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El deporte como herramienta educativa

   
Mesa redonda; Buenos Aires, mayo 2006
(Foro Mundial de Educación, Buenos Aires)
 
 
Rodolfo Rozengardt
rozencar@ciudad.com.ar
(Argentina)
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 11 - N° 97 - Junio de 2006

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    Los principales términos que juegan en esta mesa son, sin dudas, educación y deporte.

    Decir que están jugando es en realidad más expresión de deseos que realidad verificable. Si educación y deporte tuvieran más juego, creo que tendríamos menos problemas.

    Por lo tanto, vuelvo a plantearlo de otro modo: en esta mesa se ponen en circulación principalmente los términos educación y deporte. Ambos encierran múltiples significados y conviene ponerlos en tensión para problematizar nuestra realidad. Comienzo formulando algunos interrogantes problematizadores:

¿El deporte para la educación o la educación para el deporte?
¿Al deporte se accede a través de la institución educativa? (¿Es posible, es conveniente que así suceda?; ¿es la educación el canal adecuado para el acceso a la institución deportiva?)
¿A la educación se accede a través de la práctica deportiva? (¿En qué sentidos, para qué?)
¿Hay un deporte escolar?; ¿puede haberlo? ¿Sería el deporte en la escuela o el deporte de la escuela?

    Voy a intentar problematizar la educación por un lado, luego el deporte y entonces ponerlos de frente, en una misma configuración de significados. La problematización es un camino de cuestionamiento para ir más allá de lo obvio y cotidiano. Los profesores de Educación Física tratamos cotidianamente con el deporte y con la tarea educativa, lo que no nos lleva a enfrentar a ambos objetos como asuntos en problemas, más bien, tendemos a naturalizar lo cotidiano.

    La educación es un instrumento que ponen en marcha todas las sociedades como expresión de sus necesidades de supervivencia. En sentido amplio puede considerarse a la educación como el conjunto de operaciones que se realizan en el seno de un grupo social en la tensión que se establece para la reproducción social, entre el mantenimiento de lo existente y su transformación por el aporte de lo que cambia. En sentido más estricto, las sociedades especializan recursos humanos, materiales, tiempos y espacios para concretar esas operaciones. La escuela es la expresión estatal de esta especialización, es la institución educativa central de los estados nacionales a partir de la modernidad.

    La escuela es, por todo ello, una de las instituciones básicas para producir sujetos. Esto quiere decir, para influir sobre los modos en que las personas se piensan, se viven, se sienten a sí mismos, en su desempeño individual y con otros.

    No hay un modo único de producir estos sujetos ni de resolver las tensiones que se producen entre la reproducción social y el cambio social que se generan dentro de la institución educativa. De hecho, se presentan, en el cotidiano escolar, distintos proyectos históricos, que apuntan a construir diferentes modos de relación social. ¿En qué se expresan esos proyectos históricos distintos?

    Se despliegan en los contenidos que se enseñan y en los que no se enseñan, en el modo en que se considera el lugar de la cultura y el saber del otro, en los vínculos sociales que se establecen, en el ordenamiento y las jerarquías que se determinan, en los mecanismos por los cuales se deciden las cosas, en el lugar de la disciplina como un valor ligado al trabajo o el trabajo para lograr disciplina, como un objetivo en sí mismo; en el lugar del cuerpo, de la reflexión, de las posibilidades de ejercitar las capacidades personales para ejercer la crítica a las relaciones sociales y a los conocimientos dados como verdaderos.

    Un proyecto histórico de cambio social, que elimine las injusticias y las desigualdades, requiere de una escuela que participe en una cultura democrática. Para ello, ante todo es imprescindible que todos tengan un lugar y que ese lugar genere sujetos que puedan construir un proyecto de sociedad más justa. La escuela no se ocupa de transmitir saberes especializados, aquellos útiles para formar expertos en algún área particular del conocimiento, antes bien, de recrear la cultura social, redistribuyendo sus logros equitativamente.

    La modernidad emergió con la promesa de la democracia y la participación de todos en la distribución del conocimiento. La escuela formó parte de ese discurso, pero jamás lo logró realmente. Hoy, en esta etapa de modernidad tardía o de capitalismo global, la escuela se nos muestra como uno de los fracasos de esas promesas al expulsar a gran parte de los niños y adolescentes, y con los que logra contener produce sujetos que no encuentran las capacidades de producir una sociedad mejor. Entre el cambio y la transformación, la batalla se hace muy difícil de ganar, pero es cotidiana e irrenunciable.

