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La crisis de la tradición y el modelo asociacionista en los clubes de fútbol argentinos. Algunas reflexiones

Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte
SEUBE - FFyL - UBA (Argentina)

Julio David Frydenberg
alaju@speedy.com.ar

Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto de investigación
sobre Legislación y Políticas Deportivas, UBA

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 6 - N° 29 - Enero de 2001

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I

     El tema de la actual crisis por de los clubes con fútbol profesional aparece habitualmente en los medios periodísticos y en el mundo cotidiano de buena parte de los argentinos.

     Los síntomas más evidentes de dicha crisis se suelen rastrear fácilmente en la economía, las finanzas, la caída de su masa societaria y en la escasa cantidad de las entradas vendidas en los partidos. Algunos denuncian los estilos del quehacer política dentro de las instituciones como el virus que las ha carcomido. Aquí pretendo concentrarme en otro costado de esta crisis, y se refiere a la puesta en cuestión de la tradición asociacionista. Un ideario y una práctica puesta en duda por muchos de los actores que intervienen en el campo del espectáculo del fútbol argentino (dirigentes de instituciones, periodistas, propietarios de multimedia, etc.).

     Aquí solo se trazaran algunas líneas hipotéticas que habría que cotejar con un corpus empírico adecuado. Es importante hacer una distinción, que por lo obvia no deber quedar tácita: no es lo mismo la tradición asociacionista que realidad de la vida institucional de los clubes, la práctica real y concreta en la política en las asociaciones. Un tema es el referido al ideario del asociacionismo, y muy otro -aunque emparentado fuertemente- sería estudiar el devenir de las formas de hacer política y de participación de quienes han adherido o dicho adherir a esa tradición. No se nos escapa que parte del descrédito de esta tendencia es resultado de la vida real, de las formas que han adquirido la vida participativa (Sirvent, 1999). La polémica actual sobre el formato institucional (asociación civil o sociedad anónima) tiende a diluir las diferencias entre ambos fenómenos. Así, se suele objetar el ideario asociacionista confundiéndolo con la “politiquería” de punteros, clientelas, dones y contrapones, de la política real. Esa vida marcó, tiñó, la representación que actualmente se tiene de la vida institucional pero, obviamente no son lo mismo... sin embargo surgirá la inquietud y la búsqueda en torno de los ejemplos o de la posibilidad de otro modelo participativo y directriz en las asociaciones.


II

     A partir de mi investigación sobre la polémica desatada respecto del formato socio-jurídico de los clubes pude testear la existencia de tres corrientes de opinión respecto de ese tema:

  • sólo una minoría de los dirigentes de los clubes con fútbol profesional defiende la tradición asociacionista a partir da la cual nacieron los clubes. Esta corriente de opinión vincula la tradición a una posible o real gestión eficiente. Esa minoría “progresista” la propone como modelo.

  • otra corriente, opuesta a la anterior y también minoritaria, se presenta como su polo opuesto y de vanguardia. Acorde a los nuevos tiempos, juzga vetusta la propuesta centenaria y propone como modelo exitoso a las sociedades anónimas, al modelo empresarial.1

  • un tercer grupo, mayoritario, navega en una indefinición signada por un pragmatismo guiado por su propia supervivencia así como por un deseo de sanear las finanzas de los clubes, sin perder la base de sustentación que hizo de ellos sus dirigentes.

     Todo esto parece significar que el asociacionismo ha dejado de ser un horizonte mental común.

     La tradición asociacionista viene de una práctica común muy antigua, que cristalizó en nuestro país hacia fines del siglo XIX, como iniciativa de todos los grupos sociales: desde la colonia inglesa se promovió la asociación; las corporaciones empresarias lo hicieron; los sindicatos de trabajadores; casi todas las corrientes políticas alentaron el asociacionismo; la Iglesia; los agrupamientos inmigrantes en sus sociedades de socorros mutuos; las sociedades vecinales o sociedades de fomento; las bibliotecas populares; los clubes de fútbol, y más tarde los clubes sociales y deportivos... o sea, todo el fin de siglo hasta bien entrado el siglo XX vivió la plenitud de la vida social organizada en las asociaciones.

     Ese enorme movimiento en medio de una sociedad liberal tendía a cumplir funciones que el Estado no deseaba cumplir, y que además nadie suponía que debía hacer: defender al individuo, ayudar a su desarrollo personal (brindar servicios; armar una red social comunitaria institucionalizándola, formalizándola, en la cual el individuo siente que forma parte de ella, con su correlato simbólico identitario. Como se puede apreciar, esa tendencia no contrastaba con los principios de la sociedad liberal.

     El pasado de los clubes desde una perspectiva sociocultural es un capítulo que falta recorrer2. Una primera versión muy difundida entre quienes leen la historia del fútbol sostiene que los clubes nacieron para recoger inquietudes generadas en la comunidad del lugar, del barrio. Una institución nacida para cubrir necesidades y generar espacios de sociabilidad, cultural, deportiva, etc. Al igual que una asociación vecinal o sociedad de fomento. Esa versión continua con la transformación de esas instituciones en clubes cada vez más especializados en esa materia deportiva. Con el transcurrir de las décadas, de entidades vecinales habrían devenido en entidades deportivas.

