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Identidad Autorreguladora. Prolegómenos de una
capacidad psicológica asociada al rendimiento deportivo

   
Investigador Titular del Instituto de Medicina del Deporte
Profesor Auxiliar Adjunto del Instituto Superior de Cultura
Física "Cte. Manuel Fajardo"
Psicólogo del Equipo Nacional de Atletismo.
 
 
Dr. C. Luis Gustavo González Carballido
lgus@inder.co.cu
(Cuba)
 

 

 

 

 
Resumen
    El insuficiente desarrollo de la identidad autorreguladora convierte al atleta en "eterna promesa", incapaz de alcanzar las expectativas de rendimientos que sus cualidades físicas y técnicas auguraban. Se presentan, de manera preliminar, los fundamentos teóricos de esta capacidad psicológica que facilita e integra otras capacidades y atributos direccionales de la conducta deportiva exitosa.
    Se describen resultados de investigaciones científicas que fundamentan la capacidad de referencia, y se ilustran sus presupuestos teóricos con ejemplos reales observados en la labor de preparación psicológica con atletas cubanos de alto rendimiento.
    Se exponen algunas características psicológicas de los deportistas con baja identidad autorreguladora y se emiten recomendaciones a entrenadores y especialistas para estimular esta capacidad y elevar las probabilidades de expresión del potencial atlético.
    Palabras clave: Identidad autorreguladora. Identidad personal. Autoconciencia. Autovaloración. Situación social del desarrollo. Distress.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 10 - N° 69 - Febrero de 2004

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    Si el lector conoce el mundo del deporte y se ha dedicado a él de alguna manera, seguramente responderá a la siguiente interrogante con asentimiento y familiaridad:

    ¿Ha conocido deportistas con condiciones para llegar muy lejos, que luego se han malogrado sin un motivo claramente determinado?

    La frecuencia con que ese hecho se produce es alta y las razones de la decepción pueden ser muchas. Una de las que aparecen en la literatura actual es el abandono (Dosil, J., y González, J., 2003) fenómeno que ocurre con mayor frecuencia entre los 17 y los 18 años de edad, cuyas causas están relacionadas con la motivación hacia el deporte y conflictos de intereses

    Sin embargo, no es el abandono de deportistas jóvenes por lo general, poco comprometidos con el rendimiento el tema central de este artículo, sino el decepcionante aborto de promisorias carreras deportivas. Se centra el interés en las frustraciones que provocan algunos deportistas que, a pesar de observarse motivados y con grandes condiciones físicas y técnicas, nunca terminan de germinar y finalizan su vida deportiva con rendimientos muy inferiores a los que todos auguraban.

    Las causas psicológicas de este fenómeno son diversas y se integran en una capacidad -insuficientemente desarrollada en este tipo de atletas- que puede denominarse identidad autorreguladora. La insuficiencia de esta capacidad suele pasar inadvertida para muchos entrenadores y especialistas, que invierten grandes esfuerzos y recursos sin recibir a cambio las satisfacciones que esperan de sus discípulos, convertidos en "eternas promesas" del deporte.


Versión negativa. El caso "X"

    En la etapa semifinal de un campeonato mundial de Atletismo, un prometedor atleta en quien se confiaba para sumar puntos a la delegación, se mostró desconcentrado e indiferente durante el trabajo de preparación en la pista de calentamiento. Además de acudir tardíamente a recibir la atención fisioterapéutica de rigor, no parecía reclutar las fuerzas necesarias para enfrentar la difícil tarea que tenía por delante, y sostenía un monólogo trivial, ajeno e intrascendente, que sus concentrados compañeros de equipo se veían obligados a escuchar.

    Su conducta resultaba incomprensible en aquel contexto, sobre todo por la elevada responsabilidad que debía asumir y el prestigio que sus recientes rendimientos comenzaban a merecerle.

    Una de sus compañeras de equipo recriminó su actitud y lo exhortó a concentrarse y a elevar los niveles de activación. Su respuesta, emitida con arrogancia, fue la siguiente: -¡Ah...! ¡Deja el engaño...! ¿Tú te has puesto a mirar bien a los "blancos" esos? -refiriéndose a los deportistas europeos y norteamericanos que los rodeaban y eran los favoritos para disputar las medallas- ¡Esa gente lo va a coger todo aquí...!

    Tal respuesta llevaba implícita una actitud de brazos caídos que, además de significar una temprana renuncia a la lucha, podía contaminar de apatía o frustración prematura a los demás competidores, teniendo en cuenta que provenía de alguien que para muchos comenzaba a ser un líder.

    Pero lo original y peligroso de aquella expresión -psicológicamente hablando- era el intento de disimular la cobardía detrás de una postura corporal irreverente y un arranque de sincera y frontal objetividad. Su proposición era una patente de corso para abandonar la lucha y conformarse con el logro -ya obtenido- de llegar a semifinales junto a la crema y nata del atletismo mundial. ¡Todo un atentado a los esfuerzos morales-volitivos de sus compañeros!

