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Los usos del fútbol en dictadura

Lic. en Sociología
(Argentina)

Roberto Di Giano
robertod@efdeportes.com

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 6 - N° 31 - Febrero de 2001

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    Para reflexionar sobre determinadas cuestiones que rodearon al campeonato mundial de fútbol del año 1978 realizado en nuestro país, momento en que el intento de utilizar al fútbol por parte de los gobernantes llegó a su máxima expresión en la Argentina, es imprescindible realizar una mirada retrospectiva sobre los años sesenta. Es que en esta década se produce el primer golpe militar realizado por unas fuerzas armadas que están teñidas por una nueva orientación, producto de su incorporación progresiva al bloque militar liderado por los Estados Unidos, luego del derrocamiento del gobierno peronista en 1955.

    Estos profesionales de nuevo cuño - que tendrán motivaciones diferentes a las sostenidas por los del modelo anterior quienes intentaron afirmar en el país políticas de cuño nacionalistas- habían sido adoctrinados en los Estados Unidos, tanto acerca de su función orientada hacia el logro de un tipo de desarrollo alejado de cualquier proceso endógeno de construcción cuanto de su misión de custodios de los valores del mundo “occidental y cristiano”, ante el peligro que implicaba la expansión del “comunismo soviético”(una cuestión resignificada dentro del seno de la corporación castrense a partir del fuerte impacto de la revolución cubana en el continente americano).

    Pese a que esta posibilidad era remota dentro de nuestra frontera, la cuestión anteriormente citada les brindaría a estos militares argentinos de nuevo cuño, entre otras cosas, excusas mas amplias para sustituir a los futuros gobiernos constitucionales (cosa ya bastante habitual, por distintas razones, desde 1930), y también una manera de entablar sólidas relaciones con los grandes grupos económicos y con los organismos financieros internacionales (los militares de viejo estilo, teñidos en mayor o menor medida, de concepciones nacionalistas no habían despertado nunca la plena confianza de estos poderosos).

    El general Onganía, imbuido de estas nuevas concepciones, elaboradas en forma global por los Estados Unidos para la América situada al sur del río Bravo, asumió la primera magistratura a mediados de 1966, luego de que las Fuerzas Armadas derrocaran al presidente constitucional, Arturo Illia. El líder radical había sido descalificado para seguir en el cargo por importantes franjas de la sociedad que, entre otras cosas, consideraban que su parsimonia le impedía afrontar los problemas de la modernización universal en marcha. Es que una suerte de histeria colectiva se había adueñando de los mismos, al considerar estos actores que era imprescindible subirse, de cualquier manera, al “tren del progreso” diseñado por los países mas adelantados.

    Juan Carlos Onganía, una vez instalado como presidente de los argentinos aprovechó el clima social antes descripto para acercarse rápidamente al fútbol. Y lo hizo para decirle a través de él a la sociedad, con una alta resonancia gracias a que los medios de comunicación reprodujeron en detalle sus mensajes, cuales habían sido las virtudes mostradas por la selección nacional en el campeonato mundial realizado en Inglaterra, que culminara a los pocos días de asumir su mandato. El objetivo de resaltar algunos valores (y ocultar, por consiguiente, otros, ya que esta práctica deportiva brinda una gama excepcional de identificaciones por la diversidad de cualidades que requiere y exhibe) apuntaba a lograr que los mismos se pudieran expandir masivamente en la población, lo que podría facilitar la aceptación, aunque no sea de una manera activa, de un modelo de desarrollo de carácter dependiente que trataría de imponerse en el país.

    El régimen militar instaurado en el año 1976 va a presentar muchas características similares con el que liderara el general Onganía (como, por ejemplo, la alianza con los grandes grupos económicos nacionales y con el capital internacional) pero va a tener diferencias importantes que están relacionadas con la mayor intensidad y extensión del uso de la violencia represiva que aplicó este último.

