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Subtipos del TDAH y capacidad para el deporte

 

Licenciada en Psicología

Universidad Complutense de Madrid

(España)

Natalia Zaira Pedrajas Sanz

nathalia_pedrajas@hotmail.com

 

 

 

Resumen

          Una vez revisados los artículos relacionados con el TDAH y la coordinación motora, se evidencia una relación entre los diferentes subtipos de este trastorno, el nivel de capacidad motora y la Actividad Física Deportiva. Una de las conclusiones más rotundas deja entrever que los niños diagnosticados de TDAH, estarán afectados por alteraciones en la motricidad fina y gruesa, y en consecuencia presentarán una ausencia en la práctica de actividades deportivas, que en el caso de existir, será una especialidad predominantemente individual. La investigación en esta área puede ayudar a beneficiar la vida diaria de estos niños, ya que potenciando sus puntos débiles, como los relacionados con la actividad deportiva, se repercutirá positivamente en ámbitos diversos, como el emocional y el social.

          Palabras clave: TDAH. Coordinación motora. Actividad Física Deportiva

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 14 - Nº 136 - Septiembre de 2009

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    En el mundo de la psicología, el manual de referencia llamado DSM-IV-TR (APA, 2001/2002) diferencia dos conjuntos de síntomas imprescindibles para el diagnóstico del TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad), la falta de atención por un lado, y la hiperactividad-impulsividad por otro. El primero de estos síntomas, que comprende problemas relacionados con dicha falta de atención, se manifiesta en los sujetos de distintas formas: no prestan atención a los detalles, cometen errores por descuido, parecen no escuchar cuando se les habla directamente, no siguen las instrucciones, se distraen fácilmente, etc. El segundo abarca la hiperactividad, donde se aprecia que estos niños, en determinadas ocasiones, cuando su nivel de actividad debería ser bajo, ellos se muestran excesivamente activos, es decir, tienen un alto nivel de actividad (que puede ser tanto mental como motora) en situaciones que requieren unas pautas de comportamiento distintas. La impulsividad tiene que ver con responder antes de haber sido completada la pregunta, o hacerlo cuando no es su turno.

    Todos estos síntomas comportamentales empeoran en situaciones que exigen atención o esfuerzo mental sostenido, en las que carecen de atractivo, novedad, o en situaciones de grupo. Por el contrario pueden atenuarse en situaciones de estricto control, novedosas o gratificantes y en relaciones personales de uno a uno.

    Siguiendo la línea de los criterios del DSM-IV-TR, para poder diagnosticar el trastorno tienen que estar presentes el primer conjunto de síntomas, el segundo, o ambos, durante 6 meses con una intensidad desadaptativa e incoherente en relación con el nivel de desarrollo. Los síntomas deben presentarse en dos o más ambientes, antes de los siete años de edad y causar un deterioro clínicamente significativo de la actividad social y académica del niño. Sin embargo, sea cual sea el predomino de los síntomas antes mencionados, el manual diagnóstico DSM-IV-TR mantiene a todos ellos bajo un mismo nombre: Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad. Si bien es cierto, y en segundo lugar, la clasificación del TDAH puede hacerse en función de la predominancia antes mencionada, dando lugar a los tres subtipos: subtipo combinado, subtipo con predominio de déficit de atención, y subtipo con predomino hiperactivo –impulsivo.

    No obstante, se debe tener en cuenta la idea propuesta por Barkley, Biederman (1997), y Quay (1997) que consideran que los síntomas que constituyen el grupo hiperactivo-impulsivo, que da lugar al TDAH con predominio hiperactivo o/y impulsivo, son un conjunto de problemas evolutivos, con una causa y un curso diferentes, muestran pautas conductuales y emocionales distintas, y una interacción social y funcionamiento cognoscitivo también distinto, si los comparamos con los síntomas que caracterizan al TDAH con predominio del déficit de atención.

