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La mentalidad científica en el entrenador de fútbol

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología.
Profesor de Sociología en el Centro Asociado de Leganés (Madrid) de la UNED
(España)

José Antonio Vallés Muñoz
javalles@interbook.net

    Pero volvamos al fútbol, que es el tema que nos ocupa, y más concretamente a las páginas deportivas de los diarios del lunes y a las explicaciones que los entrenadores ofrecen sobre las causas de sus derrotas y encontraremos las siguientes frases: La suerte no nos acompañó. El infortunio se cebó en nuestro equipo. Hemos tenido mala suerte de cara al gol. La suerte fue la principal aliada del equipo rival. Los árbitros nos persiguen. Otros plantan ajos, el portero de una selección africana practicaba unos extraños rituales en los palos de su portería y algunos jugadores llevan estampas de santos en el interior de sus botas. ¿No encuentran similitudes con lo que los antropólogos entienden por magia, irracionalidad y hombre primitivo? El fracaso se presenta como algo exógeno, externo; no depende de nosotros. Las fuerzas del mal se confabulan en nuestra contra y no podemos combatirlas. Luchamos contra algo que se escapa de nuestro humano entender.     Quizás estos elementos mágicos están tan arraigados en nuestro deporte que se hayan convertidos en rasgos culturales del mismo. O quizás convivan, incluso, con la mentalidad científica y estén perfectamente delimitados sus campos de acción (tenemos que entrenar más sí queremos tener mejor suerte).
    La antropología a la hora de explicar el fenómeno de la magia en las sociedades humanas lo hace como el instrumento irracional del que se sirve el hombre para controlar las fuerzas de la naturaleza o explicar aquellos sucesos que se escapan de su lógica o conocimientos. El ritual, el conjuro y la práctica mágica nos garantizarán las lluvias, evitarán las inundaciones, el pedrisco y mantendrán alejadas las plagas nocivas. Igualmente, el mal de ojo proporciona una explicación al accidente, la desgracia, el fracaso y el infortunio.

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 5 - N° 26 - Octubre de 2000
Trabajo presentado en el IIIº Encuentro Deporte y Ciencias Sociales y
1as Jornadas Interdisciplinarias sobre Deporte. UBA - 13 al 15 de Octubre 2000

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     “... Madruga de portero. Lateral derecho Domenech. Lateral izquierdo Mosca. Central Fariñas y de libre Farhani. Volante izquierdo De los Ríos. Medio centro Viverti, en aquellos tiempos había un jugador argentino de gran melena y mayor calidad en el C.D.Málaga y mi compañero adoptó su nombre en su honor, y por la derecha Ruiz. Extremo izquierdo Castillo. Delantero centro Valle, me llamaba Valle, y extremo derecho Purri”. Acto seguido se hizo el silencio en el vestuario de dos duchas de agua fría y water turco entre ambas, el “mister” pasaba a dar la charla previa: “ Chavales, en el fútbol está todo inventado...” Campo de Santa Bárbara en Melilla, otoño de 1972

     No recuerdo como continuó la disertación, pero mi viejo entrenador de equipo regional no tenía noticias sobre Cruyff, Repp, Neeskens y un tal Marinus Michels, que en ese preciso momento estaban inventado algo nuevo: El fútbol total. Tampoco se conocía el cuatro - cuatro - dos, ni las mil cosas que fueron viniendo después. Todos los que hemos estado en algún vestuario hemos escuchado esta frase tan manida como inexacta demasiadas veces.

     Pero cuando hablo de mentalidad científica en el entrenador no me estoy refiriendo a que estos deban cambiar el chandall por la bata blanca y el silbato por la probeta. Me refiero a que deben estar preparados para ir evolucionando con los tiempos, a estar siempre atentos a los nuevos estudios e innovaciones. En definitiva, tener permanentemente la mente abierta a lo que otros puedan estar haciendo bien y que pueda sernos de utilidad. Igualmente, la mentalidad científica, basada en la observación y en la medición, no permitirá ser más flexibles, y nos proporcionará más capacidad de maniobra para, si algo no está funcionando adecuadamente, buscar nuevas soluciones. Pero además se requiere para ello una metodología basada en un razonamiento científico. Es preciso, pues, saber acotar los problemas, saber analizarlos para así poder adoptar las soluciones más acertadas. El padre de la Sociología Augusto Comte lo definió con una frase lapidaria: “Savoir pour pouvoir” (Saber para poder).

