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Conducta altruista vs. conducta prosocial:
¿por qué a veces ayudamos a las personas y otras veces no?

   
Universidad de Málaga
(España)
 
 
Antonio Hernández Mendo
mendo@uma.es
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 10 - N° 81 - Febrero de 2005

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    El estudio de la conducta prosocial, comienza con el trabajo de Rossenthal (1964) y el caso Kitty Genovese. El 13 de marzo de 1964 la joven trabajadora Catherine Kitty Genovese fue asesinada al lado de su residencia en Nueva York. Un crimen bastante rutinario, si no fuera porque el asesinato duró más de media hora. Kitty gritaba y pedía ayuda, mientras se movía apuñalada de una puerta a la otra, y el asesino volvía una y otra vez hasta que la violó y le dio el golpe final... todo ante la vista de treinta y cinco vecinos que observaban por la ventana. Y se fueron a dormir, o a escribir cartas, o a tomar una cerveza, o a encender la televisión. Los gritos de Kitty no fueron respondidos por nadie.


Figura 1. Retrato de Kitty Genovese y lugares donde se produjo la agresión en una calle del barrio neoyorquino de Queens.

    A veces ayudamos a las personas y otras veces no, ¿por qué sucede esto? Según Bibb Latané y Jhon Darley (1970) consideran que cuando una persona es testigo de una situación de emergencia, llevar a cabo una conducta de ayuda depende de una serie de decisiones. El contexto donde se produce una emergencia influye en la interpretación que se hace la misma. Las personas tienden a interpretar las situaciones de tal manera que no requiera su intervención o ayuda.

    La decisión de intervenir en una situación de emergencia viene determinada por la percepción de la persona, esto es, que se perciba como una verdadera emergencia. No obstante, esta es una condición necesaria pero no suficiente, además de percibir la situación como verdadera emergencia, deberemos considerar que es nuestra la responsabilidad de ayudar. Esta decisión de asumir la responsabilidad viene determinada por el número de testigos que se hayan presentes, a medida que aumentan los testigos disminuye la percepción de responsabilidad (difusión de la responsabilidad o efecto espectador).

    ¿Por qué las personas no quieren ayudar?. En un trabajo de Piliavin, Piliavin y Rodin (1975) - Modelo de los costos de la ayuda- consideraban que las situaciones de emergencia son excitantes. Esta activación se percibe como desagradable y nos sentimos incitados a reducirla. La forma de reducirla es:

  1. mediante una intervención directa

  2. interpretar que la situación no requiere ayuda

  3. abandonar la escena e ignorar la situación

    Cualquiera que sea la conducta, está en función de los costos netos de brindar ayuda. Hay costos de dos tipos: costos de intervención del testigo y costos para la victima. El primero de ellos, pueden ser costos físicos (el agresor o la situación están por encima de sus posibilidades) o psicológicos (p.e. la víctima no está en peligro). Con respecto al segundo, la intervención de un testigo para salvar a una persona del ataque de una pandilla no incrementara sustancialmente el peligro pero puede salvar a la víctima.

    Sin embargo en un trabajo Sterling y Graertner (1984), la ayuda parece depender del grado de activación del sujeto. En el estudio que llevaron a acabo, los sujetos con mayor nivel de activación fueron los que emplearon menos tiempo en prestar ayuda.

    No obstante es importante considerar que la evaluación de costos no es un proceso simple. En un trabajo de Gruder, Romer y Korth (1978), a partir de la enunciación de la Norma de Autosuficiencia (cada la cual debe cuidarse, tomar las precauciones razonables y evitar negligencias), se realizó una matización importante sobre el análisis de los costos netos. Así, cuando los costos por no ayudar fueron altos para la victima (dependencia alta) los testigos prestaron más ayuda a la victima negligente (no respetó la norma de autosuficiencia). Sin embargo cuando la dependencia era baja se realizaron más conductas de ayuda a las victimas no-negligentes que a las que no respetaron la Norma de Autosuficiencia.

    Un intento de ampliar el Modelo de costos fue realizado por Jane Piliavin y colaboradores (1982), considera tres factores: la empatía, la excitación psicológica y el costo. Con respecto a la empatía consideran que intervienen las siguientes variables: (a) las características de la situación (ambigüedad de la situación y número de sujetos); (b) características del testigo (edad, género y capacidad de ayudar); (c) características de la víctima (género, grupo racial y atractivo); y (d) el parentesco familiar, la total probabilidad de ayudar a nuestros hijos incluso en situaciones de riesgo o costo extremo. Por lo que respecta a la excitación psicológica, no solo se refiere a la exaltación sino también a la angustia de la víctima. Finalmente los costos percibidos determinarán la decisión real de ofrecer ayuda directa, indirecta o de no ayudar.

