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El apogeo de la sociedad de masas

   
Universidad de Buenos Aires - Conicet
(Argentina)
 
 
Luis Alberto Romero
lromero@cvtci.com.ar
 

 

 

 

 
Conferencia dictada en el marco del “Ciclo de Encuentro con pensadores de las problemáticas de nuestro tiempo” organizada por el Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, abril de 2002
 
El profesor Luis Alberto Romero es uno de los historiadores más reconocidos de Argentina. Es profesor titular de la Cátedra de Historia Social General de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Se ha especializado en investigaciones sobre la historia de los sectores populares, así como sobre la historia de la Iglesia. Además ha producido muy interesantes trabajos de síntesis histórica sobre el pasado argentino.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 50 - Julio de 2002

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    Bajo este título quiero trazar una visión panorámica de la sociedad, la economía y la política de la Argentina anterior a 1976, año en que se inició nuestra última y muy sangrienta dictadura: el llamado Proceso de Reorganización Nacional. No debería darse a este año una importancia excesiva. Los historiadores somos bastante reacios a fijar cortes en fechas precisas; más bien nuestro trabajo consiste en mostrar que todo continúa. Yo mismo en muchos otros casos he preferido elegir distintas fechas de corte: quizá 1955 o 1966.


Una economía próspera

    Quiero hablar, en suma de la vieja Argentina, que nace un poco antes del comienzo del siglo XX, en las últimas décadas del siglo XIX. El primer dato significativo es que la Argentina tuvo una economía próspera. Subrayo el pasado, que voy a usar en los sucesivos acápites, porque creo que todo fue distinto de lo que es ahora. Miradas desde la crisis actual, las diferencias, las etapas, las coyunturas, las crisis pierden importancia en relación con esta percepción de que la Argentina, a lo largo de cien años, fue encadenando con bastante éxito sucesivos ciclos de crecimiento.

    El primero de ellos estuvo basado en la expansión de la economía agraria pampeana: fue la famosa Argentina agroexportadora. Luego vino la gran crisis que arranca con la Primera Guerra Mundial y se hace aguda en 1929. Pero mi impresión es que, al menos vista desde la perspectiva de hoy, fue una crisis que se solucionó de una manera relativamente rápida y satisfactoria, en comparación con lo que pasó en otros países. La Argentina encontró pronto un segundo motor complementario de su crecimiento: la expansión de sus industrias para el mercado interno. Luego hubo una nueva crisis, a principios de los años de 1950; también se solucionó de manera relativamente rápida. A través de las políticas desarrollistas se encontró un nuevo motor para el crecimiento económico: la expansión de las industrias de bienes intermedios, insumos, automotores, con la participación del capital extranjero. En esa época nos parecía muy grave esta presencia de las empresas extranjeras, que creaban enormes desigualdades, brechas y asincronías. Creo que en 1973 esas grandes diferencias se habían saldado. Lo que había sido un crecimiento muy rápido del sector extranjero ya había logrado movilizar a segmentos importantes del capital nacional. De modo que, sin forzar demasiado las cosas, en el largo plazo yo creo que se puede hablar de un ciclo de prosperidad que, me parece claro, remata y cambia en 1976.


Una sociedad móvil: las masas de clase media

    Simultáneamente, la Argentina tuvo una sociedad abierta, móvil y democrática. Utilizo aquí la palabra “democrática” en el sentido en que se usaba en el siglo XIX, el de Tocqueville: una sociedad igualitaria. Fue una sociedad con una gran capacidad de incorporación. Primero los migrantes europeos, los italianos, los españoles, los turcos; luego los migrantes internos, finalmente los migrantes de los países limítrofes. Acompañando este ciclo de expansión económica, les ofrecieron a todos ellos en primer lugar trabajo y empleo: el empleo global fue elástico y con tendencia al crecimiento hasta la segunda mitad del siglo XX. Les ofrecieron también los clásicos canales de la integración y la movilidad, propios de la sociedad argentina, como la “casa propia”: durante mucho tiempo, tener una casa propia ha sido el primer logro importante de una familia que ascendía.

    En muchos casos, se trataba también del “trabajo por cuenta propia”, que quizá sería la base de una pequeña empresa; en otros casos fueron empleos estatales, buenos empleos, apreciados y bien remunerados. Luego, los empleos industriales también fueron buenos, y permitían tener la casa, educar a los hijos. Esto nos lleva a lo que en realidad fue la palanca central de esta movilidad social: la educación. Los empleos estatales se conseguían habiendo pasado los distintos ciclos educativos, que a la vez, en el tramo superior, habilitaban para las profesiones liberales. Luego, la educación técnica facilitaba el progreso en el empleo industrial. La educación fue durante mucho tiempo, como es bien sabido, el gran canal de integración y de movilidad social en la Argentina.

