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Actividad física y autoconcepto: una revisión
teórica aplicada al ámbito escolar

 

Maestro: especialidad en Educación Física por la Universidad de Murcia. Graduado

en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte por la Universidad Pontificia

de Salamanca (España). Máster de Investigación en Ciencias de la Actividad Física

y el Deporte por la Universidad de Murcia (España). Doctorando en la Facultad

de Educación de la Universidad de Murcia (España). Grupo de Investigación

de la Universidad de Murcia (España): Ejercicio físico y salud. Maestro de Educación

Física en el C.E.I.P. Micaela Sanz Verde de Archena (Murcia)

Andrés Rosa Guillamón

andres.rosa@um.es

(España)

 

 

 

 

Resumen

          El autoconcepto es un indicador de salud mental. La práctica física habitual realizada de manera adecuada es una de las mejores herramientas hoy disponibles para la mejora de la salud mental. De esta manera, el objetivo de este trabajo de revisión teórica es analizar los antecedentes científicos en el estudio de la relación entre el autoconcepto y la práctica física habitual en escolares.

          Palabras clave: Ejercicio físico. Autoconcepto. Infancia.

 

Recepción: 24/01/2015 - Aceptación: 27/02/2015

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 19, Nº 202, Marzo de 2015. http://www.efdeportes.com/

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1.     Introducción

    Desde la perspectiva actual de bienestar, como concepto multidimensional, la promoción de la salud desde contextos distintos al ámbito médico ha provocado que no solo se contemple la dimensión biológica de la salud, sino que también se considere la dimensión psicológica del bienestar, que ha ido adquiriendo una gran relevancia en los últimos años, especialmente enfocada hacia los indicadores positivos del mismo (autoconcepto, calidad de vida, felicidad, satisfacción vital, crecimiento personal u optimismo), tal y como se ha descrito en la literatura científica (Lyubomirsky, Sheldon & Schkade, 2005; Steel, Schmidt & Schultz, 2008).

    Uno de los patrones de comportamiento que se ha estudiado en relación con el bienestar psicológico es la práctica física. Numerosos estudios demuestran la elevada asociación de la actividad física con diversas dimensiones del bienestar. Así, la práctica física realizada de forma habitual y en la manera apropiada puede favorecer una auto-percepción positiva de la salud, mejorar el estado de ánimo y la emotividad (Biddle, Fox & Boutcher, 2000), contribuye a reducir los niveles de depresión clínica (Lawlor & Hopker, 2001), ejerce una influencia positiva en la disminución de ansiedad (Akandere & Tekin, 2005), favorece el afrontamiento del estrés (Holmes, 1993), contribuye a incrementar los niveles de autoestima (Moreno, Cervelló & Moreno, 2008), y favorece una conformación equilibrada del autoconcepto general (Ruiz de Azúa, 2005).

    Del conjunto de indicadores psicológicos más relevantes para la salud mental y el bienestar se encuentra el autoconcepto (Madariaga & Goñi, 2009). El autoconcepto es una variable que adquiere especial relevancia durante la infancia y adolescencia debido a los importantes cambios físicos, cognitivos y socio-afectivos que se producen durante estas etapas (Cardenal & Fierro, 2003). Un desarrollo positivo del autoconcepto en la infancia y adolescencia se encuentra en la base de un buen funcionamiento personal, social y profesional, dependiendo de él en buena medida, la satisfacción con la vida y la felicidad personal.

    La evidencia científica muestra la existencia de relaciones positivas entre la práctica física habitual y el autoconcepto en escolares y personas jóvenes (Moreno, Cervelló & Moreno, 2008; Reigal, Videra, Parra & Juárez, 2012). No obstante, se trata de una constatación genérica que particularmente en la edad escolar precisa ser matizada en orden a afrontar problemáticas como la del sedentarismo infanto-juvenil.

    En base a estos antecedentes, el objetivo de este trabajo de revisión teórica es analizar los antecedentes científicos en el estudio de la relación entre el autoconcepto y la práctica física habitual en escolares y personas jóvenes.

