Deporte, Nazismo y Mercado

1. Primera objeción: "el deporte de élite refuerza los sentimientos nacionalistas en el público".

Se podría comenzar preguntando por qué debería preocuparnos que el nacionalismo sea reforzado por las competencias deportivas. Después de todo, los sentimientos nacionales en el deporte no deben necesariamente conducir a un nacionalismo de tipo expansionista y militar. Sin embargo, se ha afirmado precisamente que el nacionalismo deportivo no es sólo una forma inocente de patriotismo, sino un sucedáneo de formas más sospechosas de nacionalismo político de carácter agresivo. En otras palabras, el nacionalismo deportivo y el chauvinismo político tienden a reforzarse uno a otro.

Esta "tesis del reforzamiento mutuo" es, obviamente, difícil de defender. En su apoyo, a veces se cita el hecho de que muchas de las personas a menudo involucradas en la violencia en los estadios (los llamados "hooligans") son también miembros de organizaciones nacionalistas de ultraderecha.

El ejemplo es claramente capcioso. Si uno es un hooligan, uno ya es una persona violenta. No debería sorprender, entonces, que uno se sintiera inclinado a sumarse a cualquier organización que le permitiera manifestar ese carácter violento. El ejemplo relevante en este contexto sería mostrar que hay una correlación significante entre ser un aficionado común al fútbol y enrolarse en un organización nacionalista políticamente indeseable. Correctamente formulada, la "tesis del reforzamiento mutuo" es obviamente falsa.

En realidad, el carácter cada vez más profesional y comercializado del deporte de élite hace que tanto los atletas individuales como los equipos se conviertan en empresas privadas o, al menos, representen intereses comerciales difícilmente reducibles a entidades nacionales.

En ese sentido, el deporte de élite está hoy camino a ser una actividad comercial transnacional. Los orígenes de este fenómeno son, en realidad, de vieja data, por lo menos en ciertas ramas del deporte: en turismo de carretera, por ejemplo, recuerdo en la escuela primaria haber sido "hincha" del Torino y enemigo acérrimo del Chivo y el Ford. Es muy probable que en un futuro no muy lejano nuestras pasiones deportivas se dividan entre el cariño a una divisa y la defensa de una marca comercial. De hecho, ya hay en la actualidad clubes deportivos que han incorporado a su nombre la sigla de su patrocinador. Opínese lo que se opine de ese proceso, es innegable que una consecuencia directa del mismo es la desdibujación de las fronteras nacionales en el marco de las competencias deportivas.

Sin embargo, si bien no como fenómeno político directo, al menos el deporte de élite podría ser acusado de cimentar ciertos valores de claro tinte militarista y totalitario. Sobre todo en el marco de los deportes de equipo, se observa que, después de duras privaciones y sacrificado entrenamiento, muchas veces los atletas son desplazados por otros con mayores chances de asegurar la victoria del grupo.

Una vez más -se ha criticado- vemos surgir a la luz (dentro del deporte de equipo) valores que pertenecen al fascismo.

Los individuos se sacrifican, no por el bien de otros individuos (lo cual puede ser admirable), sino por entidades abstractas (el equipo, la nación, la bandera). El individuo se vuelve reemplazable. Cuando nuestros héroes deportivos tienen éxito, los alentamos. Cuando `nos´ fallan, los despreciamos. En pocas palabras, en el marco del deporte de élite, los individuos son utilizados como "carne de cañón", rápidamente substituibles cuando el bien del colectivo lo requiere, o simplemente cuando nuestra admiración, generalmente a causa de bajas en el nivel de prestación del atleta, declina. Esa actitud -podría objetarse- es característica de la ideología militar y fascista, en la que jóvenes hombres y mujeres son vistos meramente como instrumentos para preservar la fortaleza y la supervivencia de la nación, las unas como reproductoras y los otros como soldados potenciales. Este fenómeno, se podría argumentar, viola el principio formulado por el filósofo Immanuel Kant acerca del respeto a las personas y que prescribe tratar a los sujetos morales como fines en sí mismos, y no meramente como medios para la consecución de objetivos ajenos a sus intereses.

El "argumento de la carne de cañón" es, entonces, una objeción doble, ya que critica: (a) la substituibilidad de los deportistas dentro de un equipo; y (b) la substituibilidad de los deportistas en nuestras preferencias.

¿Son estas objeciones fatales para el deporte de élite?.

(a) Veamos primero que sucede en el marco de los deportes de equipo. A primera vista, el deporte de equipo parecería fomentar valores colectivos y, por consiguiente, democráticos. El deporte de grupo, a diferencia de las ramas deportivas individuales, incita a la colaboración y premia los esfuerzos del grupo para obtener metas comunes. Sin embargo, aún en el contexto del colectivo, la ambición de cada deportista es jugar, ser partícipe activo en la prestación de su equipo. En ciertas situaciones, el interés del equipo requiere que un jugador sea reemplazado por otro de quien se espera que contribuya más efectivamente a la victoria del grupo. El énfasis en ganar que caracteriza sobre todo al ejercicio del deporte profesional transforma entonces al deportista individual en pieza de una maquinaria cuyos legítimos deseos e intereses de participación no son respetados. Algún deportista aislado podría tal vez intentar refutar esta crítica afirmando que los intereses del equipo a menudo coinciden con los de sus miembros individuales. O también podría argumentar que, en realidad, nadie lo ha obligado a participar: el que voluntariamente entra en un juego no tiene derecho a quejarse de las reglas del mismo. Hoy me reemplazan a mí, pero mañana puede ser otro el que sea reemplazado.