    En este ir desgranando como se produce la conducta de ayuda, nos surge otra pregunta, ¿hombres y mujeres se comportan igual en situaciones de emergencia o en las que hay que prestar ayuda?. Los primeros datos indican que los hombres prestan más ayuda que las mujeres (Eagly y Crowley, 1986; Jonson et al., 1989; Piliavin y Unger, 1985). Sin embargo son las mujeres las que desempeñan con más frecuencia profesiones dedicadas a la ayuda de los demás como enfermería o trabajo social. Asimismo existe mayor probabilidad de que las mujeres hagan más favores que los hombres y brinden más apoyo a sus amistades. Hombres y mujeres no suelen reaccionar de forma distinta a una solicitud directa de ayuda, no obstante, las mujeres detectan mejor las solicitudes de ayuda no verbal implícita (May, 1984; Eagly y Crowley, 1986). Los hombres prestan más ayuda de tipo técnico (Pomazal y Clore, 1973), mientras que la ayuda de las mujeres es de tipo emocional (Smith, Séller y Diener, 1975) o personal (Schwartz y Ames, 1977). La mujeres ayudan más a sus amigas/os que a sus parejas (Barbee et al., 1993).

    Las características físicas determinan el tipo de ayuda que se presta, así los hombres están en mejores condiciones de prestar ayudar cuando ésta requiere de fuerza o intimidación (Huston et al., 1981).

    Estas diferencias por razón de género, de acuerdo con el trabajo de Eagly y Crowley (1986), están explicadas por la socialización diferencial de los roles sexuales. El rol de género femenino está determinado por normas que anteponen las necesidades de los otros, especialmente familiares, a las propias. Sin embargo el rol sexual masculino está determinado por el heroísmo y la cortesía.


Clasificación de las Situaciones de ayuda

  1. Situaciones de recompensa. En un estudio de Moss y Page (1972) encontraron que las personas que son reforzadas en una situación previa de ayuda son más proclives a prestar ayuda posteriormente. En es te contexto se sitúa el fenómeno de la codependencia, de acuerdo con el trabajo de Deborah Lyon y Jeff Greenberg (1991) los niños que aprenden a ganarse la aprobación y la autoestima satisfaciendo las exigencias de un padre dependiente y disfuncional buscarán las oportunidades de ayudar a las personas parecidas en el futuro.

  2. El estado de humor. Como se ha demostrado en diversos trabajos, las personas que están de buen humor tienden ayudar más que aquellas que no lo están (Isen, 1970; Isen y Levin, 1972; Isen, Clark y Schwartz, 1976; Underwood et al., 1977). Aunque se ha podido comprobar que no siempre el buen humor conduce a prestar más ayuda. En un trabajo de Isen y Simmonds (1978) descubrieron que personas de buen humor no quieren interrumpir su felicidad prestando ayuda que por si misma no es placentera. Rosenham, Salovey y Hargis (1981) encontraron que la felicidad debe ser personal para provocar sentimientos de ayuda. Si las personas se sienten felices por la buena fortuna de otro, no se produce un incremento en el número de conductas de ofrecimiento de ayuda. Pero si está de mal humor por algún suceso acaecido, ofrece menos conductas de ayuda, sin embargo, si su estado de ánimo negativo se debe a lo sucedido a una tercera persona si brindará ayuda.

  3. Situación de modelado. La probabilidad de prestar ayuda aumenta si hay un modelo llevando a cabo una conducta de ayuda (Bryan y Test, 1967; Macauly, 1970)

  4. Situaciones de apremio. En su trabajo Darley y Bateson (1973) con un grupo de seminaristas, demostraron que quien no tiene prisa se detiene y ayuda. Quien tiene prisa es más probable que pase de largo, incluso si su premura es para dar una charla sobre la parábola el buen samaritano

  5. Atribución de altruismo. Aquel que se considera altruista tiene más probabilidad de llevar a cabo conductas de ayuda, este fue la conclusión del trabajo de Paulhus, Shaffer y Downing (1977) con donantes de sangre. En una situación similar con estudiantes Bateson et al, (1978) mostraron que las personas que se comportan de forma altruista se atribuyen poco altruismo si hubo posibles causas externas para su conducta.

  6. Por norma. En este punto debemos de considerar dos principios, la norma de responsabilidad social y la norma de reciprocidad. Según esta última tendemos a ayudar a quienes nos ayudan y no dañamos a los que no nos dañan; de esta norma están exentos los viejos, los muy jóvenes, los débiles y los enfermos, justo las personas que son objeto de ayuda según la norma de responsabilidad social.