    Todo ello nos dice que hoy la escuela requiere ser pensada y revisada.

    Los deportes forman parte de la cultura y están acompañados de múltiples significaciones para diferentes públicos. Son prácticas sociales que tienen una elevada presencia social, visibilidad y aceptación. Para algunos son un pasatiempo, ya sea su práctica o su contemplación. Para otros, forman parte de su forma de vida, con motivaciones distintas. Hay quienes los viven como un trabajo o como una fuente potencial de enriquecimiento. Para muchos adolescentes forman parte de los buenos motivos para encontrarse con otros, para afirmarse a sí mismos, para encontrar momentos de alegría y para hacer algo activamente por la propia salud y bienestar. Han conformado una verdadera institución y como tal generan conductas y expectativas sociales.

    Las posibilidades de acceso a su práctica corren la suerte de otros logros culturales: están diferenciadas y mal distribuidas. Los deportes no son la única ni la más adecuada o armónica actividad corporal. Participan del inacabable universo de las prácticas corporales, es decir, de la cultura corporal de movimientos, desarrollada por todos los pueblos y sectores sociales a lo largo de la historia. Como valor cultural, forman parte de los bienes que toda la gente tiene derecho a disfrutar en condiciones adecuadas y saludables. Pero también, como creación histórica contienen valores de la sociedad que los ha producido y los viene reproduciendo, valores que en gran medida, es necesario cambiar tanto en el deporte, como en la sociedad en el camino de la construcción de una nueva cultura corporal que sintonice con un proyecto social más justo y equitativo.

    En ese sentido, es necesario mencionar que las prácticas deportivas son herederas no de los juegos de los niños sino de los pasatiempos de los adultos de las poblaciones urbanas en crecimiento de la Baja Edad Media, particularmente en Inglaterra. Estos pasatiempos se caracterizaban por su carácter violento, la no demarcación de tiempos y espacios, por ser utilizados para la resolución de conflictos o la concreción de rituales con diferentes significaciones. Al calor del fanatismo sajón por las apuestas, el desarrollo del mercado capitalista, las formas parlamentarias de vida democrática y la voluntad de racionalización y dominio sobre la naturaleza, esas prácticas se van transformando hasta adquirir el perfil que hoy les conocemos.

    Algunos elementos que distinguen a las actividades deportivas modernas son: secularización en la orientación de las prácticas; igualdad formal en la posibilidad de participación; burocratización en la administración y la dirección; elevada especialización, racionalización (las reglas son permanentemente evaluadas en términos de la adecuación medios-fines; los atletas emplean medios cada vez más sofisticados para lograr un uso eficiente de sus habilidades); cuantificación (las estadísticas son un condimento de la actividad); la obsesión por los records, las marcas (en tanto cuantificación del logro máximo y desafío para superarlo)1

    En su práctica cotidiana generan representaciones en la gente en torno a: jerarquización; segregación y discriminación por género y posibilidades corporales; adoración de la victoria; sometimiento a la autoridad del entrenador y del árbitro; utilización tolerada y múltiple de la trampa y la ilegalidad. El consumo es acompañante de todas las actividades deportivas (zapatillas y ropa, programas de TV y todo tipo de adminículos). La organización del deporte infantil y juvenil en los clubes se parece cada vez más a la lógica de producción industrial, en la que el producto final es el jugador que produce dinero y/o éxitos y la materia prima son los niños que pierden parte de su infancia en ese proceso de manufacturación. Al ser los medios de comunicación tan poderosos en la producción de los objetos socialmente valiosos, sólo aquello que tiene visibilidad adquiere status de existente. Ello genera gran segmentación, imagen de sí distorsionada y cada vez más separación entre aquellos exitosos que logran "existir" y los demás, que pasan a ser espectadores pasivos del fenómeno deportivo y de la cultura corporal en general.

    El deporte tiene un fuerte lenguaje corporal organizado en torno a signos estandarizados y globalizados, lo cual dificulta el desarrollo de lenguajes propios o la afirmación de los significados de las culturas locales. La hegemonía del modelo agonístico (competitivo) del juego promueve algunas patologías ligadas al juego, tanto a la compulsión por el juego como a no poder jugar por otorgarle excesivo valor al ganar (apropiación del resultado) y obstaculiza el tránsito por caminos de imaginación y fantasía.

