efdeportes.com
El futbolista en la época de la profesionalización

   
Carrera de Antropología, Facultad de Filosofía y Letras, UBA
(Argentina)
 
 
Julián Ponisio
yula32@hotmail.com
 

 

 

 

 
    En el presente trabajo se recorren los inicios de la práctica del fútbol en la Argentina constituido como deporte amateur hasta su profesionalización, introduciéndonos en las transformaciones a las cuáles se vieron sometidos los futbolistas.
    Como abordaje teórico encontramos, entre otras cosas, significados como el Fair Play, la noción de espectáculo deportivo, tecnologías de dominio que actúan sobre el cuerpo, el fútbol utilizado como herramienta pedagógica, la racionalización de las acciones y la conexión con la construcción de la simbología patriótica de fines del siglo XIX embanderada en el mito de "civilización o barbarie", que nos muestran indicios de cómo el statu quo de cada época utiliza una variada gama de elementos semióticos y lingüísticos de este escenario para trasladarlos a otros ámbitos de la sociedad en provecho de sus propios intereses de dominación.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 10 - N° 83 - Abril de 2005

1 / 1

    Si nos remontamos a los orígenes de los fundamentos emocionales del fútbol, allá en Inglaterra, podemos ir encontrando indicios, entre otros posibles, de que este deporte fue utilizado en sus comienzos como un vehículo para resolver los serios problemas de violencia que existían en muchas escuelas británicas.

    La relación entre el aspecto lúdico y cultural que en aquellos tiempos originaba la práctica del fútbol, la encontramos en la transmisión de diversos valores educativos en favor de una enseñanza que iría paulatinamente moldeando las conductas corporales y emotivas de los alumnos con el fin de erradicar esas manifestaciones agresivas y preparar así, los nuevos terrenos que el capitalismo moderno exigía para poder seguir transmitiendo su aparato ideológico.

    Los primeros valores para el inicio del capitalismo propiamente dicho, como lo analizó Max Weber, fueron traspolados del sentimiento religioso del protestantismo ascético proveniente de la vertiente Calvinista de la Reforma Eclesiástica1. La principal motivación de ese conjunto de valores religiosos, consistía en el ejercicio de la moral en todas las actividades mundanas como signo de devoción para con Dios, y ya no con el foco puesto en la "salvación" posterrenal.

    El fútbol, constituido como juego y luego como deporte, se convertiría poco a poco en un escenario muy propicio para el traspaso de significados de esa religiosidad a este nuevo campo de acción cultural que sumaba cada vez más adeptos, con la puesta en escena de muchos de los parámetros sociales que exigía el capitalismo moderno ligados a la libre competencia, la superación individual y la erradicación de la violencia "irracional". Valores que encuadraban perfectamente en los cánones positivistas de la época que exigían eliminar todos los residuos de "barbarie" para poder formar parte del modelo europeo de "civilización".

    La creación de nuevos significados, con el Fair play (juego limpio) como máximo exponente, ejemplificaba la puesta en práctica de la moral en el ámbito deportivo ya que al practicarse desde una ética determinada conduciría a una satisfacción de la conciencia.

    Lo que principalmente se buscaba, era la racionalización de la conducta humana y una represión de la vida emocional; condición necesaria para no dejar puertas abiertas a móviles pasionales que pudieran oponerse a las tradiciones creadas por las élites que profesaban la ideología capitalista de la época.

     El reconocido antropólogo Franz Boas, fundador de la corriente teórica del particularismo histórico en Estados Unidos expresaba décadas atrás en uno de sus libros: " ...nuestra oposición no es en modo alguno dictada por el raciocinio consciente, sino primordialmente por el afecto emocional de la nueva idea que crea una disonancia con lo acostumbrado (...) en todos los casos, la costumbre es obedecida con tanta frecuencia y regularidad que el acto habitual se convierte en automático; es decir, su ejecución no está ordinariamente combinada con el menor grado de conciencia" (Boas,1992:44) .

    La supuesta eliminación de la violencia y la inculcación de valores disciplinarios adecuados, fueron parámetros a tener en cuenta para un occidente civilizado que se oponía fervientemente a cualquier signo residual de comportamiento que estuviera asociada a la idea de "primitivismo". Es que desde el paradigma positivista, dominante en ese entonces, todos los pueblos ligados mas fuertemente a valores emocionales o espirituales que al racionalismo o al desarrollo tecnológico, pertenecían a sociedades "atrasadas o infantiles" y por ende no podían subirse a la postre, al tren del progreso universal.