¿Cómo son las personas a las que ayudamos?

  1. Personas que nos agradan. Las personas ofrecen su ayuda no a todas las personas por igual. Los amigos ayudan más rápidamente que los que no lo son. En un trabajo de Tesser y Smith (1980) mostraron que si ayudar era meterse en problemas, es menos probable recibir ayuda de un amigo que de un desconocido. En un trabajo de Goodstadt (1971) se demuestra como se ayuda más a las personas que les resultan agradables frente aquellas que no lo son. Esto quedó patente en el trabajo de Karabenick y Lerner (1976) utilizando para ello el atractivo físico de una fotografía en una solicitud, de estudios de postgrado, olvidada en una cabina con un sobre franqueado.

  2. Personas semejantes. En un trabajo de Gaertner y Dovidio (1986) las víctimas negras fueron discriminadas por testigos blancos solo cuando hubo una difusión de la responsabilidad (cuando había más testigos). Sin embargo guando eran los únicos testigos ayudó por igual a víctimas blancas y negras. Junto con los resultados de otros experimentos se demuestra que no existe discriminación racial cuando es evidente que una persona necesita ayuda, no obstante, si la situación de emergencia es ambigua, los testigos, dependerán de la semejanza racial para determinar quién recibirá la conducta de ayuda.

  3. Personas que lo merecen. Un estudio de Bickman y Kamzan (1973) utilizando una situación en la caja de un supermercado que la ayuda ofrecida para pagar un producto dependía de la consideración de imprescindible o no (leche frente a galletas). Menos de la mitad estaban dispuestos a ayudar a una mujer a pagar un paquete de galletas, frente a dos terceras partes que ayudaron a pagar un litro de leche. La naturaleza del producto tuvo mas peso que el grupo racial de la víctima.

    La forma de solicitar ayuda también es importante, en un trabajo de Santos, Leve y Pratkanis (1994) entrenaron a unos estudiantes para que mendigaran en el malecón de Santa Cruz (California). Unos solicitaban a los transeúntes alguna moneda que les sobrara, mientras que otros solicitaban cantidades concretas. Los resultados mostraron que recibieron más ayuda aquellos que solicitaban una cantidad concreta. Los autores interpretaron estos resultados arguyendo que la petición exacta de una cantidad revela la intencionalidad del objetivo en el empleo del dinero, lo que legitima la petición.

    La atribución que realizamos sobre la petición también influirá. Si consideramos las causas de la emergencia como controlables (como la falta de esfuerzo de la víctima) es probable que no ofrezcamos ayuda. Ahora bien, si por el contrario consideramos que obedece a causas no controlables (p.e. la mala suerte), es más probable que ofrezcamos nuestra ayuda.


¿Por qué ayudamos?

  1. Altruismo vs. Egoísmo. El concepto de altruismo es acuñado por el filósofo Augusto Compte. Hay evidencias acerca de cómo la conducta de ayuda viene motivada por gratificaciones como la satisfacción personal ("Soy una persona muy decente por hacer lo que hice"), la evitación de la pena o de la culpa ("No hubiera estado tranquilo si no ayudo") y la evitación de la angustia ("Me sentí muy mal cuando vi que necesitaba ayuda, pero me sentí mejor cuando la ayude"). Considerando el altruismo, el altruismo busca el beneficio de la otra persona, en este sentido, y considerando los trabajos ya citados, esto parece ser que se produce por empatía entre los sentimientos de la otra persona y los propios.

La hipótesis del altruismo y la empatía postula que la empatía da origen al altruismo, y que esta es solo una razón de que ayudemos. El vínculo entre empatía y altruismo no descarta otras motivaciones para actuar de forma servicial.


Ilustración 1. Angustia y Empatía (Batson, Fultz y Schoenrade, 1987)

    Los experimentos de Bateson y sus colaboradores indujeron una manipulación de la empatía y de la angustia personal. Para esto diseñaron un experimento en el que una supuesta victima recibía descargas eléctricas cuando no realizaba correctamente una prueba de recuerdo. Los observadores eran encuestados y después se les enseñaba las supuestas contestaciones de la víctima a esas mismas cuestiones. Las respuestas habían sido manipuladas o bien para que fueran iguales a las del observador con el fin de generar empatía o bien eran completamente distintas. Luego se les informaba que la victima había tenido una experiencia anterior con descargas y que le había resultado muy difícil de soportar. Los observadores se alteraron. A éstos se les puso en dos condiciones distintas, la mitad eran libres de irse, de quedarse y observar las diez sesiones que tenían que realizar o bien cambiarse por la victima. La otra mitad de los observadores debían sentarse y observar las diez sesiones, si sentían mucha angustia podían cambiarse por la víctima. Los resultados mostraron que los participantes empáticos tendían a ayudar a la victima sin importar que tuvieran o no facilidad para irse, respondían al sufrimiento de la víctima y no a la incomodidad de ellos. Las otras personas ayudan a la victima solo para mitigar su angustia. Este experimento fue repetido obteniendo los mismos resultados.


