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Desde el concepto de felicidad al abordaje de las variables implicadas
en el bienestar subjetivo: un análisis conceptual
Miguel Ángel García Martín

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 48 - Mayo de 2002

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    Un aspecto muy relacionado con esta diferenciación: la distinción entre aspectos objetivos y vertiente subjetiva del bienestar. Existe la constancia de que los juicios de satisfacción alcanzan un mayor nivel de correlación con el bienestar subjetivo que con las condiciones objetivas del bienestar. Es probable que sea así porque los juicios cognitivos están más cercanos en la cadena causal del bienestar subjetivo que las condiciones objetivas. La repercusión de éstas va a depender del modo en el que la persona las perciba y valore. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en la influencia de la variable salud, donde se observa que es la valoración que hace la persona de su salud, más que el estado objetivo, la que se relaciona con el bienestar que experimenta (Brief, Butcher, George, Jennifer y Link, 1993; Ryan y Frederick, 1997).


3. Variables que influyen en el bienestar subjetivo

    Como se comentaba al principio, han sido numerosos los trabajos que han pretendido encontrar la relación que guarda el bienestar con otras variables. La enumeración de todos los factores tenidos en cuenta en estos estudios sería interminable. La lista debería incluir desde variables como la edad, el género o el estado civil (Glenn, 1975; Glenn y Weaver, 1981; Shmotkin, 1990) hasta otras, algo menos comunes, como el atractivo físico o el orden de nacimiento (Diener, Wolsic y Fujita, 1995; Allred y Poduska, 1988 ). Las siguientes categorías, aún no siendo exhaustivas, abarcan la mayoría de estos factores, lo que facilita su análisis de un modo más sistemático:

  • 3.1. Salud y variables sociodemográficas

  • 3.2. Características individuales

  • 3.3. Variables comportamentales y acontecimientos vitales


3.1. Salud y variables socidemográficas.


3.1.1. Salud.

    Son abundantes los trabajos que relacionan bienestar subjetivo y salud (Campbell, Converse y Rodgers, 1976; Caspersen, Powell y Merritt, 1994). Uno de los iniciales (Campbell y otros, 1976) muestra unos resultados algo contradictorios. Estos autores descubrieron que, aunque la salud era valorada por los sujetos como el factor más importante para la felicidad, la satisfacción con aquélla era sin embargo el octavo predictor en importancia con relación a la satisfacción con la vida. En el estudio de Mancini y Orthner (1980), el control de otras variables junto con la salud, como es la realización de actividades lúdicas, permitió concluir que es la influencia de la salud sobre la posibilidad de llevar a cabo este tipo de actividades lo que determina la relevancia de la salud en el bienestar subjetivo de los sujetos analizados. Zautra y Hempel (1984) (Ver figura 4), establecen seis posibles vías en la relación entre salud y bienestar subjetivo, ocupando un lugar destacado los cambios en el estilo de vida del sujeto.

    Parece que la salud subjetiva presenta una importante relación con el bienestar personal, que supera considerablemente a la que aparece con la salud objetiva. Algunos autores han encontrado que la relación entre ambas variables experimenta cambios conforme avanza la edad, modificándose los factores que la median e incrementándose el peso de aquéllos que están más vinculados a las características personales del sujeto como, por ejemplo, el valor o importancia que le otorga a su salud (Harris, Pedersen, Stacey y McClearn, 1992; Struthers, Chipperfield y Perry, 1993).

Figura 4. Seis vías teóricas que conectan salud y bienestar personal.
Las flechas indican la dirección de la relación, y los números las variables que forman parte de la misma vía.
Fuente: Zautra y Hempel, 1984.


3.1.2. Edad

    En un meta-análisis basado en 119 estudios, Stock, Okun, Haring y Witter (1983) concluyen que hay una relación positiva entre bienestar subjetivo y edad, pero que la cantidad de varianza explicada por este factor no supera el 1%. A una conclusión similar llegaron George, Okun y Landerman (1985), tras su revisión de la literatura sobre el efecto de la edad en la satisfacción vital: "Aunque los efectos totales y directos de la edad son triviales, la edad es un moderador importante de los efectos del estado civil, de los ingresos, y del apoyo social sobre la satisfacción vital" (p. 209).