    En la Argentina el fútbol como deporte empieza a ser practicado a finales del siglo XIX solamente por jugadores de procedencia inglesa. Los mismos ocupaban un lugar de privilegio en nuestra sociedad conformando una elite inmigrante que, entre otras actividades culturales, desarrollaba el fútbol como un vehículo para reafirmar sus propios valores culturales.

    Ahora bien, a medida que transcurrieron los años, el fútbol se fue difundiendo a otros sectores de la sociedad y su práctica empieza a ser resignificada por muchos individuos de capas medias y bajas rompiendo con el monopolio de los jugadores ingleses cuando se crean numerosos instituciones deportivas nativas2.

    La pertenencia a una vecindad, las rivalidades, el espacio para compartir con los amigos o con personas afines, y la valoración por el juego mismo, fueron algunas de las motivaciones que llevaron a muchos jóvenes de la época a crear numerosos clubes deportivos que canalizaran estos sentimientos.

    Los sectores nativos que adoptaron esta práctica le fueron añadiendo un tinte cada vez más emocional a dicho juego. La picardía y la astucia, entre otros aspectos, fueron los nuevos ejes apreciados en la ejecución estética y emocional como así también la aparición de distintos tipos de agresiones, con lo cuál el fútbol adquirió una dinámica diferente y un nivel más competitivo.

    Resulta llamativo que para 1912, los equipos de origen británico, imbuidos de otros valores, se fueran retirando de la práctica competitiva del fútbol dejando lugar al crecimiento de los nuevos clubes empapados de elementos pasionales que el Occidente civilizado había categorizado como signos de atraso.

     A la inversa de lo que se pretendió llevar a cabo con la difusión del fútbol en Inglaterra, muchos de los valores emocionales reprimidos en otros ámbitos de la vida social argentina eran puestos en práctica en este escenario, y resulta cada vez menos paradójico que el fútbol no se enseñara en las escuelas públicas, laicas por constitución. Esta actividad cultural no podía formar parte integrante del proyecto educativo nacional ni del "sentimiento de argentinidad" con un Estado que adhería permanentemente a la idea de progreso acuñada en el Viejo Mundo.

    El fútbol empieza a dinamizarse, entonces, desde dos perspectivas amateuristas: la de los sectores populares y la de los sectores altos que se apoyaban en la cultura deportiva anglosajona. Para los mismos, el amateurismo estaba ligado al ejercicio del "fair play", como vehículo para mediatizar los conflictos gracias a la acción de la moral y las buenas costumbres de la gente "bien educada". En cambio, para los sectores medios y bajos de nuestra sociedad, la práctica amateurista de este deporte estaba ligada a una concepción fundante que permitiría desplegar diversas formas de intercambio y desarrollo social.

    Vale recordar que a mediados de la década del veinte, los principales clubes locales aglutinaban a un gran número de simpatizantes. Surge así la necesidad de empezar a rentar a sus jugadores para que no se cansaran de jugar sólo por "amor a la camiseta" y asegurarse además, mediante la retención de jugadores talentosos, el éxito deportivo.

    Esta época se caracterizó por el denominado "amateurismo marrón" ya que supuestamente la intromisión del circulante de dinero para rentar a los jugadores no estaba todavía consensuado dentro de la superestructura jurídica del país3.

    En 1931, surgiría un crucial conflicto que transformaría el modo de producción futbolístico imperante hasta entonces con la irrupción de la famosa huelga de jugadores pertenecientes a la liga oficial: la Asociación Amateur Argentina de Football (AAAF), en donde los propios futbolistas reclamaban su libertad de acción.

    La huelga, entonces, abrió el espacio para una disputa entre dos sectores muy definidos: dirigentes y jugadores. En el seno de esta contienda los dirigentes de los clubes aprovecharon la ocasión para encontrar la solución a una discusión interna instalada entre los miembros de la propia dirigencia que databa de la década de 1910-1920 en la Argentina, y que giraba en torno a la voluntad o no de profesionalizar el fútbol. De esta manera a los jugadores, les fue otorgada la profesionalización, desvirtuando el reclamo original de los mismos con los supuestos "beneficios" que adquiriría el jugador a partir de su inserción a la economía de mercado4.

    El espectáculo deportivo como hecho social de masas estaba profundamente ligado al avance de la urbanización y al desarrollo de los medios necesarios para poder llevarlo a cabo: un estadio, sedes, insumos deportivos, un público capaz de consumirlo, etc. Pero todo este montaje no hubiera sido posible sin la fuerza de trabajo necesaria para poder llevarlo a cabo. Los jugadores, como principales protagonistas, se irían transformando paulatinamente en trabajadores asalariados como tantos otros (aunque con condiciones muy especiales) en el proceso de producción, distribución, intercambio y consumo del espectáculo futbolístico.

