La actitud en la practica deportiva: concepto
Antonio Hernández Mendo - Verónica Morales Sánchez (España)
Departamento de Psicología Social y de la Personalidad. Universidad de Málaga.
mendo@uma.es - vomorales@uma.es
Lecturas: Educación Física y Deportes | http://www.efdeportes.com/
revista digital | Buenos Aires | Año 5 - Nº 18 - Febrero 2000

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1. Definición de actitud
     El estudio de las actitudes ha sido y es un tema de estudio prolífico en la Psicología Social como lo demuestra cualquier rastreo bibliográfico. Por ejemplo, en la base de datos PsycLIT1 , desde 1887 hasta 1999 aparecen más de 128.000 referencias y solo en 1999 aparecen unas 1.300. Sin embargo en el estudio de las actitudes en relación al deporte desde 1887, únicamente aparecen unas 4.000 referencias y en 1999 unas 50 entradas. Esto aclara meridianamente que pese a ser un tema que ha generado una gran producción científica no corre la misma suerte cuando situamos el tema de estudio en el deporte.

     En Psicología Social, las actitudes, son consideradas como una predisposición a clasificar los objetos y el grado de reacción ante estos y su consistencia evaluativa. Las actitudes lógicamente son constructos hipotéticos (son inferidos pero no objetivamente observables)2 , son manifestaciones de la experiencia consciente, informes de la conducta verbal, de la conducta diaria, síntomas fisiológicos, etc...

     El término actitud fue introducido en el ámbito de la Psicología Social por Thomas y Znaniecki (1918) con el objeto de explicar las diferencias conductuales que existían entre los campesinos polacos residentes en Polonia y los que residían en Estados Unidos. Desde esta primera utilización hasta nuestros días las definiciones y revisiones han sido numerosas (Chaiken y Stangor, 1987; Kiecolt, 1988; Tesser y Shaffer, 1990; Olson y Zanna, 1993). Podemos considerar de forma general que las actitudes son (además de una predisposición a clasificar objetos y el grado de reacción ante éstos y su consistencia evaluativa) una predisposición para la acción, desde esta consideración vamos a reflexionar en torno a las actitudes y su importancia en las actividades físico-deportivas.

     El concepto de actitud surge del intento de explicar las regularidades observadas en el comportamiento de personas individuales. Unos tienden a adoptar como propias los comportamientos del grupo mientras que la tendencia de otros es hacia su clase social; como por ejemplo el asignar personas por la significación que le dan al color de la piel considerándolo como una distinción de clase y que se comportan de igual manera ante todos ellos. En semejante caso se habla del mantenimiento de una actitud específica de grupo étnico o racial.

     Las actitudes son evaluadas conforme a ciertos parámetros de observabilidad, evaluando las respuestas emitidas ante determinados hechos.

     A lo largo de este breve repaso vamos a ofrecer una panorámica del concepto general de actitud, aunque no vamos a entrar a revisar el desarrollo histórico del concepto. Hay trabajos al respecto que pueden resultar clarificadores (Rodríguez, 1989).

     Con el fin de ir delimitando el concepto, podemos afirmar que la actitud es la predisposición del individuo a valorar ciertos símbolos u objetos o aspectos de su mundo favorable o desfavorable. Una definición que ha gozado de gran aceptación es la propuesta por Allport (1935, pp.843), una actitud es un "estado mental y neuronal de disposición para responder, organizada por la experiencia, que ejerce una influencia, directiva o dinámica, sobre la conducta respecto a todos los objetos y situaciones con los que se relaciona". Esta definición de Allport presenta ciertos problemas, en los que no entraremos por no ser objeto de estudio de este trabajo.

     Algunas de las principales apreciaciones y definiciones dadas al concepto de actitud han sido variadas y distintas (Rodríguez 1989, pp.206) una selección de las más destacadas podría ser:

     Antes de seguir adelante creo oportuno establecer un concepto diferencial entre actitud y otros conceptos cercanos. Así la primera diferencia deberemos establecerla entre Sentimientos y Actitudes (Jiménez, 1985). Según Allport las diferencias se podrían establecer en:

     Otra de las diferencias que deberemos establecer es entre Actitud y Rasgo de Personalidad (Allport, 1970, pp.311):

     Además podemos considerar la diferencia entre Actitudes y Opiniones, siendo esta última una manifestación más específica de la actitud que no implican necesariamente componentes afectivos y conductuales. La opinión es un juicio general sobre un objeto.

     La última diferencia la debemos establecer entre Actitudes y Valores, haciendo las siguientes puntualizaciones (Rokeach, 1973, pp.17-19):

     En un intento globalizador, Rodrigues (1967, pp.329) afirma que una actitud es "una organización duradera de creencias y cogniciones en general, dotadas de una carga afectiva en favor o en contra de un objeto social definido, que predispone a una acción coherente con las cogniciones y afectos relativos a dicho objeto".

