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Desde el concepto de felicidad al abordaje de las variables implicadas
en el bienestar subjetivo: un análisis conceptual
Miguel Ángel García Martín

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 48 - Mayo de 2002

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    La relación entre personalidad y bienestar subjetivo no se reduce a estos dos rasgos de personalidad. Otra variable intensamente relacionada con aquél es la autoestima. Muchos estudios han hallado esta vinculación (DeNeve y Cooper, 1998; Diener, 1998; Marks y MacDermid, 1996; Reid y Ziegler, 1980). Esta relación es posible que sea de carácter bidireccional, ya que es un hecho manifiesto que la autoestima decae cuando se atraviesan períodos vitales desafortunados. Asimismo, el efecto de la autoestima esta matizado por la cultura, siendo menor en las sociedades individualistas, como pone de manifiesto el estudio transcultural de Diener y Diener (1995). No es de extrañar que en este tipo de culturas, los sentimientos positivos acerca de uno, en este caso la autoestima, correlacionen más altamente con la felicidad que en las sociedades en las que prima lo colectivo, donde esta distinción no es tan relevante para el sujeto. Esta diferencia cultural se ha puesto de manifiesto en el seno de la sociedad americana entre sus propios miembros, así, aparecen diferencias en la relación entre orientación individual/personal (idiocentrism) -o colectiva (halocentrism) y bienestar subjetivo entre los americanos de origen europeo o africano. En los primeros, la orientación centrada en el sujeto se correlaciona más negativamente con el bienestar subjetivo que en los segundos (Kernahan, C., Bettencourt y Dorr, 2000). Cameron (1999) ha destacado dos rutas en la relación entre identidad social y bienestar subjetivo en estudiantes universitarios, una de estas vías teóricas se vería mediada por la autoestima del sujeto, mientras que la otra estaría afectada por la percepción de eficacia por la pertenencia al grupo con el que el sujeto se identifica.

    La percepción de control, así como una variable en estrecha relación, como es la internalidad, entendida como tendencia a atribuir resultados a uno mismo más que a causas externas, se relacionan con el bienestar subjetivo (Cooper, Okamura y McNeil, 1995; Erez, Johnson y Judge, 1995;). No obstante, al igual que ocurría con la autoestima, la relación entre ambas variables depende del contexto. En este sentido, Erez y otros (1995), han demostrado que unas expectativas de control excesivamente altas pueden repercutir de manera negativa sobre el bienestar subjetivo a través de la autodecepción cuando no se consiguen alcanzar los resultados esperados.

    Esto mismo, aplicado a contextos residenciales, lo encontramos entre las personas mayores, en las que la presencia de un internalidad demasiado elevada, puede perjudicar su adaptación a ambientes con una alta restricción comportamental. No obstante, a excepción de estas circunstancias particulares, la mayor parte de los autores defienden una mediación positiva entre estas variables, y otras relacionadas, como es la autoeficacia, y el bienestar subjetivo. Así, por ejemplo, Houston, McKee y Wilson (2000), con base en teorías cognitivas sobre la depresión, llevaron a cabo una intervención con personas mayores que vivían solas, orientada a incrementar su percepción de eficacia así como a cambiar sus estilos atribucionales, tras la que observaron un incremento significativo en su bienestar subjetivo.


3.3. Variables comportamentales y acontecimientos vitales

    Es de conocimiento popular que las actividades llevadas a cabo por la persona repercuten sobre su estado de ánimo y sobre su satisfacción. No obstante, cuando se ha tratado de estudiar de una manera más sistemática su influjo, los investigadores han tropezado con los problemas derivados de la amplitud o vaguedad del término; así, el concepto de actividad puede aplicarse a cosas tan dispares como contactos sociales, actividades físicas, culturales, viajes, aficiones, participación en actos religiosos o en organizaciones formales, etc. Se ha podido comprobar que la participación social, y los contactos sociales, que de ella se derivan, presentan correlaciones positivas con medidas de bienestar personal, como así lo confirman diversos estudios (Bowling, 1988-1989; Haditono, 1986; Olsen, 1980).

