Lecturas: Educación Física y Deportes
Revista Digital
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JUEGOS INOCENTES, JUEGOS TERRIBLES
Graciela Scheines (Argentina)
grascheines@infovia.com.ar

Conferencia realizada en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
y organizada por al Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte. Abril 10 de 1999.


Dra. Graciela Scheines El juego es un tema inacabable. Mi tesis de doctorado fue precisamente "El juego desde la perspectiva filosófica". El juego fue estudiado por psicólogos, pedagogos, antropólogos... Y bueno, un enfoque filosófico es una mirada diferente y es la que yo trabajé.

Académicamente el tema aparece estudiado muy tarde. Recién en 1938 sale el primer libro que trata específicamente sobre el juego, Homo ludens, del antropólogo holandés Johan Huizinga. Este voluminoso libro está cargado de investigación antropológica en diferentes culturas antiguas y en civilizaciones indígenas. Es el primer libro científico-académico de investigación sobre el juego. Su tesis es muy clara: la cultura en sentido amplio (religión, saber, derecho, guerra, arte, poesía) brota del juego, es juego y se desarrolla jugando.

El toma como paradigma al juego competitivo. Escribe que el juego competitivo es el juego por excelencia. Explica al derecho, por ejemplo, como una porfía entre dos personas que buscan un árbitro para resolver sus diferencias. También el saber, que antiguamente estaba en poder de los sacerdotes. Para que un sacerdote pudiera ejercer su profesión, debía someterse a un examen donde alguien preguntaba y él respondía. En ese enfrentamiento entre el que interrogaba y el que contestaba, si ganaba éste último (es decir que respondía satisfactoriamente a todas las adivinanzas), entonces se decidía que era apto para ejercer su función de sacerdote. La guerra, los ritos y hasta la poesía, opinaba Huizinga, nacen de una pugna.

Insisto en el hecho de que el libro fue publicado en 1938, o sea que había terminado la Primera Guerra Mundial y estábamos en los prolegómenos de la Segunda. Había en Europa una gran amargura entre los intelectuales. Es la época de Toynbee y su teoría de la decadencia de Occidente, donde anticipa el final de la civilización occidental. De Jünger, quien se enfervoriza profetizando las consecuencias atroces de la técnica. De George Orwell, cuya famosa novela "1984" pinta una antiutopía futura, especie de infierno tecnológico donde la libertad y la felicidad están totalmente vedados. Es una época -hacia la mitad del siglo XX- en que los intelectuales empiezan a ver la cara nefasta de la técnica y de las ciencias, se comienza a descreer de la idea del Progreso y crecen esas convicciones nefastas acerca del futuro.

Huizinga se hizo eco de este pesimismo generalizado. Para este autor, el Renacimiento fue la culminación de la cultura lúdica. A partir de entonces empieza a decaer hasta llegar al siglo XX, cuando el juego fue reemplazado por el puerilismo, y la competencia lúdica, por una agresividad y una violencia descontrolada que no tienen nada de juego. Esta idea de la ausencia del auténtico espíritu lúdico en la cultura fue retomada ya bien entrado el siglo XX.

Desde hace unos veinte años empieza a revertirse la cosa. Pareciera que actualmente el juego goza de un prestigio inédito en la historia. El juego se instala en la educación como la herramienta más eficaz. Si antes se decía "la letra con sangre entra", ahora se dice "la letra con juego entra". A los chicos se les enseña jugando, los ejecutivos se capacitan jugando, toda la cultura se juega. Se previenen situaciones de crisis financiera a través de juegos de posibilidades y combinatorias. La guerra se proyecta y se programa a partir de juegos de guerra. Quiero decir que el juego adquiere una jerarquía insólita: pareciera que donde no se juega no se puede vivir, que no se vive bien. Esto también es un abuso. Si bien durante siglos hubo un desprestigio del juego, reforzado por la tradición judeo-cristiana y occidental que opone el juego al trabajo, poniendo la virtud en el trabajo, por supuesto, y en el sufrimiento (ganarás el pan con el sudor de tu frente, el mundo es un valle de lágrimas, las vírgenes llorosas, el Cristo sangrante), y considerando el juego como sinónimo de haraganería y de perdedero de tiempo, esta vuelta de tuerca actual con respecto al juego (que aparece como panacea para resolver todos los males), es muy peligrosa.