    Cuando se introducen otra serie de variables de control, la relación deja de ser significativa. Aunque esta conclusión general indica una gran similitud en los niveles de bienestar subjetivo entre los distintos grupos de edad, aparecen algunas diferencias. Andrews y Withey (1976) hallaron que mientras que había una escasa variación de los niveles de satisfacción vital a lo largo de los años, se confirmaba un decremento en la felicidad conforme se incrementaba la edad. En la revisión de Campbell (1981) se observa entre los años cincuenta y setenta una disminución gradual de las discrepancias en la felicidad autoreportada entre los jóvenes y las personas de más edad. Al analizar diecisiete estudios con muestras nacionales se advirtió que entre estas dos variables se pasaba de una débil relación negativa a otra relación, igualmente débil, pero de signo contrario. Por este motivo, la relación negativa entre edad y felicidad, que aparece reflejada en muchos de estos estudios iniciales, cuando menos ha de ser cuestionada.

    Herzog y Rodgers (1981) han confirmado en su revisión la relación positiva entre satisfacción y edad. Ésta adopta una forma lineal, más marcada en determinados dominios o áreas concretas de la vida (a excepción de la salud) que en la satisfacción vital general. La magnitud de esta relación se incrementa cuando se suprime el efecto debido a las variables ingresos, educación y salud. Analizando la estructura factorial del bienestar subjetivo, Andrews y McKennell (1980) encontraron que la edad correlaciona positivamente con el componente cognitivo pero negativamente con el afecto tanto positivo como negativo. Este decremento en la dimensión afectiva, como así queda reflejado en un reciente estudio de Diener y Suh (1998), no significa que necesariamente se produzcan cambios en las puntuaciones de bienestar subjetivo total (Costa y otros, 1987). Kunzmann, Little y Smith (2000) informan precisamente de la estabilidad del bienestar subjetivo a lo largo de los años, estabilidad que puede verse amenazada por las limitaciones físicas que se incrementan conforme avanza a edad.

    El mantenimiento de la satisfacción vital a lo largo de los años muestra una disposición natural en las personas a adaptarse a sus circunstancias. Aunque los estudios revelan que tanto el matrimonio como los ingresos tienen una relación positiva con el bienestar subjetivo, se puede apreciar que, a pesar de la disminución de ambas variables a edades avanzadas, la satisfacción vital se mantiene, e incluso aumenta ligeramente.

    Se ha propuesto que esto es debido a que las personas reajustamos nuestros objetivos o metas a nuestras posibilidades en cada edad. Los datos correspondientes a doce muestras nacionales de países de Europa occidental, que abarcan desde los años sesenta hasta principios de la década de los ochenta, muestran claramente que las personas mayores tienden a manifestar niveles más altos de satisfacción vital y de felicidad que las personas de menos edad (Diener y Suh, 1998). Esta tendencia llega a ser más evidente cuando se controlan los efectos debidos a los ingresos, la ocupación, el nivel educativo, el estado civil y la nacionalidad. Incluso en países donde la satisfacción y la edad estaban negativamente correlacionadas, como por ejemplo Bélgica o Italia, una vez que se controlan los factores económicos y sociales, los coeficientes dejan de ser negativos (George, Okun y Landerman, 1985; Herzog y Rodgers, 1986; Inglehart y Rabier, 1986).


3.1.3. Género

    La revisión de la literatura muestra escasas o nulas diferencias entre géneros en los índices de bienestar personal. En el meta-análisis de Haring, Stock y Okun (1984) se halló una débil tendencia (r =.04) en los hombres a presentar puntuaciones más altas que las mujeres. Parece ser que las medidas afectivas de bienestar subjetivo son más sensibles a las diferencias de género que las cognitivas, especialmente las que se refieren a afectos negativos (Costa y otros, 1987). Mirowsky y Ross (1996) ofrecen una explicación a esta diferencia basándose en la mayor expresividad emocional de las mujeres, en lo que se conoce como la hipótesis de la tendencia de respuesta. Esta hipótesis viene a decir que no es que las mujeres presenten un bienestar más bajo sino que expresan más abiertamente sus emociones que los hombres, especialmente cuando éstas son negativas.