    Paralelamente a tal suceso, se fueron sentando las bases para la construcción de un arquetipo de futbolista: el jugador talentoso, pícaro, de potrero, que quiebra la cintura y suele definir el partido con una o dos improntas de su sello. Este tipo de jugador asociado a la belleza del movimiento de su cuerpo, de su creatividad para elaborar una jugada, es muy diferente al prototipo inglés quién se destacaba por utilizar el cabezazo y el juego de equipo. Al jugador local se lo empieza a asociar con las cualidades del artista produciéndose una simbiosis entre un nuevo estilo de juego y el gusto de los espectadores. Como afirmara K. Marx: "El objeto de arte - como todo producto - crea un público capaz de comprender el arte y de gozar con la belleza. Por lo tanto la producción no produce sólo un objeto para el sujeto sino también un sujeto para el objeto" (Marx,1974:24).

    Sin embargo, el jugador de fútbol, especialmente el que todavía mantenía su status de artista dentro del imaginario social de la época, empieza a perder grados de libertad que tenía en la época del denominado amateurismo marrón cuando por la propia condición clandestina de la relación laboral que se establecía mediante los pagos en "negro", existían menores controles legales (Palomino - Scher:1998).

    La profesionalización de este deporte trajo consigo una mayor división de funciones dentro del ámbito futbolístico. Se introduce el circulante de dinero contable (en blanco) y todas las formas burocratizantes.

    A medida que la lógica profesional avanzaba, los jugadores pasaron de ser "esclavos" de las decisiones de los dirigentes a ser "trabajadores libres" decidiendo supuestamente adonde jugar y negociar sus pretensiones. Pero el futbolista, empieza a formar parte del proceso productivo desde una lógica de sujeto-objeto, en su condición de sujeto dominado que vende su fuerza de trabajo al capital y convirtiéndose en objeto de elaboración, transformación y comercialización de su propio cuerpo listo para la venta en el mercado de pases.

    La misma profesionalización, como factor externo, llevó a su vez al jugador a racionalizar cada vez mas sus conductas ya que el equipo, el sistema de transferencias, la lógica profesional y los propios aficionados necesitaban de la efectividad técnica para lograr el éxito inmediato.

    Los cimientos que se habían construido a partir de la práctica amateur, donde todavía no se habían sentado las bases para una idea de vocación-profesión en torno al fútbol, fueron removidos dando paso a la construcción de una pirámide de poder cada vez más vertical.

    La práctica del fútbol profesional empezaba a constituirse como un lugar sumamente deseado por las capas medias y bajas de la población donde poder conseguir un ascenso socio- económico y para el desarrollo a gran escala del capitalismo.

    Los mismos jugadores, quienes ejercían un fuerte peso en las decisiones sobre sus maneras de manifestarse lúdicamente, fueron perdiendo terreno con el arribo del profesionalismo. En 1958, después del denominado "desastre de Suecia" donde la selección argentina tuvo un flojo desempeño en ese Campeonato mundial, se desencadenó el hito inicial para un cambio cultural que era impulsado por algunos medios de comunicación relacionados con algunos dirigentes poderosos, diseñando distintas estrategias con el objetivo de modificar el ámbito deportivo5.

     Con los sucesivos avances y transformaciones modernizadoras en este ámbito, pasaron a ser los directores técnicos y los mismos dirigentes las figuras centrales del espectáculo imponiendo el orden y la disciplina que ellos necesitaban para poder "progresar" y erradicar todos los residuos de "atraso", imitando en buena medida, los valores culturales del aquel Occidente que amparado en las leyes del mercado exigía de la práctica de este deporte el máximo de rentabilidad económica.

    A lo largo de las décadas posteriores, el cuerpo de los futbolistas se iría paulatinamente moldeando a la par de las modernas formas de explotación capitalista elevándose bajo una única condición de existencia: ser una mercancía.

    Aquella lejana figura que representaba el jugador-caudillo, fue transformándose a lo largo del tiempo por las sucesivas sanciones propias del disciplinamiento racional y burocrático de las que se han ido empapando las instituciones. El sentimiento de camaradería dentro del grupo de los futbolistas y la lucha por sus derechos colectivos fueron estigmatizándose como actos de "indisciplina", "irracionalidad" y "no-profesionalismo", todos sinónimos de aquella primera ideología que la elite capitalista asociaba al "primitivismo o la barbarie".

