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Acerca de la popularización del deporte y de los nuevos deportes
Roberto Velázquez Buendía

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 38 - Julio de 2001

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    Si, como apunta García Ferrando (1990:203), la profesionalización del deporte ha hecho que éste haya ido adquiriendo las mismas características que rigen en el mundo del trabajo  lo que, entre otras cosas, significa la incorporación en su dinámica de las reglas del mercado y de las leyes de la oferta y la demanda , ¿puede seguir considerándose al deporte y al deportista de alto nivel como tales? ¿No conlleva el mercantilismo del deporte y el profesionalismo del deportista la pérdida de algunos componentes que fueron esenciales en la génesis y caracterización del deporte moderno? ¿Puede soportar el deporte la desaparición de algunos de los valores que le han dado su propia identidad como actividad humana sin experimentar una transformación sustancial como concepto y como práctica?... Quizás tenga razón Cazorla Prieto (1979:33) cuando expone que la práctica deportiva requiere una cierta cuota de generosidad y de entrega a valores que no sean únicamente los materiales, y que cuando tales aspectos desaparecen, en favor del dinero y las ganancias, el deporte como tal comienza a retroceder.

    Es posible también que nos encontremos ante una forma de reconstrucción social del deporte, o, mejor dicho, de una de sus vertientes, en la que se tiende a convertir al deporte-espectáculo, en un producto de marca, y a los espectadores en consumidores de una acción estimulante en la que pueden encontrarse efectos catárticos, liberadores, emocionantes, de evasión, de identificación..., según las necesidades personales.

    Desde otra perspectiva ya apuntada sucintamente al final del primer apartado, cabe considerar el hecho de que algunos autores como Lenk (en García Ferrando, 1990:217) sostienen la idea de que en la competición deportiva, como en ningún otro sitio, prevalecen algunos valores fundamentales para el progreso social, como pueden ser los principios del logro humano, la comparación y valoración justa de los resultados y la igualdad de oportunidades. Si bien tal afirmación como idea o ideal puede asumirse cabalmente, en la realidad de la práctica deportiva a que alude debe ser puesta en entredicho. En efecto, desde el punto de vista de los mensajes ideológicos de los que el deporte centrado en la competición es portador, y de acuerdo con Mandell (1986:287 y ss.), puede decirse que bajo la apariencia de valores tales como el éxito verificable, el mérito y la democracia con los que se encarna la competición deportiva, subyace una realidad que no siempre es coherente con dichos principios o valores, y que en ocasiones llega a ser contradictoria.

    Así, por ejemplo, si bien el mundo del deporte de alta competición es una práctica selectiva por su propia naturaleza, se puede constatar en ese mundo la existencia de espacios donde, todavía en la actualidad, persisten formas de discriminación o de exclusividad que no se establecen a partir de la capacidad, el éxito o el mérito personal como cabe esperar de la lógica deportiva, sino que tienen que ver con la clase social o con la pertenencia étnica8. No es difícil percatarse de tal cuestión cuando se observan las diferencias en aspectos tales como la procedencia étnica y social, comportamientos, lenguaje, vestimenta, actitudes, cantidad y tipo de espectadores, ambiente..., que se dan cuando se comparan determinados espectáculos deportivos (golf, hípica, vela, vuelo sin motor, esgrima...; natación, tenis, esquí, hockey sobre hierba...; fútbol, baloncesto, atletismo, ciclismo...) entre sí. Otro tanto podría decirse, también a modo de ejemplo, en relación con los modos de organización y las vías de acceso al mundo de la elite que se dan en las diferentes modalidades deportivas, las cuales muchas veces dependen más de cuestiones "políticas" o disciplinarias que de los méritos personales, sobre todo en determinados deportes.

    En resumidas cuentas, puede afirmarse que los espectáculos deportivos constituyen, tanto para los espectadores como para los deportistas implicados, espacios y tiempos de producción, reproducción y legitimación de la cultura dominante y de la estructura social que la sostiene, donde se reflejan y trasmiten mensajes ideológicos, valores y actitudes que son coherentes con los del entorno sociocultural, habiéndose desarrollado históricamente y evolucionado también de manera coherente con dicho entorno.

