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Resistencia del barrio a la modernidad
translocal: el caso de Cerrito en Uruguay

   
Universidad de la República
(Uruguay)
 
 
Rafael Bayce
rjebayce9@hotmail.com
 

 

 

 

 
    Ponencia presentada en las Jornadas: "Deporte, Clubes y Nación".
Organizadas por la Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires. Argentina, noviembre de 2004
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 10 - N° 80 - Enero de 2005

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Introducción

    El Club Sportivo Cerrito de Montevideo casi no empieza el torneo de la 2ª División profesional del Uruguay en el año 2001. Deudas aparentemente impagables y ausencia de cancha propia. Pero la barriada del Cerrito de la Victoria quería ver al equipo en la cancha, a esa camiseta encarnando un 'nosotros' que viene del antiguo túnel subterráneo o de la actual 'manga' de salida, como de las entrañas de un cotidiano profundo. Y Cerrito, mágicamente, sacando recursos de dónde no había y argumentando desesperadamente en la Asamblea de Clubes, aparece el día del primer partido de la temporada frente a su numerosa, fiel y bulliciosa hinchada. En esa rica y densa simbología de la salida a la cancha en los deportes en que ocurre, y principalmente en uno de masas como el fútbol, queremos abundar aquí. Pero añadiremos otras simbologías más.


Una brevísima historia de 75 años

    En el 2003 suben merecida, multitudinaria y ruidosamente de la 2a. a la 1a. División profesional. En el 2004 están invictos y primeros en ella: 14 puntos de 16, el ataque más goleador y la defensa menos vencida. Desde unas líneas perdidas en una página secundaria de deportes de un diario montevideano, el salto a los noticiarios internacionales de las cadenas multinacionales. En Nueva York, París, Berlín, Roma, Madrid, Londres, Moscú, Pekín, México y Dakar se puede leer: "Uruguayan Soccer, 1st. Division: Cerrito 16, Danubio 14, Nacional 10, Peñarol 8..." Del barrio al mundo en una ráfaga de gloria. Los rostros, en la tribuna, denotan una mezcla de alegría por los éxitos con la picardía de saber que puede no durar pero 'que te quiten lo bailado'. Lo que nunca se pensaba que sería realidad estaba ahí, sueño ni siquiera soñado que se vivía, sin embargo.

    Una historia, la de Cerrito, que se abre paso, según la 'historia oficial' de los Estatutos, el 28 de octubre de 1929, cuando Esteban Marino (luego juez internacional) y dos amigos más fundan un club que se reúne en el garaje de la familia Carrara, hasta que se institucionaliza en 1934, milita en las Ligas Centenario y Comercial, se afilia a la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) en 1945, milita en la 4a. División (Extra, D), asciende a la 3a. División (Intermedia, C) en 1948, a la 2a. División (B) en 1951, cuenta entre sus filas a dos campeones mundiales de 1950 en Maracaná (Ruben Morán, puntero izquierdo suplente del argentino Ernesto Vidal pero titular en la final, y Héctor Vilches, lateral izquierdo suplente). Alterna entre la B y la C, hasta que se afirma en la B en 1999, y hoy está en 1a. División, como vicecampeón del Torneo Apertura y clasificado entre los que pueden aspirar a la Liguilla de 6 precalificadora para la Copa Libertadores de América de Clubes. Todos hechos que producen 'refundaciones emocionales' del club, junto a otras leyendas y mitos cívicos que referiremos más tarde.


"Respetá al barrio, che": identificación mágica y redención compensatoria por el fútbol