     No obstante y antes de elegir una definición sería conveniente recordar que las definiciones de actitud se generan en torno a dos posturas, los defensores (a) de los modelos unidimensionales y (b) de los modelos multidimensionales. En torno a esta última postura surge una la definición de Rosenberg y Hovland (1960, p.3):

     "predispositions to respond to some class of stimuli with certain classes of responses and designate three major types of responses as cognitve, affective, and behavioral"

     Este tipo de definición considera que las actitudes están constituidas por un triple componente: afectivo (sentimientos evaluativos de agrado o desagrado), cognoscitivo (opiniones e ideas acerca del objeto) y conductuales (tendencias de acción). A este modelo se le conoce con el nombre de Modelo de Actitudes de Tres Componentes. Esta definición aportada por el modelo ha sido muy difundida y numerosos autores siguen utilizando esta división tripartita (Breckler, 1984; Eiser, 1986; Mueller, 1986). No obstante un grupo creciente de investigadores está cuestionando esta definición (Cacioppo, Petty, Geen, 1989; Eagly & Chaiken, 1992; Fazio, 1989; Greenwald, 1989; Zanna & Rempel, 1988) fundamentalmente por la dificultad de ser contrastada empíricamente y que por tanto la conceptualización de las actitudes debe realizarse desde un modelo unidimensional. En este sentido Ajzen y Fishbein afirman:

     "restrict the term 'attitude' to a person's evaluation object and we draw a clear distinction between beliefs, attitudes, intentions and behaviors" (1980, pp.26-27)

     En contra del modelo tripartito afirman que los tres factores -afectivo, cognitivo y comportamental- podrían estar desconectados lo que llevaría a distinguir entre creencias, actitudes, intenciones y conductas. Así las actitudes representan las emociones respecto al objeto de actitud, es decir, la evaluación positiva o negativa que se hace acerca de ese objeto. Las creencias se refieren a las opiniones emitidas acerca del objeto de actitud. Y finalmente, la conducta o intenciones conductuales se relacionan con la predisposición para cierta clase de acción, esto es, la disposición a comportarse de una forma especial con respecto a un objeto determinado de actitud.

     El Modelo de Expectativa-Valor describe la relación entre creencias y actitudes. Así, la actitud de una persona hacia el objeto de actitud es una función del valor de los atributos asociados al objeto y de la expectativa, es decir, la probabilidad subjetiva de que el objeto de actitud esté caracterizado por estos atributos. Una actitud se predice mediante la suma de los productos que resultan al multiplicar los componentes del valor y de la expectativa asociada a cada atributo3 .

     Este modelo estructural de la actitud ha sido puesto a prueba empíricamente en diferentes estudios (Fishbein, 1963; Fishbein y Coombs, 1974; Jaccard y Davidson, 1972), pero a pesar de su éxito como modelo predictivo, ha recibido críticas respecto a los vínculos causales entre actitudes, creencias, intenciones y conducta.

     Además, hay que tener en cuenta la diferente consideración que ha recibido cada uno de los componentes del constructo actitud. Petty y Cacioppo consideran primordial el carácter evaluativo de las actitudes:

     "el término actitud deberá ser usado para referirse a un sentimiento general permanentemente positivo o negativo, hacia alguna persona, objeto o problema" (Petty y Cacioppo, 1981, p.7)

     Cacioppo y sus colaboradores apoyan una conceptualización unidimensional de las actitudes, en las que el componente central es la evaluación hacia el objeto según dos dimensiones que van de lo positivo a lo negativo. Se trata pues de un modelo homeostático de las actitudes.

     La evidencia empírica para apoyar un modelo unidimensional o bien multidimensional de las actitudes es contradictoria4 . Breckler (1984), Schlegel (1975) y Schlegel y DiTecco (1982) asumen que la dimensionalidad de la actitud puede variar según el objeto actitudinal que se esté estudiando. Habrá actitudes que impliquen únicamente una respuesta afectiva (Fishbein y Ajzen, 1975), en este caso las creencias acerca del objeto de actitud deben ser simples y no contradecirse. Pero si las creencias son numerosas y, al menos, parcialmente contradictorias, una respuesta únicamente evaluativa no será suficiente para representar la estructura total de la actitud5 .

     Todas las actitudes implican creencias, pero no todas las creencias implican actitudes. Cuando determinadas actitudes específicas se organizan en una estructura jerárquica, constituyen sistemas de valores.