2.     El autoconcepto general

    El estudio del autoconcepto y su relación con el bienestar psicosocial ha generado un amplio número de investigaciones en la literatura científica (Goñi & infante, 2010; Reigal, Videra, Parra & Juárez, 2012; Rodríguez & Fernández, 2005). Algunos de los principales estudios sobre el autoconcepto tienen su origen en la Teoría del Interaccionismo Simbólico, desarrollada a partir de intuiciones formuladas por autores como James (1890) o Mead (1934). La idea general postulada por el interaccionismo simbólico es que los seres humanos somos capaces de pensar, razonar, reflexionar y crear por medio de esta reflexión introspectiva una definición del self. El self es en definitiva, un proceso de concienciación y definición del “sí mismo”, y este proceso dinámico se llevará a cabo en interacción con los otros.

    La consideración y aceptación de que las percepciones que cada cual tiene de sí y que conforman una noción general pueden agruparse en diferentes dominios, sobre los cuales ese factor general unitario ejerce su domino sobre los demás, propició la aparición de las primeras teorías y concepciones sobre el autoconcepto, de carácter global y unidimensional (Marx & Winne, 1978).

    Los principales postulados teóricos acerca del autoconcepto hasta mediados de los años setenta se ven sometidos a una revisión crítica, momento en que adquiere una gran relevancia una nueva concepción del autoconcepto (Marsh & Shavelson, 1985; Shavelson, Huebner y Stanton, 1976), y se amplía la variabilidad y relación con otros indicadores de bienestar psicológico. Según esta nueva perspectiva, el autoconcepto global estaría compuesto por diferentes dominios (académico, social, físico y personal) cada uno de los cuales se dividiría a su vez, en subdominios o dimensiones con un carácter más específico (ver figura 1).

Figura 1. Modelo jerárquico y multidimensional de Shavelson, Huebner y Stanton, 1976.

    La adecuada percepción, organización e integración de las experiencias en las que se diferencian los seres humanos ha constituido un factor de especial trascendencia para unas adecuadas pautas de comportamiento cognitivo, afectivo y social (Shavelson, Huebner & Stanton, 1976). Se ha descrito que el autoconcepto es un indicador relevante en el desarrollo de la personalidad ya que se encuentra en la base de un óptimo funcionamiento personal y social, dependiendo de él en buena medida, la salud mental y la felicidad personal. Desde esta perspectiva, el autoconcepto es considerado como un importante indicador de bienestar psicológico y ajuste social (Madariaga & Goñi, 2009; Shavelson, Huebner & Stanton, 1976).

    Esta concepción actual predominante del autoconcepto, tiene su origen en las aportaciones de autores como William James (1890).

3.     Evolución del concepto de autoconcepto: aportaciones de William James

    William James, en 1890, fue el primer psicólogo que desarrolló la teoría del autoconcepto y estableció un primer esbozo de lo que hoy es la concepción jerárquica y multidimensional del mismo. En su obra “The principles of psychology” plantea una clara distinción entre dos elementos fundamentales del yo: el yo como sujeto y el yo como objeto, entendiendo al yo-sujeto como el responsable de la construcción del yo-objeto, y a este como la entidad responsable de la globalidad de conocimientos sobre el sí mismo.

    Esta globalidad de conocimientos (yo-objeto o autoconcepto) estaría compuesta por cuatro elementos principales:

  • El yo-material. Constituido por el cuerpo y aquellas propiedades materiales entendidas como propias.

  • El yo-social. Formado por las percepciones interiorizadas obtenidas de las relaciones interpersonales con aquellos individuos de su entorno.

  • El yo-espiritual. Integrado por el conjunto de capacidades, rasgos, impulsos y motivaciones propias del individuo.

  • El yo-puro (corporal). Sentimiento de unidad que provee de identidad a las emociones y comportamientos desarrollados a lo largo del ciclo vital de la persona.

    Desde esta perspectiva, el autoconcepto se organiza de forma jerárquica donde el yo-espiritual ocuparía el ápice de la estructura, por debajo de él se situaría el yo-social, y en la parte inferior de la jerarquía se encontraría el yo-material.