     La tradición asociacionista vinculada al deporte apareció desde el último cuarto del siglo XIX en la colonia inglesa y la elite criolla. Desde principios del siglo XX, la popularización de la práctica del fútbol se desarrolló a través de ese movimiento fundacional de equipos-clubes por jóvenes de los sectores populares.

     En realidad, si bien habría que ver cada caso, los clubes fundados en la primera década del siglo XX, a partir de la iniciativa de jóvenes provenientes de los sectores populares urbanos, muy a pesar de lo que digan sus estatutos, su nombre y su objeto social, eran meros equipos-clubes. Luego, con el tiempo, se irían abriendo cada vez hacia la comunidad, resultado de la lógica misma de su razón de ser: su vida dependía y depende en buena medida de la posibilidad de contar con mayor cantidad posible de socios.3

     La oleada fundacional de clubes comenzó en la primera década del siglo en la capital federal. En las ciudades del interior siguió la expansión de la red ferroviaria. Hacia las décadas de 1920 y 1930 aparecen nuevas fundaciones de entidades en los barrios y en los nuevos cinturones poblacionales del Gran Buenos Aires, pero ya no serán clubes de fútbol, serán clubes con fútbol, los llamados “Club Social y Deportivo”.

     Esta tradición se sumaba a la que venía desde las sociedades de fomento barriales, bibliotecas populares, sindicatos, las corporaciones empresarias, etc. Todo este horizonte de prácticas y de mentalidades asociativas, desde la sociedad civil, cristalizó hacia los años '30.


III

     En la actualidad, las modificaciones operadas en torno de la tradición asociacionista pueden detectarse en los cambios ocurridos en los estilos de vivir el fútbol:

     -Por ejemplo, el nivel de la violencia está vinculada a la presencia activa del Estado homogeneizador, y sus implicancias en el control social. La calidad de su presencia está seguramente asociada a la violencia. Pero no una presencia represiva sino simbólica y activa en la construcción de redes sociales básicas.

     - Por otro lado, aparecen cambios tendientes a la transformación del espectáculo del fútbol en un show mediático. Con una participación cada vez más distante del público que como tendencia transformaría su hinchismo hacia manifestaciones un tanto mas disciplinadas y controladas.4

     - Se suma a todo esto, los cambios operados en la índole de la pasión asociada desde siempre al fútbol. No por que desaparezca, sino por su posible modificación. Me detendré en este punto.5

     La pasión y el fútbol pueden verse en relación por lo menos a tres vertientes.

  1. La pasión del hincha.

  2. La pasión del dirigente voluntario, e hincha, por dirigir los destinos de la institución, por participar.

  3. La pasión por lucrar con el fútbol.

     Las tres han estado presentes desde hace por lo menos ochenta años en el fútbol argentino. La pasión del hincha que motoriza el fenómeno, no siempre ha sido bien vista y a veces asumida como el origen de los males del fútbol actual6. Sin embargo, los medios la han ido transformando a ella misma en objeto de culto y show. Más legitimada aparecía la tradición participacionista y el amor del dirigente por su institución que restaba horas a su familia y profesión.

     Hoy se parte en general de una creencia diferente sobre la naturaleza humana: el individuo es un ser esencialmente económico y el club una empresa... que vive en una sociedad mercado diferente de otra creencia que sostiene en su base a una comunidad construida sobre redes solidarias muchas de ellas en estrecha relación con el Estado. El viraje cultural operado en el imaginario político legítimo trasladó el “igualitarismo estatal” hacia el individualismo competitivo”.7

     Si bien existen en la realidad esos dirigentes voluntarios apasionados y honestos, el imaginario actualmente en alza sostiene la imposibilidad de la existencia de un dirigente que sólo lucha por su club. Hoy ese dirigente realmente existente vive vergonzantemente esta situación, está a la defensiva: para no pasar por tonto (el tonto que no se aprovecha). Se suele decir: “si el club es una empresa, hay que poner las cosas sobre sus verdaderos pies y transformar, blanquear, promoviendo una Sociedad Anónima o tercerizar los ámbitos del negocio...... dejarlo en manos de quienes realmente saben hacerlo”.

     Todo parece decantan con el propio peso de los hechos, lo “natural”, lo legítimo, parecería que tiene que ser sólo la búsqueda de la ganancia y/o de los balances positivos. La pasión por ganar dinero (sumada al frío cálculo que la vehiculiza) está ubicándose en un espacio que antes era ocupado por la tradición de participación asociacionista y su pasión adosada.