    Pero, por otra parte, en el mismo sentido que apunta Cazorla Prieto (1979:219 y 223), también puede decirse que el deporte ha sido utilizado y se ha convertido en un importante medio de protesta y de reivindicación socio-política. Es difícilmente discutible el hecho de que la popularidad y el prestigio de que goza el deporte de elite también ha influido positivamente en la evolución de algunos problemas sociales, como, por ejemplo, en la disminución del racismo, en la aceptación y valoración de otras culturas, e, incluso, en la aproximación de las clases sociales. Este carácter contradictorio que tienen algunos de los significados y funciones sociales del deporte se refleja asimismo en la larga lucha por la igualdad de géneros que ha llevado a cabo la mujer en el terreno deportivo.

    En efecto, por un lado, puede afirmarse que todavía existen formas de discriminación deportiva que relegan a un segundo plano el deporte femenino y que tratan de mantener ideológicamente la total supremacía masculina en el campo de la actividad física y del rendimiento9 (lo que no es sino una réplica de lo que sucede en otros ámbitos de la vida, como por ejemplo el laboral). No sólo se trata del hecho de que el deporte femenino disponga de una atención publicitaria, económica e institucional enormemente inferior a la que se presta al deporte masculino, lo que si bien puede explicarse inicialmente en términos de mercado también tiene otras lecturas sociales mucho más profundas y preocupantes. Se trata también de la existencia de una segregación de géneros en modalidades deportivas y en categorías (alevín, infantil) en las cuales las diferencias biológicas de sexo o bien no afectan al rendimiento, o tales diferencias no se han manifestado todavía. En este sentido cabe preguntarse, por ejemplo, ¿porqué no se permite la participación conjunta de chicos y chicas en competiciones de voleibol o de baloncesto, por ejemplo, en las edades en que las diferencias corporales todavía no han aparecido? ¿Qué finalidad tiene la separación entre hombres y mujeres en actividades en que el rendimiento físico no es esencial para la obtención de buenos resultados (el tiro con arco, los dardos, el golf...)? ¿Qué motivos justifican la existencia de modalidades deportivas sólo para mujeres (natación sincronizada, gimnasia rítmica...)? Aún cuando la mujer ha accedido a la práctica deportiva en modalidades que eran consideradas exclusivamente masculinas (rugby, fútbol, boxeo...), todavía quedan importantes pasos que dar en sentido contrario.

    El carácter moral de la segregación por sexos en el deporte se pone también de relieve en la propia existencia de las ligas y competiciones masculinas, en las que está prohibida la participación de la mujer. Aún cuando existieran mujeres cuyo grado de competencia motriz y fortaleza corporal les permitiera competir en igualdad de condiciones con los hombres, no podrían hacerlo debido a tal prohibición normativa.

    De no existir dicha prohibición, lo más seguro es que, en las modalidades deportivas en las que se da una confrontación interpersonal directa y con contacto físico, ningún club deportivo ficharía a ninguna jugadora para su equipo debido a su inferior rendimiento, en relación con el de los hombres, pero tal hecho situaría el problema en los términos de la propia lógica selectiva del deporte centrado en la competición y del negocio deportivo, y no en el terreno moral, como sucede en la actualidad.

    Por otro lado, no obstante, también puede decirse que la progresiva introducción de la mujer en la práctica de cada vez más deportes y su creciente acceso al mundo de la alta competición y del espectáculo deportivo ha contribuido, como sostiene Hargreaves (1993:129), a cambiar el sentir general en torno a su potencial de rendimiento físico, y a sus supuestas limitaciones biológicas y psicológicas para la práctica deportiva y para la competición.10 Asimismo también la aparición de mujeres reporteras, comentaristas, árbitros y entrenadoras constituyen hechos que han contribuido y contribuyen al cambio gradual hacia la igualdad femenina en el mundo deportivo (tal y como sucede en otros ámbitos de la vida).

    En resumidas cuentas, desde la perspectiva del análisis del significado y de las complejas funciones que cumple el espectáculo deportivo puede afirmarse, de acuerdo con Magnane (en Meynaud, 1972:243) y con Devís Devís (1996:37), que éste muestra una tendencia ambivalente, incluso contradictoria. Por un lado es cierto que el espectáculo deportivo está orientado hacia la producción y reproducción ideológica de los valores y estructuras sociopolíticas y económicas dominantes en las sociedades modernas, lo que contribuye a que tenga lugar una sutil acomodación y control «consentido» de los grupos subordinados de la sociedad. Pero, por otro lado, no es menos cierto que el espectáculo deportivo también contiene un importante potencial para la transformación de la sociedad que ha sido y será aprovechado como medio de estimular la resistencia y la lucha en tales grupos, y para alcanzar mayores cotas de igualdad, justicia y bienestar social.


