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El fútbol no es una cosa de locos

   
Entrenador de fútbol
Profesor de filosofía
(Argentina)
 
Angel Cappa
villamitre43@hotmail.com
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 42 - Noviembre de 2001

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    "Vamos a hacer ahora un ejercicio de desinhibición", anunció el psicólogo con su mejor intención, y los jugadores del Real Madrid se preparaban con fastidio para el aburrimiento. "A ver Fulano", señaló, "se va a desnudar, va a subirse a esa camilla y nos va a recitar una poesía".

    La cara de los jugadores madridistas cambió de inmediato. La cosa se ponía linda.

    Rascándose la cabeza, pero a pesar del gesto, con decisión, el jugador se levantó y explicó su negativa:

    "Si Ud. quiere me pongo en pelotas y hago lo que quiera, pero recitar no voy a recitar porque no sé ninguna poesía, discúlpeme", y la sesión terminó en ese momento.

    No era la primera vez que la psicología académica fracasaba en un vestuario de fútbol. El antecedente conocido más lejano se remonta a 1958. Desde 1950, cuando perdieron aquella famosa final con Uruguay en el Maracaná, los brasileños empezaron a sufrir el trauma del carácter de sus jugadores, reconocidos como brillantes futbolistas, pero cuyo valor para afrontar compromisos difíciles se ponía en duda. Los dirigentes apelaron a la modernidad, ya entonces, y llamaron a un psicólogo para que arregle los tantos. Después de una extensa batería de pruebas de todo tipo, el psicólogo llegó a una conclusión tan científica como inesperada: Garrincha no daba el mínimo exigible. Su consejo fue descorazonador: "es mejor no llevarlo a Suecia", dijo. Los dirigentes, que sólo pretendían ser modernos no esperaban un dictamen tan drástico de la ciencia y se atormentaban en la duda. Los jugadores, como casi siempre, mantuvieron la sensatez y la calma: había que llevar a Garrincha y olvidar al psicólogo.

    Desde entonces hasta hoy, ha habido otros intentos parecidos y algunos, hay que ser honestos, con mayor fortuna.

    La globalización que también atropelló al fútbol como una corriente de agua que va destruyendo todo a su paso, ha rejuvenecido esa antigua aspiración científica y nuevamente vemos a la psicología, mejor aún a los psicólogos, haciendo calentamiento para entrar a la cancha en cualquier momento, en nombre de la modernidad.

    Tenemos que admitir que, es cierto, un equipo de fútbol es en gran medida un estado de ánimo. También es verdad que los intereses en juego y las presiones de distinta índole que existen en el fútbol alteran negativamente el estado de ánimo ideal de los futbolistas.

    La apremiante necesidad de éxito en una sociedad histérica a causa de esa compulsión, también afecta a los jugadores de fútbol que viven el oficio con ansiedades y urgencias inapropiadas. Amenazado por la angustia, despojado de la ilusión y sin alegría el futbolista es presa fácil de los miedos más comunes de los deportistas de elite: el miedo al fracaso y el miedo al éxito.

    Reducir esos miedos a niveles normales, hacerles recuperar la ilusión con la que empezó a jugar al fútbol y devolverle la alegría que le arrancaron, es una de las tareas más importantes del entrenador, cuyo papel no puede limitarse a cuestiones estrictamente técnicas. "Quién sólo sabe de fútbol, ni de fútbol sabe", suele decir Menotti parafraseando a Hipócrates. El entrenador es (tendría que ser) el depositario natural de la confianza del jugador, porque es el que mejor lo conoce, el que lo guía y con quien comparte la suerte de la empresa.

    Y es tarea del entrenador, además, dar cohesión al grupo que dirige, dotándolo de un objetivo extra, una motivación especial que trascienda la lucha por los puntos, porque el grupo, mejor que cualquier otra cosa, será el refugio más seguro contra las agresiones exteriores.

    En otras palabras, hay de hecho una relación jugador-entrenador, sencillamente irreemplazable. Si alguien logra sustituir al entrenador en esa función, lo alejará también del sentimiento de sus jugadores. Dejará de tener la importancia que necesita para conducir el grupo y darle identidad al equipo.

    El argumento de "la modernidad" para justificar la presencia de un psicólogo en el cuerpo técnico parte de un supuesto falso: lo moderno es bueno. Y, como sabemos, lo moderno es sólo eso, moderno, y en este caso, para colmo, ni eso.

    Tampoco es acertado buscar en la ciencia la solución de todas las cosas. El fútbol, como sentimiento colectivo, es mucho más un hecho cultural que un hecho científico. Claro que si uno habla de sentimientos parece un cursi que está diciendo estupideces, pero aceptar el fútbol como un sentimiento incluso nos va a acercar al sentido común, donde muchas veces la verdad es tan evidente que no la vemos.

    Sin embargo, como los jugadores de fútbol antes que eso son personas, es posible que alguno necesite, individualmente, alguna vez, la asistencia de un psicólogo, como en otro momento la de un odontólogo. Pero en el cuerpo técnico de un equipo de fútbol, entrenador y psicólogo se encuentran en el mismo papel, con una ventaja para el entrenador: conoce mejor a Garrincha.


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revista digital · Año 7 · N° 42 | Buenos Aires, Noviembre de 2001  
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