    El meta-análisis llevado a cabo por Okun, Stock, Haring y Witter (1984) reafirma esta conclusión. Sus resultados indican que la actividad social se relaciona significativamente con los indicadores de bienestar subjetivo, incrementándose el porcentaje de varianza explicada por esta variable cuando se controlan otras covariables. Este porcentaje se sitúa entre el 1 y el 9%. Otros estudios han encontrado que es la cualidad (por ejemplo, intimidad, compañerismo, etc.) más que la frecuencia de la actividad social lo que se relaciona con el bienestar subjetivo. Algunos de los resultados contradictorios obtenidos entre los aspectos cuantitativos y cualitativos de las interacciones se atribuyen al empleo de diferentes metodologías de estudio. Ya que, por ejemplo, se han utilizado fundamentalmente medidas de ítem único en los estudios que apoyan los aspectos cuantitativos de la actividad social, mientras que aquellos otros que analizan los aspectos cualitativos han utilizado medidas multi-ítem (Longino y Kart, 1982; McNeil, Stones y Kozma, 1986). El tipo y la calidad del contacto social varían de unos estudios a otros, pero estas diferencias no han sido analizadas metódicamente. Así, se han medido de forma diversa el número de amigos íntimos o confidentes, la cantidad de contacto social, si el contacto social es elegido libremente, etc. En definitiva, el contacto social se ha relacionado con el bienestar subjetivo pero los parámetros que afectan a esta relación necesitan ser estudiados más sistemáticamente.

    Numerosos trabajos han demostrado la importancia de examinar los acontecimientos vitales en su repercusión sobre el bienestar (Diener, 1984; Eronen y Nurmi, 1999; Murrell y Norris, 1984; Reich y Zautra, 1988; Suh, Diener y Fujita, 1996). La relación de estos eventos con el bienestar subjetivo es consistente pero modesta. Por ejemplo, diversos estudios con muestras de jóvenes han encontrado que los sucesos valorados como negativos se relacionan con la enfermedad (Tausing, 1982; Zuckerman, Oliver, Hollingsworth y Austrin, 1986). En otros, se observa que otras características de estos acontecimientos como, por ejemplo, el grado en que la persona percibe control sobre ella misma (Reich y Zautra, 1981) o su alcance (Hughes, George y Blazer, 1988), indican que la manera en la que son percibidos por el sujeto influye considerablemente sobre su bienestar subjetivo. En general, los acontecimientos positivos se relacionan más intensamente con medidas positivas de bienestar subjetivo, mientras que se observa el mismo patrón entre los eventos negativos y medidas de bienestar del mismo signo (French, Gekoski y Knox, 1995). En este sentido, se ha comprobado que las personas que experimentan muchos eventos positivos y escasos negativos, presentan puntuaciones en bienestar subjetivo mayores que aquellos que tienen que hacer frente a muchas adversidades sin que estas se vean acompañadas de un alto número de experiencias positivas. Frente a estos, aquellos otros que reportaron muchas o escasas vivencias de ambos signos, presentaban puntuaciones intermedias (Eronen y Nurmi, 1999).


4. Modelos explicativos del bienestar subjetivo

    Uno de los problemas fundamentales con los que se encuentra la investigación en bienestar subjetivo es la incertidumbre acerca de qué variables son las que lo condicionan o favorecen y cuáles son consecuencias del mismo. Así, algunas de las variables contempladas en el apartado anterior, podrían considerarse como factores determinantes del mismo, otras, por el contrario, correlatos derivados de aquél, mientras que otro grupo admitiría ambas consideraciones. Con la pretensión de avanzar algo en la comprensión de sus causas, Wilson (1967) propuso dos postulados explicativos:

  1. "La pronta satisfacción de las necesidades causa la felicidad, mientras que su persistente insatisfacción provoca infelicidad"

  2. "El grado de realización necesario para producir satisfacción depende del nivel de adaptación o de las aspiraciones, que se ve influido por la experiencia pasada, las comparaciones con los demás, los valores personales y otros factores" (p. 302).