2.2. El deporte como práctica para todos

    En primer lugar conviene hacer algunas precisiones conceptuales con el objeto de aclarar el significado de lo que se entiende por deporte para todos, práctica deportiva popular o deporte popularizado, expresiones que utilizaremos de forma sinónima y cuyo alcance conviene precisar. Con tales expresiones nos referimos sobre todo a la práctica deportiva llevada a cabo por todo tipo de personas  con independencia de su nivel social, edad y sexo  de forma más o menos regular y al margen de las instancias federativas, de sus ligas y campeonatos oficiales. No obstante, también tiene cabida semántica en dichas expresiones la práctica que roza de forma «tangencial» el ámbito de las instituciones deportivas o públicas (ayuntamientos, escuelas deportivas), como puede ser el caso de la participación esporádica en pruebas multitudinarias convocadas ocasionalmente (maratones, recorridos ciclistas urbanos...), de la inscripción en alguna escuela deportiva municipal o club privado con la intención de practicar deporte de manera regular y recreativa, e incluso la inscripción individual o con un grupo de amigos o amigas en algún torneo extraoficial, movidos por un sentido lúdico del deporte y como medio de ocupar el tiempo de ocio.

    Como consecuencia de las características con las que se originó y se desarrolló el deporte moderno, y de la realidad social del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, el deporte moderno durante tales períodos estuvo organizado y estructurado en torno a las asociaciones, clubes y federaciones deportivas (Cazorla Prieto, 1979:91), incluyendo al incipiente deporte popular que ya entonces comenzó a tener lugar y a desarrollarse.

    No obstante, los importantes cambios culturales, económicos, políticos y sociales que se dieron en torno a los años cincuenta, junto a la proliferación de campañas de «deporte para todos» en diversos países europeos alrededor de los años sesenta  algo más tarde en nuestro país , trajeron consigo una eclosión de la práctica deportiva popular.11

    En el trabajo anterior ya citado (Velázquez Buendía, 2001) se expusieron algunas consideraciones, desde una perspectiva crítica, en torno a algunos significados y funciones sociales que ha cumplido la práctica deportiva popular, desde sus orígenes hasta la década de los sesenta aproximadamente, la mayor parte de las cuales se mantienen en la actualidad. Conviene aquí hacer otro tipo de consideraciones en torno a las nuevas formas de entender y practicar la actividad físico-deportiva, cuyo origen temporal puede situarse en torno a mediados de los años setenta  que es cuando tiene lugar el inicio de la popularización real del deporte como práctica, entendida dicha popularización en términos cuantitativos (García Ferrando, 1990:93) , las cuales se expanden rápida y enormemente durante los años ochenta, en gran parte como respuesta alternativa a las formas miméticas del deporte de competición adoptadas por el deporte para todos en las décadas anteriores.

    En efecto, en el mismo sentido que apunta García Ferrando (1990:97), puede decirse que en la actualidad se ha consolidado una tendencia de práctica deportiva popularizada fuera del ámbito de los clubes y federaciones, que rechaza tanto su formalismo organizativo como la propia concepción del deporte que se da en el seno de tales organizaciones.12 Se trata de una forma de entender y de practicar el deporte alejada de la preocupación por la puntuación, la clasificación y el récord, y que se orienta sobre todo hacia la recreación, la salud, las relaciones sociales y la diversión. Dentro de esta tendencia  que posiblemente esté influida por la aparición y difusión de los llamados «deportes californianos»  coexisten lo que podríamos llamar diversas ramas o «familias».

    En este sentido, por ejemplo, se pueden señalar una serie de deportes practicados en el medio natural, más o menos novedosos, como el «wind-surf», el «surf», el esquí, el «snow-board», el ala-delta, el «parapente»..., cuya práctica conlleva, como señala Laraña (1983, en García Ferrando, 1990:97), un deseo de juego con la naturaleza de manera individual y autónoma. Aquí se podrían incluir igualmente los llamados "deportes de aventura", por implicar un cierto riesgo su práctica en el medio natural, como el «rafting», el «hidrospeed», el «barranquismo»....