    Se imponía la necesidad de contrarrestar aquel llamado a la mediocridad. Tenía que aparecer con rapidez una alternativa ergogénica y combativa, que aprovechara la ventaja del propio contexto vivencial que el deportista había utilizado para su frustrante propuesta.

    Técnicamente, no debía provenir del psicólogo una respuesta áspera, cuyo aspecto represivo pudiera otorgar status de agredido al promotor de la antagonista actitud. Pero, por otra parte, no debía pasarse por alto lo que estaba ocurriendo. Había que seleccionar de ambos males, el menor.

    De manera que decidí insertar un comentario que estimulara una reacción colectiva útil. El comentario tomó forma interrogativa: -¿Entonces, esos "blancos" que tú dices son invencibles? Inmediatamente, varios de los atletas presentes respondieron al unísono: -¡Claro que no! ¡Nosotros vamos a llevarnos las medallas...!

    Ya en su ocaso deportivo, escuchamos a este atleta fantasear y sostener su mayor grandeza frente a un compañero multicampeón mundial y olímpico. Este último se limitaba a sonreír, considerando innecesario oponer argumentos de su propia trayectoria frente al éxito fugaz e inestable de quien tenía frente a él.


Versión negativa. El caso "Y"

    Dotado de buenas condiciones físicas y técnicas, logró un rápido ascenso del equipo juvenil al nacional de atletismo. Durante una de las primeras entrevistas llegó a asegurar que en poco tiempo lograría una astronómica marca, que lo pondría rápidamente en un plano estelar. Solía colocarse las gafas al revés y caminar con orgullo de campeón.

    Al preguntarle si no le parecía exagerada su pretensión, respondió que ya se había acercado a esa marca durante una competencia en su provincia. ¡Claro...! en esa ocasión no pudieron medir bien la ejecución por razones ajenas a su voluntad pero, a juzgar por lo que hizo y los criterios de algunos amigos, se trataba de un rendimiento extraordinario.

    En más de una ocasión fue necesario llamarle la atención por consumir determinados brebajes que -aseguraba- eran utilizados por atletas destacados, o por realizar ejercicios de manera inconsulta, ajenos al plan de entrenamiento.

    Durante una competencia nacional en la que debía eliminarse con otros atletas de su modalidad, después de un primer intento en el que se sintió injustamente valorado por el juez, tuvo una reacción agresiva y desproporcionada, que obligó a su expulsión de la competencia.

    Muy lejos de su augurio, regresó a su provincia luego de causar baja técnica del equipo


Versión positiva: el caso de Iván Pedroso

    En vísperas de obtener su medalla Olímpica en Sydney -luego de ser tetracampeón mundial- el excepcional saltador de longitud se mantuvo alejado del triunfalismo, conducta que lo ha caracterizado de manera estable. (González, L.G. y Matos, M., 2000)

    Conocedor de la magnitud de los esfuerzos físicos y técnicos que la victoria demandaría -aún cuando saliera de favorito, según los especialistas- evitó cualquier vaticinio: "Hay que cuidarse de todos -afirmó. Todos los saltadores han entrenado duro y cualquiera puede hacer un buen salto."

    El día de la final, Pedroso escribió una de las páginas más recordadas de este deporte. En un duelo con el saltador local -quien encabezaba la competencia y era apoyado delirantemente por su afición- tuvo que enfrentarse en el último intento a una marca de 8.41 m.

    De acuerdo al modo en que habían transcurrido las acciones hasta ese momento, parecía imposible que el campeón pudiera superar ese resultado. Cualquier esfuerzo por intentarlo más fuertemente, significaba un riesgo de afectar la coordinación de movimientos y cometer "fao", mientras una atención muy priorizada a la técnica podría afectar la velocidad de la carrera de impulso y la fuerza de entrada a la tabla de despegue.

    La armonía entre potencia y elegancia se hacía imprescindible, y era la única manera de alcanzar la mayor distancia con la mínima probabilidad de cometer falta.

    El autocontrol emocional cobró una importancia trascendental, teniendo en cuenta el nivel de la competencia, la enorme expectativa que existía y la desestabilizadora acusación de un juez quien, minutos antes, afirmó que Pedroso había movido la marca de la carrera de impulso de un contrario. (Algo curioso: minutos después de que Iván luchara con éxito contra los efectos psicológicos adversos de aquella acusación, el otro cubano participante, Luis Felipe Melis, fue objeto del mismo señalamiento. Sin comentarios.)

    Logrando asimilar todos los stressores, Pedroso realizó una carrera más técnica que veloz -reduciendo con ello el riesgo de cometer falta- y se apoyó en la fuerza y la técnica para realizar un vuelo perfecto, que le permitió avanzar los centímetros necesarios para superar los 8.41 del australiano y llegar hasta los 8.55 m. Tantas fueron las energías físicas y psíquicas que debió acopiar para realizar la hazaña que, luego del esfuerzo, un fuerte llanto acompañó sus muestras de alegría por la victoria.