    Entrando al Estadio Centenario para el partido con Nacional, primer partido oficial de Cerrito con uno de los clubes 'grandes' del Uruguay, algunos hinchas tricolores acusan a los de Cerrito de ser 'manyas' (calificativo originalmente despectivo de los hinchas de Peñarol), de jugar para beneficiarlos, sugiriendo que estarían 'movidos' por esa motivación oculta y espúrea. "Pará, che, respetá al barrio", les responde segura y altivamente un hincha de Cerrito. Contundente y digna respuesta, que avergüenza al hincha de Nacional, que no insiste. Como buen hincha de fútbol, sabe que el de Cerrito tiene razón. Pero no sólo como hincha de fútbol, sino además como ciudadano perteneciente a algún barrio, sabe bien que se equivocó en lo que dijo y que le dieron una digna respuesta. Sabe de sobra que los móviles de su presencia y de su esfuerzo deportivo no pueden reducirse paranoica e irrespetuosamente a un simple servicio pragmático y racional al 'otro grande'. El hincha de Nacional se da cuenta de que su obsesión por la rivalidad con Peñarol le ha hecho ignorar una importante esencia del fenómeno deportivo: la encarnación pública de una identidad, la proyección de un intransferible 'nosotros', la identificación con unos colores simbólicos, un 'estar-en-el-mundo social' con el status de un equipo de 1a. División que se mide con otros grandes en un monumento del fútbol mundial, un 'nosotros' que ahora es protagonista en el escenario en que siempre habían sido meros espectadores de 'otros'. Cerrito es Cerrito y sólo Cerrito para los de Cerrito. Sólo juegan por ellos y para ellos. No van 'por los puntos', no juegan el papel secundario del que simplemente 'contribuirá' a que alguno de los 'grandes' - candidatos- se consagre una vez más. Van por la expresión de una identidad, 'por un sentimiento inexplicable' (como lo autocalifican), para ser 'nosotros mismos' dentro del 'macro-nosotros' que proporciona un elevado status en un espacio público social en el que, en general, les ha sido negado participar socialmente, que le ha sido hostil al barrio. Es la gran revancha vicaria. Si la sociedad uruguaya ha condenado al barrio del Cerrito de la Victoria a ser una colectividad clasificable como de clase media baja y quizás en decadencia, aquí está la respuesta. El equipo 'redime' a toda la comunidad, la hace figurar en el mapa social, en los titulares de los medios de comunicación. Sus técnicos, jugadores y dirigentes son vistos, oídos y leídos en espacios audiovisuales, orales y escritos, en un mundo en que 'existe' con status social sólo el que ocupa un espacio preferente en los medios de comunicación de masas de alcance global. Y el Cerrito de la Victoria, la masa barrial, existe socialmente con status alto a través del Club Sportivo Cerrito, su 'redentor' sociocultural. Su exclusión macrosocietal convierte al equipo en expresión identitaria, agente catalítico y catártico, vehículo compensatorio y redentor, símbolo de condensación de significaciones. Ámbito de pretendida pureza relativa a la impureza e instrumentalidad del cotidiano. La conducta es racional pero 'con arreglo a valores', no 'con arreglo a fines', como diríamos en la tipología ideal de Max Weber.

    Es cierto que ha habido otros clubes deportivo-futbolísticos en el entorno de ese barrio. Pero algunos nunca llegaron a 1a. División (Marconi -incluso anterior cronológicamente-, Boston River). Otro es el gran rival del barrio (Rentistas), que ascendió antes a 1a. División. Pero su hinchada es infinitamente menor, no posee el nombre del barrio, y se fundó como un desprendimiento 'renegado' del tronco principal de Cerrito. Es el 'otro enemigo' que las identidades humanas parecen necesitar para forjarse; con él luchará por ser 'el capo del barrio' Hay también otro club, futbolísticamente más importante, desde los primeros años del siglo en la 1ª División: Sud América. Pero su hinchada no proviene de los límites considerados como 'Cerrito de la Victoria', ni en la autoconciencia del barrio mismo, ni en la consideración oficial administrativa. Aunque tenga su tradicional cancha a 400 metros de las sedes sociales de Cerrito y de Rentistas. El monopolio de la palabra 'Cerrito' es una de las explicaciones de esa identificación superior del club con la barriada. El poder de 'nombrar' era sagrado y reservado a los faraones en el Egipto antiguo. En el principio era "el Verbo y el verbo era Dios", comienza el Evangelio de San Juan. El Club Sportivo Cerrito tiene una mayor identificación 'natural' con el barrio tradicional de Montevideo del Cerrito de la Victoria que sus otros vecinos sociodeportivos, en buena parte por esa mágica ventaja primigenia.