IV

     Este conflicto de estilos y tradiciones se dirime en un espacio institucional. Ese espacio de lucha se dirime en una llamada por algunos arena cognitiva.8

     “La vida asociativa se convierte en un lugar social que produce significados para quienes participan de ella (...). Tal fenómeno es válido para cualquier tipo de asociación pero el impacto simbólico del deporte es tan grande que potencia enormemente el carácter cognitivo de la experiencia”.9

     Podemos hablar de una "arena cognitiva" que es el factor central para definir el concepto de “arena política” que es el de mayor amplitud”. Arena política y espacio cognitivo implican una zona en la que se despliega un conflicto de significados, sentidos y prácticas. “Una organización es capaz de producir su propio ambiente y ello no sólo por una simple adaptación funcional a las modificaciones del entorno. Este papel activo de la organización presupone una gran capacidad de los líderes para construir una representación convincente de la realidad (aproximación cognitiva), (...) produciendo significados”.10

     A diferencia de la idea de la omnipresencia de dirigentes incapaces de manejar una enorme masa de capital dinerario, bien podría pensarse en los clubes como un espacio de entrenamiento socialmente deseable, para luego ser capaces de volcar ideas e iniciativas sobre el manejo del universo macro social.

     Además de visualizar la arena cognitiva y política en las instituciones, también se puede ingresar al mundo asociativo utilizando conceptos como el de capital social.11

     ¿Qué es lo que está en lucha en esa arena cognitiva? Se podría responder: un capital social determinado.

     En este sentido tomamos la idea de R. Putnam, analista de las relaciones básicas de la sociedad civil en los sistemas democráticos, que percibe una caída de la vida asociativa en los clubes deportivos y en general en EEUU.12

     Esto tiene varias implicancias debido a que esas instituciones son el ámbito en el cual se ejercen virtudes cívicas, entrenamientos en la vida social y democrática, en las cuales se ponen en marcha dispositivos de reglas que deben ser respetadas por los participantes - con gran semejanza de una práctica deportiva- a la manera de un sistema político. En este sentido ese capital debería entenderse en la intersección de la vida social con la gimnasia del diálogo, de la presencia personal, el cotejo de ideas disímiles o afines en la comunicación, actitudes que aceitan la convivencia con ciudadanos de diferentes orígenes u opiniones, prácticas que estructuran la formación de los consensos en las sociedades democráticas. Así, la caída del peso de esa tradición asociativa implica un deterioro de redes sociales democráticas básicas. Además, arrastra una caída en el aprendizaje de virtudes cívicas. Cuando el umbral de ese tipo de logros sociales se modifica también cambian ciertas variables socioeconómicas como, por ejemplo, los gastos en seguridad que suben al caer las redes sociales vinculantes establecidas en torno de las asociaciones. Lo mismo podría decirse del área de la salud (caso del deporte). Es decir, cae el ahorro social general.

     En el caso de Argentina los clubes cumplen un papel abandonado por el Estado, brindan espacio e instalaciones para que alumnos de escuelas públicas practiquen deportes, además suelen otorgar becas a alumnos, tienen colonias para niños, etc. Los clubes han participado activamente en la construcción de la sociedad civil (junto con Iglesia, sindicatos, etc.). Por otro lado, y en un nivel más elemental, los clubes cumplen un papel importante en el proceso de socialización13. Desde un espacio territorial y un universo identitario fuerte, construyen vínculos sociales básicos muy conectados con la institución familiar cruzando las estructuras de la vida cotidiana y del sentido común14. Una socialización en medio del cotejo de la opinión ajena, de la vida asociativa que crea raíces para la vida en democracia.

     El capital social también abarca la forma y el contenido esa socialización. Las asociaciones (junto a instituciones como la escuela, así como otras más informales como la esquina, el bar, etc.) han construido una red de escenarios de encuentro. Además, le han dado un estilo propio a esa conjunción, a la que han sumado un fuerte lazo identitario.

     Los clubes como arena política o como espacio generador de un capital social, también pueden ser evaluados en la medida en que son escenario de generación de cuadros dirigentes políticos para los partidos políticos, es decir dirigentes que nacen a la vida pública con una gimnasia democrática.

     Además son escenarios de construcción de un capital simbólico, que se puede asimilar a los lazos identitarios, hábitos, sentimientos comunes de una comunidad, a espacios de generación o recreación de creencias y valores.

     Héctor Palomino sostiene, siguiendo a R. Putnam, que el significado social de los clubes reside en el cúmulo, el volumen de capital social que estas instituciones ejercitan. La práctica de estar asociado a un club presenta una serie de actitudes que "son isomórficas con aquellas que nutren la democracia americana: anotar puntajes, esperar turnos, controlar el cumplimiento de las reglas de juego, responsabilizar al otro por sus conductas y actitudes, en suma responsabilizarlo por su discurso; competir pero sabiéndose participe de una sociedad o comunidad más amplia".15

     Situándonos ahora en nuestra realidad, existen prácticas que desde la sociedad civil construyen o podrían construir, potencialmente, hábitos que ayuden a edificar la vida democrática. En este sentido, actividades sociales regulares y masivas como la práctica y la organización del deporte, así como la participación en la vida de las asociaciones, son o pueden ser los cimientos sobre los cuales se constituyan fuertes columnas de apoyo de formas de convivencia democrática que bien pueden tener efectos en el propio sistema político general.


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