    Además de aportar la multidimensionalidad y jerarquía como características relevantes del autoconcepto, James incorporó otros aspectos en sus estudios. De esta manera, el autoconcepto se define como un elemento social. Cada cual tiene tantos “yo-social” como individuos que generan una imagen mental de esa persona. Otros aspectos relevantes son la trascendencia entre los logros (yo-percibido) y las aspiraciones (yo-ideal), y la distinción entre la percepción (el juicio) y la importancia conferida (valor) a esos logros.

    En la concepción actual del autoconcepto, también se dejan notar otras aportaciones importantes de distintas perspectivas a lo largo del tiempo como el psicoanálisis, conductismo, aprendizaje social, fenomenología, psicología humanista y psicología social.

    Después de realizar una breve aproximación histórica sobre el estudio del autoconcepto, se puede señalar que desde las primeras aportaciones de William James (1890) hasta la actualidad, son varias las concepciones que se han hipotetizado para tratar de explicar cómo se estructura y cuáles son los elementos o dominios del autoconcepto general.

4.     El autoconcepto general: dimensiones vs. globalidad

    La investigación psicológica sobre el autoconcepto experimenta en efecto, un punto de inflexión desde mediados de los años setenta del siglo pasado, a partir de argumentos novedosos de autores como Shavelson, Huebner & Stanton (1976), que ponen de manifiesto una concepción multidimensional y jerárquica del autoconcepto frente a la tradicional percepción unidimensional del mismo.

    Desde la concepción global o unidimensional del autoconcepto, este constructo era considerado como un factor general unitario o dominante sobre otros factores más específicos y, por tanto, no podía ser comprendido mediante una valoración independiente de sus distintas partes. No se negaba su dimensionalidad, pero debido al fuerte dominio que ejerce sobre ellos un factor general, impedía que pudieran diferenciarse diversas partes del mismo. Por consiguiente, desde esta concepción el autoconcepto es evaluado a partir de la suma de puntuaciones en las respuestas a todos los ítems de un cuestionario que ofrece una única medida global del mismo.

    La unidimensionalidad del autoconcepto no ha sido contrastada empíricamente. De hecho, desde los estudios de Shavelson, Huebner & Stanton (1976), la mayoría de las investigaciones realizadas han establecido una estructura multidimensional y jerárquica del autoconcepto (Marsh & Shavelson, 1985).

    Una vez que los principales investigadores del autoconcepto consiguen alcanzar cierto consenso sobre su naturaleza multidimensional y jerárquica del mismo, se plantea qué número de componentes lo conforman y cuáles son las relaciones que se pueden mantener entre ellos. Así, podemos hablar de los siguientes modelos propuestos que intentan explicar las relaciones entre los diversos componentes: de factores independientes (Marsh & Shavelson, 1985; Marsh & Hattie, 1996), factores correlacionados (Marsh, 1997), multifacético (Marsh & Hattie, 1996), multifacético taxonómico (Marsh & Hattie, 1996), compensatorio (Marsh & Winne, 1978), y de factores jerárquicos (Shavelson, Huebner & Stanton, 1976).

    Por tanto, han sido numerosos los modelos explicativos de autoconcepto. Sin embargo, el modelo más representativo y que se ha convertido desde hace años en el patrón de referencia para la investigación del autoconcepto es el de Shavelson, Huebner & Stanton (1976), tal y como se ha comentado anteriormente.

    A partir de una revisión íntegra del problema científico del autoconcepto, Shavelson, Huebner & Stanton (1976) plantearon un completo marco de referencia conceptual para una posterior investigación basada en la validez de constructo. Esta revisión les confirió cierta evidencia empírica para considerar el autoconcepto como la percepción sobre sí mismo que tiene una persona, y que puede estar influenciada por variables como los otros significativos o el ambiente.

    En este modelo, el autoconcepto general aparece en el ápice de la jerarquía dividiéndose en los dominios de autoconcepto académico y autoconcepto no académico. El autoconcepto académico está compuesto de subdominios o dimensiones correspondientes a las materias escolares (lengua, social y matemáticas), y el autoconcepto no académico se fracciona en tres dominios: social, emocional y físico. A su vez, estos dominios también se subdividen de manera que el autoconcepto social queda compuesto por las relaciones con los pares o iguales y por la percepción de las relaciones con los otros significativos. El autoconcepto emocional se subdivide en diversas facetas para los estados emocionales concretos, y el autoconcepto físico se concreta en la competencia física y apariencia física. Por debajo de estos subdominios, existirían otros niveles de percepción más específicos y dependientes de situaciones más concretas.