    En esta explicación se mira más a los exitosos que a los fracasados, que son muchos. Pero mi impresión es que los exitosos fueron suficientemente como para que se conformara una ideología espontánea de la movilidad social, según la cual era esperable que los hijos estuvieran siempre mejor que los padres.

    Creo que esto dificultó que en la Argentina se consolidaran identidades de clases sólidas y consistentes, como las que existen en las sociedades industriales europeas, donde hay una cultura obrera, que va de padres a hijos y de hijos a nietos. Esto rara vez ocurre en la Argentina. Y agregaría que una experiencia fuerte en la Argentina fue el peronismo, donde el Estado desarrolló ampliamente las políticas de bienestar social, y arraigó el concepto de justicia social. La justicia social complementó adecuadamente la idea básica de la movilidad, puesto que el Estado concurría a apoyar a aquellos que habían quedado un poco atrasados y los volvía a poner en carrera.

    En ese sentido, finalmente, el grupo “oligárquico”, de la sociedad argentina, herencia de su constitución inicial, terminó disolviéndose en este largo proceso de movilidad. Este grupo terminó de desaparecer en la época de Perón, y desde entonces ya no fue significativo.

    Lo que le dio una característica singular a esta sociedad -sigo hablando de ella en pasado- fue lo que se llamaban las “clases medias”. Pero este concepto, que nos viene de la sociología, no serviría de nada a los historiadores si lo entendiéramos como un segmento de la sociedad, la parte media de la pirámide. No es útil si lo miráramos de manera estática, suponiendo que tiene atributos y formas de ser propias. En cambio es enormemente útil si uno lo piensa como característico de una sociedad muy dinámica, sin cortes, donde muchos individuos recorren ese circuito y pasan del “abajo” al “arriba”, transitando por las clases medias. Esto me parece que ha sido lo característico de la sociedad que tuvimos. Una sociedad con fuertes diferencias, naturalmente, pero no separada por segmentos. La fórmula “sociedad de masas de clases medias” se la debo a Manuel Mora y Araujo, quien la usó quizás en un sentido más sociológico que histórico. Me parece muy adecuada para sintetizar lo que fue esta singular sociedad de masas que tuvimos.


Un estado potente y poroso

    La tercera cosa que la Argentina tuvo en el pasado fue un Estado potente. El Estado que se constituye a fines del siglo XIX, el Estado llamado liberal, en realidad tuvo poco de ello, pues participó activamente en la construcción de la economía, de la sociedad y de la nacionalidad. Luego de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo después de la crisis de 1930, debió enfrentar problemas mucho más complicados, y comenzó a construir exitosamente las herramientas para dirigir la economía e intervenir en los conflictos sociales luego. Desde 1930, en la época de la llamada restauración conservadora, y sobre todo en la época de Perón (1946-55), la Argentina tuvo un Estado fuerte, activo, que combinaba el dirigismo económico con el bienestar social.

    En 1955 cayó el gobierno de Perón, y esto constituye un corte importante en la historia argentina. Los gobiernos que vinieron después mantuvieron esta idea de un Estado que debía encarar los problemas del desarrollo; éste fue el leit motiv tanto de Frondizi como del general Onganía. A la vez, debía conservar todos los instrumentos que le permitían participar activamente en la negociación de los conflictos sociales. Ninguno de los gobiernos posteriores a 1955 renunció, por ejemplo, a regular la actividad sindical. También es cierto que las limitaciones a la acción del Estado empezaron a hacerse visibles después de 1955.

    En particular, su creciente pérdida de legitimidad: el reclamo democrático cuadraba muy poco con un estado que proscribía a una parte de los votantes. También empezó a notarse el condicionamiento de sus decisiones debido a la necesidad de recurrir a los organismos internacionales de crédito para salvar las crisis económicas. Pero sobre todo, se manifestaron lo que llamaría las “perforaciones” corporativas, que hicieron del Estado algo parecido a un queso Gruyere. Recordemos que cuando el general Perón volvió al gobierno en 1973, su gran proyecto era restablecer el Estado, como él había dejado en la década del 50. Todavía en 1973 se podía pensar que el futuro de la Argentina pasaba por recuperar ese Estado potente que el país había tenido y ya estaba quizá empezaba a no tener más.


Intereses, conflictos y Estado

    En cuarto lugar quiero referirme a la conflictividad social en la Argentina de este largo siglo XX, que remata con el gobierno militar. Hubo dos tipos de conflictos, ninguno particularmente grave. En primer lugar, los derivados de la capacidad de integración de la sociedad argentina. Integración significa que nuevos contingentes llegan a disfrutar de los beneficios, materiales o simbólicos, ya existentes y repartidos; en tanto son sectores nuevos y numerosos, su irrupción provoca malestar o rechazo entre los que ya estaban. Es el caso del 17 de octubre de 1945: hay quien habla de “aluvión zoológico” o del lumpen proletariado, con perspectivas diferentes pero en el fondo coincidentes. Creo que el rechazo a los inmigrantes bolivianos o paraguayos en la década del 60 es parte de esta manera de digerir algo que en el fondo apunta a la integración.

