Lecturas: Educación Física y Deportes
Revista Digital
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JUEGOS INOCENTES, JUEGOS TERRIBLES
Graciela Scheines


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¿Qué opinás sobre la metodología juego-trabajo en el aula?
¡Yo la he peleado tanto! Para mí es terrible, es una aberración, una contradicción. Pero bueno, yo no estoy en el Ministerio de Educación... Para mí los juegos terribles son ésos. El otro día, en una entrevista por radio que me hicieron a raíz de la publicación de mi libro Juegos Inocentes, juegos Terribles, me preguntaron cuáles son para mí los juegos terribles, si eran los juegos de azar. Contesté que si los juegos de azar son viajes de ida y vuelta, es decir que el jugador puede salir de y entrar a los juegos cuando lo decide voluntariamente, no son malos. Son terribles los juegos de apostar cuando el que juega es un adicto y no puede salir del juego. Pero eso atañe al jugador, no al juego. Otros juegos terribles son los de aquellos talleres en los que hay un coordinador que está generalmente en un estrado, con un ejército de ayudantes uniformados para "contener" a los participantes. Y la gente adulta va a jugar y los dirigen como a niñitos infradotados: "¡Ahora los globos! Ahora todos pónganse en parejas, trasero contra trasero. Sostengan los globos con el trasero. Ahora presten atención a la música. ¡Bailen! ¡Cierren los ojos. ¡Griten fuerte!" Todos obedecen. Los participantes de estos talleres reviven lo peor de la infancia, esa etapa terrible donde uno tenía que hacer caso a todo el mundo. En lugar de recuperar el juego, disfrutan obedeciendo órdenes, se comportan como niñitos bobalicones que hacen caso a los mayores, procurando no salirse de la raya, gritar cuando todos gritan... Es una aberración y a eso llaman juego. Esos son los juegos terribles para mí.

¿Qué opinás sobre la cantidad de juegos y programas específicamente de juegos que proliferan por televisión?
Yo pienso que, por un lado, el juego tiene un raiting, es decir que está muy valorizado en ésta época. Hay que jugar. Está bien visto jugar, es políticamente correcto hacer jugar, participar en juegos colectivos, usar los juegos en los distintos aspectos de la vida seria. El juego entra en los masmedia porque está sobrevalorado institucionalmente, por sus valores pedagógicos, terapéuticos, psicoanalíticos, etc., etc. Entonces el juego entra por ahí. Por otro lado, en toda época de crisis siempre se han multiplicado las apuestas y los juegos de azar. Con la desocupación, los pobres son cada vez más pobres y son cada vez más. En una situación social tan crítica, la única forma de pasar al otro lado es apostando (pensar que si acierto un número, me salvo). Es típico de las épocas de miseria. Por otra parte, esos programas donde el televidente participa desde su casa, llamando por teléfono y apostando, es un engaño, una ficción de participación, no hay una participación real. Está la soledad, el aislamiento en las grandes ciudades. Y la pantalla significa "el mundo". Lo que aparece en la pantalla tiene jerarquía de realidad, y si yo participo de eso, aunque más no sea a través de mi voz por el teléfono apostando a un número, existo. No sé... Estoy tirando cosas. No soy socióloga, pero pienso que un poco es así. El mundo tiene ahora la forma cuadrada de la pantalla. Entonces procuraré tener acceso a ese mundo que aparece en imágenes planas...

Siempre está la posibilidad de ganar. Alguno va a ganar ¿no?
Gana uno, pero los que apuestan son miles o millones. Es así: desde el momento en que compro el billete de lotería hasta dentro de una semana en que se sortea y me entero del resultado (y por lo general pierdo), esa semana que yo tengo el billete (o el tiempo que permanecen mis fichas sobre el tapete de la ruleta), puedo pensar: "yo me salvo". En ese intervalo de espera, mientras dura la cuenta regresiva, yo estoy fuera del sistema, estoy "salvado". El sueño me salva de la angustia, me permite seguir viviendo con las cuentas sin pagar... Cuando salen los resultados del Prode y me percato de que no gané, vuelvo a apostar. Porque la desilusión de no haber ganado es siempre menor que la ilusión de apostar nuevamente. Estas conductas son típicas de las épocas de crisis.