    Estos dos postulados se identifican con sendas perspectivas, teorías o modelos explicativos en el área del bienestar subjetivo. El primero de ellos, se corresponde con las teorías denominadas de abajo-arriba (bottom-up), centradas en identificar qué necesidades o factores externos al sujeto afectan a su bienestar.

    El segundo, en cambio, se relaciona con la perspectiva teórica arriba-abajo (top-down), interesada por descubrir los factores internos que determinan cómo la persona percibe sus circunstancias vitales, independientemente de cómo sean éstas objetivamente, y de qué modo dichos factores afectan a los juicios o valoraciones que lleva a cabo sobre su felicidad o bienestar personales.

    Como se indicaba al principio, las investigaciones iniciales estuvieron guiadas por la primera de estas perspectivas. No obstante, debido a las reiteradas evidencias empíricas que indicaban la escasa varianza explicada por las variables objetivas y factores demográficos expuestos, muchos investigadores decidieron adentrarse en la segunda de estas sendas, identificando las variables internas que llevan a las personas a experimentar bienestar o a considerarse a sí mismos felices.

    Dentro del modelo abajo-arriba se encuentran claramente las denominadas teorías finalistas o de "punto final", que defienden la idea de que el bienestar se logra cuando una necesidad es alcanzada. Las teorías de los humanistas Maslow y Murray, con sus jerarquías de necesidades se encuadran en esta perspectiva. Ambas clasificaciones, tratan de ordenar qué aspectos carenciales, presentes en cada uno de nosotros, deben ser satisfechos para alcanzar el bienestar o, cuando menos, no experimentar malestar por su falta. Mas recientemente, se han propuesto modelos más elaborados como el de Autoconcordancia (Sheldon y Elliot, 1999), en el que estas necesidades no se consideran tan universales sino mediadas por los intereses personales de cada uno.

    Con una intención más unificadora, se han propuesto un cierto número de necesidades psicológicas universales. Diener (1984) remarca las relativas a la autoeficacia y a la aprobación, tanto propia como por parte de los demás. Diversos estudios confirman la trascendencia de ambos aspectos. Reich y Zautra (1981) afirman que la causa personal o la autoeficacia está presente en el afecto positivo. Con relación a la aprobación, son innumerables las pruebas empíricas que demuestran la importancia tanto del autoconcepto como del apoyo por parte de los demás (Kahn, Zimmerman, Csikszentmihalyi y Getzels, 1985; Meddin, 1986; Mikulincer y Peer 1991; Stutsman, Okun, y Stock, 1984) Diener y Diener (1995), comprobaron en una muestra integrada por sujetos de diferentes países que la correlación entre autoestima y satisfacción se elevaba a .47 en la muestra total. Ryan y Solky (1996) sugieren que el apoyo social satisface necesidades básicas relativas a la percepción de autonomía y competencia, incrementando la sensación de auto-aceptación y auto-regulación a través de los sentimientos de aceptación y vinculación con el grupo.

    En las teorías finalistas se diferencia entre "necesidades" que la persona pretende satisfacer, ya sean éstas innatas o adquiridas, y "objetivos" o "metas" que la persona se propone conscientemente y trata de alcanzar. Ejemplo de esta diferenciación es el Modelo de Autoconcordancia (Sheldon y Elliot, 1999), en el que la persona se orienta a unas metas personales determinadas. La persona busca intencionadamente estas metas y la felicidad se obtiene cuando se alcanzan. No obstante, el ser humano, en su dia-stasis personal, en ese equilibrio dinámico en que consiste la vida, ha de modificar constantemente sus metas u objetivos una vez que los ha conseguido para, inmediatamente, proponerse otros que le proporcionen la motivación suficiente para ilusionarse y afanarse en su quehacer diario. En este sentido, teorías actuales sostienen que el proceso orientado a la consecución de una meta puede ser más importante para el bienestar subjetivo que el propio objetivo o estado final alcanzado (Carver, Lawrence y Scheier, 1996; Kasser y Ryan, 1996; Csikszentmihalyi, 1990).