Revisión de la Hipótesis del egoísmo

    Siguiendo la revisión de Worchel, Cooper, Goethals y Olson (2003), de lo expuesto hasta aquí podemos concluir que, ¿ayudamos a otros por razones puramente altruistas'? . El psicólogo americano Robert Cialdini y sus colaboradores (Cialdini, Schaller, Houlihan, Arpps, Flutz y Beaman, 1987; Cialdini, Brown, Lewis, Luce y Neuberg, 1997) tienen otra opinión. En un trabajo Cialdini y sus colaboradores (1987) postularon que Batson y sus colaboradores adoptaron el punto de vista equivocado sobre el altruismo. Tal vez lo que sentimos cuando vemos a alguien en necesidad no es angustia sino tristeza. Experimentamos tristeza y queremos reducir ese sentimiento y elevar nuestro estado de ánimo. Ayudar a quien lo necesita mitiga esa tristeza, no ofrecer ayuda no mitiga ese sentimiento. Este giro en la conceptualización revela que ayudamos a otros con el fin de manejar nuestro estado de ánimo. Para comprobar estos extremos Cialdini y sus colaboradores (1987) diseñaron un estudio, según el cual los participantes observaban a una persona necesitad (la que llamaron Carol) y luego les dieron la oportunidad de ayudarla. Se les pidió que fueran objetivos en participación (empatía baja) o que imaginaran cómo se sentía Carol (empatía alta). La manipulación consistió en hacer que la mitad de los sujetos tomaran un fármaco "fijador del estado de ánimo" después de observar el sufrimiento de Carol. Los sujetos ingirieron una sustancia llamada "mnemoxina" (en realidad un placebo) y se les dijo lo siguiente: "Este es el estado de ánimo que van a tener durante aproximadamente los siguientes 30 minutos [...] conserva cualquier humor que tengan al momento de hacer su efecto". Los sujetos que tomaron el producto supuestamente no podían hacer nada para cambiar su estado de. Los participantes en la condición de empatía actuarían de manera altruista; ayudarían a Carol por el bien de ella (altruismo); sin embargo, no estaban en posición de ayudarla para sentirse más felices (egoísmo).

    Como se esperaba los participantes en la condición de empatía con estado de ánimo fijo eligieron no ayudar. Solo los participantes en la condición de empatía que no creyeron que su estado de ánimo había quedado invariable por el efecto de la mnemoxina optaron por ayudar. Cialdini y sus colaboradores (1987) concluyeron que decidieron ayudar a Carol para sentirse mejor y que la decisión no fue motivada por el altruismo. En un trabajo de contestación Batson y Oleson (1990) argumentaron que las propiedades de la pastilla de mnemoxina en la situación de manipulación puesta en práctica por Cialdini distrajeron a los sujetos del apuro de la víctima. Para replicar el trabajo, utilizaron un procedimiento similar (en esta ocasión la pastilla de fijación de humor se llamó "memorina"), otros investigadores (Schroeder, Dovidio, Sibicky, Matthews y Allen, 1988) encontraron que los sujetos, a pesar de la pastilla, ayudaron a la persona necesitada cuando sintieron empatía.

    En otro trabajo (Smith, Keating y Stotland, 1989) se examino este debate y concluyeron que hay una postura intermedia que sirve para desentrañar las pruebas contradictorias. Las personas que ayudan necesitan el feedback de la víctima, esto es, constatar que la víctima se benefició de su intervención. Esto despierta un sentimiento de alegría empática. Aunque es egoísta en el sentido de que todos buscamos sentirnos bien, también es empático en el sentido de que compartimos los sentimientos agradables que generamos en la persona a la que ayudamos.