Vuelvo al tema de la competencia en los juegos, que vos valorás y que a mí no me convence. Yo trabajo con chicos y trato de modificar ciertos juegos competitivos y convertirlos en cooperativos. Vos hablás de democracia. Aquí vivmos una democracia, y sin embargo la violencia es cada vez mayor, la competencia está a la orden del día y la solidaridad brilla por su ausencia. Creo que la forma de mitigar todo esto es estimulando a los chicos a la ayuda mutua, a cooperar unos con otros, a través de los juegos... no precisamente competitivos.
Nunca ninguna sociedad es idealmente democrática, eso lo sabemos. Es como una tendencia. Este tema lo encaré en base a un episodio de "Alicia en el país de las maravillas" (el que se titula "El campo de crócket de la reina"). Hay una reina déspota que ordena jugar al crócket a sus súbditos. Ellos le temen muchísimo, están asustados y atolondrados, se empujan unos a otros porque no saben cuándo es su turno de jugar y tienen miedo de enojar a la soberana. Porque se escucha la voz de la reina que manda a cortar cabezas a cada rato. Justamente las órdenes de la reina reemplazan a las reglas del juego. Los jugadores están más pendientes de lo que ella ordena que de las reglas. Es una parodia del juego. Por eso defiendo al juego competitivo con reglas claras como únicas soberanas, reglas que generan un espacio donde la libertad -condicionada por las reglas, por supuesto- se ejerce realmente. Yo estoy en contra de toda esa cosa pacifista, eso de que la violencia no, que el juego de competencia genera futuros violentos, etc.. Creo que la competencia reglada no es mala, aunque algunos salgan un poco magullados. No sé si ustedes vieron la película "El amor y la furia" donde se ve la violencia de los jóvenes mahoríes en una ciudad donde son marginales y a la vez punks, con los pelos enhiestos, camperas negras, manoplas y cadenas, y andan en bandas temibles. Hacen una prueba de iniciación durísima donde te revientan el estómago. Y si el que quiere ingresar logra resistir hasta el final, entra. Y roban y atacan. A un chico mahorí de una de esas bandas lo meten en la cárcel modelo en donde hay un instructor (mahorí también) que les enseña a los de su raza la guerra sagrada de los mahoríes, la guerra tradicional: cómo usar la lanza y los gritos rituales guerreros con que cada uno se conecta con los antepasados. Uno no es uno solo, alguien suelto en el mundo; uno es toda su tribu, sus antepasados. El instructor les enseña el orgullo de ser mahorí y de la ascendencia noble de sus vidas. No es cuestión de ser violento, no se necesita ser violento. Pero hay que saber luchar, prepararse desde chico para defender los propios ideales, rebelarse contra los abusos del poder, hacer frente por una causa justa.

Yo tengo tres hijos y sé por qué lo digo. Si todos somos pacíficos, vamos a dejar que nos atropellen, vamos a dejar que ocurra una situación injusta en nuestras narices, NO! Pero no por eso hay que agredir, es cierto eso. Hay una violencia lícita que viene de los valores, de los buenos valores, una lucha noble, en el buen sentido, una lucha dignificadora y eso hay que respetarlo. Está mal la competitividad, pero es buena la competencia. Hay una diferencia entre competitividad y competencia. Como hay también una diferencia entre agresividad, violencia por la violencia misma, y la lucha solidaria contra los abusos de poder.

Yo pienso que hay ciertas verdades que uno las repite (pacifismo, feminismo, ecologismo, etc.), sin detenerse a pensar seriamente qué significan. Yo no estoy en desacuerdo con ellas; no aplaudo a los punks que arremeten, ni a la violencia ciudadana, ni a la violencia de arriba o de abajo. Yo también creo que la mujer ha ganando puntos, que el feminismo es bueno, como también la ecología y el cuidado del medio ambiente. Pero cuando se los toma como verdades absolutas, y se repiten como slogans y se transforman en obleas para pegar en los coches, se convierten en actitudes fascistas. Ahora fumás y sos un asesino. El juguete bélico genera discursos exaltados contra la incitación a la violencia... Los juegos de guerra son tan antiguos como el hombre. No sé si ustedes leyeron el libro de Guillermo Magrassi, un gran estudioso de los juegos de los mapuches, tobas, etc. Publicó dos o tres libros sobre el tema. Los juegos competitivos entre los indios era una cosa natural, vital. Competir unos con otros, medir fuerzas: eso es jugar en todas las culturas y en todos los tiempos. No se pueden crear desde arriba, desde el poder de los adultos que manipulan la educación (Gombrowicz, en su libro "Ferdidurke", se refiere a la educación como un poder a veces funesto) parámetros o pautas culturales y tratar de metérselos a los chicos (no a la violencia, no a esto, no a lo otro, etc.). Porque al final se cae en una contradicción.