    Al finalizar la competencia y regresar de la prueba antidoping de rigor, confesó que preferiría disfrutar calladamente del éxito, sin tener que aparecer frente a las cámaras de la televisión que lo esperaban. Para él era más importante observar el video de la competencia y apreciar el trabajo del ángulo de despegue junto a amigos, compañeros de equipo y especialistas, que alimentar su ego entre felicitaciones y muestras de admiración.

    ¿Qué es -entonces- la "identidad autorreguladora" que distingue al deportista campeón de quien no lo es? ¿Cómo se puede observar la ausencia o presencia de esta capacidad en los ejemplos presentados?

    Antes de responder estas preguntas, es necesario considerar algunos resultados de la investigación científica que permiten su mejor comprensión.


La autoconciencia y el autoconocimiento

    Aunque su verdadera aparición puede situarse alrededor de los tres años de edad, la capacidad de ser autoconsciente comienza a desarrollarse desde el nacimiento. Se trata de un proceso prolongado, que dura toda la vida. Aunque los principales momentos de reestructuración y saltos cualitativos de la personalidad se producen a los tres, siete años y en la adolescencia, el ser humano debe hacer reconceptualizaciones de sí mismo en todas las etapas del desarrollo.

    En su época, al estudiar el proceso evolutivo de la personalidad de los niños, Vigotsky comprendió que el desarrollo infantil es comparable a la metamorfosis que tiene lugar "cuando el gusano se transforma en ninfa y la ninfa en mariposa. El desarrollo del niño... no consiste simplemente en un aumento cuantitativo de lo que le fue dado desde el principio mismo, sino en la transformación cualitativa de una forma en otra". (Bozhovich, L. I., 1981. p. 116)

    Al ilustrar el desarrollo de las funciones psíquicas superiores, Vigotsky comprendió que estas crecen y se desarrollan de manera irregular, existiendo para cada una de ellas un período óptimo, momento en que el resto se subordina y actúa dentro de ella. En los primeros años de vida, es la percepción la función rectora, lo que hace que la memoria, el pensamiento y el resto de las funciones se manifiesten a través de ella.

    Más adelante, cuando predomina la memoria, las demás funciones psíquicas se regulan y expresan con un sentido memorístico. Finalmente, el pensamiento aparece como función rectora cuando el niño avanza en la edad escolar, sobre todo cuando arriba a la controvertida adolescencia.

    Uno de los valiosos aportes de Vigotsky fue su alerta acerca del carácter personalizado de este proceso, en el que intervienen con sus respectivos pesos específicos la acción del medio externo y las peculiaridades del propio desarrollo psíquico del niño. Este último no se limita al reflejo pasivo de la realidad, sino que goza de cierta independencia y determinación activa. De ahí, la importancia de la educación desde los primeros días de la vida.

    De tal manera, arribó al concepto de "situación social del desarrollo", con el cual designó "aquella combinación especial de los procesos internos del desarrollo y de las condiciones externas, que es típica en cada etapa y que condiciona también la dinámica del desarrollo psíquico durante el correspondiente período evolutivo y las nuevas formaciones psicológicas, cualitativamente peculiares, que surgen hacia el final de dicho período". (Vigotsky, S.L., 1960)

    Los cambios en la situación social del desarrollo que ocurren en la adolescencia, favorecen un nuevo y más complejo nivel de autoconciencia.

    Otro aporte importante de Vigotsky es la categoría de vivencia. "La vivencia, según él, es una "unidad" en la que están representados, en un todo indivisible, por un lado el medio, es decir, lo experimentado por el niño; por otro, lo que el propio niño aporta a esta vivencia y que a su vez, se determina por el nivel ya alcanzado por él anteriormente... la vivencia es como un nudo en el cual están atadas diversas influencias y circunstancias, tanto externas como internas." (Bozhovich, L. I., 1981, p. 123)

    De tal manera, para que se desarrolle adecuadamente la autoconciencia y se produzca un efectivo autoconocimiento, la ocurrencia de vivencias resulta imprescindible. Sin ellas, el sujeto vería el mundo de manera ajena, aséptica, y el aprendizaje quedaría mutilado. Sin vivencias no habría autoconciencia ni autoconocimiento.

    Finalmente, las adquisiciones del pensamiento como proceso psíquico -en particular el desarrollo de la palabra y del razonamiento abstracto- permiten al adolescente ejercer una introspección más profunda, compararse con patrones e ideales y acceder a un sistema de valoraciones sobre sí mismo, sobre lo que desea ser y las posibilidades reales de lograrlo. Todo esto contribuye al desarrollo de la autoconciencia y el autoconocimiento, "materias primas" del proceso de identidad.