    Con el objetivo de verificar la hipótesis de la alegría empática, Batson, Batson, Singlsby, Harrell, Peekna y Todd ( 1991, estudio 1) diseñaron un experimento en el que se les pedía a los participantes que ayudaran a una compañera llamada Katie, que acababa de perder a sus padres en un accidente automovilístico. A la mitad de los participantes se les pidió que se pusieran en el lugar de Katie y pensaran en el efecto que el accidente había tenido en su vida (empatía alta) mientras que a los demás se les pidió que adoptaran una posición objetiva sobre la pérdida (empatía baja). El grado de alegría empática de los participantes hacia el asistente (Katie) fue manipulado diciendo a algunos que Katie les contaría cómo se sentía (alegría empática alta); a otros que ella nunca diría una palabra (alegría empática baja), y a los restantes no se les dijo nada en cuanto a las repercusiones de su ayuda (sin alegría empática). Cuando la empatía fue alta ofrecieron más ayuda sin preocuparse de cuánta alegría empática iban a sentir por hacerlo. Batson y sus colaboradores concluyeron que las personas que sienten una gran empatía ofrecerán ayuda a la víctima aunque su alegría empática potencial sea baja. Sin embargo, los datos de la condición de empatía baja muestran que la necesidad de la alegría empática influye en la ayuda cuando la empatía por los demás es baja. Así, la alegría empática constituye otra forma de motivación egoísta que conduce a ayudar cuando la persona no está concentrada en el objetivo altruista de reducir la angustia de otra persona.

    A finales de la década de los noventa se inicio un nuevo debate sobre la conducta altruista, teniendo como foco de atención el concepto de unidad. Caildini, Brown, Lewis, Luce y Neuberg (1997) consideran que sentir empatía por alguien produce una unión entre el "yo propio" y el "yo del otro", a esta interrelación la denominaron unidad. Cialdini y sus colaboradores (1997) creen que, cuando se logra la unidad, ayudar a la otra persona es equivalente a hacer algo positivo por uno mismo. Para demostrar esta hipótesis, Cialdini y sus colaboradores presentaron a los participantes en un estudio diversas situaciones hipotéticas de personas necesitadas de ayuda. Manipularon el grado de cercanía entre los participantes y la víctima pidiéndoles que imaginaran que se trataba de un desconocido, un conocido, un buen amigo o un familiar cercano. Encontraron que cuando las instrucciones fueron que percibieran a la víctima con empatía, los participantes imaginaron que podían ayudarla más cuando la relación imaginada era muy estrecha (por ejemplo, un familiar) que cuando era distante (un desconocido). Además, los investigadores hicieron a los participantes varias preguntas sobre sus razones para ayudar. Como predijeron, su decisión estuvo mediada por el sentimiento de unidad. Solo aquellos que sintieron que los límites de su yo se fundían con los de la víctima accedieron a ayudarla.

    En un trabajo posterior Batson (1997) mostraba su discrepancia con las interpretaciones de Cialdini, y también con las aportadas por Neuberg y sus colaboradores (1997). Batson, Sagen, Garst, Kang, Rubchinsky y Dawson ( 1997) realizaron otros dos experimentos para comprobar la importancia de la unidad. En lugar de hacer que los participantes imaginaran la situación de ayuda potencial, diseñaron una situación de realidad simulada, pusieron en contacto a los participantes (alumnos de la universidad) con otra alumna (en realidad una ayudante en el estudio) que tenía una necesidad urgente de conseguir dinero para su familia. Batson encontró que cuando los participantes sintieron empatía, su decisión de darle dinero dependió de su motivación altruista y no totalmente de sus sentimientos de unidad con ella.

    ¿Por qué ayudamos?. Existe un debate entre quienes opinan que ayudamos a los demás -al menos algunas veces- por motivos altruistas y los que creen que la ayuda siempre está motivada por un interés personal, incluyendo el sentimiento de unidad, ha sido interesante. No hay una respuesta definitiva.


¿Influye la personalidad en la conducta altruista o asistencial?