    También otros más distendidos, como, por ejemplo, el senderismo, el golf, la equitación (rutas a caballo), el ciclismo turístico..., en los que, si bien los requerimientos en actividad física para su práctica no son muy elevados en intensidad, su realización en sí suele conllevar un importante desgaste físico. Por otro lado, se puede citar otro grupo de deportes   algunos de los cuales son de reciente aparición y otros constituyen una adaptación de los tradicionales  como, por ejemplo, las palas, el disco volador y las distintas posibilidades de juego que ofrece, el «voley-playa», la indiaca, el «shuter-ball», el bádminton..., que se engloban bajo lo que se ha llamado "deportes alternativos". Asimismo, también cabe considerar en esta tendencia la práctica de los deportes tradicionales, como el voleibol, el baloncesto, el fútbol..., pero de una manera informal, espontánea, distendida, y con una finalidad totalmente lúdica (lo que lleva frecuentemente a la práctica conjunta de estos deportes entre amigos y amigas).

    Esta nueva vía del deporte, que se aleja en su sentido, forma y finalidad de lo que se considera como deporte oficial o formal, supone, de alguna manera, un «resurgir» del elemento lúdico en el deporte, que se encuentra bastante debilitado en su concepción moderna y oficial, y que, por ello mismo, ha sido objeto de numerosas críticas. La creciente profesionalización de los deportes oficiales tradicionales, su excesiva orientación hacia la victoria y hacia el rendimiento en todos los ámbitos (local, regional...) y categorías (benjamín, infantil, juvenil...), la presión que conlleva el juego como fruto de los intereses socio-políticos y económicos que suelen ir asociados a los resultados de la pugna deportiva..., constituyen factores que hacen muy difícil que puede tener lugar una reconstrucción del deporte oficial o formal en el que, como añoraba Huizinga (1996:249), se restaure el elemento lúdico, el fair-play, y el ser un fin en sí mismo, aspectos que lo han caracterizado inicialmente. Por ello mismo, es posible que la aparición y desarrollo de las nuevas formas de entender y practicar la actividad deportiva, este nuevo «otro deporte», tenga una buena parte de sus raíces en ese impulso lúdico o vital del ser humano a que se referían respectivamente Huizinga (1996:19) y Ortega y Gasset (1966:63), como fuente creadora de cultura y civilización.

    No sólo se trata de las enormes cantidades invertidas en la construcción de instalaciones para el deporte de alto rendimiento, en la investigación sobre tecnología deportiva, o en los fabulosos contratos de muchos de los deportistas de elite. También, y sobre todo, se trata del inmenso escaparate que se ha hecho del espectáculo deportivo, el cual se presenta y se representa con especial relevancia todos los días a través de todos los medios de comunicación. De hecho, el deporte y la información deportiva se halla tan extendida y ha penetrado tan profundamente en todos los ámbitos de la vida cotidiana, que es muy difícil mantenerse al margen, incluso, como acertadamente señala Devís Devís (1995:455), para aquellos que lo sufren calladamente.


2.3. Deporte-espectáculo, imagen del deporte, y reproducción ideológica

    El respaldo institucional y empresarial al deporte de elite, al que se ha aludido en el punto anterior, y su omnipresencia en los medios de comunicación, constituyen factores que, de manera paralela, han contribuido poderosamente a su crecimiento y a su expansión hegemónica como idea de deporte por excelencia. Con ello se ha reforzado y legitimado más profundamente la hegemonía de determinados valores ideológicos propios de la práctica deportiva de alto rendimiento, los cuales son coherentes con los que predominan en las sociedades industriales avanzadas con economía de mercado, lo que a su vez supone una forma de asegurar la propia estabilidad del sistema político-económico.

    Por otra parte, en relación con la figura de los deportistas profesionales  obviando cuestiones tales como los espejismos que se crean en torno a los ídolos deportivos, los avatares de la vida deportiva de los que triunfan, su incierto futuro al término de su carrera profesional, y las consecuencias que sufren en su vida personal la inmensa cantidad de los que no consiguen alcanzar posiciones importantes7, cabe considerar los interrogantes que suscita por sí misma la existencia de dicha figura y la de un deporte enormemente mercantil, en el que los clubes deportivos se parecen cada vez más a empresas comerciales, y en el que las relaciones entre éstos y los deportistas casi pueden considerarse de tipo laboral.


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