apelación a los valores morales para ello es ya un indicio de la importancia que los mismos tienen como factores compensatorios, capaces de devolver la autoestima a una entristecida, cuando no enfurecida, hinchada. En la misma dirección pueden interpretarse la usual respuesta de los futbolistas cuando son entrevistados por la prensa acerca de las causas por las que su equipo perdió, que destacan que "dimos todo lo que pudimos", antes que presentar un análisis técnico de los partidos.


Un exitoso labriego como conjuro al miedo a la modernidad
Ahora bien, si se contrastan los rasgos atribuidos al "chunche" con lo acontecido durante el partido de su despedida, surge la pregunta de si la ostentación realizada en esa ocasión no niega por lo menos algunas las virtudes señaladas ; después de todo, no es fácil evaluar positivamente el descenso del héroe en un helicóptero, a todas luces superflua, en relación con su mentada sencillez y humildad 18 . Esta paradoja parece no ser tal si consideramos que en el nacionalismo costarricense, a la vez que existe una creciente nostalgia por la tradición ¿inventada? del labriego sencillo, está presente una fascinación por lo que se considera el factor causante de su extinción : el progreso (sobre la contribución a la formación de la identidad nacional de la construcción de uno de los símbolos fundamentales del progreso, el ferrocarril, ver Murillo, 1996; Palmer, 1993 ; sobre la mitificación de las computadoras: Araya, 1998). Uno de los temores ontológicos más importantes y persistentes de la sociedad costarricense, que puede rastrearse en la literatura desde obras como "Las hijas del campo", de Joaquín García Monje (1901) hasta "Los peor" de Fernando Contreras (1995), es la pérdida de los valores tradicionales, asociados con la vida rural de la familia patriarcal campesina, debido a la modernización, asociada con la vida urbana: desde la perspectiva de la narrativa ruralista, la ciudad –como lo señala Carmen Naranjo-- es un espacio de crisis (citada en Rojas y Ovares, op. Cit.: 178).

Desde esa clave de lectura, la epopeya del "chunche" se asemeja a la de los personajes de esa narrativa, pues Montero debe salir del campo hacia la ciudad para poder ganarse la vida. Sin embargo, a diferencia de aquellos personajes literarios que vehiculizan el pesimismo de sus creadores ante las irresistibles fuerzas del progreso, la historia de este hijo del campo ("hijo de la tierra", según R. Calvo, La Nación 16/IX/98: 36-A) tiene un desenlace opuesto respecto de aquel propio de la literatura nostálgica y en general de las frecuentes reconveciones del catolicismo conservador: en su caso, la migración del campo a la ciudad no conduce a la temida e hiperbolizada descomposición moral y la enajenación, condensadas en la imagen de la campesina prostituida, sino que hacen posible el éxito material sin renunciar a la virtud moral. Por eso, tan importante como destacar sus rasgos de origen, es hacer referencia a sus logros: él es de origen sencillo, campesino, y ha logrado el éxito en la vida por sí mismo (éxito que queda simbolizado de manera impecable en el helicóptero). Pero, lo fundamental en esta perspectiva, es que ha obtenido el triunfo no a costa sino gracias a su humildad, la cual resulta por lo mismo fortalecida: cuando le preguntaron por el momento más importante de su carrera, él señaló, como destaca la prensa, no algún instante de fugaz gloria deportiva, sino el momento que pudo comprar una casa para sus padres (La Nación, 13/IX/98, pág. E2). De igual manera, cuando le interrogaron acerca del momento más difícil de su vida, señaló la impotencia que sentía al no poder ayudar a su hija con las tareas de la escuela, porque no sabía leer ni escribir (comunicación personal de un informante que se declaró amigo del "chunche") 19 .

Esas conmovedoras respuestas condensan un discurso moral ejemplificador, que no deja dudas sobre la humildad y nobleza del personaje ni, por contraparte, sobre su éxito. Más aún , deja también vislumbrar un camino de salida a la paradoja señalada anteriormente : en la historia de Mauricio Montero, la tradición y el progreso no se oponen, sino que se fortalecen mutuamente. La moraleja detrás de esta narrativa ejemplarizante parece ser que la vida en la ciudad no necesariamente socava los valores tradicionales, sino que, si se es fuerte y perseverante, permite reforzarlos : la ciudad no es escenario de la muerte por abandono de la solidaridad y la familia, sino una fuente de oportunidades; es gracias a ella que Mauricio Montero pudo comprar una casa a sus padres y –se sugiere— ayudar a su hija con las tareas escolares. En esta melodramática historia de final feliz, queda fortalecida aquella institución que, en la ideología nacionalista oficial, es considerada central como representación sinecdótica de la sociedad costarricense: la familia patriarcal. Siguiendo los análisis de Rojas y Ovares (op. Cit.), que muestran la importancia que tiene en el discurso literario nacional "la casa", no sólo como escenario privilegiado de las virtudes atribuidas a la familia campesina idílica, sino también en tanto patrimonio material familiar, se puede intuir que el reforzamiento de la familia que ejemplifica la historia del "chunche" refiere tanto a la solidaridad intergeneracional, como a la reconstitución de uno de los elementos fundamentales señalados como requisito del bienestar familiar y la ciudadanía plena: la pequeña propiedad.