El juego como valor máximo tiene que ver con una época en la cual se le da mucha importancia al cuerpo, a los tratamientos para mantenerse jóvenes, al deporte no jugado por profesionales sino practicado por cualquiera. Hay aquí un activismo, no político ni ideológico, sino entendido como pura actividad, pura agitación. Se privilegian los juegos de usar el cuerpo, de moverse constantemente. Se tergiversa el juego. Hay una frase popular que me gusta usar: "no confundir agitación con movimiento", y así pasa hoy con el juego. Se confunde la actividad desmesurada con el juego y a menudo se pierde el genuino sentido del juego.

Por todo eso yo considero que es muy importante reflexionar sobre el juego, como así también reflexionar sobre el deporte, porque si no, todo entra en la misma bolsa.

Ultimamente proliferan los llamados "talleres de juego" que se promocionan, que están de moda, juegos para adultos, para docentes, para padres, para tercera edad... Fui invitada a montones. Aunque algunos son excelentes, lo que abunda son los talleres de falsos juegos, donde lo que menos se hace es jugar. Porque el juego no es cualquier cosa, tiene sus límites y sus reglas, y el juego es el juego y el deporte es el deporte, y la actividad desordenada es la actividad desordenada, y una cosa no tiene nada que ver con la otra. Por eso mi preocupación es siempre reflexionar sobre el juego, descubrir los límites, que es lo que vamos a hacer ahora.


El juego es una forma de relacionarse con el mundo
Mi último libro comienza con un epígrafe que tomo de una frase de El Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, y que dice así: "Unicamente la gente limitada no juzga por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es visible, no invisible". Usando un término lacaniano, yo pienso que el juego es un fenómeno superficial abisal, es decir que es pura apariencia, es lo que parece y aparece. Y que se despliega en un espacio y tiempo determinados, que es el espacio y tiempo de jugar. Uno vive la vida fuera del juego, ocupa un lugar en el mundo y en la sociedad, tiene una historia: sus días se van acumulando irreversiblemente hacia la muerte. Cuando uno entra en un juego, su historia personal se interrumpe y uno circula por un tiempo que se come la cola, redondo, circular. Dentro del juego no rigen ni las jerarquías, ni los valores, ni las escalas éticas, ni los prejuicios que reinan afuera. En el juego son las reglas lúdicas las únicas soberanas. Una vez que terminamos de jugar, volvemos a la vida de todos los días, donde recuperamos el sentido histórico, los valores sociales, morales, etc, etc.

Hay muchas formas de relacionarse con el mundo, y yo creo que el juego es una forma muy peculiar de relacionarse con el mundo. En la vida cotidiana nos relacionamos a través de circuitos cerrados, hay una pregunta que se cierra con una respuesta, cada objeto es un vector que indica una acción, una herramienta para solucionar un problema. Voy a explicarlo gráficamente. Nosotros nos preparamos a la mañana para ir al trabajo, tenemos un manojo de llaves, cada una es distinta (una es la del departamento, otra, de la puerta de calle, etc.), y, por el tacto ó por un golpe de vista, reconocemos cual es cual. Salimos a la calle. De nuestra casa a la esquina hay una sucesión de edificios. Estoy segura de que, aunque hayamos vivido veinticinco o treinta años en el mismo lugar, si nos piden que describamos esa cuadra con todos los detalles, difícilmente lo podamos hacer. ¿Por qué? Porque nosotros la reconocemos por cuatro o cinco cosas que son distintivas para cada uno (olores, detalles) que identifican a esa cuadra y la diferencian de la anterior. Llegamos a la esquina donde habitualmente esperamos el colectivo. Lo vemos de lejos. Reconocemos al que debemos tomar, no por todos los detalles, sino por el número, el color o alguna otra característica. Si alguien nos pidiera que lo dibujemos minuciosamente, seguramente no podríamos. Y sin embargo, lo identificamos a la distancia, sin ninguna posibilidad de error. Volviendo a las llaves de casa: ¿Quién es capaz de dibujar el contorno de cada una, sin mirarlas? Y sin embargo las usamos correctamente.