    Todo esto y a la vez, un poderoso instrumento para la valoración de la cultura corporal y la puesta en movimiento de los niños y jóvenes. Todo ello es el deporte. Contradictorio y potencialmente con gran impacto, que se dispara en múltiples sentidos y efectos, como todos los principales desarrollos de la cultura moderna.

    Ahora bien, puestos la escuela y el deporte frente a frente y a los docentes y dirigentes educativos frente al desafío de posibilitar el acceso al derecho de apropiarse de los logros de la cultura corporal, sólo dejo planteadas algunas líneas de reflexión que pueden acompañar el hacer educativo:

  1. El deporte debe formar parte de la enseñanza de la escuela, pues como logro cultural es un derecho de todos y porque posee una elevada potencialidad de implementación beneficiosa para logros en salud, para la animación social, para la utilización recreativa y también como alternativa laboral para muchos chicos y jóvenes.

  2. Como construcción cultural valiosa, legitimada socialmente, forma parte de los contenidos de la escuela. Puede (y debería) ser abordado desde diferentes áreas escolares para su conocimiento como fenómeno social y el análisis crítico de sus valores.

  3. Como práctica corporal, la escuela pone en manos de la Educación Física su enseñanza en tanto saber hacer corporal. Es la Educación Física el área o la disciplina escolar encargada de implementar su enseñanza.

  4. Pero la Educación Física no puede ni debe reducirse a la enseñanza de los deportes, por cuanto ello implica un empobrecimiento de la cultura corporal, del contenido de la enseñanza, de la legitimidad del área en la institución escolar y refleja un completo sometimiento a la cultura corporal dominante. 2

  5. La enseñanza de los deportes no debe anticiparse a los momentos adecuados de acuerdo a la edad, las posibilidades de comprensión y el interés auténtico de los alumnos. El deporte como práctica externamente codificada es más adecuada para los adolescentes y jóvenes que para los niños, quienes deben jugar, aprender a jugar y aprender jugando. Las prácticas corporales adecuadas para el mundo infantil son construcciones ligadas al juego antes que a los estereotipos motrices y conductuales que propone el deporte.

  6. La escuela no puede pretender enseñar el deporte tal cual está planteado con los valores hegemónicos con que se expresa en el ámbito federativo. Estrictamente no deberíamos aceptar que el deporte se reproduzca en la escuela. Más bien la escuela, apelando a los procesos de transposición y de recontextualización, debe reinventar el deporte. No será entonces el deporte en la escuela (que sólo tendría ciertas adaptaciones) sino un deporte de la escuela,3 que se construya en la paradoja de un deporte/antideporte.

    Sólo enuncio algunas características de esta propuesta. Este deporte de la escuela debería:

  • Mantener el juego todo lo posible, con la posibilidad de modificar las reglas de acuerdo al consenso de sus participantes, que serán de ese modo, jugadores

  • Eliminar toda forma de discriminación por género y habilidad motriz, promocionando a las mujeres, siempre relegadas en el universo de los deportes y a todas las diferentes capacidades y desventajas que todos portamos

  • Desechar la eliminación, la jerarquización por el rendimiento, secundarizando el valor de la victoria

  • Abandonar las propuestas de sistemas competitivos complejos y de largo alcance, siendo mucho más propicios y educativos los proyectos cortos, cercanos, protagónicos para los alumnos y los docentes

  • No pensar la Educación Física escolar como parte del sistema deportivo más que como un lugar repromoción de la actividad corporal amplia, variada y saludable que puede poner a los niños, adolescentes y jóvenes en la posibilidad de elección de actividades para toda la vida, entre ellas, los deportes

  • Pensar antes en la salud, en la amistad, la afirmación personal que en el rendimiento

  • Relacionar las actividades corporales escolares con otras extraescolares realizadas en la misma escuela y con las pensadas desde otras organizaciones sociales, particularmente aquellas en las que participan los jóvenes del barrio.


Notas

  1. Tomado de Guttmann, 1994:3) en Ángela Aisenstein, Educación Física y Deporte, ¿separados al nacer?; (efdeportes.com)

  2. Podría ilustrarse esta pérdida de legitimidad mostrando cómo muchas veces "el deporte trabaja solo", ya que muchas ocasiones presentadas como "enseñanza de deportes" sólo son momentos en que el profesor abandona a sus alumnos que desarrollan su juego, renunciando a la tarea de enseñar produciendo un daño enorme al lugar de la Educación Física en la escuela.

  3. Sugiero ver el artículo de Lino Castellani Filho en la revista MERCOSUR en movimiento

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