    Por tanto, las personas que por alguna limitación o distorsión cognitiva o emocional, no logran desarrollar con la calidad y oportunidad suficientes tales adquisiciones, quedan con posibilidades reducidas de desarrollar una adecuada identidad.


La autovaloración

    Hace un par de años dediqué un artículo a la Autovaloración en este propio sitio (González, L.G., 2001 a) de manera que me referiré solo a sus aspectos más relacionados con el proceso de identidad.

    La autovaloración "...constituye un componente indispensable de la autoconciencia, es decir, de la conciencia que el hombre tiene de sí mismo, de las fuerzas y capacidades mentales propias, de las acciones, motivos y objetivos de su comportamiento; de su actitud ante lo que lo rodea, hacia otras personas y hacia sí mismo... la autovaloración incluye la facultad de evaluar sus fuerzas y posibilidades de examinarse con espíritu crítico. Permite al hombre "medir" fuerzas de acuerdo con las tareas y exigencias del medio ambiente y en consonancia con ello, plantearse independientemente determinados objetivos y misiones. De esta manera, la autovaloración forma la base del nivel de pretensiones, o sea, del nivel de las tareas que el hombre se cree capaz de realizar. Al estar presente en cada acto de la conducta, es un importante componente del control de la misma, siendo por esa causa un factor de peso en la formación de la personalidad" (Savonko, S.I., 1966).

    Esta capacidad de formar juicios sobre nosotros mismos, que va más allá de la simple conciencia de quiénes somos para adoptar elementos valorativos que implican actitudes autorreferenciadas, se forma sobre la base de la autoconciencia y las vivencias acumuladas a lo largo de la vida.

    Los juicios autovalorativos pueden ser acertados o equivocados, es decir, reflejar justamente la realidad o hacerlo de manera inapropiada o imprecisa. (González, F., 1980) En el caso de los deportistas, cuando la autovaloración es adecuada, la capacidad para autorregular eficazmente el comportamiento es alta. Los rendimientos, en ese caso, se optimizan. Sin embargo, cuando el deportista se sobrevalora o se subvalora, ocurre lo contrario.

    En el referido artículo (González, L.G., 2001 a) se reportan resultados de investigaciones realizadas con tiradores deportivos, que reflejan el modo en que la adecuación de los juicios autovalorativos estuvo asociada al rendimiento deportivo: los mejores tiradores se equivocaron significativamente menos que los "No Destacados" en los pronósticos de rendimiento a partir de la percepción de sus propias capacidades, y sus compromisos (niveles de aspiraciones de rendimientos) resultaron significativamente más estables, realistas y cautelosos.

    En este sentido, "…el grupo de Destacados sobrecumplió 14 compromisos (11 de un nivel y 3 de más de un nivel) mientras que el otro solo sobrecumplió 6 (5 de un nivel y 1 demás de un nivel). Los Destacados sobrecumplieron en más del doble en relación con los No destacados… Si se tienen en cuenta estos datos y algunas respuestas de los Destacados en las entrevistas, se puede llegar a la conclusión de que fueron conservadores." (González, L.G., 2001 a)

    Los tiradores "Destacados" de aquella investigación, al ser interrogados sobre su aparente "conservadurismo" a la hora de predecir el valor de sus disparos, argumentaron que "el tiro es un deporte difícil" en el que se ponen en juego algunos factores sobre los cuales no se tiene el suficiente control, como el grado de iluminación, la calidad de la bala, el estado psicofisiológico del día, etc., y se inclinaron por "respetar" la tarea deportiva en la que se desempeñaban de una manera eficiente. Un comportamiento opuesto se observó en los tiradores de menor nivel de rendimiento.

    De los estudios autovalorativos en el deporte se desprende que los juicios justos están asociados a mejores y más estables rendimientos, mientras los desacertados afectan la autorregulación y la propia ejecución.

    La conducta del deportista inadecuadamente autovalorado comienza a desajustarse frente a leves e iniciales fracasos durante una competencia... El modo de reflejar y tolerar las frustraciones parciales (González, L.G., 2002) revela la adecuación de la autovaloración y, con ella, la capacidad de autocontrol.

    Cuando el deportista posee una adecuada autovaloración, se muestra más capaz de asimilar elementos disonantes y fracasos parciales. En otra investigación realizada con tiradores deportivos (González, L.G., 1989) se comprobó que aquellos que emitieron respuestas de stress más favorables frente a fracasos parciales provocados experimentalmente, reaccionaron con una dirección más intrapunitiva, encontrando en errores y deficiencias propias las causas de los malos disparos que creían haber realizado, mientras los tiradores con respuestas de distress se mostraron más extrapunitivos e impunitivos.