    Una pregunta que aflora tras esto es si la consecución de una meta conduce a cambios del estado de ánimo a corto plazo más que a un bienestar personal a largo plazo. En este sentido, Palys y Little (1983) consideran que la felicidad proviene de la continua satisfacción del plan de vida de cada uno, integrado por una serie de proyectos a corto, medio o largo plazo. Estos autores consideran que las personas más satisfechas con sus vidas son aquellas que tienen unos proyectos o metas más fácilmente alcanzables a corto o medio plazo, y que les permiten obtener unas gratificaciones más inmediatas.

    Como puede observarse, a medida que se pasa de la pura satisfacción de necesidades, ya sean éstas físicas o psíquicas, al planteamiento consciente, decisión y orientación de recursos personales para la consecución de unos objetivos o metas individuales, el planteamiento abajo-arriba (bottom-up) en la explicación del bienestar va progresivamente dejando paso a una perspectiva más de arriba-abajo (top-down), donde los factores internos o personales cobran más importancia que las variables externas.

    Una de las "prescripciones" ofrecidas por Wilson para conseguir la felicidad era tener unas "aspiraciones modestas".

    Las teorías contemporáneas sugieren que la discrepancia entre las aspiraciones de uno y los logros actuales están estrechamente relacionados con el bienestar subjetivo (Markus y Nurius, 1986; Michalos, 1985). Existe la idea general de que unas aspiraciones altas conducirán a la infelicidad porque la persona puede desanimarse cuando percibe una gran distancia entre el lugar en el que se encuentra realmente y aquel en el que le gustaría estar. No obstante, unas metas demasiado bajas pueden reducir el bienestar subjetivo en la misma medida que unas aspiraciones excesivamente altas; pues así como las primeras es probable que conduzcan más fácilmente a sentimientos de aburrimiento (Csikszentmihalyi, 1990), las otras desembocan en un incremento de la ansiedad (Emmons, 1992). La filosofía estoica clásica aconseja bajar las expectativas en aras de acortar la discrepancia entre aspiraciones y logros, estrategia que, en mayor o menor medida, es utilizada por todos nosotros (Michalos 1988). Sin embargo, Sacco (1985) descubrió que las puntuaciones en el Inventario de Depresión de Beck correlacionaban negativamente con las expectativas. Estos resultados sugieren que se debe poner ciertos límites a la estrategia general de rebajar sistemáticamente las expectativas o aspiraciones como medio para incrementar el bienestar personal. Michalos, en un intento de responder la cuestión fundamental de: ¿Qué es lo que hace a las personas sentirse felices o satisfechas?, ha propuesto su Teoría de las Discrepancias Múltiples (TDM) (Michalos, 1985), que representa uno de los modelos arriba-abajo más empleado en la explicación de las fuentes del bienestar subjetivo (Ver Figura 8). Así queda patente con la dedicación de un número especial de la revista 6gif Figura 8. Teoría de las Discrepancias Múltiples en el juicio subjetivo sobre la satisfacción vital. Fuente: Michalos (1995)

Social Indicators Research. El postulado fundamental de esta teoría viene a decir que el bienestar subjetivo expresado por el sujeto es una función lineal positiva de las discrepancias percibidas entre lo que uno tiene ahora y lo que: tienen los demás, esperaba tener ahora o en el futuro, necesita o cree merecer. Así mismo, factores como la edad, el sexo, el nivel educativo y de ingresos o el apoyo social, entre otros, afectan directa e indirectamente a estas discrepancias percibidas y, por tanto, también al bienestar subjetivo experimentado.