    En torno a este modelo, se presentan una serie de presunciones o postulados teóricos que definen la organización, naturaleza y estructura del autoconcepto, presunciones que han sido objeto de investigación.

    Este modelo multidimensional y jerárquico se encuentra definido, por tanto, a través de una serie de postulados teóricos fundamentales, que le aportan coherencia y validez conceptual:

  • Está organizado y estructurado. Las personas categorizan la información de sí mismas y la relacionan.

  • Es multidimensional. Presenta dimensiones claramente diferenciadas que reflejan un sistema de categorías.

  • Es jerárquico. Las percepciones de la conducta personal más específicas se encuentran en la base, las inferencias sobre uno mismo en dominios más amplios ocupan la parte media (dominios social, físico o académico) y la percepción general o global se sitúa en el ápice de la jerarquía.

  • La estabilidad varía según los niveles. El autoconcepto global es estable, pero conforme se desciende en la jerarquía, el autoconcepto se vuelve más específico y susceptible de ser modificado por las situaciones.

  • Tiene un carácter evolutivo. Los bebés no diferencian entre ellos mismos y el entorno. A medida que aumenta la edad, el niño desarrolla de forma progresiva un autoconcepto más diferenciado, integrado por distintas dimensiones y que presenta una estructura jerárquica.

  • Presenta un componente descriptivo y otro componente evaluativo (autoestima).

  • Representa un constructo con entidad propia. Por consiguiente, se diferencia de otros constructos teóricamente relacionados con él.

    A partir de las consideraciones anteriores, se puede elaborar un marco conceptual sobre la estructura interna del autoconcepto general. Ahora bien, con respecto al periodo vital en el que se centra este estudio, la edad escolar, constituye una etapa fundamental en la adopción de algunas conductas cognitivas, sociales y afectivas que favorecen un desarrollo adecuado del autoconcepto y por tanto, es necesario analizar su evolución en la etapa escolar.

5.     El autoconcepto en la infancia

    Diversos autores, entre los que destacan Demo & Savin-Williams (1992), señalan la importancia que presentan las edades tempranas para la consolidación de la personalidad y por ende, del autoconcepto. Según estos autores, durante la infancia se desarrollan las tendencias originarias a determinados comportamientos para posteriormente, centrarse en intereses que durante la adolescencia se puedan convertir en categorías de valor claves para la vida futura. En esta línea, Harter (1999) indica cómo en la infancia y adolescencia el autoconcepto y la autoestima tienen una especial relevancia, más aún si consideramos que el autoconcepto una vez estructurado, manifiesta una marcada tendencia a la estabilidad, de tal manera que aquellas vivencias no consistentes y contradictorias con la imagen ya formada presentan serias dificultades para ser aceptadas.

    La autoestima es considerada como un aspecto evaluativo del autoconcepto basado en la percepción global que el individuo tiene de su persona (Rosenberg, 1986). En este sentido, son varias las teorías que señalan la importancia que tienen el autoconcepto y la autoestima durante el periodo medio y final de la niñez, ya que durante este periodo vital se producen los mayores cambios en las competencias de los niños, además de ser dos indicadores relevantes de ajuste psicológico durante la adolescencia y edad adulta (Harter, 1999). Esta autora comenta que las diversas representaciones del self tienen su origen hacia los 9-10 años y culminan al final de la adolescencia. Por consiguiente, y tal como indican Shavelson, Huebner & Stanton (1976), los cambios serían más factibles durante la infancia y la adolescencia, cuando todavía se busca la identidad, coherencia, permanencia y seguridad en uno mismo.

    Se ha descrito que los individuos en torno a los 10 años de edad presentan más probabilidades frente a sujetos de mayor edad de utilizar las comparaciones para evaluar su competencia (Horn & Weiss, 1991) y, por tanto, de formar su autoconcepto y autoestima.

