EL CUERPO POPULAR EN LOS RITUALES DEPORTIVOS
Gastón Julián Gil (Argentina)

Resumen
El estudio de los comportamientos corporales de los hinchas en los rituales deportivos -especialmente el futbolístico- permite un acercamiento conceptual hacia diversas maneras en que los fanáticos que siguen una camiseta deportiva y construyen sus sentidos de pertenencia. Este trabajo sobre el cuerpo popular de las hinchadas está basado de manera principal en los datos recogidos durante los encuentros disputados por Aldosivi en la ciudad de Mar del Plata en la Primera B Nacional.
El cuerpo permite leer la complejidad de referencias identitarias que se mezclan dentro de un estadio, así como también una complicada red de reglas implícitas que los integrantes de la popular deben seguir para gozar de la legitimidad grupal. Valores como el machismo o "el aguante", se confunden en medio de distinciones sociales que el ritual deportivo parece suspender, pero que finalmente se expresan de alguna manera, especialmente a través de las expresiones simbólicas de las distintas categorías de los variados tipos de hinchas que se configuran en cada tribuna.
Este artículo pretende brindar un panorama más claro de la importancia que el cuerpo adquiere en este tipo de rituales deportivos para, entre otras cosas, conocer de manera más profunda el comportamiento de los sectores radicalizados de las hinchadas deportivas en Argentina.
Palabras clave: Cuerpo. Identidad. Deporte. Ritual. Violencia.

Abstract
THE POPULAR BODY IN SPORTS RITUALS

The study of the corporal behaviors of the fans in sport rituals- especially in football/soccer -allows a conceptual approach towards diverse ways in which the fanatics follows a sport team and build their senses of property. This work about the popular body of the fans is based mainly on the data gathered during the encounter disputed by Aldosivi in the city of Mar del Plata in division B of National Tournament.
The body allows to read the complexity of identical references that are mixed within a stage, as well as a complicated net of implicit rules that fans should follow to enjoy the group legitimacy.
Values as the machismo or "the endurance", are confused amid social distinctions that the sport ritual seems to suspend, but finally they are expressed somehow, specially through the symbolic expressions of the different categories from the varied types of fans which are configured in each tribune.
This article intents to offer a clearer view of the importance the body acquires in this type of sport rituals for, among other things, a deeper knowledge of the behavior of the radicalized sectors of the sport fans in Argentina.
Key words: Body. Identity. Sport. Ritual. Violence.


1. El deporte y la construcción de la identidad
Este trabajo constituye un intento de contribuir al estudio del comportamiento de la gente en los estadios deportivos, en especial el fútbol (aunque también el básquet), que aglutina a la mayor parte de los fanáticos del deporte nacional. Se parte de una conceptualización del deporte como rito secular para luego intentar develar los significados que conllevan las prácticas corporales de los hinchas deportivos. Por ende, la propuesta central es describir, explicar y comprender lo que hace el hincha, cómo se comporta y los valores que demuestra dentro del espacio ritual de los estadios. Debe aclararse que las conclusiones a las que se llegan son producto de extensos trabajos etnográficos en las hinchadas marplatenses de básquet de Liga Nacional1 y de fútbol de la Primera B Nacional2 .