    Es que esta nueva irrupción de las fuerzas armadas en el escenario del Estado se justificó a partir de un clima previo caracterizado por una marcada conflictividad política, económica y social que desbordaba, según la versión de los uniformados, a un gobierno peronista que ya no contaba con la mentalidad estratégica de su líder, fallecido meses atrás. De allí que el gobierno militar intentara imponer un proyecto que tuvo como uno de sus ejes fundamentales, el disciplinamiento de la sociedad argentina, paralelamente a que se apuntara también a transformar las bases mismas de la sociedad para cerrar definitivamente el ciclo histórico que el movimiento Justicialista había iniciado en la década del cuarenta y comenzar, entonces, uno de signo distinto.

    Para superar la situación de “caos” vigente (el orden y el desorden son siempre cosas relativas a un determinado punto de vista) vastos sectores de la población serán “privatizados” compulsivamente (la dimensión militar aportaría el rasgo represivo con el objetivo de destruir todos aquellos tejidos de la sociedad conducentes a afirmar proyectos colectivos). Concretamente, el espacio público, entre otros espacios, se convertirá en un lugar privilegiado del sometimiento y el miedo (ante una agresión masiva y casi indiscriminada que se descargó sobre la población y que llegaría a victimizar a parte de ellos con una crueldad desconocida hasta entonces en la Argentina).

    Dentro de este marco tan brutalmente definido por los sectores predominantes, se analizará el paso de pautas de comportamiento y de creencias que realizaron los uniformadas a través del fútbol, con el fin de afianzar el nuevo modelo societario. La difusión de las mismas adquirió un papel central ya que, sumado al hecho de que los medios de comunicación le dedican un espacio considerable a los avatares que rodean a este deporte, se registraba un hecho excepcional en la Argentina: ser sede el país de un campeonato mundial, en el año 1978.

    Es interesante resaltar que lo que se puso en juego en estos acotados funcionamientos discursivos (que exaltan y desechan sin mucho pudor los variados elementos que intervienen en el fútbol) son ciertos componentes del proyecto político, económico y social que diseñó para el país el régimen instalado a partir del 24 de marzo de 1976.


El modelo deportivo

    En lo que respecta específicamente a la esfera deportiva, hay que tener en cuenta que el desempeño de la selección nacional dependía del director técnico César Luis Menotti, quién habiendo asumido sus funciones en el marco de un gobierno democrático permaneció también al frente del plantel durante el periodo dictatorial. Los jugadores elegidos por él, contaron con un prolongado tiempo de preparación que fue absolutamente anormal hasta ese momento en el fútbol argentino, siendo el mismo entrenador quién justificaría el estricto orden conseguido en todo ese trayecto y paralelamente la renuncia a toda gratificación inmediata, por el hecho de encontrarse el equipo con un final exitoso:

    "Todos saben que por vez primera un seleccionado argentino sale campeón como fruto de un proceso de preparación”.1

    Menotti, si bien hacía gala de una fuerte identificación con la mejor tradición de nuestro fútbol, no confiaba plenamente en las características del jugador argentino a quién percibía como bien dotado técnicamente pero carente de la ambición y del espíritu de lucha del jugador europeo. Esta imagen estereotipada que era compartida (en mayor o en menor medida) por influyentes agentes de la comunidad deportiva, denunciaba dos rasgos negativos del jugador nativo: la indolencia y la falta de movilidad. Mas allá de si esta caracterización correspondía a una actitud real de los futbolistas locales, tenía un impacto importante sobre los mismos ya que la representación construida por los agentes que poseen mas autoridad en el medio deportivo contribuye, en gran medida, a la modificación de la práctica. Por otro lado, esos estigmas estaban grabados desde hacía mucho tiempo en el propio cuerpo del técnico de la selección nacional, ya que en su etapa de jugador, en los traumáticos años 60’, su figura cansina había sufrido las consecuencias de que se estuviera llevando a cabo en el país un fuerte proceso de modernización que había tomado como modelos identificatorios tanto la tendencia al sacrificio como el dinamismo del jugador europeo.

    Este relativamente nuevo modo de percepción y de clasificación del deportista nativo, ahora más entusiastamente compartido por el ex jugador ubicado ya en un lugar de privilegio, justificaría, entre otras cosas, su tarea prolongada al frente del equipo para intentar así modificar definitivamente los rasgos negativos que según esta visión todavía mantenía el jugador argentino.