     Al igual que hemos aceptado la psicología como ciencia auxiliar del entrenador; al igual que estudiamos la metodología de la enseñanza aplicada al fútbol; al igual que teorizamos y definimos los gestos técnicos y los movimientos estratégicos; al igual que la preparación física ha sido aceptada de forma generalizada como un instrumento científico al servicio de los distintos deportes, y los entrenadores usamos, hasta en los niveles de base, instrumentos de medición objetivos como los test de Burpee, Cooper... etc., es necesario ir incrementado el uso de estos instrumentos en otras facetas de nuestro juego. Así, por ejemplo, la aplicación de métodos de observación que nos permitan evaluar “in situ” el rendimiento de cada jugador durante el transcurso de un partido, el planteamiento táctico del adversario con la utilización de los soportes informáticos, auditivos y visuales podrían ser de gran ayuda a la hora de tomar decisiones. Indudablemente que surgirán críticas feroces a estas propuestas, otros pondrán cara de vaca mirando el tren, y no faltará quien esboce una sonrisa socarrona o displicente. Pero la realidad es palmaria, los estudios al respecto aseguran que los entrenadores de elite captan solamente un 30% de la información que se está produciendo en un encuentro oficial y “... según Franks (1985), la evaluación efectuada por los entrenadores inmediatamente después de un encuentro es correcta nada más que un 12% de los casos...” (Moreno y Pino, 2000). Es decir, realizan cambios en el sistema, cambios en el posicionamiento de los jugadores, cambios de unos jugadores por otros con la única ayuda de su experiencia, olfato e intuición y todo ello con una Copa del Mundo, una liga, un clásico de la máxima o un descenso de por medio. El ejemplo puede parecer histriónico, aunque los ejemplos deben serlo para su mejor compresión, pero la metáfora resultante ya ha sido captada por el lector atento: Se adoptan decisiones gravísimas con un mínimo conocimiento de la situación por una persona sometida a un fuerte estrés. ¿Confiarían sus ahorros a un gestor en estas condiciones?. Pues bien, nuestro deporte que mueve cantidades ingentes de dineros, que los clubes que lo integran pasan a ser símbolos que trascienden lo meramente deportivo y presupuestan miles de millones de pesetas al año, no recogen en ningún capítulo alguna partida presupuestaria destinada a la investigación de instrumentos de observación y medición que les conceda la ventaja sobre el adversario, de al menos, tener más información que él que no es poco; amén de los conflictos que se evitarían en los vestuarios, “Si el entrenador fuera capaz de desarrollar un procedimiento de observación sistemático, menos subjetivo y centrado en cierta observación, referente al juego, se evitarían quizás un gran número de conflictos entre jugadores por una parte y entre jugadores y entrenador por otra, que surgen de la confusión, por las diferentes interpretaciones y percepciones que cada uno ha tenido del juego” (Moreno y Pino, 2000). La causa, desde mi punto de vista, podría atribuirse a que los entrenadores de campanillas no han demandado con un mínimo de vehemencia esta necesidad (Johan Cruyff, en su época de entrenador del F.C. Barcelona, hizo ver a los dirigentes del club la necesidad de adquirir en propiedad un avión para afrontar con mayor comodidad los numerosos compromisos lejos de casa). Cabría preguntarse por qué esto es así y no sucede como en los deportes típicos de Estados Unidos, donde los entrenadores cuentan con una cohorte de asesores y todo tipo de medios a su disposición para, precisamente eso, contar con información y opiniones que poner al servicio de su experiencia, olfato e intuición. La respuesta la podemos encontrar en la propia cultura, en el sentido antropológico del concepto, que rodean al baloncesto y fútbol americano con origen y arraigo universitario. Sus entrenadores primero, y sus jugadores después, poseen formación universitaria y eso, queramos o no, imprime carácter. Por el contrario, nuestro fútbol ha crecido junto a las eras, potreras, arrabales y suburbios de ciudades industriales repletas de chimeneas (Kaplan y Kaplan, 2000) (Frydenberg, 2000) y eso, nos no quepa la menor duda, aun subyace, aunque en clara regresión, en nuestro deporte.