    Por otro lado están los conflictos de intereses, que después de la Primera Guerra Mundial se organizan bastante rápidamente de manera corporativa y empiezan a ocupar el centro de la discusión. En primer lugar los intereses de los trabajadores, a través de los sindicatos; un poco más tardíamente los de los grupos patronales, primero a través de asociaciones globales, que juntaba un poco a todos, y luego a través de organizaciones sectoriales especializadas. Luego, todo el mundo se organiza: los profesionales, o los vecinos que habitan un barrio y organizan una “sociedad de fomento”. Todos ellos, defendiendo cada uno su interés sectorial, recurren al Estado para que regule la puja. Por ejemplo, entre médicos y farmacéuticos; ambos necesitan una ley que establezca hasta dónde llegan uno y otro: cuándo el farmacéutico puede recomendar remedios y cuándo no.

    Simultáneamente cada una de las corporaciones desarrolla su capacidad para gestionar ante el Estado, de modo que su interés particular sea mejor defendido que otros. Esto es similar en lo pequeño y en lo grande: en una sociedad de fomento o en un sindicato: una organización casi militante para la defensa de los intereses corporativos, que reclama la acción del Estado, pero a la vez se va instalando en algún lugar de ese Estado para asegurarse que esa acción llegue. Quien defiende el interés de una sociedad barrial, a través del comité político del barrio, influye en el concejal, y el concejal en el funcionario a cargo de la resolución de ese problema. Esto ocurre en momentos en que, en un movimiento inverso, el Estado está creciendo y ocupa todo el espacio social que le faltaba ocupar. De modo que convergen quienes desde la sociedad reclaman la regulación del Estado y quienes desde el Estado quieren regular la sociedad. Aquí comienza una colusión o empaste de intereses. Seguramente esto es normal y propio de cualquier estado moderno, aunque suele ser contrabalanceado, atemperado, por otros mecanismos que en la Argentina fallaron.

    Menciono muy brevemente un caso paradigmático. Lo estudió en detalle Susana Belmartino, y recientemente lo destacó Juan Carlos Torre en su estudio de la sociedad peronista. El presidente Perón se entusiasmó mucho en 1946 con una idea muy de época: un Seguro Nacional de Salud, al estilo inglés. Tuvo un ministro de Salud Pública brillante, Ramón Carrillo, que consagró todas sus energías y su sapiencia, que era mucha, a ese proyecto. Pero unos años antes, en 1940, los sindicatos ferroviarios, que eran los más importantes, habían construido el Hospital Ferroviario. Cuando Perón comenzó su ascenso político, se apoyó en los ferroviarios y los llenó de beneficios, entre ellos subsidios estatales al Hospital, la obligatoriedad del pago de la cuota para todos los empleados ferroviarios y cosas similares. Cuando el ministro Carrillo desarrollaba un proyecto -yo diría auténticamente progresista- de Seguro Social Obligatorio igual para todos, los sindicatos, que eran la principal apoyatura de Perón y a quienes Perón había instalado casi en el centro del Estado, reclamaron cada uno su propio hospital: los bancarios, los metalúrgicos, los empleados de comercio. Allí naufragó el proyecto de Carrillo, por una razón normal: cada una de las corporaciones de trabajadores defendía su interés. Pero a la vez, hubo una incapacidad del Estado para subordinar ese interés particular a uno más general. Así, un Estado que sostenía la bandera de la justicia social terminó consagrando un sistema de salud francamente inequitativo, porque el beneficio que cada trabajador recibía en definitiva dependía de la prosperidad de la actividad. Creo que en este pequeño caso puede encontrarse uno de los principales fracasos de la vieja Argentina y uno de los problemas más importantes de la Argentina actual.

    Después de 1955, se sumaron la proscripción del peronismo y la instalación de las empresas extranjeras, que implicó la adopción de una política económica marcadamente capitalista. Hubo un gran retroceso de las conquistas de los trabajadores y la Argentina entra en una etapa de creciente conflictividad social -sindicatos agresivos que hacen huelgas duras- y a la vez política, porque son sindicatos peronistas y el peronismo está excluido. Hay una historia de esta conflictividad, que no necesito evocar demasiado; a partir de 1968-69 se agudiza notablemente, hasta culminar en 1975-1976. Esto es sólo una cara de la historia, la cara más visible, la cara heroica, la que le gusta a los militantes.


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