La importancia de los “éxitos” deportivos para el gobierno militar

    A partir de la “eficiente” organización conseguida a cualquier costo, que resaltó aún mas el primer puesto logrado por la selección nacional en el torneo mundial desarrollado en la Argentina, el régimen militar intentó vender una imagen positiva de si mismo al exterior, espacio donde sus comportamientos podían ser mas fuertemente cuestionados, ya que dentro de nuestra frontera los opositores habían sido neutralizados o reprimidos. Es que apoyados en algunas innovaciones tecnológicas que se efectuaron en los medios de comunicación (entre otras cosas, se construyó un faraónico centro de producción que transmitió las vicisitudes del campeonato mundial en colores para el exterior) los uniformados creyeron que podían revertir, de esta manera, a las que evaluaban como injustas calumnias fomentadas por grupos de detractores de la dictadura argentina, ubicados en diversos países del mundo.

    Es así que las autoridades nacionales utilizarían la hazaña lograda por los futbolistas argentinos que actuaron bajo las órdenes del técnico Menotti (era la primera vez que en su historia futbolística un seleccionado argentino ganaba un campeonato mundial) como medida de grandeza del propio gobierno militar que apostó a este éxito de una manera obsesiva. De allí que apelando a esta asociación espuria evaluaran que habían demostrado al mundo que eran “gobernantes honorables” y que en el exterior existía solo una campaña internacional de falsedades.

    De allí que el Secretario de Deportes y Turismo de la dictadura, el general Arturo Barbieri, en el marco de esa misma línea de razonamiento, fue capaz de afirmar lo siguiente luego que la selección nacional alcanzara la máxima distinción:

    “Este torneo permitió reflejar, ante la opinión pública mundial, la auténtica imagen de la Argentina. Un país que gana no puede tener los ribetes que le han endilgado versiones tendenciosas que conocemos”.2

    Será recién en el año 1979, cuando se dispute el campeonato mundial juvenil de fútbol en Japón, que el régimen autoritario instalado desde fines de marzo del año 1976, querrá aprovechar plenamente el transporte de significados que puede hacerse a través de este deporte para delimitar y organizar a los actores internos. Es que cualquier gobernante, desde el lugar de privilegio en que se encuentra, puede decirle a la sociedad, con una alta resonancia, como es el desempeño deportivo y porque es así. De allí que pueda llegar a identificarse el funcionamiento de las selecciones nacionales con un modelo ideal de vida colectiva.

    Es interesante, entonces, visualizar la versión tejida por el régimen militar acerca de la victoria alcanzada por la selección juvenil, que presentó una forma de juego donde coexistieron muchos elementos entrelazados pero también contrapuestos como consecuencia del tipo de modernización que fue llevándose a cabo en esta esfera desde los años sesenta que utilizó muchos criterios de organización y valorización externos (a partir de lo cuál se incorporaron valores tecnocráticos que se expresaron en la fuerte presencia del trabajo serio y de la capacidad organizativa) que empezaron a coexistir conflictivamente con la forma deportiva forjada anteriormente en el país que permitía a los jugadores improvisar y crear sin estar tan sujetos a las normas de trabajo y de disciplinamiento fijadas por los expertos.3

    Es por eso que, el presidente de facto, Jorge Rafael Videla, decidió exaltar, a partir de esta conflictiva y por momentos armoniosa coexistencia de elementos tradicionales y modernos (que no facilitan plenamente la construcción de una modernidad de características propias) los siguientes valores como fundamentales para que los jugadores alcanzaran un eficaz funcionamiento:

    “...han dado una prueba inequívoca de disciplina, de orden, que significa sin más reconocer
el principio de autoridad. Había alguien que mandaba, imponía horarios, imponía exigencias y ustedes cumplieron ”.
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    Es interesante resaltar que si bien el desempeño del equipo había respondido en parte al universo de valores descriptos por el dictador, también respondió a otros elementos que perviven pese a la expansión de las estructuras deportivas modernas que funcionan como una fuerte grilla y son los que hicieron disfrutar mas a los televidentes. Pero, evidentemente, las valoraciones que hace el presidente de facto de la Argentina, están muy condicionadas ideológicamente y así, entonces, interpretó la tarea del equipo, de acuerdo a sus propios fines y aspiraciones como gobernante.