    Existe otra pregunta importante ¿hay una personalidad altruista? ¿Hay un conjunto de atributos o características que distinguen a la gente asistencial?. Una manera de investigar acerca de esta consiste en examinar los factores de personalidad de quienes ofrecen ayuda en condiciones extraordinarias y compararlos con las características de quienes se han encontrado en tales contextos pero no ayudaron. Samuel y Pearl Oliner (1988) realizaron un estudio de personas que arriesgaron su vida para salvar judíos durante el genocidio ocurrido a lo largo de la ocupación nazi en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Samuel Oliner es un sobreviviente del Holocausto que creció en Polonia. Durante la ocupación alemana de 1940, su familia fue asesinada por los nazis. Oliner escapó escondiéndose y finalmente lo rescató una familia cristiana dueña de una granja cerca de su casa. Cuando terminó la guerra, emigró a Estados Unidos donde obtuvo su doctorado en sociología y se convirtió en profesor de la Universidad Humboldt. A partir de entonces se dedicó al estudio sistemático de los "rescatadores" (europeos que arriesgaron su propia seguridad por esconder y cuidar judíos y otras minorías condenadas a la aniquilación). Oliner y su esposa localizaron y entrevistaron a 231 europeos que rescataron judíos y miembros de otros grupos, y compararon sus características con una muestra de 126 individuos que no intentaron rescatar a nadie durante la guerra. Estos dos grupos de estudio fueron diseñados de forma equivalente en cuanto a edad, genero, educación y región geográfica antes del análisis de los resultados de las entrevistas. Ambos grupos se distinguieron en varias características de personalidad. En concreto, los que rescataron víctimas del holocausto refirieron sentimientos intensos de responsabilidad por el bienestar de los demás y una necesidad agobiante de actuar para ayudarlos. Además, sentían el dolor y el sufrimiento de las víctimas, lo que revelaría que los sentimientos de empatía emocional fueron un motivo en su decisión de ayudar. Pero mientras que los salvadores y los que no ayudaron pusieron en práctica por igual sus sentimientos de empatía y responsabilidad con los miembros de su propio grupo (otros cristianos), los primeros abrigaron tales sentimientos por personas que consideraban diferentes. Esto es denominado por Oliner extensividad (la capacidad de sentir empatía y responsabilidad por los miembros de grupos que no son los propios) (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    Otro factor de distinción fue el relativo a su socialización y educación infantil. Los primeros crecieron con padres que no empleaban el castigo físico para controlar la conducta de sus hijos, por el contrario utilizaban el diálogo y razonamiento (les explicaban lo que habían hecho mal y les aclaraban qué conductas esperaban de ellos). Además tenían padres que funcionaron como modelos de conducta moral. Todos estos aspectos de la educación infantil fomentaron una tendencia orientada a los demás que facilitó su decisión de ayudar cuando otras personas buscaron un refugio de la vorágine nazi (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    En otro estudio acerca de los rescatadores comparados con los no rescatadores, Tec (1986), encontró más diferencias interesantes. Primera, los rescatadores suelen ser miembros marginales de su comunidad local que no refieren sentimientos de integración en la red social local. Segunda, manifiestan gran independencia y realización personal. Es decir, se ven como extraños que se apartan de las normas locales para lograr sus objetivos personales. Por último, revelan que ya ayudaban a los otros antes de la guerra, lo cual muestra que no se volvieron altruistas por la ocupación nazi; simplemente, les dio otra oportunidad de tender la mano a quien lo necesitaba (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    Los resultados encontrados sobre las diferencias de personalidad entre rescatadores y no rescatadores aportan algunas pruebas interesantes de la influencia de la personalidad sobre la conducta de ayuda, hay limitaciones importantes en la metodología histórica utilizada para investigar estos grupos. Por ejemplo, muchas mediciones de personalidad provinieron de los cuestionarios usados por Oliner y Oliner (1988), pero apenas surgieron algunas diferencias (véase, por ejemplo, Piliavin y Charng, 1990) que acaso obedecen al azar. Además los rescatadores fueron clasificados como "héroes" y "verdaderos altruistas" años antes de que fueran entrevistados por los investigadores (Schroeder, Penner, Dovidio y Piliavin, 1995). Por tanto, quizá contestaron las preguntas como creían que un altruista debía reconstruir sus recuerdos de los sucesos durante y después de la guerra para ajustarse a ese perfil. Es difícil saber si las diferencias de personalidad encontradas en estas investigaciones son fiables y, por ende, son la causa y no la consecuencia de que hayan rescatado a alguno de una situación dolorosa (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    Estas investigaciones sobre los rescatadores europeos proporcionaron ejemplos de ayuda realizada por gente excepcional en circunstancias verdaderamente extraordinarias. ¿Qué prueba hay de una personalidad altruista en circunstancias menos