    No solo se encontraron regularidades en la "Dirección" de las respuestas ante los fracasos, sino también en el "Tipo": los tiradores que mostraron respuestas más favorables de stress en la situación experimental (González, L.G., 1989) tuvieron más reacciones del tipo "Persistencia de la Necesidad", mientras los que reaccionaron con distress respondieron a los fracasos con respuestas de "Defensa del yo" y de "Predominio del Obstáculo".

    Una óptica más específica permite descubrir las dificultades que puede confrontar un deportista cuando desarrolla una autovaloración inadecuada:

  1. Descuidar la realización de ejercicios que le permitan elevar los niveles de la cualidad que autovalora equivocadamente.

  2. Negar o rechazar cualquier criterio técnico dirigido a neutralizar los efectos negativos de su limitación.

  3. Diseñar su sistema de ejecución técnica apoyándose en una cualidad que realmente se encuentra en déficit.

  4. Dejar de apoyarse de manera suficiente en otras cualidades que posea más intensamente desarrolladas.

  5. Formularse niveles de aspiraciones que no se corresponden con sus posibilidades reales -por debajo o por encima de ellas- lo cual genera dificultades de autocontrol en el plano emocional.

  6. Perder oportunidades de autoperfeccionarse, al encontrar las causas de los fracasos parciales fuera de sí y dedicarse a defender su "yo" o a rumiar el obstáculo en vez de persistir en la necesidad de vencerlo.

    Un último aspecto de la autovaloración -estrechamente relacionado con el proceso de identidad psicológica- es la disposición del sujeto a orientarse por criterios internos a la hora de emitir un juicio sobre sí mismo o, por el contrario, a "importarlos" desde fuera, tomando en consideración los criterios que otros expresan sobre él.

    Desde hace mucho se conoce (Savonko, E.I., 1966) que los niños más pequeños se orientan preferentemente por la valoración que sobre ellos emiten los adultos, mientras la orientación hacia la autovaloración es un proceso gradual, que debe quedar definitivamente establecido en la adolescencia.

    De tal manera, un niño de tercer grado puede considerarse a sí mismo apto para el béisbol porque su abuelo lo vio hacer una buena atrapada y le auguró -tal vez con mejores intenciones que fundamentos- que podría llegar a ser un buen pelotero. Incapaz de poner en duda la afirmación del adulto, soporta las punzantes críticas de sus compañeros, niega su evidente bajo rendimiento dentro del equipo e insiste angustiosamente en practicar ese deporte.

    No será hasta la adolescencia -etapa en que se produce un giro hacia la orientación autovalorativa- que el muchacho dará más crédito a sus propios juicios y desista de sus propósitos frente a las evidentes limitaciones que posee. Será normal, entonces, que se resigne a disfrutar los juegos desde las gradas y se dedique más a la natación o a compartir su tiempo con las muchachas.

    La emancipación de las valoraciones de los adultos y el cambio de orientación hacia la autovaloración, es un proceso absolutamente normal, deseable y coherente con las adquisiciones cognitivas y emocionales de la adolescencia. De una saludable situación social del desarrollo y de determinadas formaciones de la personalidad, dependerá la calidad y adecuación de los juicios autovalorativos durante el resto de la vida.


La identidad psicológica

    Para Deval, J., 1995 (citado por Venereo, Y., 2002) "la construcción de la identidad personal implica la integración de los distintos aspectos del yo, entre los cuales se incluye el autoconcepto como conjunto de representaciones que el individuo elabora sobre sí mismo y que incluye aspectos corporales, psicológicos, sociales y morales".

    Esta concepción ilustra el proceso de adquisición de la identidad psicológica que, si bien parte del desarrollo de la autoconciencia como premisa, se orienta posteriormente a partir de las mencionadas representaciones. Estas no se limitan a reflejar el propio cuerpo y el sistema de ideas, sino los elementos del entorno social, ante los cuales el sujeto adopta actitudes y posiciones personalizadas que alimentan la identidad.

    De tal manera, no es posible hablar de identidad psicológica sin incluir las expectativas, actitudes, concepción del mundo y posturas ideológicas que distinguen a cada sujeto. El nivel de elaboración de las mismas, dependerá de las peculiaridades cognitivas, afectivas y emocionales que se posean. El autoconocimiento que se encuentra en la base de la identidad, permite también identificar las direcciones motivacionales y los recursos que resultan legítimos para lograr los objetivos trazados.

    Venereo, Y. (2002) interpreta las ideas de Deval, Marcia y Erickson sobre el proceso de identidad psicológica de la siguiente manera: "La identidad se refiere a una posición existencial, a una organización interna de necesidades, capacidades y autopercepciones, así como una postura sociopolítica, entendida en un sentido amplio... La clasificación se hace basándose en la presencia o ausencia de un período de decisión (crisis) y la amplitud del compromiso personal en dos áreas: la ocupación y la ideología".