Otras lecturas posibles y pertinentes

    No se nos escapa que estos fenómenos podrían ser leídos desde otras vertientes teóricas de interpretación. La agresividad de la hinchada puede ser vista como un arcaísmo atávico que indica barbarie, que muestra la índole depredatoria de la condición humana, demasiado tiempo necesitada de agresividad violenta para sobrevivir e imponerse sobre sus entornos de modo de minimizar la incertidumbre y la dependencia respecto a ellos, siguiendo el mandato ético de la modernidad kantiana. En esto coinciden, tanto Ardrey (1) a fines de los 60 como, más recientemente, en los 90, Peter Sloterdijk (2), que estudia las supervivencias no reflexivas de las épocas de las hordas, de la 'paleopolítica', en las etapas posteriores, hasta la actual 'hiperpolítica', una variante en desarrollo de la 'ciudadanía cosmopolita' que utopizó Emanuel Kant (3). También podríamos mencionar la posición de Konrad Lorenz (4) sobre la agresividad, que considera una supervivencia de su antigua necesidad secular. Sin embargo, Lorenz confía en que la moralidad consciente y las oportunidades de sublimar esas agresividades superarán su manifestación violenta.

    Teorías de vecindad 'marxoide' interpretarán esa esperanza de Lorenz en la sublimación de la agresividad (memoria de especie) como una desviación del objeto de la movilización política, del objeto que merece la agresión, que es así vista como un 'circo' que anestesia la mejor concentración en la lucha por el 'pan'. Un ejemplo sería Vinnai (5), aunque enriquecido por la Escuela de Frankfurt y mucho psicoanálisis. Lo que en Norbert Elias (6) es apreciado como un progreso civilizatorio es leído como una represión que reaparecerá potenciada, tal como lo sugieren Sigmund Freud (7) y Herbert Marcuse (8). O una desviación de los rectos objetivos, según una lectura más o menos 'izquierdosa'. La Escuela de Frankfurt,-especialmente desde los trabajos sobre la familia de Max Horkheimer (9), los de Theodor Adorno (10) sobre la personalidad autoritaria y los de Erich Fromm (11) sobre las consecuencias de resoluciones insatisfactorias del 'complejo de Edipo'-, nos dicen otras terribles cosas respecto de nuestros fenómenos focales. Muestran la influencia que podría tener la muy palpable sustitución de la figura paterna,- progresivamente ausente del hogar debido a la separación de los lugares de residencia y de trabajo-, por pseudo e hiper padres como 'otros significantes' de identificación y construcción del yo. Líderes de grupos de pares, ídolos del jet set, semidioses musicales y deportivos, u otras colectividades proveedoras de afectos, identificaciones y catarsis. Sobre todo aquéllas que pueden constituir individuos y grupos de referencia para cortar amarras en la preadolescencia y en la adolescencia con las pertenencias infantiles. Todos ellos podrían ser semillas de autoritarismo e identidades fascistoides porque presentarían modelos mucho más estereotipados que exigirían adhesiones más rígidas y compulsivas. Ni qué hablar que el etnocentrismo, la discriminación del 'otro', la intolerancia y agresividad de las hinchadas de fútbol no serían bien vistas por estas corrientes, ya muy elitistas en lo cultural, con una subvaloración muy fuerte de todo lo popular, por primitivo y por cooptable. Mezclas variables del residuo marxista más cuadrado y descalificador de todo lo popular con el elitismo de Frankfurt existen a montones; baste aquí con referir la conocida e interesante, aunque poco empática y vivencial producción de Juan José Sebreli (12). Al mismo tiempo, un lirismo neorromántico con residuos marxoides populistas proporciona una nueva versión positiva del deporte y del fútbol como fenómenos expresivos y progresivos -i.e. Alabarces y otros- (13). El desplazamiento de la agresión original derivada de explotación y frustración puede ser interpretado en clave positiva o negativa. Entonces, lo compensatorio y redentor de la sublimación por la hinchada cerritense de sus cotidianos podría perder su romántico lirismo para convertirse en una alienación refinada y cultivada por el sistema hegemónico para protegerse de más peligrosas identificaciones, referentes y reivindicaciones. O bien en una atávica barbarie no civilizadamente sublimada aún. Quede para la audiencia y para los lectores la libertad de elegir el abordaje teórico e ideológico que prefieran para dar cuenta de los fenómenos referidos a partir de la anécdota inicial y de los factores históricos que enumeraremos a seguir. Descartamos, eso sí, decididamente, los muy conocidos 'desastres científicos' producidos por dos autores uruguayos tan difundidos como nocivos para la conceptualización sociocultural del fútbol: mezcla ingenuamente admirativa y almibarada de lirismo escalador sin vivencia personal deportiva, ni teoría, ni metodología, pero que cosecharon una lucrativa variante de marxismo lírico-populista: Eduardo Galeano (14) y Franklin Morales (15). Ideales para 'encantar' a quienes no han 'vivido' el fútbol ni han recorrido ninguna disciplina ni formación indispensables como para conceptualizarlo. Nosotros, dada la índole del Congreso, preferimos la perspectiva a la que dedicamos espacio inicialmente como la más ajustada al tópico general de la reunión, para contribuir a él, pero sin negar la pertinencia de otras lecturas de los mismos fenómenos.