El primer argumento es poco realista. Sería simplemente demasiado ingenuo creer que los intereses de la atleta reemplazada son satisfechos aún cuando se la deja de lado en una competencia para la cual se ha preparado durante largo tiempo. El prestigio y el honor que se siguen de ser partícipe activo de una prestación deportiva meritoria a duras penas pueden ser compensados por el rol subordinado que cumple un jugador de reserva, no importa cuán gloriosa sea la victoria conseguida por el grupo. La otra línea de defensa es, o bien una racionalización de la frustración de haber sido desplazado, o bien es sencillamente insostenible. Si, como yo considero, existe algo moralmente sospechoso en una práctica que permite que los intereses de un atleta individual sean totalmente supeditados a los del equipo, esa preocupación no es neutralizada por el hecho de que ese sacrificio, en el futuro, pueda llegar a ser exigido de todos los demás componentes del grupo.

Sin embargo, contrariamente a lo que la mayoría de los críticos afirma, esta objeción no afecta tanto al deporte profesional y comercial como al deporte amateur. Como deportista profesional, sólo excepcionalmente puedo permitirme aceptar ser desplazado. Tanto mi prestigio como deportista como mi futuro económico son perjudicados al no poder presentarme ante el público, los agentes comerciales deportivos y los medios periodísticos con la frecuencia requerida. Por ese motivo, cualquier entrenador o dirigente que consecuentemente me exija sacrificar mis intereses deportivos (y económicos) corre el riesgo de que yo ofrezca mis servicios a otra entidad deportiva. A mi juicio, el profesionalismo y el comercialismo crecientes en el seno del deporte de élite constituyen una barrera natural contra la utilización de deportistas individuales meramente como medios para el bien del colectivo.

(b) Pasemos ahora a la substituibilidad de los deportistas en las preferencias del público. No puede negarse que una práctica consistente en, primero, elevar a una persona a la condición de héroe y hacer de ella la destinataria de nuestro cariño y admiración, para después repudiarla tan pronto como deja de satisfacer nuestras expectativas de victoria, aparece -al menos a primera vista- como moralmente problemática.

Sin embargo, en mi opinión, ese fenómeno no se produce en relación a los atletas tope, es decir, aquéllos verdaderos héroes del deporte a quienes la gente, por alguna razón que a menudo excede las proporciones de sus prestaciones deportivas, les ha dado un lugar en su corazón.

El boxeador sueco Ingemar "Ingo" Johansson y Diego Maradona son ejemplos de este tipo de héroes deportivos. Tanto "Ingo" como Diego lograron prestaciones deportivas tope que llenaron de gozo a la gente. A fines de la década del 50, Johansson abatió al boxeador norteamericano Floyd Paterson en una pelea por el título mundial de box, categoría peso pesado, dándole así a Suecia su primer (y hasta ahora, único) título mundial de boxeo. En 1986, Maradona condujo al equipo nacional argentino a la obtención de una victoria sobresaliente en la Copa del Mundo de la FIFA en México. En ambos casos, sin embargo, las prominentes prestaciones deportivas fueron seguidas por contundentes derrotas. "Ingo" perdió categóricamente dos matches de revancha contra Paterson y Maradona nunca más desde entonces llegó a alcanzar el mismo nivel de juego del cual hiciera gala en México. En su caso particular, más que meras derrotas deportivas, uno podría incluso hablar de haber decepcionado las amplias expectativas del público al ser sancionado dos veces por el Tribunal Disciplinario de la FIFA por el uso de drogas recreativas y dopaje. En tal sentido, se puede decir que, tanto "Ingo" como Maradona, tal vez en grados distintos y de diferentes maneras, no han podido responder a las expectativas de victoria de los aficionados. Sin embargo, y a pesar de ésto, todavía gozan del cariño y la admiración casi incondicionales de la gente a la cual han deleitado con sus triunfos deportivos. En ese sentido, el peculiar lazo personal que, en la victoria, se gesta entre los héroes deportivos y su público parece ser más resistente a derrotas y decepciones de lo que la presente objeción presupone.

Qué sucede con los atletas comunes, aquéllos que no han sido agraciados (si es que se puede considerar como una gracia) por la devoción incondicional del público? Los deportistas comunes son más frecuentemente cuestionados por los aficionados que los ídolos populares, y en términos más fuertes. El reconocimiento y la admiración que pueden llegar a cosechar en las ocasiones favorables es rápidamente retirado en la derrota. No implica ésto tratar a estos atletas simplemente como medios para expresar nuestros (rápidamente mudables) estados de ánimo?.

Esta crítica subestima la capacidad de un atleta para elaborar un fracaso laboral. En el deporte, de la misma manera que en otras áreas de nuestras vidas, estamos expuestos a críticas y muestras de insatisfacción con nuestro trabajo y con nuestras prestaciones en general. Y en el deporte, lo mismo que en la vida misma, tenemos que aceptar que las relaciones humanas a veces no florecen de la forma deseada. Ésto no debería preocupar a los aficionados y practicantes de deportes más de lo que preocupa a otras categorías profesionales.

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Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 2, Nº 7. Buenos Aires. Octubre 1997
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