    Como se ha comentado al inicio del presente estudio, actividad física y salud son dos conceptos que se encuentran estrechamente relacionados. A la luz del concepto actual de salud, la actividad física no está considerada como una técnica para prevenir o curar enfermedades, sino que se concibe en relación con una sensación subjetiva de salud que puede favorecer estados de felicidad personal. De esta manera, la salud se vincula al concepto de calidad de vida y a la percepción que tienen los individuos sobre su bienestar físico y psicosocial, aspectos que se abordarán en los siguientes apartados.

6.     Actividad física, condición física y autoconcepto

    El concepto que el individuo tiene de sí mismo como un ser físico, social y emocional, tradicionalmente ha constituido un indicador de un adecuado comportamiento cognitivo, afectivo y social (Shavelson, Huebner & Stanton, 1976).

    El autoconcepto es probablemente, una de las variables psicológicas más estudiadas en relación con la actividad física por tratarse de uno de los indicadores más relevantes de salud mental y bienestar (Madariaga & Goñi, 2009). El autoconcepto es un factor relevante para el bienestar subjetivo a lo largo de todos los ciclos de vida, como determinante de la organización del propio comportamiento, como vía de crecimiento y de integridad personal. Así, se ha analizado la relación del autoconcepto con otros indicadores de ajuste conductual y emocional como autoestima (Estévez, Martínez, Moreno & Musitu, 2006), autopercepción de competencia (Novick, Cauce & Grove, 1996), logro y éxito (Mruk, 2006), satisfacción vital (Reigal, Videra, Parra & Juárez, 2012), autoeficacia (Bandura, 1977) o autopercepción de salud (Videra & Reigal, 2013).

    Otros estudios han puesto de manifiesto la relación entre estas variables y la actividad física. Así, uno de los aspectos más estudiados ha sido la relación de la práctica deportiva con el autoconcepto físico (Esnaola, 2005). En este sentido, se ha constatado que la práctica física ejerce una influencia positiva en la conformación del autoconcepto físico general (Knapen, Van-Kopenolle, Peuskens, Pieters & Knapen, 2006) y el autoconcepto global (Candel, Olmedilla & Blas, 2008). Sin embargo, Dieppa et al. (2008), concluyen en otro estudio realizado con participantes españoles y brasileños, que los practicantes muestran un mejor autoconcepto físico, pero no general.

    Moreno, Cervelló y Moreno (2008), analizaron la relación de la edad, género y práctica física con el autoconcepto físico en una muestra de 2.332 participantes, con edades comprendidas entre los 9 y los 23 años. La aportación principal de este estudio muestra que la práctica física regular es la variable que predice con mayor garantía la autoestima en particular y el autoconcepto físico, en general. Estos mismos autores, concluyen en otro estudio que la intención de ser físicamente activo es predicha por el autoconcepto físico (Moreno, Moreno & Cervelló, 2007).

    La asociación positiva entre autoconcepto físico y autoestima con la práctica física, también se ha analizado en relación a los parámetros de duración y frecuencia de práctica (Pedersen & Seidman, 2004).

    Por otro lado, Reigal, Videra, Parra & Juárez (2012), exploraron la relación de la actividad física y autoconcepto físico con otros indicadores de bienestar como satisfacción con la vida y autopercepción de salud. Los análisis estadísticos realizados muestran que existen diferencias significativas, en los constructos analizados, a favor de los que practican. En este sentido, Infante, Goñi & Villarroel (2011), ponen de manifiesto que la percepción subjetiva de una persona activa se asocia de forma positiva con el autoconcepto físico.

    Otra línea de investigación se ha centrado en analizar el impacto de que tienen sobre la autoestima las valoraciones que realizan los escolares sobre la actividad física y deporte (Rodríguez, Wigfield & Eccles, 2003). Según Harter (2006), la autoestima de los individuos en edad escolar depende del autoconcepto en varios dominios tales como habilidades sociales, apariencia física, habilidades académicas o competencia deportiva.