Raíces históricas de la épica de la hinchada

    La hinchada va al Estadio como fue a la B (2a.), a la C (3a.), a la Extra (D, 4a.); subiendo, bajando, perdiendo y ganando finales o en mitad de tabla. Un 'aguante' públicamente poco trascendente, pero tenaz y rabiosamente orgulloso, que sólo ahora, punteros e invictos en 1a. División, salta a la luz pública y hasta al mundo global de la información deportiva.

    Pero atrás hay una historia de noches en vela haciendo banderas. De caminatas 'haciendo para la entrada', de infinitas coladeras y maniobras sin maldad, por desesperación de 'estar'. De 'prepo' en los alambrados laterales. De amarguras y pequeñas dulzuras. De carnets de asociado que vuelan bajando y subiendo de las tribunas a las vecindades de las boleterías. De infinitas y creativas maneras de introducir los emblemas y los combustibles prohibidos en las tribunas. De camisetas que se usan para todo el cotidiano, y no sólo para ir a la cancha. Y si perteneció a algún ex-jugador, su uso es aún más orgulloso.

    Cuando subió en 1998 a la B, la celebración por las calles del barrio fue impresionante. Todas las columnas callejeras eran 'auriverdes', con los colores amarillo y verde de la institución; todos los muros pintados y con graffiti. La gente sacaba sus jaulas de loros auriverdes con la mascota oficial: el Zé Carioca que se ve en el reverso de los llaveros, y que está en el papel oficial del club. Vale la pena recordar que ese simpático plumífero, inventado por Walt Disney como uno de los personajes centrales del corto de dibujos animados 'Los tres caballeros' (1944), con su sombrero de paja 'la Chevalier' y su bastón de mimbre, se convertirá - junto a la cantante y bailarina Carmen Miranda - en la imagen 'for export' del Brasil, a partir del estereotipo del feliz y simpático carioca de Copacabana. Realmente es un espectáculo digno de verse ese río auriverde que baja desde el Cerrito por el Bulevar Propios, por la Avenida General Flores, cantando, pidiendo para la entrada, juntando para los combustibles indispensables para mantener el clima hasta llegar, piropeando, bromeando, a la cancha. Ya volveremos a esto al interpretar esa resignificación extraterritorial de los espacios como una 'conquista' barrial.