    El concepto predominante del ejercicio corporal en buena parte de Europa durante el siglo XIX, fue el de un movimiento medido, racional y estandarizado y en eso consistía la práctica del fútbol británico en nuestro país. Cuando los sectores populares nativos resignifican estos criterios estéticos aplicando una gambeta, moviendo la cintura en cada jugada, y agregando niveles de agresión mas acentuados, se diseñan distintas estrategias para disolver estos valores y se estandarizan los cuerpos a la par del advenimiento del profesionalismo. Se producen nuevas tecnologías de dominio sobre los futbolistas actuando sobre el cuerpo y acelerando el tiempo de juego para obtener una mayor ganancia económica., transformando a los jugadores en sinónimos de atletas con movimientos cada vez más automatizados. El desarraigo permanente de los futbolistas se acentúa, emigrando de una institución a otra en períodos cada vez más breves.

    Como asevera el antropólogo francés Christian Bromberger: "...los jugadores se transformaron en meteoros, que atraviesan la vida de los clubes en lugar de hechar raíces en ellos, y los mecanismos de identificación cambian progresivamente". (Bromberger. 2001: 55)

    Si presuponemos que el fair play es la ley universal del deporte occidental y en tal medida representa el orden de lo sagrado, se torna conflictivo para las elites futbolísticas cualquier manifestación que se oponga a ella.

    El fútbol como espectáculo deportivo masivo, cuenta cada vez más con jugadores adoctrinados para tomar cada vez menos riesgos en la creación de una jugada generando una gama ínfima de emociones en el desarrollo de los partidos y una lógica racional cada vez mas exacerbada. El éxito o la derrota pueden generar sensaciones de alegría o tristeza que pueden durar por mucho o poco tiempo, pero la emoción en cambio, esta ligada a lo inmediato, al goce o al dolor que puede despertar una acción espontánea y el fútbol contiene como una de sus cualidades mas preciadas: " una dinámica de lo impensado", a pedir de boca de Dante Panzeri.

    Todo lo que implica sensibilidad y de ella precisamente se nutren los elementos creativos, es decir, el maximum de una cultura, es reificada por esta globalización deportiva que actúa homogeneizando todos los elementos folclóricos que cada sociedad aporta a esta práctica.

    El fútbol en sí, como una de las manifestaciones culturales más importantes a nivel mundial y con una variada gama de significados a cuesta, se transforma cada vez más en un ambicioso lugar para que el poder hegemónico de turno pueda seguir operando en el sentido de traspasar significados de este campo a otros ámbitos de la sociedad en pos de afirmar sus propios intereses políticos y económicos, tratando de conseguir desdibujar las "marcas de la pasión" en su estrategia de dominación.


Notas

  1. Sobre la conexión entre la doctrina religiosa protestante y el desarrollo del capitalismo véase Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barcelona, 1979.

  2. Cabe recordar que para principios del siglo XX solamente en la Capital Federal, se habían creado diecisiete instituciones deportivas nativas ligadas a la práctica de este deporte

  3. Como bien lo explica Julio Frydenberg: "Hasta ese entonces existía un sistema mediante el cuál un jugador podía pasar de club con el consentimiento de ambas instituciones - no existía el pase libre. Si el jugador abandonaba su club y recalaba en otro sin el consentimiento de origen, debía ser sancionado (...) este castigo fue llamada cláusula cerrojo o candado" (Frydenberg, 1999: 17).

  4. Ariel Scher y Héctor Palomino en su libro: "Fútbol: pasión de multitudes y de elites", reproducen un comentario publicado en el Semanario La Opinión del 22 de mayo de 1976 de uno de los líderes de esa huelga, el jugador Hugo Settis del club Huracán: "No estaba en juego el aspecto económico (...) Aunque lo nuestro era un amateurismo marrón, lo que queríamos era la libertad como seres humanos. Los señores dirigentes pretendían mantener de por vida la llamada ´ley candado´, de su invención, es decir, utilizándonos como una mercancía a los jugadores de fútbol y convirtiéndose así en los negociadores exclusivos de nuestras transferencias" (Scher - Palomino, 1988:27)

  5. El sociólogo argentino Roberto Di Giano, quién analizó una de las revistas deportivas de mayor difusión por aquélla época como El Gráfico, cita en su trabajo un fragmento donde la misma aconseja que:"... El jugador argentino necesita una cura mental, una higienización de principios, una revolución de ideas..." (Di Giano, 1998: 10).


Bibliografía

Otros artículos sobre Fútbol
de Julián Ponisio

  www.efdeportes.com/
http://www.efdeportes.com/ · FreeFind
   

revista digital · Año 10 · N° 83 | Buenos Aires, Abril 2005  
© 1997-2005 Derechos reservados