    El TDAH según el DSM-IV-TR afecta aproximadamente a entre un 3% y un 5% de la población en edad escolar, y éste seguramente sea el dato más aceptado dentro de la comunidad científica. Sin embargo la tasa de prevalencia del TDAH es un tema controvertido (Cardo y Servera, 2005) y puede variar en función de los métodos diagnósticos empleados, los criterios utilizados por los profesionales, e incluso el país dónde se realice el estudio. No se puede olvidar que muchos sujetos con este trastorno no son diagnosticados, especialmente los pertenecientes al género femenino, y por cada niña que se manda a consulta para tratamiento de un TDAH se envían diez niños (Biederman, 2002). Estos datos coinciden con el DSM-IV-TR, el cual marca una tendencia claramente favorable (y posiblemente extrema) de un predominio del trastorno en los varones de 9:1 en la población clínica y de 4:1 en la población normal. En cualquier caso, algunos autores están apuntando que el hecho de no utilizar criterios diferenciales por sexo favorece un infradiagnóstico de las niñas (Gershon, 2002).

    Según un estudio reciente realizado en la Isla de Mallorca (Cardo, Servera, y Llobera, 2007), los resultados indican una tasa global de prevalencia en el nivel esperado, el 4,6%., de los cuales el 1,26% fueron del subtipo hiperactivo, el 1,06% del subtipo inatento y el 2,25% del subtipo combinado. Sin embargo estos autores apuntan que para establecer tasas de prevalencia por subtipos es necesario aplicar de modo complementario una estrategia más clínica basada probablemente en escalas específicas, entrevistas individualizadas y exploraciones clínicas. Con este tipo de precauciones un estudio realizado en Colombia (Cornejo et al. 2005) realizó el diagnóstico de los diferentes subtipos a partir de la escala de Conners, una entrevista estructurada y teniendo en cuenta el CI. Los resultados obtenidos fueron: el subtipo de trastorno más frecuente fue el combinado (43,8%), seguido por el inatento (30,1%) y el hiperactivo (26%). En otro estudio realizado en Venezuela (Montiel-Nava et al. 2002) se obtuvieron resultados similares: un 0,35% para el subtipo hiperactivo, un 1,14% para el subtipo desatento y un 5,70% para el subtipo combinado. La mayor prevalencia del tipo combinado (52.2%), seguido del tipo inatento (34.8%) y del tipo hiperactivo-impulsivo (13%), concuerda en estudios realizados en otros países (Rhode et al. 2000).

    En la mayoría de los casos los niños afectados con TDAH presentan un trastorno comórbido, como por ejemplo: problemas de afectividad (como trastornos del estado de ánimo o ansiedad), trastornos del aprendizaje, fracaso escolar, trastornos de conducta y de una manera cada vez más significativa, Trastornos de la Coordinación Motora (TCM) (Artigas-Pallares, 2003). Según un estudio realizado por Piek, Pitcher y Hay (1999), más del 50% de los niños diagnosticados con TDAH pueden tener problemas motores. Estos datos concuerdan con un estudio realizado por Kadesjo y Gillberg (2001) donde encontraron trastornos de la coordinación motora en un 47% de los escolares con TDAH. Algunos autores (Hadders-Algra y Groothuis, 1999; Kroes et al, 2002) han observado que la calidad de la motricidad durante los 5-6 primeros años de vida puede predecir la posterior aparición, de forma evidente, de la sintomatología del TDAH. En aquellos estudios donde el objeto de investigación ha sido la coordinación motora fina (Piek et al. 1999; Steger et al. 2001) se ha demostrado una menor habilidad en estos movimientos respecto a los niños controles.

    Otro estudio realizado por Tseng, Henderson, Chow y Yao (2004), encontró diferencias significativas en niños con TDAH en la motricidad fina, global y el equilibrio. Esto muestra que los niños con TDAH tienen en general menos habilidades motoras que si los comparamos con el resto de niños de igual nivel de desarrollo (Poeta y Rosa-Neto, 2007).