    Hay evidencia que muestra que como otras variables demográficas, el impacto del género en el bienestar subjetivo puede ser indirecto, ejerciendo su influencia a través de otras variables mediadoras. Un ejemplo de esto se puede encontrar en Hickson, Housley y Boyle (1988). Estos autores examinan la relación entre control percibido y satisfacción vital en personas mayores. Los resultados permiten afirmar que un factor central que afecta a esta variable es el grado de control que la persona percibe tener sobre su vida. En este sentido, los autores consideran que, culturalmente, las mujeres pueden haber aprendido más actitudes de indefensión en edades más jóvenes que los hombres. Esto explicaría en parte las puntuaciones más bajas obtenidas por ellas con relación a sus compañeros. Cardenal y Fierro (2001) opinan, sin embargo, que si bien aparecen diferencias entre hombres y mujeres en los estilos de personalidad ue muestran, estas diferencias no repercuten sobre su bienestar subjetivo.

    Quizás las diferencias más llamativas en bienestar entre hombres y mujeres podrían ser desveladas a partir de la interacción de la variable género con otras variables. En este sentido, Shmotkin (1990) muestra como las puntuaciones de los hombres en bienestar subjetivo son algo superiores. Aunque estas diferencias no son significativas, sin embargo, se encuentran efectos de interacción entre las variables género y sexo en las puntuaciones obtenidas con la Escala de Satisfacción Vital de Neugarten. Así, las mujeres más jóvenes tienen una satisfacción más alta que los hombres, mientras que en las mayores se observa el patrón contrario. Una explicación que se ha ofrecido es que las mujeres mayores generalmente informan de una peor salud que los hombres, lo que repercute negativamente en las puntuaciones de satisfacción (Shmotkin, 1990; Turner, 1982). En cuanto a las más jóvenes, Shmotkin (1990) sugiere que puede ser debido a una mejora en las condiciones sociales que está beneficiando sobre todo a las cohortes más jóvenes. Una interacción similar se muestra entre género y estado civil, observándose que, si bien el matrimonio incrementa la percepción de bienestar personal tanto en hombres como en mujeres, las mujeres casadas expresan una mayor satisfacción que sus compañeros (Mookherjee, 1997).

    También se ha observado una repercusión diferencial de los eventos vitales entre los hombres y las mujeres. En este sentido, parece que las mujeres no sólo son más expresivas a la hora de manifestar sus emociones, sino que también son más sensibles a los acontecimientos relevantes que ocurren en sus vidas. Acorde con esta mayor sensibilidad, Lee, Seccombe y Shehan (1991) hallaron en su muestra que era más frecuente que las mujeres autoinformaran de ser muy felices. De esta manera, en general, la respuesta emocional positiva más intensa parece equilibrar su también más alto afecto negativo; lo que da lugar a unos niveles similares de bienestar subjetivo.

    Fujita, Diener y Sandvik (1991) observaron que el género explicaba algo menos del 1% de la varianza de las puntuaciones de felicidad, mientras que las diferencias en la intensidad de respuesta ante las experiencias emocionales explicaba el 13%. Por esta razón, estos autores han hipotetizado que las mujeres son más vulnerables a padecer depresión; no obstante, en ausencia de estos sucesos vitales negativos, las mujeres tienden, en mayor medida que los hombres, a experimentar también niveles más intensos de felicidad. Recientemente, Antonucci, Lansford y Akiyama (2001), han mostrado en su estudio que los niveles de sintomatología deprevia en mujeres mayores disminuyen considerablemente cuando disponen de un/a amigo/a íntimo/a, estando muy próximos a los manifestados por los hombres de su misma edad.