Algunos estudiosos hablan de "juego reglado", enfrentándolos a otros juegos, que supuestamente no tienen reglas ¿qué opinás?
Esa terminología "Juego Reglado", para mí no tiene sentido porque el juego es la regla. A Piaget lo respeto muchísimo pero tengo mis diferencias con él. Los conceptos de juego simbólico, juego reglado, no entran dentro de mi teoría.

Sin embargo hay juegos muy simples, muy elementales, que parecen no tener regla alguna...
Tengo un ejemplo que siempre uso, pero hay más. Es ese juego elemental que uno improvisa cuando camina por la vereda y se propone no pisar las líneas entre baldosas. El juego es la regla: juego a no pisar las líneas entre baldosas. Si las piso, pierdo. El juego más simple tiene reglas. Las reglas lúdicas son siempre convencionales, no tienen nada que ver con la lógica. Son obligatorias y valen solamente para ese juego. Así son las reglas del juego. Puedo decir que la arena mojada es helado de chocolate: eso es una convención. Y se juega cuando un grupo conviene con las mismas reglas. Si hay alguien que no las acepta, no puede jugar, jugará su propio juego. Es la convención del juego.

¿A qué edad empiezan los chicos a jugar?
No sé. Habría que hablar con un psicólogo o un psicopedagogo, que son quienes manejan esas etapas. El juego que Freud llamó "fort-da" , que vio jugar a su nietito y que consiste en arrojar un objeto atado a un hilo y recuperarlo, y volverlo a arrojar, se juega alrededor del año y medio, no antes. Se trata de un verdadero juego, porque hay una regla al menos. Freud le da un significado a este juego, y Lacan le da otro, que tiene mucha importancia. Freud dice: el carretel representa a la mamá que se va a trabajar, está ausente unas horas, y luego vuelve. El nietito de Freud reproducía la ausencia de su madre con el carretel, al que perdía y recuperaba. Lacan dice: el carretel es el chico que hace como la madre, que se va y vuelve. Eso me permitió darle una vuelta de tuerca al concepto "juguete". ¿Qué es un juguete? Creo que el juguete no es como una herramienta, que prolonga la mano del artesano, sino exactamente lo inverso. Es el juguete lo que determina al jugador, el juguete convierte al chico en jugador. El jugador es su juguete. Ejemplo: yo tengo una lapicera; es la prolongación de mi mano: la energía proviene de mí, es mi voluntad la que impone a la lapicera una función. En cambio, si tomo un juguete, si, por ejemplo, tomo una muñeca, es la muñeca la que ejerce su influencia sobre mí y, a través de ella, empiezo a actuar como una mamá: me convierto en mamá.

Yo leí que los juegos y juguetes infantiles tienen un origen ritual, que fueron antiguamente objetos de culto ¿qué opina de esto?
Es cierto. Además, está documentado. Hay un libro que fue tesis de doctorado de un alemán llamado Eugenio Fink " Los juegos como símbolo del mundo", donde él sostiene esa tesis sobre los juegos. Dice que muchos juegos, la rayuela, el bowling, el barrilete, antiguamente tenían valor ritual. Guillermo Magrassi lo explica también cuando describe del valor de los juegos indígenas entre los mapuches. Un palo de "uiñú"(juego parecido al crócket) lo usaba el chamán para curar, agitándolo sobre la cabeza del enfermo. Es decir que el juego, entre los indios patagónicos, ocupaba una franja entre lo ritual y lo puramente lúdico. Éste es un tema maravilloso. Hay un antropólogo mexicano (Weisz) que tiene un libro llamado "El juego viviente" que estudia los juegos rituales en las culturas maya, azteca, incaica, etc. Ese es un gran tema.

Tengo entendido que el sonajero, más que entretener al bebé, sirve para ahuyentar los malos espíritus...
Claro. El sonajero, la sonaja. Más que un juguete, tenía el valor mágico de conjurar a los malos espíritus. El sonajero es una herramienta ritual; el ruido es lo que limpia (cualquier bruja lo sabe). La magia y el juego están muy imbricados, muy mezclados en sus orígenes, y es un tema. El juego es inagotable para el investigador.

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Año 4. Nº 14. Buenos Aires, Junio 1999