extremas, como los voluntarios en su propia comunidad o los donantes de sangre? Varios estudios de psicología social han examinado la relación entre varias características de personalidad y la conducta voluntaria. Por ejemplo, se ha mostrado que la empatía disposicional correlaciona con la cantidad de dinero que los estudiantes donaron en un telemaratón de Jerry Lewis para la distrofia muscular (Davis, 1983). De igual manera, se ha probado que la dimensión de la empatía orientada a otro, que es muy similar a la característica de extensión definida por los Oliner entre los rescatadores, predice la conducta de ayuda. Las personas con una puntuación alta de empatía orientada al otro refieren sentir mayor comprensión y preocupación por quien está en problemas, estiman que los costos de ayudar son más bajos y dedicarían más tiempo como voluntarias a un refugio local para personas sin hogar (Schroeder, Penner, Dovidio y Piliavin, 1995). Así, incluso lejos de los horrores de la ocupación nazi, quienes experimentan una sensación intensa de empatía tienden más a ceder su tiempo ya ofrecer sus capacidades en sus localidades (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    Alan Omoto y Mark Snyder (Omoto y Snyder, 1990; Snyder, 1993) han agregado la noción de voluntariado funcional. En su opinión, la conducta voluntaria satisface motivaciones diferentes para personas distintas en diversos momentos. Por ejemplo, algunos voluntarios que trabajan en una clínica para enfermos de SIDA están motivados a ofrecer su asistencia porque tienen curiosidad sobre estos pacientes, otros estarán motivados porque se sienten mejor con ellos mismos, otros más se sentirán obligados con la comunidad homosexual, etc. La conducta voluntaria, entonces, tiene la función de satisfacer una motivación específica. En la postura funcionalista, una disposición de personalidad general de ayudar no es tan importante como la motivación concreta de la persona que obtiene una satisfacción de su conducta voluntaria. Omoto y Snyder (1995) entrevistaron a más de 600 voluntarios que trabajaban con pacientes de SIDA y encontraron que las mediciones de motivación específicas predijeron mejor cuánto tiempo dedican a un cometido de voluntariado las personas con personalidad para la ayuda. Es probable que tanto la motivación como la personalidad sean factores importantes para comprender la conducta voluntaria. Tal vez tener una disposición general de ayudar pronostica una alta probabilidad de ser voluntario, pero el grado en el que se satisface la motivación particular de cada cual predice mejor el tiempo dedicado o la intensidad del empeño (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    ¿Qué tiene mayor influencia en la conducta de ayuda? El comportamiento altruista depende de las influencias de la situación y de las variables de personalidad de quienes se encuentran en tales contextos. En el estudio de la parábola del buen samaritano de Batson y Darley, ni siquiera aquellos participantes con creencias religiosas firmes se detuvieron a ayudar a la víctima cuando tenían prisa por cruzar el campus. Esto revelaría que incluso el más servicial de nosotros puede sucumbir al influjo de la situación y negar la ayuda a alguien que la necesite. Pero ¿qué ocurre si la situación es más corriente? ¿Aflorarían estas diferencias de personalidad si la situación no restringiera nuestras acciones? (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    En un intento por dar con las respuestas, Gustavo Carlo y sus colaboradores (Carlo, Eisenberg, Troyer, Switzer y Speer, 1991) aplicaron una serie de mediciones de personalidad relacionadas con el altruismo a varios universitarios unas semanas antes de que participaran en un experimento de ayuda. Cuando los estudiantes regresaron para el experimento, se toparon con una mujer (en realidad una cómplice) que trataba de culminar una tarea difícil. Para algunos de los participantes, parecía muy angustiada; para otros, parecía tranquila. Para atraer la ayuda después de batallar un rato, la asistente se volvía hacia a los participantes y les preguntaba si estarían dispuestos a ocupar su lugar. Para algunos, los costos de no acceder eran muy fuertes; si se negaban, tendrían que quedarse y observar a una persona muy angustiada terminar su tarea. Para la otra mitad, los costos eran relativamente escasos; si se negaban, podían escapar pronto. Los resultados mostraron que cuando la angustia de la cómplice era mucha y era difícil escabullirse el 79 por ciento de los participantes tomaron su lugar cualquiera que fuese su empatía por ella. Sin embargo, cuando la situación era débil, las puntuaciones de las medidas de personalidad predijeron de manera significativa quiénes ofrecerían la ayuda (aquellos que tuvieron calificaciones elevadas en la empatía dirigida a los demás y la simpatía por las víctimas ayudaron significativamente más a la mujer que los que tuvieron calificaciones bajas en esas dimensiones de personalidad). Así, las personas con ciertas características de personalidad tienen más probabilidades de ayudar cuando la situación no lo exige; sin embargo, las circunstancias en que se necesita auxilio tienen un efecto poderoso sobre la percepción de los actos que convienen para el caso (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).