    Esta épica heroica tiene sus raíces hasta más atrás que la propia historia de la fidelidad y masividad de la hinchada con su club y sus equipos. Veamos cuáles son 4 de esos hechos y tradiciones que conforman la identidad y orgullo privilegiados del barrio, que sustentan un inconsciente colectivo que se manifiesta en esa hinchada casi sin par en la historia y presente del fútbol uruguayo. 1) El barrio se llama 'Cerrito de la Victoria' porque allí concretó el entonces Coronel Rondeau su victoria en la Batalla del Cerrito, al mando de tropas porteñas que, terminado el armisticio con España, sitian Montevideo para continuar la cruzada independentista iniciada con la Revolución de Mayo (aunque en Montevideo era sentida más como fidelidad al rey Fernando VII, despojado del trono por la invasión napoleónica). La ciudad-puerto-fortaleza colonial de Montevideo luce dos puntos elevados característicos. El más elevado, el Cerro de Montevideo, fue el divisado por el marino portugués cuya exclamación "Monte vide eu" terminó deformándose, castellanizada, en "Montevideo". Está lejos del Centro, aunque su promontorio domina la bahía y toda la ciudad. La segunda elevación, llamada por ello "Cerrito", está muy próxima al Centro de la ciudad, tiene una privilegiada vista panorámica de la misma y proporciona un lugar muy apropiado para sitiar militarmente la ciudad. Así lo hicieron las tropas bonaerenses comandadas por Rondeau que, en las faldas del Cerrito, aproximadamente donde está hoy la sede del club, derrotan a los españoles comandados por el Mariscal Gaspar de Vigodet, que sería, entonces, el último Gobernador español de un Montevideo sucesivamente gobernado, en el futuro, por argentinos, uruguayos, portugueses o brasileños, pero nunca más por españoles. Y esto desde el 31 de diciembre de 1812. Es por ello que el Cerrito es bautizado como 'Cerrito de la Victoria' y el barrio que nace en sus faldas hereda ese mismo nombre. Una tradición épica y de privilegio panorámico comienza a nutrir el imaginario y la autoestima de los residentes del barrio. 2) A unos metros de la sede del Club, desde hace muchos años, se encuentra el Cuartel de Blandengues, cuerpo militar creado en el siglo XIX, como cuerpo policial de extramuros, dependiente del Alcalde de Santa Hermandad del Cabildo de Montevideo, encargado de la persecución de contrabandistas. El héroe nacional José Gervasio Artigas sirvió y se educó militarmente en dicho Cuerpo, adquiriendo, cuando lo comandó, ese envidiable conocimiento y contacto con la variedad rural (gauchos matreros, indígenas varios) que nutriría sus filas y respondería a su liderazgo más tarde. Pues bien, el orgullo de la radicación en el barrio de un Cuerpo tan identificado con la tradición artiguista, es otro elemento contribuyente a la épica tradicional que alimenta la identidad, el orgullo y la autoestima de los auriverdes cerritenses. No es de extrañar una épica heroica en una hinchada que se consustancia con la Batalla del Cerrito y con los Blandengues de Artigas. Pero hay más. 3) Desde 1929, coincidentemente año fundacional del club, se levanta, en la cumbre del Cerrito de la Victoria, el Santuario Nacional del Sagrado Corazón de Jesús, el monumento religioso más elevado de Montevideo.

    La presidenta de la Comisión pro-Santuario era una tía-abuela mía, Adela García Lagos, que además de su función, donó de su propio peculio la imagen de la Virgen que corona la fachada del templo. Una imponente estatua de 6 metros de altura de mármol italiano de Carrara. En un futuro próximo, lucirá en su tope una bandera del Club Sportivo Cerrito, quizá culminación de la simbiosis entre la gente y la cultura material del barrio. El actual Párroco del Cerrito de la Victoria encabezó en persona la ceremonia de implantación bendecida de una placa conmemorativa de los 75 años del Club (octubre del 2004), mayor que una colocada allí en 1981, en la esquina del Bar donde nació la idea de la institución, en la esquina de las calles Juan Acosta y León Pérez. Este implicación de la Iglesia Católica con el Club no debe engañarnos sobre la religiosidad católica del barrio ni de la ciudad, ni del país, como podría ser en la Argentina o en Chile. País y ciudades fuertemente liberales y anticlericales, el valor de 'lo católico' en el Uruguay, en Montevideo y en cualquier barrio, es el del prestigio cívico de la moralidad y la respetabilidad, mucho más que de la fe. Es la concepción de Voltaire de la funcionalidad de la religión como factor civilizatorio, tanto de la levantisca juventud urbana como de la bárbara población rural. Por eso los propios anticlericales montevideanos promovieron la instalación del Primer Arzobispado de Montevideo, como sustento trascendente y prestigioso del Sarmientino proceso de civilización de la barbarie. El orgullo del status sociocultural del catolicisimo se suma al de la épica independentista de la batalla del Cerrito y al de la ubicación barrial del Cuerpo de Blandengues artiguista. La privilegiada ubicación panorámica se mantiene como timbre de orgullo identitario. La territorialidad como sustrato de comunidades imaginarias no falta, ni materialmente ni como base de orgullo por ella. Por si faltara algo para la distinción barrial, el altar del Santuario, decimonónica propiedad del cuasi-héroe nacional Zorrilla de San Martín, de madera labrada, es elegido como altar para la Misa al aire libre que el Papa Juan Pablo II celebró en su visita de 1986. Otro blasón para el barrio. Pero agreguemos un último rubro contribuyente a esa orgullosa y épica identidad barrial que se reflejará en la tenacidad fiel y de tintes heroicos de una hinchada que tiene sustentos históricos para sus pretensiones de subjetividad distintiva. 4) Los tanques de agua y la fábrica de vidrio. Los tanques de agua son grandes recipientes, algunos muy visibles, otros subterráneos, pero todos ellos convenientemente ubicados en esa elevación próxima al centro de la ciudad para aprovechar la altura en el descenso natural del agua pública a los diferentes barrios. Buena parte del agua potable de la ciudad de Montevideo 'viene' del Cerrito de la Victoria.