Más arriba se sostenía que el deporte constituye un ritual secular, es decir, una actividad repetitiva, que posee un alto contenido dramático y que genera fuertes sentidos de pertenencia entre sus participantes. En este trabajo no se apunta a justificar la conceptualización del deporte como rito secular3 , sino que interesan los ricos simbolismos que la práctica periódica de estas actividades nos entregan. Estos rituales deportivos aparecen como espacios en los que se crean zonas liminales (Leach, 1984) en las cuales los valores de la vida cotidiana no tienen el mismo sentido (Gil, 1998b). Como bien lo destaca Turner (1988) el ritual aparece marcado por la oposición entre estructura y communitas. Son dos esferas o dimensiones diferentes, una marcada por la jerarquización y las diferenciaciones sociales y otra caracterizada por la destrucción de esas jerarquías. Es como si hubiera un intento por parte de los integrantes del ritual de imponer otro orden frente al dictaminado por la vida cotidiana, una comunidad en donde la rigidez de las relaciones sociales parecen dejar lugar a la búsqueda de un orden democrático, perfecto entre los participantes del ritual. Esta oposición estructura/comunidad no convence al antropólogo francés Marc Augé. Este teórico destaca la importancia del rito en nuestras sociedades, y lo define como "la puesta por obra de un dispositivo con finalidad simbólica que construye identidades relativas a través de alteridades mediadoras" (Augé, 1995: 88). De esta manera, tanto las nociones de alteridad como la de identidad adquieren un papel esencial en el ritual, en el que la identificación apunta a la formación de una relación y no a la pertenencia a una categoría esencializada. A diferencia de la ya tratada oposición estructura/comunidad, Augé prefiere esta tensión entre alteridad e identidad para marcar las prácticas rituales. Habría entonces una doble relatividad constitutiva de la alteridad y la identidad. Lo relativo se refiere a que la identidad tiene que ver con una referencia geográfica, social o moral, en relación con la cual se define esa identidad. Y el hecho de que no sean absolutas no las hace necesariamente frágiles, transitorias o efímeras, porque las identidades son relativas a algo, sea una etnia, una nación, una religión o inclusive un mismo equipo de fútbol o de básquet. La identidad, por lo tanto, trasciende ciertas alteridades (sexo, raza, clase social) pero a su vez es trascendida por otras que el propio ritual crea; por ejemplo, la adhesión a un equipo de fútbol en particular frente al sentimiento similar de los otros participantes del ritual. Por otra parte, la identidad (y por consiguiente la alteridad) hace referencia a un sentido tradicional en el que "las categorías de amigo y extraño (si no necesariamente enemigo) amenaza y distinto. El extraño, se ha dicho (...), es la representación de lo desconocido. Sin embargo, podría ser que la categoría de extraño dependa de la segmentación territorial de los sistemas sociales premodernos, en el hecho de que resulta más de la característica privilegiada y separatista de las identidades conferidas tradicionalmente. El desconocido es aquel espacio definido culturalmente que separa los límites del mundo de lo 'familiar', estructurado por las tradiciones con las que la colectividad se identifica (Giddens, 1996: 35).

De cualquier manera, se caería en un reduccionismo considerar que la pasión por un equipo deportivo o por otro tipo de formación alcanza para armar un universo dicotómico nosotros-ellos. En realidad el proceso de la construcción de la identidad y la alteridad en los casos que se analizan es mucho más complejo y lleva a un desarrollo notorio de los grados de alteridad. En el ritual deportivo, la primera alteridad está marcada por quienes no pertenecen a ese ámbito ritual: los no iniciados. Pero una vez dentro del espacio ritual, los pares de oposiciones se complejizan hasta tornarse difusos. Como continuación (segunda alteridad), el nosotros-ellos está marcado por la rivalidad en la contienda deportiva. Pero allí no se agotan los enfrentamientos, ya que podríamos arriesgar una tercera alteridad: los distintos sectores en el estadio: la clásica división popular-platea, que postula en el imaginario una oposición de clases que salta a la vista y que muchas veces es escenificada por los propios miembros de una de las dos facciones, aunque en ocasiones "lo grita la platea/la popular también". Lo que aquí llamamos cuarta alteridad vendría dada por las diferencias entre los asistentes ubicados en las populares, división marcada con especial énfasis por los sectores más radicalizados de la hinchadas, en ocasiones denominados barras bravas ("la banda del Materno4 ", "la doce" en Aldosivi). Estos grupos de fanáticos construyen reducidos guetos de hinchas en franca oposición a quienes los rodean, a quienes en ocasiones increpan y agreden por no mostrar el entusiasmo para alentar que sí ellos creen poner en juego. Para este tipo de hinchas, los demás integrantes de la popular no son en mucho aspectos, parte de ese nosotros esencial, como tampoco lo serán, y con mucha más marcada intensidad, los asistentes a las plateas y los dirigentes, en especial cuando se niegan a darles apoyo logístico para desarrollar sus actividades. Todos ellos son: "esos putos de mierda no quieren gritar/que se vayan, que no vuelvan nunca más".