    Se espera que, luego de superada dicha "crisis", el individuo que accede madure y normalmente al período juvenil y adulto, lo haga provisto de criterios definidos sobre el mundo que lo rodea y con un enfoque claro de la posición que él ocupa en el mismo. Más aún, habrá dejado conformado un sistema de valores que juegue un importante papel en la identidad psicológica, la seguridad y la confianza

    En el mundo globalizado de hoy - complejo, diverso, individualista y autodestructivo- en que un ser humano recibe 1500 impactos publicitarios diarios como promedio, la debilidad en el sistema de valores personales eleva significativamente el riesgo de desorientación existencial y favorece la pérdida del rumbo hacia metas de rendimiento.

    En este sentido, Ernesto Sábato lanza a los seres humanos una dramática exhortación a resistir en la siguiente expresión:

    "Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre." (Sábato, E., 2000)

    La dedicación y la sabiduría que actualmente se necesitan para lograr el pleno dominio en una esfera de la actividad y obtener satisfacción del aporte social, se han de nutrir de un sistema de valores que eleve la sensibilidad humana y defienda al hombre de las tentaciones y del abandono. Por tanto, el cultivo de valores humanos y sociales forma parte importante de la identidad psicológica.

    De tal manera, parece apropiado afirmar que una persona posee identidad psicológica cuando el desarrollo de su autoconciencia y las vivencias acumuladas le permiten 1) realizar un proceso de reflexión elaborado y original sobre sí mismo, 2) adoptar actitudes estables ante los fenómenos de la vida social que se conviertan en valores que regulen la conducta; 3) arribar a juicios autovalorativos generales y parciales coherentes y justos, 4) establecer un sistema claro de objetivos -también generales y parciales- que constituyan una suerte de brújula para la actuación en la vida y 5) adoptar las estrategias, tácticas y medios apropiados para su consecución.

    Al igual que ocurre en la población normal, la deportiva se compone de sujetos de diferentes capacidades intelectuales, tendencias temperamentales, cualidades caracterológicas y motivaciones. Existen deportistas que, a pesar de poseer excelentes condiciones físicas y técnicas, una adversa "situación social del desarrollo" no les permite conformar una rica autoconciencia (algo muy difícil de corregir más tarde) y no logran, por tanto, reflejar apropiadamente su propio "Yo".

    En tales casos, el proceso de desarrollo de una identidad personal sufre determinados déficits que influyen negativamente en el reflejo adecuado de sus capacidades atléticas. Estos deportistas no logran imprimir un sello personal a su actuación, ni reaccionar con ajuste contextual a las diferentes situaciones que enfrentan en sus carreras deportivas. Resultan, por tanto, variables, impredecibles e inconsistentes.


Concepto de "identidad autorreguladora" que distingue al deportista campeón de quien no lo es. Indicadores de la presencia o ausencia de esta capacidad en los ejemplos presentados al inicio de este artículo.

    Sobre el problema de la identidad psicológica se ha escrito con cierta profusión (Arias, B.G., 1999; Venereo, Y., 2002; Febles, M., 1999; Tolstij, H., 1987, entre otros) de manera que la presente propuesta de una identidad autorreguladora no es -ni puede serlo- algo "nuevo".

    Sin embargo, la importación y fusión de términos desde otras ciencias o especialidades es algo común en la actualidad -así ocurre con "ergonomía", "constructivismo", "aprendizaje significativo", etc.- y constituye una práctica legítima, derivada de la creciente interpenetración de campos científicos y tecnológicos. En esa dirección, el fenómeno de la identidad psicológica cobra sentido y peculiaridad en el ámbito de la psicología del deporte, lo que justifica el uso del término "prolegómenos" al calificar la intención del presente artículo: se pretende "hablar con anticipación" y hacer una "breve introducción ... con el fin de dar a conocer ..." (Rosental y Iudin, 1973) el problema de la identidad autorreguladora en el deportista de alto rendimiento, algo que no se encuentra referido con anterioridad en la Psicología del Deporte..

    Luego de analizar sus fundamentos psicológicos, es posible comprender el concepto de "identidad autorreguladora", cuya propuesta se apoya en las referidas investigaciones científicas y en cientos de experiencias -como las descritas más arriba- estudiadas durante treinta años de labor de preparación psicológica con deportistas de alto rendimiento.

    La identidad autorreguladora puede ser definida como una capacidad de segundo orden, que facilita e integra: 1) una adecuada autovaloración de capacidades parciales y general para la realización de tareas deportivas y la consecución de metas de rendimiento, 2) una comprensión detallada y personalizada del nivel de complejidad de los elementos técnico-tácticos del deporte, que conduce a una ponderación respetuosa de la actividad y explica la relativa sencillez y humildad con que se proyectan muchos de los mejores deportistas al hablar de sus logros y objetivos en el deporte; 3) una cautela instrumental al establecer compromisos de rendimientos, que implica un sentido de responsabilidad ante lo difícil-alcanzable, 4) un predominio de la respuesta intrapunitiva ante los fracasos, evitando la tentación de encontrar fuera de sí la causa de los mismos; 5) sensibilidad para orientarse en la significación social de la tarea y en la misión personal que ante ella se tiene, utilizada para alimentar una alegre perseverancia y motivos ergogénicos que favorecen el rendimiento y 6) un sentido ético que exige estar a la altura del rol que se representa, respetar el programa de preparación y abstenerse de realizar participaciones mediatizadas en esfuerzos y eficiencia.