    Es evidente que no todos los niños con TDAH están afectados de la misma manera por los mismos problemas motores, más aún si tenemos en cuenta que el TDAH se mueve en un continuo, dónde los sujetos diagnosticados con el subtipo predominantemente inatento, tienen unas características muy diferentes a los niños diagnosticados con el subtipo predominantemente hiperactivo-impulsivo, como se ha mencionado al principio de la introducción. Por lo tanto es lógico que las características motoras también varíen. En varios estudios se observa que, los niños en los que predomina el primer conjunto de síntomas, que engloban las alteraciones atencionales, y los que presentan el subtipo combinado, muestran una habilidad para la motricidad fina menor que los niños del subtipo hiperactivo-impulsivo, y éstos a su vez tenían una habilidad menor que los del grupo control (Piek et al, 1999; Pitcher, Piek y Hay, 2003).

    Los problemas de la motricidad en estos niños siguen el mismo curso que la mayoría de la sintomatología del TDAH, aquellos que nacieron con una torpeza motora evidente, continúan padeciendo este déficit en la adolescencia (Hellgren, Gillberg, Gillberg y Enerskog, 1993). Un estudio longitudinal ha encontrado que hasta un 58% de los sujetos con TDAH y trastornos de coordinación motora, mostraban una evolución pobre, y la posesión de ambos trastornos era el predictor más importante para el mal funcionamiento psicológico en la adolescencia (Rasmussen y Gillberg, 2000).

    Hasta ahora, se ha podido comprobar la estrecha relación que existe entre las alteraciones a nivel motor, y el TDAH. A causa de esta relación se debe mencionar un concepto primario que apareció en la década de 1980, y ha servido de guía tanto para la práctica clínica como para la investigación: déficit en atención, control motor y percepción (DAMP) (Gillberg y Rasmussen, 1982). Este término hace referencia a la interacción entre el trastorno TDAH y el TCM. Este último se define como el movimiento inapropiado en coordinación motora, por debajo de lo esperado, y sólo se diagnostica si tal afección interfiere en el rendimiento académico y las actividades cotidianas del niño (APA, 2001/2002).

    Si bien es cierto que diagnosticar el TCM resulta bastante impreciso a través del DSM-IV-TR, en esta reflexión se prefiere hablar de alteraciones o problemas motrices en general. Es por tanto que dichas afectaciones en la calidad de la capacidad motora hacen referencia a un posible déficit en las llamadas Habilidades Motrices Básicas (HMB). Sintetizando las escalas de evaluación, los movimientos motores estudiados, y las opiniones de diversos autores, entre ellos los presentados hasta el momento, las habilidades y destrezas que se consideran básicas son las siguientes (Fernández, Gardoqui y Sánchez, 2007; Ureña, Ureña, Velandrino y Alarcón, 2006):

  • Aquellos movimientos que precisan el dominio y control del propio cuerpo: desplazamientos, saltos y giros.

  • Aquellos movimientos que precisan el dominio y control de algún objeto móvil: lanzamientos, recepciones y botes.

    Estas habilidades son comunes a todos los individuos, y son fundamento de posteriores aprendizajes motrices (deportivos o no deportivos).

    En la etapa educativa de la Educación Primaria, el desarrollo de la coordinación neuromuscular es crucial para la construcción adecuada de la motricidad del niño. Las dificultades motoras les impiden desenvolverse y participar de forma competente en un conjunto amplio de actividades cotidianas, incluidas las actividades físicas y deportivas. Concretamente las personas con TDAH son generalmente torpes, y aunque hayan desarrollado una musculatura y tengan fuerza suficiente, que les permita realizar algunas actividades físicas determinadas (ciclismo o natación), les falta habilidad y coordinación motriz en las partes distales de las extremidades (manos y pies), siendo buenos ejemplos la poca capacidad para el baile, los instrumentos musicales, o el agarre y manejo del balón (Pascual-Castroviejo, 2004).