    El paternalismo bondadoso del Estado de Bienestar se derrama a raudales desde el Cerrito todos los días del año, a toda hora y para muchos desde una católicamente bendecida cumbre, simbólicamente identificada con la expulsión de los españoles de Montevideo y con el cuerpo militar preferido del héroe nacional máximo. El prestigio social de la Iglesia Católica se suma al del Estado providente de Bienestar, a la épica independentista y a la épica de entereza moral artiguista en la adversidad. Toda la legendaria mítica artiguista tiene mucha vecindad simbólica en el imaginario colectivo con el 'aguante' de las hinchadas deportivas. El principismo irrenunciable - hasta poco flexible políticamente, con sus costos históricos-, la 'redota' (pintoresca deformación de 'derrota'), la compañía de gauchos e indios al principismo artiguista, aun en la derrota, son antecedentes históricos nada desdeñables de los 'aguantes' de las hinchadas; presencia fiel y leal a enseñas, hechos y personas sin importar resultados. El retiro de un Artigas traicionado al Paraguay vuelve a sustentar esa tradición nacional y, por ende barrial, en un país constitucionalmente unitario y macrocefálicamente concentrado en el Montevideo urbano. Las lealtades no se transan ni se abandonan.

     La hinchada de Cerrito hereda puntualmente algunas de las características de un ser nacional históricamente esculpido y, luego, reafirmado por una épica de invención de la tradición multifacéticamente elaborada. Cuando el equipo no ganaba como era esperado, en la década del 60, las banderas del club incorporaron al personaje 'Fúlmine' de la revista 'Rico Tipo' argentina para exorcizar y bromear sobre la 'malaria' que se abatía sobre el club. La fábrica de vidrio, en cambio, luego de plástico y ahora de reciclaje ecológico de materiales de desecho industrial, es un símbolo endógeno, intra-barrial, que encarna la autarquía relativa del barrio, una proporción grande del cual trabajó por generaciones en alguno de los giros industriales ubicados en ese predio. En la fábrica de vidrio se simboliza la capacidad del barrio de autosustentarse y de trabajar en el mismo lugar aproximado en que se residía, ideal endogámico. Muchos cerritenses, más que en otros barrios, no deben 'abandonar el barrio' para trabajar, como es característico de la mayoría de las concentraciones urbanas, en cuyo desarrollo la separación del locus de residencia y el de trabajo produce debilitamientos de los lazos comunitarios y fragilidad en la socialización familiar. Quizás otra excepción a esta regla del desarrollo industrial urbano sea, en el Uruguay, el barrio del Cerro, que, casualmente, forjó una identidad barrial tan fuerte y reconocida como la del Cerrito. Y también hinchadas consecuentes, respetadas, temidas y estigmatizadas, por razones más o menos discriminatorias, paranoicas o realistas.

    Esta continuidad entre la historia socieconómica y cultural de una comunidad o barrio y la fidelidad de las hinchadas deportivas a enseñas locales es un tema que merece detenida reflexión en las ciencias sociales. Si la hinchada de Cerrito es más multietaria, multigeneracional y multigénero que otras, en parte puede deberse a aquellos orgullos identitarios referidos y a estos factores que reforzaron los vínculos comunitarios y los lazos familiares en el barrio. No hay dudas de la importancia de la territorialidad del barrio y del club como sustento de emocionalidades fundantes y del imaginario de autoimagen y autoestima que, de cierto modo, compensan la progresiva marginación y exclusión social de la zona. Para una excelente compresión de estas dimensiones, ver el trabajo de Gastón Gil sobre el club marplatense de fútbol Aldosivi (16). El puerto es un equivalente de fijación espacial identitaria transtemporal de la elevación del Cerrito. Las actividades industriales también adquieren significación identitaria. La arquitectura también.