     Otra cuestión que no hay que olvidar a la hora de reflexionar sobre el cientificismo como elemento superestructural, permítanme el término marxista, al servicio de nuestros objetivos deportivos es el enorme componente de elementos mágicos que rodean las derrotas en nuestro deporte. Para hacerme comprender debo remitirme a la obra del antropólogo Bronislaw Malinowski, en la que citando al profesor Lévy-Bruhl expone: “...el salvaje,... carece en absoluto de tal sobriedad mental y está, sin remisión y de modo completo, inmerso en un marco espiritual de carácter místico. Incapaz de observación desapasionada y congruente, horro del poder de abstracción, y con el obstáculo de «una decidida aversión al razonamiento», no consigue extraer beneficio alguno de la experiencia, ni construir o comprender siquiera las más elementales leyes de la naturaleza. «Para mentes así orientadas no hay hecho alguno que sea meramente físico»” (MAGIA, CIENCIA, RELIGION).

     Efectivamente, la antropología a la hora de explicar el fenómeno de la magia en las sociedades humanas lo hace como el instrumento irracional del que se sirve el hombre para controlar las fuerzas de la naturaleza o explicar aquellos sucesos que se escapan de su lógica o conocimientos. El ritual, el conjuro y la práctica mágica nos garantizarán las lluvias, evitarán las inundaciones, el pedrisco y mantendrán alejadas las plagas nocivas. Igualmente, el mal de ojo proporciona una explicación al accidente, la desgracia, el fracaso y el infortunio.

     Pero volvamos al fútbol, que es el tema que nos ocupa, y más concretamente a las páginas deportivas de los diarios del lunes y a las explicaciones que los entrenadores ofrecen sobre las causas de sus derrotas y encontraremos las siguientes frases: La suerte no nos acompañó. El infortunio se cebó en nuestro equipo. Hemos tenido mala suerte de cara al gol. La suerte fue la principal aliada del equipo rival. Los árbitros nos persiguen. Otros plantan ajos, el portero de una selección africana practicaba unos extraños rituales en los palos de su portería y algunos jugadores llevan estampas de santos en el interior de sus botas. ¿No encuentran similitudes con lo que los antropólogos entienden por magia, irracionalidad y hombre primitivo? El fracaso se presenta como algo exógeno, externo; no depende de nosotros. Las fuerzas del mal se confabulan en nuestra contra y no podemos combatirlas. Luchamos contra algo que se escapa de nuestro humano entender. Quizás estos elementos mágicos están tan arraigados en nuestro deporte que se hayan convertidos en rasgos culturales del mismo. O quizás convivan, incluso, con la mentalidad científica y estén perfectamente delimitados sus campos de acción (tenemos que entrenar más sí queremos tener mejor suerte).

     Lo que es incuestionable es que el fútbol es un juego, y como tal el elemento aleatorio estará siempre presente; el trabajo del entrenador tendrá como objetivo intentar reducir a la mínima expresión posible la variable del azar. Esto es factible trabajando mucho y bien. Trabajar mucho todos sabemos lo que es, pero trabajar bien entra en el campo de lo subjetivo o de la fría razón que te da o quita la tabla clasificatoria. No olvidemos que los resultados de una campaña comienzan a gestarse al finalizar la anterior, y que los errores de planificación son difícilmente corregibles o irresolubles en muchos casos. Así, pues, una mala campaña de fichajes que haya tenido como consecuencia un equipo descompensado, donde sobren delanteros y falten defensas acarreará problemas durante todo el año. Igualmente, si se hizo mal la pretemporada jamás ese tiempo pasado volverá a repetirse.

