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Gol de Riquelme

 

Poeta y periodista
Tiene dos libros de poemas publicados
Desde julio de 2003 dirige el Periódico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo
Nació en mayo de 1973, en Buenos Aires

Demetrio Iramain

demeiramain@yahoo.com.ar

(Argentina)

 

 

 

          Un tiro libre del jugador Juan Román Riquelme en el último minuto del partido de Boca Juniors contra Arsenal de Sarandí, el 9 de noviembre pasado definió el partido por 1 a 0.


 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 13 - N° 126 - Noviembre de 2008

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Un gol de otro partido por un jugador de otro planeta. Gradas más, pozo menos, todas las canchas de fútbol son parecidas, así en el Mundial como en cualquier sucucho de la D. La redonda pica igual para el que despeja los centros de puntín, apuntándole a la butaca más alta de la platea, que para el enganche que hace jugar a todo el frente de ataque. El distinto es él. Él es la diferencia. Cuando la tribuna lo putea por un pase mal entregado, lo tratan de usted. Lo insultan pero con respeto, sin tocarles jamás la madre ni las hermanas. ¿Quién no soñó alguna vez enamorar a una yéndola de héroe, de guerrillero que entra a las ciudades liberándolas, de delantero que a pesar de las patadas, herido, con el muslo desgarrado, prosigue la jugada y cayendo, casi muerto, en la agonía del partido, anota el gol que vale un campeonato, como él? Si el resultado lo reclama, los defensores rivales lo golpean en el tobillo, lo someten indecorosamente como una vez uno de Banfield, le clavan las uñas en el iris, pero sienten vergüenza. Esa vergüenza o culpa que les hace sentir a los contrarios, lo califica mejor que el puntaje que al otro día le pondrá el diario de la mañana.

Y la verdad es que él se lo ganó. Sólo él se toma el tiempo que le queda todavía por vivir al mundo, para acomodar una y otra vez el balón, para pedir la distancia de la barrera que ningún árbitro hace respetar en ningún partido donde no esté él, para entretener en la mano la pelota buscando su secreto: qué costura es la indicada para entrarle con la diestra, a qué gajo hay que apuntarle. ¿Será que conversa con la pelota? ¿Se dirán cosas? ¿Cuáles?

Pero hete aquí que el tiempo pasa. Dos minutos y medio gasta el diferente con sus cabildeos al borde del área. Una ceremonia de impaciencia. Una misa de gallo con cura vestido de violeta y todo. El partido está cero a cero y van 44 minutos del segundo tiempo. ¿Qué espera el distinto para tirar? Está bien que sea el capitán del equipo, el héroe de los clásicos, el genio incomprendido, malhumorado y querible al mismo instante, pero el tiempo corre y si no es gol después del tiro libre, la demora en la cuestión de la barrera se habrá comido los tres minutos de descuento.

Él lo sabe. Conoce ese murmullo nervioso de su tribuna, pero más se fía en el silencio atronador de los contrincantes. Ellos tienen miedo que la pelota, finalmente, entre. Que raspe el caño horizontal y andá a cantarle a Gardel. Y él lo sabe. Ese miedo enemigo lo defiende. En esos casos, calcula, el temor del rival hace el 25 por ciento del tiro libre: al arquero le tiemblan las rodillas, al mediocampista más alto de la barrera le crecen tornillos que le impiden saltar más alto cuando el remate pasa por sobre su cabeza. Él, confiado, se ocupa del 75 por ciento restante: la velocidad del tiro, la dirección del remate, el énfasis curvo del botín derecho, esas cosas.

Y entonces, sólo entonces, el gol, ese detalle.

Juan Román Riquelme
Con el poema Román de la Rivera, de Rafael Amor

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revista digital · Año 13 · N° 126 | Buenos Aires, Noviembre de 2008  
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