    Se ha constatado que los escolares con problemas evolutivos de coordinación motriz presentan una menor competencia motora comparada con compañeros sin ningún tipo de dificultad (Parker & Larkin, 2003). En este sentido, Ruiz, Mata & Moreno (2008), analizaron el impacto de los problemas de competencia motriz y el autoconcepto físico, en una muestra de 108 escolares con edades comprendidas entre los 11 y los 12 años de edad. Los participantes completaron un cuestionario de medida multidimensional del autoconcepto, el Physical Self-Perception Profile. Para evaluar la competencia motriz se utilizó el Movement Assessment Battery for Children. Los resultados no mostraron diferencias entre los escolares con o sin problemas de coordinación motriz pero sí se manifestaron diferencias entre chicos y chicas en varias de las dimensiones del autoconcepto, analizando las posibles interpretaciones, siendo este dato motivo de futuros estudios que confirmen esta situación.

    Barnett et al. (2008), realizaron un estudio longitudinal en Australia con una muestra de 481 jóvenes prepuberales que completaron una serie de test motores de control de objetos y test locomotores. Los mismos jóvenes, 6 años después, ya en la adolescencia, fueron examinados con el Australian Physical Activity Recall Questionnaire, para comprobar la actividad física que realizaban, y el Physical Self-Perception Profile, para observar la competencia motora y deportiva percibida. Los resultados mostraron que la competencia deportiva percibida es mediadora en la relación entre la destreza motora en la infancia (18%) y la actividad física en la adolescencia (30%).

    En general, la pauta común de los estudios que analizan la asociación entre autoconcepto y práctica física así como los diversos programas de intervención que se han desarrollado, ha sido la escasa duración que han tenido, solo unas pocas semanas o meses, y que han generado beneficios sobre el autoconcepto, pero solo en algunas de sus dimensiones o la autoestima.

    La relación entre condición física y autoconcepto apenas ha sido estudiada en contraposición a los estudios que analizan los vínculos entre autoconcepto y actividad física. Uno de los principales estudios sobre esta temática es el realizado por Rodríguez y cols. (2014) con 216 escolares españoles. En este trabajo se analizó la relación entre condición física general (medida a través de la Batería ALPHA-fitness) y el autoconcepto (evaluado mediante la Escala de Autoconcepto de Piers-Harris). Los resultados indicaron que aquellos escolares con un mayor nivel de condición física presentaron un perfil global superior de autoconcepto.

    Otro trabajo relevante es el realizado por Gálvez y cols. (2015). En este trabajo, se estudió la asociación entre la composición corporal (medido a través del peso, talla, índice de masa corporal y perímetro de cintura), como indicador relevante del estado de condición física y el autoconcepto general (valorado mediante la Escala de Autoconcepto de Piers-Harris). Los resultados mostraron que aquellos escolares con un estado de peso de normo-peso presentaron un autoconcepto general superior.

    Por su parte, Beets, Beighle, Erwin & Huberty (2009), en un meta-análisis analizaron el impacto de los programas de mejora de la condición física sobre diversas variables entre las que se encontraba el autoconcepto. En este meta-análisis, observamos el estudio realizado por Weiss, McAulley, Ebbeck & Wiese (1990) en el que se indicaba que la mejora en la condición física tenía un efecto positivo sobre la autoestima.

    En esta línea de trabajo, Vedul-Kjelsas et al. (2012), exploraron la relación entre competencia motora, condición física y autopercepción. A su vez, observaron la relación que tenía el género con estas variables. La muestra estuvo constituida por 67 escolares noruegos de entre 11 y 12 años de edad, a los cuáles se les administró el Harter's Self-Perception Profile for Children, para observar su competencia percibida, y también completaron el Movement Assessment Battery for Children, para observar sus destrezas motoras, así como un test de aptitud física. Los resultados mostraron que la competencia motriz percibida estaba fuertemente relacionada con la condición física y las destrezas motoras. Estas relaciones confirmaron que estos indicadores son importantes en la participación en actividades físicas de los niños.

7.     Conclusiones

    Una construcción equilibrada del autoconcepto es fundamental para el desarrollo equilibrado de la personalidad en individuos en edad escolar. La práctica física habitual realizada de una manera adecuada es una de las herramientas que pueden favorecer este proceso. Asimismo, la mejora del estado de condición física se muestra como un indicador relevante de bienestar mental.

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EFDeportes.com, Revista Digital · Año 19 · N° 202 | Buenos Aires, Marzo de 2015
Lecturas: Educación Física y Deportes - ISSN 1514-3465 - © 1997-2015 Derechos reservados