    La identidad autorreguladora constituye una efectiva brújula para los deportistas. Los capacita para orientar el caudal de energías que disponen y sus arsenales técnico-tácticos en la dirección del alto rendimiento. Solo una fuerte identidad autorreguladora permitió al recordista mundial y multicampeón mundial y olímpico de salto de altura, Javier Sotomayor, conservar su autoestima, preservar el sentido de su misión deportivo-social y alcanzar una medalla en los Juegos Olímpicos de Sydney, a pesar de un aluvión de presiones y calumnias que debió soportar durante ese período.

    En la foto, de izquierda a derecha, el Lic. Guillermo de la Torre (entrenador), el Téc. Francisco Rivera (fisioterapeuta), Javier Sotomayor; el Dr. Mario Granda (director del Instituto de Medicina del Deporte de Cuba) y el Dr. Luis Gustavo González (psicólogo y autor de este artículo) minutos después de la victoria del atleta, en espera de la prueba antidoping.

    La identidad autorreguladora tiene en el desarrollo de la autoconciencia su primer sostén, y demanda un nivel de razonamiento abstracto que se logra al arribar a la adolescencia. Es evidente que los jóvenes que padecen alteraciones neuropsicológicas o limitaciones cognitivas o emocionales, ven reducidas las oportunidades de cultivar las cualidades que integran esta capacidad.

    Los "campeones" han debido contar con una favorable situación social del desarrollo, gracias a un medio educativo efectivo y a cualidades favorables de su personalidad. Cuando la influencia de los factores externos falla, dichas cualidades los conducen a buscar en familiares, entrenadores, asesores y modelos, los apoyos efectivos que les permiten vencer las distorsiones cognitivas o emocionales que el medio adverso u hostil pueden provocar.

    No es ocioso recordar que la concepción de Vigostky acerca de la situación social del desarrollo contempla una "combinación especial" de los procesos internos del desarrollo y de las condiciones externas (Vigotsky, S.L., 1960), lo que explica que puedan surgir grandes atletas de medios sociofamiliares adversos, siempre que cualidades intelectuales, caracterológicas y temperamentales logren compensar las "pérdidas" que el mencionado medio ocasiona. Alternativamente, medios sociales favorables y con virtudes pedagógicas, pueden fracasar al intentar educar a un deportista con limitaciones intelectuales o de cualquier otro tipo en el desarrollo de su personalidad.

    Veamos a continuación algunos indicadores de la presencia o ausencia de esta capacidad en los ejemplos reales presentados.




Algunas características psicológicas que pueden observarse en deportistas con baja identidad autorreguladora, quienes se convierten en "eternas promesas" y no llegan a alcanzar su potencial atlético

  • Autovaloración inadecuada, generalmente por sobrevaloración.

  • Niveles de aspiración artificialmente elevados, sin base de convicción de posibilidad real. Puede haber tendencia a la fantasía.

  • Carencia o ausencia de un sentido social de la actuación propia. Dificultad para comprender la ubicación precisa de sus esfuerzos y de sus resultados en el contexto social-deportivo, y para "alzar la vista" más allá de la repercusión estrictamente personal de su actuación.

  • Euforia y emisión de compromisos públicos impensados. Las ilusiones de rendimiento se "disparan" sin apoyo cognitivo ni suficiente seguridad.

  • Atención a atributos irrelevantes y externos.

  • Excesiva anticipación al éxito.

  • Dirección extrapunitiva frente a los fracasos parciales, tratando de descubrir la causa de los mismos fuera de sí, en elementos del medio que lo rodea.

  • Insuficientes conocimientos reales y personalizados de la tarea deportiva.

  • Mimetismo, por falta de conocimientos y aprecio por sí mismos.

  • Temor -la mayoría de las veces inconsciente- de no poder reeditar determinados rendimientos que, en momentos anteriores, condujeron a récords o a importantes actuaciones. Esta secreta anticipación de fracaso se acompaña de actitudes negligentes, violaciones del régimen trabajo-descanso y conductas irresponsables que sirven de pretextos para justificarse a sí mismos futuros bajos rendimientos.

  • Mejor funcionamiento en entrenamientos que en competencias. En los primeros aparece muy tempranamente la expectativa de éxito sustituyendo la de eficacia, mientras en las segundas la tolerancia a las acciones malogradas se reduce y aparece el motivo por evitar el fracaso y no por aproximarse al éxito.