En suma, la historia del "chunche" tiene un valor ejemplificador porque deja vislumbrar la posibilidad de reconstitución urbana del paraíso, sino perdido, por lo menos amenazado. Su contribución al fortalecimiento del modelo nostálgico de nacionalidad es notable : de nueva cuenta, las virtudes nacionales, las que se exigen a los ticos para ser tales, son las virtudes domésticas, familiares y privadas, antes que las virtudes públicas (la política; ver Ovares et al. : 1993); es la "domesticidad" hecha virtud pública (cf. González, 1995). De esta forma, la narrativa periodística alrededor del "chunche" parece haber encontrado la posibilidad de conjurar uno de los temores ontológicos fundamentales de los adalides del nacionalismo melancólico: el miedo al p
rogreso y a la modernización. En este discurso, Montero aparece como una proyección de los rasgos arquetípicos del humilde labriego hacia las masas urbanas : es la prueba de que, si se mantiene la sencillez y la humildad, la sociedad costarricense puede "modernizarse" fortaleciendo sus rasgos constitutivos, sus valores esenciales; en esta visión, el progreso no sacrifica ni redime al campesino, sino que lo consagra. Pero la nostalgia no está ausente en el acontecimiento que nos ocupa: el "chunche", como el mítico campesino, es una especie en extinción: es "El último caudillo" (Alfaro, op. cit.), el "último ídolo" (La nación, 16/IX/98, 36-A) o, como señala con pesimismo un aficionado, el último que "se parte el alma por la selección", por lo que "ya nunca iremos a un mundial" (M. Fuller, en Al Día, 15/IX/98: 26). Desde luego, estas declaraciones cumplen una función que es fundamental en todo ritual comunitario: dramatizar el peligro de disgregación, con el fin de sensibilizar y movilizar a la sociedad para que, recuperando los valores constitutivos mediante una cruzada moral, conjure la "crisis que carcome a la patria" (La Nación, 15/IX/98: 36-A) 20 . Este razonamiento, paradójicamente, hace de los valores morales tradicionales, antes que de la técnica, la ciencia o la estética, el motor del progreso nacional.


Epílogo: el labriego sencillo como superhéroe de masas

"(Debido a la despedida de Montero) De ahora en adelante
(el 15 de setiembre) no solo (sic !!!) será el Día de la Independencia"

Alfaro (1998: 106; paréntesis míos).


En Costa Rica, la práctica y afición al fútbol, iniciada como parte de las transformaciones sociales y culturales que experimentó el país desde los tiempos gloriosos del liberalismo decimonónico y articulada a la política a sólo diez años de la primera noticia existente sobre su práctica 21 , tiene una larga historia como ritual cívico nacional. La despedida del "chunche", de la cual me he ocupado aquí, es el capítulo más reciente de una serie de exaltaciones nacionalistas ligadas al fútbol que empezó en 1921, cuando la primera selección costarricense obtuvo de forma invicta el primer campeonato centroamericano realizado en Guatemala como parte de las actividades de conmemoración del Centenario de la Independencia de los países del istmo; se consolidó con los "chaparritos de oro", en los años '50, y quedó definitivamente consagrada con la participación de la "sele" en Italia '90.

El análisis del discurso periodístico emitido a propósito de la apoteósica despedida de Mauricio Montero del fútbol profesional como jugador ha permitido profundizar algunas hipótesis sobre la función de "centro ejemplar" que, desde una perspectiva nacionalista nostálgica, cumple el fútbol en Costa Rica. En lo principal, he argumentado que la simpatía popular, manifestada como una identificación social hacia este jugador, responde en mucho a que la prensa deportiva, al referirse a este héroe local, realiza una exaltación-personificación de ciertos atributos morales que la mitología nacionalista ha consagrado como arquetípicos del "tico", así como de su faceta triunfadora. La narrativa periodística, al hiperbolizar la presencia simultánea de esos atributos, ha constituido a Mauricio Montero en una figura ejemplar que permite reconciliar en el imaginario nacionalista dos mitos fundacionales que hasta ahora parecían opuestos: la tradición y el progreso, la movilidad social guardando fidelidad a los orígenes. Esa narrativa, cargada de elementos retóricos de cuño épico y melodramático, produce condiciones emocionales para una identificación entre ese arquetipo y los sectores interpelados, "sujetificando" a los habitantes de estas tierras, incluidos los propios futbolistas, en los términos delimitados por la ideología nacionalista oficial 22 .

Así, en Costa Rica, el fútbol y los discursos que lo circundan, refuerzan la construcción/reproducción de la nación sobre rasgos específicos y canónicos: ese deporte ha sido convertido en un espacio de reproducción cotidiana del mito del idilio campesino, el cual articula a la vida urbana a través de la actualización del mito de la movilidad social. Los periodistas deportivos, convertidos en baluartes de la nacionalidad, buscan las verdaderas virtudes ticas en los campos de fútbol; creyendo encontrarlas, no hacen sino inventar ídolos que las personifican, contribuyendo a estructurar las representaciones sociales, a imaginar la nación, en torno a un "mundo rural" paradisíaco que se considera en peligro de extinción : es la nostalgia por los orígenes míticos. Al exaltar las virtudes morales del "labriego sencillo" no sólo como un referente identitario, sino como valores "ejemplares" actuales, el discurso del periodismo deportivo contribuye a la constitución de sujetos nacionales en función de un modelo de interpretación de la sociedad como una "familia católica". Esta narrativa, como el discurso político, produce una reducción ideológica de la complejidad del mundo que tiene el efecto epistemológico de simplificar la realidad representada, generando la impresión de que ésta es inteligible en términos de cotidianidad (ver González, 1985), haciendo de las virtudes privadas el fundamento exclusivo del orden social. La particular interpelación nacionalista que vehiculiza no pretende constituir ciudadanos críticos y participativos, homus politicus, sino esposos e hijos bondadosos dispuestos a sacrificarse por la familia y por la patria. Sin embargo, la recurrencia a un lenguaje épico (cuando no bélico) y machista de corte moralizante contribuye a reproducir comportamientos violentos y modelos estereotipados y conservadores de la sociedad.


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Revista Digital
Año 4. Nº 13. Buenos Aires, Marzo 1999.