    Se han puesto de manifiesto las dificultades a nivel motor en los niños con TDAH, y a su vez se ha hecho referencia a la relación que podía haber con los subtipos del trastorno, y por consiguiente, sería conveniente ver las implicaciones a nivel práctico, y los estudios realizados en cuanto a la relación con la Actividad Física Deportiva. Desgraciadamente, de todas las dificultades que pueden acarrear estos niños, las relacionadas con el deporte es una de las menos estudiadas. Uno de los estudios encontrados fue el de Christiansen (2000), en el que se observa que los niños de 11 y 12 años, que habían sido previamente diagnosticados de DAMP, mostraban un control motor muy pobre, en comparación con el grupo control. Los sujetos afectados tenían una ejecución significativamente inferior en los test de habilidad manual, habilidad con un balón y equilibrio estático y dinámico. Más aún, el estudio nos muestra que el 50% de estos niños realizaban deportes individuales, menos del 25% practicaban deportes en los que se requerían dos personas, y algo más del 25% se integraban en grupos, pero estos fueron grupos de scouts, y no una Actividad Física Deportiva concreta.

    Pese a que la muestra fue de apenas 20 sujetos los resultados concuerdan con el estudio realizado en España de Pascual-Castroviejo (2004), donde las conclusiones apuntan a una ausencia de actividad deportiva, o en cambio, una predilección por deportes individuales, como el ciclismo o las artes marciales. En los deportes colectivos como el fútbol, los niños con TDAH afectados por alguna dificultad en la coordinación motora, demuestran que sus cualidades físicas no eran las más idóneas, y casi siempre ocupan puestos de guardametas o defensas. Cuando alguno de estos niños era delantero de un equipo, el subtipo al que pertenecía era el predominantemente hiperactivo, ya que recordando lo anteriormente mencionado, este subtipo se caracterizaba por unas alteraciones menos significativas en la motricidad fina. Las conclusiones a las que llegaron estos autores, entre otras fue; el desarrollo de una actitud contraria al deporte y, la poca motivación y disciplina para el desarrollo de la actividad física, por parte de estos niños.

    Hay que destacar que normalmente las evaluaciones de los niños afectados por este trastorno, son realizadas por psicólogos y/o psiquiatras, los cuales tienen unos objetivos claros (como por ejemplo el bajo rendimiento escolar, y las alteraciones del comportamiento) y a la vez distantes con todo lo relacionado con la Coordinación Motora y la Actividad Física Deportiva. A menudo, se tiende a evaluar los aspectos educativos, sociales y emocionales, y por lo general se desconocen el funcionamiento del sistema nervioso central (S.N.C.) en cuanto a motricidad, tono y coordinación (Pascual-Castroviejo, 2004). Por tanto según lo mencionado hasta el momento, es importante resaltar que en la evaluación psicológica clínica se deben explorar otras áreas distintas de las habituales, si se pretende entender y atender a la totalidad de los problemas a los que se enfrenta este tipo de niños.

    Si el TDAH está relacionado con las alteraciones a nivel motor como se ha justificado con los diferentes artículos mencionados, es evidente que estas alteraciones tienen una influencia notable en la Actividad Física Deportiva practicada. No se debe olvidar que, en este tipo de trastornos como en la mayoría de los trastornos psicológicos, todo está relacionado, y las consecuencias en esta área, están en consonancia con las dificultades a nivel social que manifiestan dichos niños. El aislamiento social característico, o el sedentarismo en la etapa adolescente, no son en la mayoría de los casos, casualidades. Los juegos colectivos como el fútbol, están a la orden del día en los recreos de todos los colegios, y por tanto un individuo con una deficiencia en este aspecto, posiblemente será rechazado, y excluido del equipo. Sin duda, esto repercutirá a nivel emocional.

    Las razones por las cuales se debería investigar el área que relaciona el TDAH, los Trastornos de la Coordinación Motora y la capacidad en el deporte, no son otras que tener una concepción del trastorno mucho más amplia y más integrada, a la vez que, tener la posibilidad de ayudar a estos niños con programas de actuación motora más eficaces. De este modo se realizarán intervenciones que puedan atenuar la incapacidad en el desempeño de actividades propias de su edad. Ya que mejorando este aspecto de su vida, las repercusiones en el área emocional y social se verán gratamente beneficiadas.

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