    Es que el objetivo del régimen militar fue penetrar capilarmente con este tipo de mensajes, en todos los contextos de la sociedad argentina, para castigar todo lo que cayera fuera de los límites autoritariamente definidos por el gobierno. De esta manera se apuntaba a incrementar las disciplinas en las mas diversas relaciones sociales con vistas a un inmediato efecto de obediencia, cuestión ésta que estuvo ligada estrechamente con el propósito de reestructurar definitivamente la organización económica de nuestro país de acuerdo a una acentuada ortodoxia liberal, para intentar así destruir todos los modelos preexistentes de comportamiento social y económico construidos en la Argentina hasta entonces.


El fin anticipado de la dictadura

    En el año 1982 antes de disputarse el campeonato mundial de fútbol en España, el gobierno militar, liderado ahora por el general Leopoldo Galtieri, recuperó por la fuerza las Islas Malvinas y de esta forma se tuvo que enfrentar militarmente con Inglaterra. De esta manera se intentó aprovechar una causa que aún movilizaba, en buena medida, la conciencia social de los argentinos, para lograr un reconocimiento momentáneo que le permitiera a los uniformados continuar en el poder, en tiempos en que el descontento hacia la política del régimen autoritario crecía.

    Paralelamente al desarrollo de la guerra del Atlántico sur, cuya derrota derivaría en una grave crisis institucional que facilitaría la transición a un régimen democrático, la selección de fútbol partió hacia España a disputar un nuevo mundial del que nadie quiso desertar pese a la gravedad de la situación. Así, los máximos representantes del fútbol argentino se orientaron en sentido contrario a las cada vez mas distantes islas en las que muchos adolescentes se jugaban la vida, sometidos a múltiples carencias (es importante aclarar que el conflicto bélico desplazaría por un momento a la práctica futbolística como el lugar por excelencia en donde se actualiza y renueva el débil sentimiento de nacionalidad de los argentinos).

    La derrota deportiva en la península ibérica marcó el final del ciclo liderado por César Luis Menotti, quién en base a una personalidad seductora y, por supuesto, a los resultados alcanzados en materia deportiva se convirtió en una figura descollante durante todo el período dictatorial. Es interesante aclarar también que antes de que en las filas de los uniformados acampara el desorden, el exitoso entrenador ya había firmado solicitadas que reclamaban por los desaparecidos (una figura siniestra a partir de la cual el gobierno militar forjó un fuerte clima de angustia social) y criticado a los dirigentes del régimen instalado a partir del 24 de marzo de 1976.

    De esta manera, se pusieron en escena, en este período tan traumático de nuestra historia, relaciones sumamente complejas (que algunas veces asumieron características solidarias y otras mucho mas antagónicas) entre actores relevantes del fútbol argentino y de la dictadura.


Referencias

  1. La Nación, 26/6/78, Secc. 2da, pág. 9.

  2. La Razón, 26/6/78, pág. 3.

  3. Precisamente, para el técnico Menotti, quien supervisó a este equipo juvenil dirigido mas estrechamente por uno de sus colaboradores, la exitosa actuación del equipo se debió a que superaron una carga cultural negativa que habían dejado los jugadores que brillaron en la década del cuarenta: “... estos pibes entendieron a la perfección a Pedernera, Pontoni, Labruna, Moreno y tantos otros (...) demostraron que aquellos siguen siendo los grandes maestros, la diferencia estribaba en que habíamos desechado la preparación seria, la metodología de trabajo y los adelantos científicos al fútbol, cuando lo único válido es aplicarle todo a ese talento”. (El Gráfico, 11/9/79, pág. 20)

  4. Clarín, 11/9/79, pág. 40.


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