Vale decir que nosotros, para manejarnos en forma eficiente y rápida en el mundo que nos rodea y en el ajetreo diario, reducimos el mundo a un esquema. Es como si dibujáramos un mapa de la realidad donde ésta aparece empobrecida, y precisamente por eso, porque está reducida a unos pocos rasgos, nos resulta útil (no nos perdemos en el fárrago de las cosas). Es el mapa (el esquema a que hemos reducido la realidad y que cada uno produce para su propio beneficio y de acuerdo al uso que cada uno le da) lo que nos permite actuar sobre esa realidad, reconocerla y tener respuestas rápidas y eficientes.

En cambio, para jugar tenemos que hacer algo totalmente diferente. Tenemos que actuar como Armstrong cuando pisó la Luna o Robinson Crusoe cuando llegó a una isla caribeña donde todo era totalmente distinto a su Londres natal. Lo primero que hay que hacer es arrancar el mapa que se interpone entre nosotros y la realidad y ver el mundo con todos sus detalles, su complejidad, incluso con su inutilidad original. Olvidarnos de que esto sirve para tal cosa, o que tenemos que usarlo o relacionarnos con eso de tal manera... Dejar en suspenso todo ese saber cultural, histórico, moral, etc., y sumergirse en la realidad, igual que como hacen los chicos: eso es jugar. Un chico agarra una silla y no el esquema de silla, se olvida de que sirve para sentarse y que la costumbre indica que hay que pararla sobre las cuatro patas. Si juega con ella, la mirará y manipulará como si fuera un objeto "inútil" que él puede investigar en todo detalle y descubrir como si la viera por primera vez. Verá entonces que hay, por ejemplo, una pata floja que le viene de perillas para jugar al corredor de autos de Fórmula 1 y usarla como palanca de cambios. Si nosotros, en la vida cotidiana, sólo percibimos la pata floja cuando nos caemos de la silla y ya no sirve para la función que tiene en la vida, el jugador aísla el objeto de su utilidad y de su historia personal y lo usa para lo que se le antoja y lo relaciona con otros objetos de una forma inédita: eso es jugar.

Jugar es interrumpir el orden que rige la vida cotidiana, romper ese mapa que nos sirve para manejarnos en la realidad de todos los días, y sumergirnos en la realidad colmada de objetos tal como aparecen. Por eso cito la famosa frase de Oscar Wilde. El mundo del jugador es pura apariencia donde los detalles son tan importantes como los rasgos sobresalientes. El que juega, juega con detalles, no desdeña la complejidad de las cosas.

Entonces, jugar es interrumpir el orden de la vida cotidiana y habitar la plenitud caótica, abigarrada, llena, donde puedo manipular de la manera que quiera. Esta actitud frente al mundo es el punto de partida del juego. Pero para jugar es necesario convertir esa isla caribeña de Robinson Crusoe (por ejemplo) en un orden nuevo. En el caos no se puede jugar, pero es sólo a partir del caos que realmente se juega. Tal vez por eso a la gente adulta (entre treinta y sesenta años, más o menos) les cuesta mucho jugar a juegos inventados (no tradicionales), con objetos, cosas y consignas. Porque sus vidas se despliegan entre las horas de trabajo y de descanso, la familia y los compañeros de oficina, el fin de semana y la semana laboral. Tienen vidas muy estructuradas, no olvidan nunca lo que es correcto y lo que no, lo permitido y lo prohibido, el orden de la vida, lo que hay que hacer, lo que es socialmente aceptable y lo repudiable. No pueden desprenderse alegremente de ese orden que rige sus vidas cotidianas y sumergirse en el desorden, que es el punto de partida de cualquier juego. Para jugar, no hay que temer al ridículo, olvidarse si esto está bien o está mal y aceptar las reglas del juego sin ningún prejuicio, sin arrastrar nada de la vida cotidiana.

A los viejos, que son los más underground de la sociedad porque están marginados del sistema, les resulta más fácil jugar, al igual que a los más chicos. Los adolescentes, en cambio, suelen tener problemas si no se trata de juegos deportivos, institucionalizados o de moda. Apegados a las marcas y a los códigos de grupo y de clase, no logran saltar al vacío desde donde es posible aceptar las reglas de un nuevo juego.