Y, por último, hasta podríamos llegar a encontrar un quinta alteridad, que sólo esporádicamente se concreta en toda su dimensión en las situaciones límites: la división hinchas - jugadores. Esta oposición queda marcada de manera no conflictiva en ciertas expresiones simbólicas: "los técnicos se irán/los jugadores pasarán/la 'doce' quedará/y nunca te va a abandonar". Sin embargo, sólo adquiere un carácter dramático cuando la imagen dejada por el equipo defrauda el piso de exigencias mínimas que los hinchas imponen para defender la camiseta del equipo amado. Adjetivaciones tales como "ladrones", "cagones" suelen marcar la ruptura de la identificación hinchas-jugadores, para dar paso a una posición manifiesta y conflictiva: "la camiseta de Quilmes/se tiene que transpirar/y si no no se la pongan/vayansén con los demás". De esta forma:

"las hinchadas se perciben a sí mismas como el único custodio de la identidad. La continuidad de los repertorios que garantizan la identidad de un equipo aparece depositada en los hinchas, los únicos fieles "a los colores", frente a jugadores "traidores", a dirigentes guiados por el interés económico personal, a empresarios televisivos ocupados en maximizar la ganancia, a periodistas corruptos involucrados en negocios de transferencias. Las hinchadas desarrollan, en consecuencia, una autopercepción desmesurada, que agiganta sus obligaciones militantes: la asistencia al estadio no es únicamente el cumplimiento de un rito semanal, sino un doble juego, pragmático y simbólico. Por un lado, por la persistencia del mandato mítico: la asistencia al estadio implica una participación mágica que incide en el resultado. Por el otro: la continuidad de una identidad depende, exclusivamente, de ese incesante concurrir al templo donde se renueva el contrato simbólico" (Alabarces, 1998).

De cualquier manera, la tercera, la cuarta y la quinta alteridad suelen quedar en suspenso. Son esos los momentos de mayor estimulación emocional dentro del ritual en el que todos demuestran ser parte de la misma comunidad de intereses. Esos lapsos de mayor excitación (goles, jugadas peligrosas, noticias beneficiosas, definiciones favorables) son los instantes en que la segunda alteridad pasa a un primer plano y parece aniquilar a las demás. Paradójicamente, aunque esa segunda alteridad es el motivo de reunión y objetivo confesado por los participantes del ritual deportivo, es común que pase a un segundo plano cuando la tercera alteridad, y en menor medida la cuarta y la quinta, comienzan a tomar el protagonismo a partir del predominio de "los hinchas bravos". Esta situación se debe a que estos grupos son los dueños de la voz oficial, disponen del mayor capital simbólico, e imponen de esta manera el discurso legítimo a través de los cantos, y que el resto de los simpatizantes entonan. Son ellos los que se presentan como dueños de la pasión, los que pueden colocar las banderas5 en cualquier lugar y los que fuman y toman cualquier cosa porque ese es su territorio, ya que "me gusta la marihuana y tomar alcohol/vamos tiburón, vamos tiburón". Esta es una expresión simbólica, que guarda una importante correspondencia con la realidad entre quienes proponen ese canto, pero que no hace otra cosa que marcar que la aspiración a esa communitas que encuentra Turner en los rituales no sólo esta lejos de concretarse sino que tampoco es buscada por un sector importante de los protagonistas. Lo que sí es evidente es que estamos en presencia de un orden distinto, en el que se puede "fumar" y armar "cigarrillos" a pocos metros de agentes policiales que nunca se atreverían a actuar. Es esa misma zona liminal en que los sectores populares afirman su pertenencia social y hasta cuestionan, aunque sea en el plano simbólico, a los sectores altos frente a una estructura social mucho más rígida en que no parece haber lugares para este tipo de procesos.


2. El cuerpo ritual
Uno de esos comportamientos sociales que sufre un poderoso trastocamiento en los rituales deportivos se refiere al uso del cuerpo, ya que trae a colación otro de los elementos centrales de la hipótesis del deporte como sistema ritual: el borramiento de las convenciones sociales de la vida cotidiana. Y por otra parte, ligado a los conflictos de alteridad dentro de los estadios, es sobre el cuerpo donde se juegan prioritariamente estos conflictos simbólicos entre las distintas facciones de seguidores de los equipos deportivos. De forma primordial, debemos tener en cuenta que el cuerpo "es el presente-ausente, al mismo tiempo pivote de la inserción del hombre en el tejido del mundo y soporte sine qua non de todas las prácticas sociales; sólo existe, para la conciencia del sujeto, en los momentos en que deja de cumplir con las funciones habituales, cuando desaparece la rutina de la vida cotidiana o cuando se rompe «el silencio de los órganos»" (Le Breton, 1995: 124).