     Me comentaba un amigo que en unas conferencias sobre fútbol, un entrenador de gran prestigio y en activo en la actualidad, a la hora de analizar el número de materias y conocimientos que se impartían en los cursos de entrenadores, opinaba, con una fuerte carga de ironía, que todo aquello estaba muy bien, PERO que un entrenador de lo que debe conocer fundamentalmente es de fútbol. Este, queramos o no, es el sentir de la mayoría de los entrenadores de este país, que suelen ver la metodología del entrenamiento, la psicología, la medicina deportiva... etc. como asignaturas de escaso interés y utilidad para el desarrollo de su profesión. Por supuesto, afirmo yo, que un entrenador de fútbol de lo que debe saber es fundamentalmente de fútbol, pero esto no tiene por que entrar en conflicto con el discurso que vengo manteniendo a lo largo del artículo. Es lo mismo que si dijéramos que el historiador solamente debe conocer los distintos sucesos que acontecieron con el devenir de los años, y se le privara de la capacidad de analizarlos porque no se le han facilitado las herramientas necesarias para ello. La geografía, la demografía, la economía, la politología, la sociología, la paleografía, la diplomática y la numismática son, entre otras, esas herramientas necesarias para comprender el Imperio Romano, la Revolución Francesa o la Independencia de los países hispanoamericanos. Igualmente, el entrenador de fútbol tendrá a su disposición las suyas para mejorar en su trabajo, ser más competitivo y como consecuencia más eficaz. Quizás la frase atribuida a Valdano: “ El que solo sabe de fútbol, ni de fútbol sabe” estaría en consonancia con lo que acabamos de exponer. De todas formas, en épocas no muy lejanas el papel del entrenador cambiará. De hecho ya está cambiando, y como siempre son los grandes clubes los que muestran los primeros atisbos. El actual entrenador del F.C. Barcelona Van Gaal, por citar un ejemplo próximo, ya no es un ser solitario, que asume personalmente todas las facetas del entrenamiento. Estos nuevos entrenadores acceden a los clubes aportando sus propios equipos técnicos integrados, generalmente, por un segundo y un preparador físico de su confianza, sin perjuicio de utilizar otros más de plantilla de los propios clubes para tareas específicas (entrenamiento técnico de porteros, delanteros...), y durante los partidos, se sirven de información auxiliar que se le va facilitando, bien desde el propio banquillo, bien desde localidades del estadio que permiten una observación cenital. Johan Cruyff adoptó, en su época del F.C. Barcelona, una estructura organizativa similar a las utilizadas por los “Team Manager” de F-1 o fútbol americano controlando todas las divisiones inferiores, sus entrenadores, sus sistemas de entrenamiento, altas y bajas y hasta la política de fichajes y renovaciones del primer equipo. En definitiva, una gran organización compuesta por jugadores, fisios, médicos, utilleros, técnicos, preparadores físicos y al frente el entrenador último responsable de todas las decisiones que se adopten.

     Pues bien, esto que para la mayoría de nosotros se sitúa en el plano de lo utópico, no es otra cosa que mentalidad científica y esta si que está al alcance de nuestra mano. Solamente se requiere que organizamos nuestros humildes recursos humanos y materiales de la manera más racional posible, que seamos realistas en nuestros objetivos deportivos, que realicemos una planificación adecuada del trabajo, que adoptemos una metodología acorde a nuestras necesidades y posibilidades, que seamos objetivos a la hora de valorar la victoria y la derrota, que aprendamos de ellas y que estemos atentos a todo aquello que pueda ser útil a nuestro equipo.

     Por cierto, dentro de una hora tengo entrenamiento con mi equipo de juveniles y aún no he inflado los balones.


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revista digital · Año 5 · N° 26 | Buenos Aires, octubre de 2000  
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