    Durante la primera década de intensas investigaciones sobre la conducta solícita, casi toda la atención se centró en los que ayudan. Sus costos, recompensas, emociones y responsabilidades fueron el centro de interés de los estudios. La reacción de los receptores de la ayuda se consideraba positiva, como habrían anticipado las teorías de reforzamiento simple. Después de todo, pedir y recibir ayuda tiene como resultado un aumento en los beneficios del receptor (Gross, Wallston y Piliavin, 1975). Sin embargo, recientemente se puso atención a la psicología de recibir ayuda. Varias teorías de la psicología social prevén reacciones negativas de los receptores en ciertas condiciones. Pasemos ahora a considerar la aplicación de algunas de estas teorías a las situaciones de ayuda (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).


Teoría de la equidad

    No solo tratamos de maximizar nuestras gratificaciones en una relación, sino que también buscamos que sea equitativa. Para que lo sea, la razón de nuestras satisfacciones en relación con nuestros costos debe ser equivalente a la razón de nuestra pareja. Quienes se encuentran en una relación desigual sienten malestar. Las situaciones de ayuda suelen ser desiguales, pues quien la recibe se queda con un sentimiento de estar en deuda con quien se la proporcionó. Varios estudios han demostrado que el receptor puede abrigar sentimientos negativos hacia la persona que lo asiste si no tiene oportunidades de corresponder (Castro, 1974; Gross y Latané, 1974; Clark, Gotay y MilIs, 1974). La teoría de la equidad propone que en una relación no equitativa, tanto el individuo que ha contribuido más como el que ha dado menos estarán afligidos. Sin embargo, las investigaciones de las situaciones de ayuda revelaron que solo el receptor está acongojado. Los que ayudan se sienten bien por sus actos.


Teorías del intercambio social

    De acuerdo con la teoría del intercambio social, cada vez que interactuamos con alguien debemos pagar ciertos costos y se producen ciertas gratificaciones. Según Worchel (1984), una de las recompensas que recibe por sus actos quien ayuda es un aumento en la sensación de poder. Esta sensación crece debido a que la persona que ayuda puso en juego capacidades y recursos útiles que tuvieron repercusiones en otra persona. El acrecentamiento de la sensación de poder es independiente de las acciones que el receptor ponga en marcha para pagar, y Worchel sostiene que muchas veces esta sensación compensa los costos de la ayuda, lo cual, desde el punto de vista del sujeto, hace que la relación haya sido valiosa. En contraposición, el costo para el receptor es una mayor sensación de impotencia, pues está obligado a dar las gracias por su dependencia (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).


Teoría de la amenaza al receptor

    Recibir ayuda también pone en peligro la autoestima del que la recibe. Arie Nadler y Jeffrey Fischer (1986) sostienen que cuando se percibe que la ayuda es muestra de apoyo, interés y preocupación por el receptor, produce reacciones positivas como la estimulación de los sentimientos de autovaloración y aprecio por quien ayuda. Sin embargo hay condiciones en las que dar asistencia reduce estos sentimientos de autovaloración y produce un juicio negativo acerca del que ayuda y de la propia ayuda. Primero, esta será una amenaza para la autoestima si contiene el mensaje de que el receptor es inferior y que depende de ese auxilio para salir adelante. Segundo, la ayuda que se aparta de los valores socializados importantes como la independencia, la autorrealización y la justicia será una amenaza a la autovaloración del receptor. Por último, ayudar suscitará una reacción negativa si no aumenta la probabilidad de futuros éxitos o si no reduce la necesidad de asistencia futura. Si la ayuda reúne cualquiera de estos tres criterios, el receptor dejará por un tiempo de buscar asistencia, tendrá mayor confianza en sí mismo y aumentará su deseo de mejorar.

    Nadler y Fisher sostuvieron que las personas con mucha autoestima suelen tener más reacciones negativas en comparación con las de poca autoestima. Al parecer, los que tienen una sensación firme de autoeficacia y competencia se resienten más por la ayuda que implica que no son capaces de tener éxito, que no son confiables y que es posible que fracasen en el futuro.


Reacciones del receptor

    Esta revisión de trabajos, que no consideramos exhaustiva, no debe interpretarse como si la ayuda nunca fuera apreciada. Por el contrario, las personas que de verdad la necesitan responden favorablemente a quien viene a ofrecerla. Pero las investigaciones del tema han identificado lo que podría llamarse el dilema del que ayuda. Cuanto más se dé aparte de lo absolutamente requerido (Schwartz, 1977) o cuanto menos se haya solicitado el favor o menores sean las posibilidades de reciprocidad, más probable es que el receptor reaccione de manera negativa. Las parejas que se ofrecen ayuda como forma de ser útiles y agradarse, algunas veces la reacción es la opuesta. En lugar de traer beneficios, se ve como una restricción de la libertad, la creación de inequidades, la usurpación del poder o la impresión de que el receptor es inferior y dependiente (Worchel, Cooper, Goethals y Olson, 2003).


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revista digital · Año 10 · N° 81 | Buenos Aires, Febrero 2005  
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