  • Predominio de la Dirección de respuesta Extrapunitiva y del tipo Defensa del Yo.

  • Bajo nivel de desarrollo del pensamiento abstracto

  • Alto neuroticismo


Recomendaciones a entrenadores y especialistas para estimular la "identidad autorreguladora" y elevar las probabilidades de expresión del potencial atlético de sus deportistas

  1. Examinar y diagnosticar tempranamente esta capacidad en los deportistas, preferiblemente con ayuda de un psicólogo del deporte.

  2. Conformar un plan psicopedagógico para superar las limitaciones en la situación social del desarrollo de cada atleta, sea en el medio educativo en que se inserta, en el nivel de desarrollo de sus cualidades de personalidad o en ambos.

  3. Dedicar tiempo y esfuerzos a fomentar valores personales y sociales en los jóvenes deportistas, que contribuyan a: 1) consolidar hábitos coherentes con las exigentes demandas del deporte (puntualidad, concentración total en la tarea a realizar, terminación invariable de las sesiones de entrenamiento y de las tareas específicas que en ellas se realizan; respeto a entrenadores, especialistas y técnicos; prioridad al cumplimiento del régimen trabajo-descanso, entre otras) 2) interpretar de manera documentada la realidad social que lo rodea, y reflejarla a tono con las direcciones filosóficas y políticas del medio de donde proviene. Limitar la acción pedagógica al desarrollo de capacidades físicas, técnicas y tácticas es una actitud miope y arriesgada. Un deportista sin brújula motivacional ni ética, puede tomar a la primera oportunidad un rumbo tangencial equivocado y ajeno al deporte.

  4. Procurar un caudal de vivencias al deportista, tanto vinculadas a la actividad deportiva como a la cultura y a los valores que se pretendan desarrollar.

  5. Estimular la lectura de revistas y otras publicaciones especializadas del deporte. La elevación de las capacidades cognoscitivas coloca al deportista en mejores condiciones de aquilatar el valor de cada acción, ponderar mejor a cada contrario; apreciar la verdadera dificultad de cada eslabón del movimiento y, con ello, respetar más la actividad que desempeña. Como resultado, la conducta deportiva será más responsable, convincente, segura y apreciada.

  6. Propiciar una adecuada autovaloración general y parcial de rendimiento. Brindar al deportista elementos comparativos de sus propias actuaciones, de modo que pueda apreciar con justeza sus verdaderas cualidades generales como deportista y persona, y evaluar con objetividad la realización de metas parciales de rendimiento durante los entrenamientos y competencias. No solo es importante que valore con precisión cuán rápido es, cuán fuerte o flexible está en determinado momento de la preparación, sino con cuánta calidad elevó su centro de gravedad en el momento oportuno o cuál fue la verdadera amplitud del trabajo de su pierna de péndulo. En estrecha colaboración con el psicólogo deportivo, se pueden elaborar pruebas de terreno que estudien la adecuación autovalorativa. (González, L.G., 2001 b)

  7. Estar atentos a la Dirección y el Tipo de respuestas a las frustraciones parciales, favoreciendo la dirección Intrapunitiva y el tipo de Persistencia de la Necesidad. Es decir, educar un patrón responsable de respuestas ante los fracasos, procurando que busquen dentro de sí mismos las causas de los errores y que persistan en su solución en vez de defenderse o rumiar los obstáculos que los provocaron.

  8. Romper trincheras cognitivas y contrarrestar hábitos inconvenientes que buscan justificar de antemano futuros fracasos en los intentos por reeditar los mejores resultados. Intervenciones de choque -únicamente realizables por psicólogos deportivos- resultan eficaces como primer paso en el rescate de una actitud vencedora.

  9. Estimular la introspección y la orientación autovalorativa. Lograr que el deportista otorgue crédito a los juicios que emite sobre sí mismo y su ejecución, evitando la "importación" simple de juicios que sobre él emiten otras personas.

  10. Realizar controles pedagógicos en los cuales se inquiera al atleta sobre pronósticos de rendimientos a partir de la integración de juicios autovalorativos y elementos técnico-tácticos. Promover la cautela y la convicción de posibilidad real al emitir pronósticos de rendimiento, sobre la base de una adecuada autovaloración y del respeto a las exigencias de la actividad.

  11. Alimentar el sentido de responsabilidad en cada participación deportiva. Hacerle sentir al deportista que se debe por entero a las personas que lo admiran y que esperan su mejor desempeño.

  12. Educar al deportista en el principio de entrega máxima en cualquier situación en que participe, sea en entrenamientos o en competencias. El deportista debe velar porque su nombre y presencia se asocien con el honor deportivo, el valor, la ética y la modestia.


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  • Vigotsky, S.L. (1960) Desarrollo de las funciones psíquicas superiores. Editora de la Academia de Ciencias Pedagógicas de la URSS, Moscú.

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