3.1.4. Estado civil

    Desde que Durkheim (1951) evidenciara que los hombres y las mujeres solteros tenían una probabilidad de suicidarse mayor que los casados, numerosos estudios transversales, longitudinales y retrospectivos han mostrado una mayor prevalencia e incidencia de muchos desórdenes tanto físicos como psicológicos, así como una menor esperanza de vida entre las personas sin pareja. Hay trabajos que demuestran que el matrimonio es uno de los mayores predictores de bienestar subjetivo. Las personas casadas informan de un mayor grado de satisfacción con la vida que las personas solteras, viudas o divorciadas (Acock y Hurlbert, 1993; Campbell y otros, 1976; Glenn y Weaver, 1981; Mastekaasa, 1993; Wood, Rhodes y Whelan, 1989). No obstante, también aparecen trabajos, aunque escasos, en los que se observa un patrón distinto. Así, Ball y Robbins (1986) informan en su estudio que son los hombres casados los que presentaban unos índices de satisfacción más bajos. Tanto en esta investigación como en la llevada a cabo por White (1992), se observan efectos cruzados entre el estado civil y el género en la repercusión del primero sobre el bienestar. En general, son las mujeres las que se benefician más positivamente del matrimonio. Este hecho se pone de manifiesto en el estudio de Lee, Seccombe y Shehan (1991), en el que también se comprueba que son igualmente las mujeres las que más felices se encuentran estando solteras.

    La separación de un ser querido, y especialmente su pérdida, se asocia con un mayor riesgo de padecer diversos cuadros psicopatológicos, especialmente desórdenes afectivos. Frecuentemente también el fallecimiento del cónyuge supone una situación de amenaza para la seguridad y el bienestar propios (por ejemplo, económico, afectivo, de realización de actividades, etc.). Este hecho es especialmente relevante en las personas mayores, donde las posibilidades de rehacer sus vidas se ven más limitadas. Arens (1982-83) comprobó los efectos indirectos de la viudedad sobre el bienestar de las mujeres a través de su efecto indirecto sobre su actividad social. En un estudio similar, Atchley (1975) había encontrado que el menor bienestar subjetivo de las viudas se relacionaba con la restricción de desplazamientos e interacciones sociales debido a la reducción de los ingresos.

    Sea como fuere, el matrimonio tiene un efecto sobre el bienestar que no se explica por un mero factor de selección, al casarse o continuar estando casadas las personas que manifiestan ser más felices. Cuando se cambia del hecho objetivo del matrimonio a la importancia de la satisfacción marital sobre la satisfacción global con la vida, la conclusión es que la satisfacción con la familia y el matrimonio es uno de los predictores más importantes de bienestar subjetivo. Así lo evidencian los resultados del estudio longitudinal de Headey, Veenhoven y Wearing (1991), en el que de los seis dominios o áreas examinados (matrimonio, trabajo, nivel de vida, ocio, amigos y salud), sólo la satisfacción marital tenía una influencia significativa sobre la satisfacción global.


3.1.5. Nivel educativo

    Los datos aportados por Campbell (1981) sugieren que la educación influyó sobre el bienestar subjetivo en los Estados Unidos entre 1957 y 1978. No obstante, sus efectos no parece que sean relevantes cuando se controlan otros factores vinculados a ella como los ingresos o el status laboral. (Palmore, 1979, Toseland y Rasch, 1979-1980). Es posible que la educación pueda ejercer otros efectos indirectos en el bienestar subjetivo a través de su papel mediador tanto en la consecución de las metas personales como en la adaptación a los cambios vitales que acontecen. No obstante, al igual que en algunas de las variables anteriormente consideradas, nos encontramos con efectos cruzados. Así, por ejemplo, aquellas personas que tienen un mayor nivel educativo tienden a manifestar un mayor estrés cuando pierden su empleo, debido probablemente a su también mayor nivel de expectativas.


3.1.6. Ingresos

    Al igual que el sentido común y el saber popular establecen un vínculo entre felicidad y nivel de ingresos, hay una gran cantidad de pruebas que muestran una relación positiva entre ingresos y bienestar subjetivo. De esta manera, parece confirmarse que, como afirma la canción, el dinero, junto con la salud y el amor, parecen formar ese trípode que sustenta la felicidad. Esta relación se mantiene incluso cuando otras variables, como la educación, se controlan. La revisión llevada a cabo por Easterlin (1974) de treinta estudios conducidos en otros tantos países, muestra que las personas más ricas son también las más felices. Sin embargo, este efecto podría ser más débil que las diferencias dentro de cada país, así, según aumentan los ingresos reales dentro de un país, la gente no presenta necesariamente más felicidad. Como concluyen Myers y Diener (1995): "La escasez puede favorecer la desdicha, pero la abundancia no garantiza la felicidad" (p. 13).