Dentro del ritual deportivo, el borramiento de los usos habituales del cuerpo marca en este espacio liminal la desaparición de las normas que reglan el desempeño adecuado de los cuerpos sociales, ya que habitualmente, "si los cuerpos tienen que tocarse, o sólo rozarse, se impone una breve excusa para metabolizar la transgresión de lo prohibido que está implícito en el contacto. Salvo que la muchedumbre venga a imponerlo en una especie de fusión torpe y suspenda, provisoriamente, la prohibición. Inmerso en la multitud, el individuo vuelve a encontrarla condición comunitaria, las fronteras personales y las del cuerpo se disuelven. Es el único momento en el que el contacto y la proximidad física de los demás no lo ponen incómodo" (ídem: 133).

El tema del cuerpo es de importancia vital en los rituales deportivos ya que es en torno suyo donde se juegan los principales dramas de honor de sus participantes. Inmersos en el espacio ritual, una vez franqueadas las puertas de acceso, los saberes legítimos que impone nuestra contemporaneidad desaparecen abruptamente para colocar en su lugar un conjunto de reglas implícitas de la afirmación de la masculinidad que un hincha debe, desea seguir y se encarga de dejar manifiesto a través de sus expresiones simbólicas formalizadas: los cantos y las inscripciones en las banderas. Y aquí es el cuerpo el soporte a través del cual los participantes del ritual pueden demostrar sus virtudes, uno junto a otro: saltar, cantar, gritar, insultar, chocarse. En la sociedad, por el contrario, "el prejuicio ante el contacto físico con el otro, contrariamente a lo que sucede en otras sociedades en las que tocar al otro es una de las estructuras primarias de la sociabilidad en, por ejemplo, las conversaciones cotidianas" (ibídem: 9). En aquellos sectores de los estadios, conocidos como populares, el contacto físico llega a niveles tales que en la sociedad serían considerados como agresiones directas. Aquí, y de manera similar a lo que ocurre con el pogo de los recitales de rock, lo grupos de fanáticos más ridiculizados, saltan y cantan empujándose con violencia unos a otros, sin que ello provoque el menor conflicto. Mucho peor, el hincha que rehuya ese contacto, no podrá disponer de la legitimidad grupal. Y en cuanto al nivel simbólico, el cuerpo popular del hincha es un cuerpo que soporta cualquier sustancia ("somos borrachos y faloperos") y que transforma esa adicción en un signo de prestigio, frente a la condena pública del consumo de estupefacientes. Lo mismo sucede en cuanto al despliegue de insultos en las tribunas, lugares en los que insultar a los "otros" (jugadores rivales, árbitro, etc.) se impone como una obligación.

El comportamiento corporal del hincha establece toda una compleja red de acciones codificadas que establecen cuál es el desempeño adecuado y cuál es estigmatizado. Así, entre los sectores más radicales de las hinchadas, es usual que se increpe a los mismos vecinos de la popular por no demostrar un comportamiento corporal acorde a la situación. La acusación, a veces una amenaza directa de alguno de los cabecillas, apuntará a la estigmatización de quienes forman parte del "nosotros" referido a la segunda alteridad y a la tercera, pero sobre los cuales se genera eso que ya hemos llamado cuarta alteridad: "sigue los mismos colores pero no es como nosotros que tenemos aguante". Aquel que no tenga "aguante", merece el estigma: ser amargo. Esta segregación se proyecta en principio sobre los rivales, que siempre serán calificados de esa manera. Hasta aquí la situación parece natural ya que la rivalidad entre equipos es uno de los componentes fundamentales de la identidad deportiva. Difícilmente se puedan concebir las poderosas adhesiones a una camiseta sin el sentido de rivalidad hacia otro simbolismo que encarne, en el imaginario de los hinchas, aquello que no se debe ser y que se debe combatir, incluso, hasta la pretensión de desaparición violenta del otro: "vamos' a ganar y/matar a los quilmeños6 " o "quemar el barrio Mataderos7 ". Pero las relaciones de identidad se complejizan cuando se cuestiona el desempeño de ciertos sectores de la propia hinchada. Desde "esa tribuna se parece a una postal" hasta "el que no grita Aldosivi para qué carajo vino". O, como se decía anteriormente, se le exige a los que pueblan las populares que demuestren un comportamiento acorde: saltar y cantar.


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Lecturas: Educación Física y Deportes.
Año 3, Nº 10. Buenos Aires. Mayo 1998
http://www.efdeportes.com