Uno de los discípulos de Aristóteles cuenta esta anécdota: El maestro tenía un esclavo muy inteligente y con el que le gustaba jugar al ajedrez. Cuando quería jugar, lo llamaba e iniciaban la partida. Mientras duraba el partido, Aristóteles no era el amo, ni el esclavo era esclavo. Durante el juego regía otra legalidad y otros valores, Aristóteles era un rival, a la vez que un par, del esclavo, estaban en el mismo plano. Si Aristóteles se hubiera olvidado de esto y hubiera arrastrado en su juego las jerarquías que regían en la vida real (él mandaba y el otro obedecía) no podrían haber jugado al ajedrez. Jugaban bien porque cada uno se olvidaba de los roles y las jerarquías del mundo en que vivían y podían, desnudos, desprovistos de todo, como pares e iguales, penetrar en el juego y jugar como iguales. Entonces el juego era válido.

Muchos estudiosos del juego y los deportes hacen esta diferencia: "el deporte es un juego reglado y el juego es una actividad sin reglas". Mentira. No hay juego sin reglas. Una vez que nos desprendemos del orden de la vida cotidiana es necesario fundar un nuevo orden que es el del juego, o por lo menos acatarlo, si se trata de un juego institucional (fútbol, rayuela, etc.). Jugar es fundar un orden. El juego es la regla. Aun cuando uno va por la vereda e improvisa un juego con las baldosas (no pisar las líneas, no pisar las baldosas rojas), el juego consiste en no pisar esas baldosas, o las líneas entre ellas. Repito: no hay juego sin reglas. Ni el más elemental de los juegos carece de ellas. Las reglas ponen limitaciones a la libertad. El juego es el despliegue de la libertad condicionada por las reglas del juego.

A menudo se dice que, mientras se juega, se es totalmente libre. No. La libertad se manifiesta sin restricciones en el instante en que se decide jugar o no jugar. Pero desde el momento que empezamos a jugar, a partir de allí, la libertad del jugador está condicionada por la regla. Un buen jugador es aquel que respeta las reglas. Las reglas son un desafío permanente al ingenio, la creatividad, la imaginación, la habilidad, la picardía. Avanzar en el juego pese a las reglas: eso es jugar.


Juegos de apostar
Juegos competitivos, juegos de armar, juegos de itinerario, juegos de ficción son analizados en mis libros. A los juegos de azar o de apostar los coloco aparte, en una franja intermedia entre los ritos o juegos culturales y los juegos propiamente dichos. Pensemos en cualquier juego con el azar (el prode, la quiniela, la ruleta). Cuando pongo una ficha en la mesa de juego o arriesgo a un número, en realidad no soy yo la que estoy jugando. Yo soy la ficha. El billete de lotería que compré o la boleta del prode que llené, me representan. En rigor, participo de esos juegos (esas jugadas) como juguete o pieza de juego, pero no como jugador. Se dice: "me juego al 11", que es decir: me estoy poniendo en juego. El que juega, el verdadero jugador, es el azar, porque es quien "decide" que la bolilla caiga en el 11 o en cualquier otro número. Lo mismo cuando compro un billete de lotería o lleno la boleta del prode: en realidad yo no estoy jugando, estoy poniéndome, ex-poniéndome en un juego donde el que juega es el azar. El azar -el Gran Jugador- es como un dios sin altar, un dios misterioso que está más allá de los demás dioses. En el lenguaje televisivo y de radio se habla de la "Diosa Fortuna", diosa (y no dios) caprichosa, que da y que quita. En estos juegos con el azar reafirmo mi condición de "juguete de los dioses", tal como Platón define a los humanos en La República. Juguetes que aspiramos a convertirnos en jugadores. Estamos en el mundo a merced de la gracia y la desgracia, sometidos a golpes de buena y de mala suerte. Somos esencialmente juguetes. Pero la aspiración de todo ser humano es vivir como jugador: en el contexto azaroso de buenas y malas rachas, de desgracias y golpes de suerte, poder hacer lo suyo. Jugar, modificar algo, divertirse con las cosas, inventar, crear, imaginar, eso es jugar. Eso nos arranca de la condición de juguetes de los dioses y nos convierte en jugadores.

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Año 4. Nº 14. Buenos Aires, Junio 1999