     Según Katz (1984) la intensidad de una actitud hace referencia a la fuerza del componente afectivo. De hecho las escalas de puntuación e incluso las escalas Thurstone se centran fundamentalmente en la intensidad del sentimiento del individuo en favor o en contra de algún objeto social. El componente cognitivo o de creencia sugiere dos dimensiones adicionales, la especificidad o generalidad de la actitud y el grado de diferenciación de las creencias. La diferenciación se refiere al número de creencias o ítems cognitivos contenidos en la actitud, y el supuesto básico es que cuanto más simple es la actitud en una estructura cognitiva más fácil resulta cambiarla (Krech y Krutchfield, 1948). Para las estructuras elementales no hay defensa sólida, y en el momento en el que uno sólo de los ítems de la creencia cambia, cambiará la actitud. Una dimensión de la actitud bastante distinta es el número y fuerza de sus vínculos con un sistema de valores conexo. La relación del sistema de valores con la personalidad es de primera importancia; si una actitud está relacionada con un sistema de valores que, a su vez, está muy ligado a, o que consiste en la concepción del individuo sobre sí mismo, entonces los procedimientos para obtener el cambio adecuado se hacen más complejos. La centralidad de una actitud se refiere a su papel en cuanto es parte de un sistema de valores estrechamente vinculado al concepto que el individuo tiene de sí mismo.

     Otro aspecto importante a tener en cuenta según Katz (1984) es la relación entre actitud y conducta manifiesta. Si bien la conducta relacionada con la actitud tiene otros determinantes además de los de la actitud en sí, también es verdad que en sí mismas algunas actitudes tienen más que otras de lo que Cartwright (1949) denomina estructura de acción. Otros autores contemplan esta dimensión con otra denominación, Smith (1947) denomina esta dimensión como orientación a la acción y Katz y Stotland (1959) como componente activo.

     Los esfuerzos por cambiar las actitudes pueden dirigirse sobre todo al componente de creencias o al componente sentimental o afectivo (Katz, 1984). Rosenberg (1960) supone que un cambio en uno de los componentes produce cambios en el otro y presenta evidencia experimental para confirmar esta hipótesis.

     Para conocer los mecanismos de cambio deberemos conocer su funcionalidad. Así Katz (1984) define cuatro funciones que pueden desempeñar las actitudes en la personalidad con relación a sus bases motivacionales y son:

  1. Función instrumental, adaptativa o utilitaria. Una expresión actual de este enfoque es el de la teoría conductista del aprendizaje. Esencialmente esta función consiste en reconocer el hecho de que la gente se esfuerza en maximizar las gratificaciones del mundo externo y en minimizar lo desagradable.

  2. Función defensiva del yo. A través de la cual la persona se protege a sí misma de reconocer las verdades básicas sobre sí misma o las duras realidades de su ambiente externo. Este tipo de motivación esta dentro de la línea de pensamiento freudiano y neofreudiano. Las personas no sólo tratan de obtener el máximo rendimiento de su mundo externo y lo que éste ofrece, sino que gastan una gran cantidad de energía en aceptarse a sí mismas.

  3. Función expresiva de valores, en la que el individuo obtiene satisfacciones al expresar actitudes adecuadas a sus valores personales y a su concepto de sí mismo. Esta función es clave en las doctrinas de la psicología del yo que resaltan la importancia de la autoexpresión, del autodesarrollo y la autorrealización. Las personas obtienen satisfacciones por la expresión de actitudes que reflejan sus más apreciadas creencias y su imagen de sí mismo.

  4. Función cognoscitiva. Esta función está basada en la necesidad del individuo de dotar de una estructura adecuada a su mundo. Las personas necesitan patrones o marcos de referencia para comprender su mundo y las actitudes ayudan a suministrar tales patrones.

     De las afirmaciones vertidas hasta el momento, y con el fin de encauzar toda la argumentación teórica que viene a continuación, podemos considerar que la actitud es un constructo teórico destinado a definir las relaciones entre el sujeto y el objeto. Una características fundamental, al igual que el de otras construcciones psicológicas, es que no se puede medir directamente, sino que se infieren de la conducta o de las declaraciones verbales del sujeto. El interés por delimitar este constructo permitió que Allport (1935) recogiese más de cien definiciones; estas definiciones en general se agrupan en dos vertientes:

  1. en torno a una concepción mentalista en la que consideran que la actitud es una disposición mental que orienta nuestra acción hacia el objeto de la actitud (Spencer, 1862; Thomas y Znaniecki, 1918; Allport, 1935; Kretch, Crutchfield y Ballachey, 1965).

  2. o en torno a una concepción conductista, de la actitud, considerada ésta como una respuesta hacia un objeto determinado (Osgood et al., 1957; Fishbein, 1966).

     Una controversia clásica en la definición de la actitud, ya señalada anteriormente, hace referencia a la naturaleza estructural de las actitudes. Por un lado la Escuela del Componente Único (o Unidimensional), mantiene que una actitud es simplemente la tendencia a evaluar un objeto o constructo en términos positivos o negativos. Esta escuela de pensamiento mantiene que las actitudes son evaluativas, y que se refieren a un objeto.


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