    En el modelo de Veenhoven sobre los determinantes de la satisfacción con la vida (Veenhoven, 1994), uno de los cuatro factores, las "oportunidades vitales", tiene una estrecha relación con las posibilidades económicas del sujeto con relación a los estándares de la sociedad en la que vive. En este sentido, las correlaciones entre la satisfacción con la vida y la situación de ingresos son fuertes en los países pobres y débiles o nulas en las naciones ricas. MacFadyen y MacFadyen (MacFadyen y MacFadyen, 1992; MacFadyen, MacFadyen y Prince, 1996) llevan a cabo una detallado análisis de los factores socioeconómicos que correlacionan con el bienestar psicológico, en el que incluye variables como: ingresos anuales, satisfacción con los ingresos, fuente de éstos, etc. La heterogeneidad y complejidad de estos factores anuncia que la relación entre ambas variables, aun siendo evidente, no es en absoluto simple.

    Diener (1994) aporta cuatro posibles explicaciones de la relación entre ingresos y bienestar subjetivo: a) Los ingresos tendrían efectos relevantes en los niveles extremos de pobreza, alcanzando su techo una vez que las necesidades básicas están cubiertas; b) Los factores como el status y el poder, que covarían con los ingresos, podrían ser los responsables del efecto de éstos sobre el bienestar -Por este motivo, y teniendo en cuenta que los dos primeros no aumentan en la misma medida que el tercero, la relación entre ingresos y bienestar no es lineal-; c) El efecto de los ingresos, aún no estando mediado por otras variables, podría depender de la comparación social que lleva a cabo la persona; d) Posiblemente los ingresos no sólo tengan efectos beneficiosos sino que también presenten algunos inconvenientes que interactúen con ellos y tiendan a reducir su repercusión positiva.


3.2. Características individuales

    Sin duda, dentro de las características individuales relacionadas con el bienestar subjetivo, la personalidad ocupa un lugar destacado. Los rasgos de personalidad que más apoyo han recibido en cuanto a su vinculación con éste son la extraversión y el neuroticismo. Costa y McCrae (Costa y McCrae, 1980; McCrae y Costa, 1991) consideran que la extraversión ejerce su influencia sobre el afecto positivo, mientras que el neuroticismo tiene una importante repercusión sobre el componente negativo. Esto les ha llevado a afirmar que estas dos dimensiones básicas de la personalidad conducen al afecto positivo y al negativo respectivamente, por lo que su trascendencia sobre el bienestar es evidente. Esta relación se ha visto confirmada en numerosos estudios. Adkins, Martin y Poon (1996) encontraron una marcada relación entre una alta extraversión y el bienestar subjetivo en personas centenarias. En el meta-análisis de DeNeve y Cooper (1998), bajo una perspectiva del modelo de los cinco grandes, aparece el neuroticismo como el predictor más potente del afecto negativo (r =.17) y de la satisfacción vital (r =-.24), el afecto positivo es pronosticado tanto por la dimensión extraversión (r =.20) como por el factor cordialidad (r = .17); asimismo, la extraversión (r = .27) y el neuroticismo (r =-.25) tienen la misma capacidad predictiva para la felicidad. El estudio de Emery, Huppert y Schein (1996) también apunta en esta misma línea: el neuroticismo muestra una gran capacidad predictiva para el bienestar subjetivo, incluso en un intervalo de siete años. La aplicación de modelos estructurales ofrece unos patrones de relación entre estas variables que coinciden con los anteriores resultados (Lu y Shih, 1997). Por todo ello, la afirmación de Eysenck (Eysenck y Eysenck, 1985) acerca de que la felicidad es una cosa llamada extraversión estable no es una simple definición que carezca de sustento empírico.


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