"¡Me quiero matar! ¡Ya entró Cerrito!": la densa simbología de las entradas a la cancha y al estadio

    La avalancha Cerrito supera las previsiones de las boleterías. La gente se agolpa en las colas con la desesperación de ver la entrada al césped del equipo. Atrás de mí, una madre veinteañera con su bebé en brazos. Oye la explosión adentro, desde la cola. "Me quiero matar! Ya entró Cerrito!", se lamenta amarga y desesperadamente.

    En esa microtragedia se encierran muchas de las significaciones sociales profundas del fútbol. La salida del equipo y de la camiseta a la cancha simbolizan el 'estar en el mundo'. Presentación en sociedad, ocupación de un lugar público en digna y fiera competencia por los honores individual y colectivo. Postergados socialmente, participamos deportiva y culturalmente así, 'es lo que hay'. De las profundas entrañas del vestuario, desde ese backstage difuso, todos los 'yo' se identifican en un 'nosotros'; pero, además, contra 'ellos', en confrontación simbólica de expresividades. Lo que sirve, como toda confrontación material o simbólica, para robustecer identidades y galvanizar lealtades. Y allí 'hay que estar'. Uno de los momentos más gloriosos de expresividad identitaria simbólica, de compensación de anonimatos sociales, de redención de discriminaciones y frustraciones, se da con el doble ritual cíclico de la entrada propia al estadio y la del equipo propio al campo de juego. El simpatizante, hincha, barrabrava, sienten que son "parte de algo más allá de sí mismos", algo necesario según Emile Durkheim (17), para sentirse bien, trascendido y parte. Llega como sea, pagando, mendigando, mintiendo carnet sociales. Su medalla al mérito será entrar escondiendo lo que no se debería entrar, si es posible sin pagar. El camino al Estadio, el ingreso al mismo y la presencia en esa entrada del equipo/nosotros/barrio al campo de juego constituyen instancias de la resignificación barrial de los espacios recorridos y poblados, de una resemantización de territorios y momentos, imponiendo el sello de la individualidad colectiva barrial a lugares ajenos, apropiados por la presencia (calles, estadios y lugares en sus entornos). Las banderas, las camisetas, el colectivo, el 'estar-juntos' agranda el dominio territorial del barrio a los 'no lugares', como diría Marc Augé. El 'estar-en-el mundo social' no se reduce al del equipo en un contexto prestigioso de individualidad competitiva pública. Se extiende a las tribunas, territorializadas, colonizadas por 'adelantados' y autoridades subterritoriales. La ingestión de alcohol y drogas contribuye a esa apropiación y colonización que enfrenta las costumbres propias y las impone a las de Gobiernos y Estados. No es sólo rebeldía juvenil subcultural o contracultural. Es el barrio y el 'nosotros' invadiendo e imperializando al 'ellos'. Es cierto que somos parte de ese 'ellos', como cuando juega el equipo nacional, pero nunca somos tan 'nosotros' como cuando vamos y estamos juntos como barrio, cuando transgredimos las reglas de lo que no pertenece a ese 'nosotros' profundo, probablemente más profundamente sentido que el nacional. Y con esa transgresión marcamos nuestra irreductible identidad, la resistencia a una inclusión social heterónoma y prepotente.