    Son claramente apreciables las influencias de la Teoría de la Disonancia Cognitiva (Festinger, 1957). Festinger, en su modelo sobre la reelaboración de informaciones relevantes, combina varios tipos de discrepancias, con una tendencia a resaltar el déficit entre el estado esperado y el real. Del mismo modo, los teóricos del nivel de adaptación, como Brickman y Campbell (1971), han resaltado la probable influencia en la insatisfacción e infelicidad percibidas de las expectativas que emergen y que no son alcanzadas. La adaptación a los acontecimientos significa que cuando éstos ocurren por primera vez pueden producir bienestar o malestar, felicidad o tristeza; sin embargo, con el tiempo, los acontecimientos pierden su poder de evocar afecto, siendo éste sensible únicamente a los cambios. Este hecho se resume muy gráficamente en el subtítulo del artículo de Solomon (1980), donde explica su teoría del proceso contrario: "Los costes del placer y los beneficios del dolor". Analizando los substratos teóricos de este modelo explicativo, el propio autor remonta hasta la época griega, con filósofos como el estoico Zenón de Citio (s. III A.C.) o Aristóteles (s. IV A.C.), el cual introduce en su Política la teoría del grupo de referencia. Este grupo de referencia es lo que se conoce hoy en día como el fenómeno de la "Comparación Social" que Wood (1996) la define como: "el proceso de pensamiento sobre la información referente a una o más personas con relación a uno mismo" (p. 520). Este proceso incluye, a su vez, tres subprocesos: adquisición de la información social, procesamiento o elaboración de la información referente a estos "otros significativos", y reacción por parte de la persona tras compararse con los demás. La información puede provenir de personas cercanas, de otras de las que tiene referencias o, simplemente, de la imaginación del propio sujeto.

    En el fondo, la idea que subyace bajo este mecanismo es que uno debería de ser feliz si cree que los demás están peor, e infeliz si percibe que los otros están mejor. En este sentido, Wills (1981) ofrece apoyos a lo que se conoce como "la teoría de la comparación hacia abajo", que, entre otras cosas, viene a decir que las personas eligen para compararse a los individuos que están relativamente peor que ellas, lo que les permite, a cambio, parecer y sentirse mejor. En otras ocasiones, ante la posibilidad de una comparación desfavorable, muchos sujetos la evitan o eligen, en términos aristotélicos, otro "grupo de referencia". Así, por ejemplo, se ha comprobado que lospacientes de cáncer, mejoran su satisfacción vital comparándose con otros pacientes y no con personas sanas (Haes, Pennik y Welvaart, 1987). Del mismo modo, las personas con baja autoestima tienden a tener expectativas más bajas de rendimiento, por lo que evitan situaciones competitivas en las que tengan que compararse con otros (Michalos, 1985).

    Lo anterior muestra el destacado papel que tienen los componentes cognitivos y comportamentales en la búsqueda, consecución y valoración de la felicidad o bienestar subjetivo, destacando precisamente este carácter. En este sentido, lo subjetivo no se opone a lo objetivo sino que lo complementa. Así, en palabras de Ortega y Gasset, lo subjetivo no es lo contrario de la realidad objetiva, mas bien es la "realidad" propia del sujeto, la que tiene de guía y le sirve de referente. El bienestar puede alcanzarse, por lo tanto, a través de procesos tan internos o dependientes de la persona como pueden ser: el cambio de sus aspiraciones, la percepción que tiene de sí mismo y de su entorno, la acción sobre él mismo o la modificación de sus circunstancias vitales. Esta misma preponderancia de los factores internos en el acercamiento arriba-abajo aparece en los modelos que destacan la influencia de las disposiciones de personalidad sobre el bienestar subjetivo. Como antes se exponían, son numerosos los estudios que han mostrado la relación de diversas variables de personalidad con éste. Demócrito afirmaba que la felicidad, más que de la suerte o cualquier acontecimiento externo, dependía del temperamento de cada persona y de su forma de reaccionar ante su realidad. Con esta afirmación, este filósofo se adelanta a la que será en la actualidad una de las líneas más prometedora en el estudio del bienestar subjetivo, la interacción persona-situación. Se necesita un mayor conocimiento acerca de cómo las cogniciones y las características personales del sujeto intervienen, conjuntamente con los acontecimientos que tienen lugar en su vida y su propio comportamiento, en orden a comprender mejor el porqué del, a veces errático, comportamiento de ese pájaro azul con el que todos soñamos.


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