     Volveremos sobre esto cuando hagamos, en la última sección del trabajo, el balance de las relaciones entre clubes, barrios, nación y Estado. Los clubes/barrio no sólo se realizan vicariamente en el mundo social por su presencia personal y la del equipo en una competencia de la máxima jerarquía pública y que trasciende por la globalización al mundo todo. Esa presencia, exteriorización identitaria y redención compensatoria, se da en un contexto de competencia en que se juegan habilidades, destrezas, virtudes y valores. La épica nacionalista, heroica, altiva y endogámica del barrio pide "pongan huevos, que ganamos". La virtud moral machista estereotipada es exigida como suprema manifestación de virtud distintiva históricamente avalada y que se siente el deber de reproducir. Muchos psicoanalistas interpretarían ese machismo y la homofobia vociferada en cánticos e insultos como un exorcismo de pulsiones sentidas y/o vividas que se 'niegan' públicamente (18). No le recomiendo a nadie ser juez de línea en un partido de Cerrito o ser arquero rival en una cancha en la que hay proximidad física entre actores y espectadores. La agresividad verbal de la hinchada de Cerrito es insuperable en mi ya larga experiencia futbolística en el mundo. Quizás mi breve pero intensa experiencia con San Lorenzo de Almagro esté en ese nivel. Su creatividad para la ofensa, el insulto, la descalificación y la queja merecen un serio estudio de innovación lingüística. Es perversamente emocionante apreciar ese mutuamente potenciado torneo de creatividad soez y ofensiva. Que no deja de tener sus beneficios a la hora que los árbitros deben pitar incidencias dudosas en canchas 'chicas', donde hinchadas y árbitros están 'a tiro' y salen sin mayor escolta. La falta de participación macrosocial se mitiga en este microcoliseo público. Allí se puede hacer catarsis de las amarguras cotidianas acumuladas: hay jueces para culpar, líneas para amedrentar, 'otros' que simbolizan los obstáculos a todos los sueños y promesas, muchos 'ellos' para afirmar el 'nosotros' y los 'yo', muchos 'yo' para sumergirse en un 'nosotros' de celebración ritual. Equipos técnicos que pasan de villanos a héroes, jugadores que pueden recorrer el camino inverso, como todos los actores de cualquier tragedia, en manos de un voluble 'soberano'. Sic transit gloria mundi.

     Muchos sociólogos -especialmente los de la 1a. Escuela de Chicago del primer cuarto del siglo XX (19) y sus sucesores en el último tercio del mismo siglo- afirman que no es sólo el ocaso del Estado de Bienestar y la globalización. Que la pérdida de afectividades y emocionalidades de los grupos primarios en las grandes ciudades genera un déficit emocional comunal que compensan grupos secundarios, equivalentes o alternativas funcionales de los primarios, eventuales llenadores de esos vacíos (primary-like groups). Los Clubes de barrio y los grupos de pares- entre otros- suplirían parte de esos déficit. O, para no introducir juicios de valor, lo harían de otros modos. Los simpatizantes mansos, la bullanguera barra de aliento y la agresiva barra brava son matices de esa síntesis de necesidades de sublimación, compensación, redención, expresión de identidades y sustento emocional supletivo que proporcionan los grupos de pares y los clubes deportivos, antes, durante y después de los partidos concretos. La escuela de Chicago, en su segunda época, desde los 60, acumula investigación y teoría sobre la superior fuerza de las lealtades primarias y territoriales sobre la macrosolidaridades construidas (20).


Clubes, Barrios, Nación, Estado

    Clubes como Cerrito son, entonces, no sólo expresiones de identidades históricamente significativas y dotadas de conciencia reflexiva cultural, celebraciones de identidad, compensaciones por carencias, redenciones vicarias, 'colonizaciones' transitorias que resignifican microidentitariamente macroespacios más o menos ajenos a través de un conjunto de rituales y de un habitus, alternativas o equivalentes funcionales de agencias de socialización decadentes con la urbanización.

    Son también formas de resistencia a la imposición por la modernidad de identidades translocales. De la horda a la tribu, de la tribu a la polis, de la polis al Estado-nación y a los Imperios, de éstos a los bloques regionales, de aquí- quién sabe- a la hiperpolítica de la ciudadanía cosmopolita, non plus ultra de la translocalidad en nuestro planeta.

    En este proceso de trascendencia translocal de las localidades, de debilitamiento de las fuentes de las solidaridades comunales primigenias más emocionales y profundas, la translocalidad puede imponerse sobre las identidades locales. Pero también puede ser, o bien resistida, o bien metabolizada por las localidades, por los ámbitos locales. Es cierto que las progresivas y diversas identidades translocales también proporcionan emocionalidad y significado, como las locales. Pero pueden colidir con ellas o perder fuerza, y no sobreponerse a ellas con la modernidad. En la posmodernidad, muchos de los 'relatos' que fundaban las identidades translocales pierden poder en los imaginarios colectivos y en las comunidades simbólicas. Así sucede con el ocaso de los Estados Benefactores -especialmente en el Uruguay-, con la caída de los socialismos reales, con el fracaso de los militarismos, de tantos 'ismos' en el siglo XX (el neoliberalismo bien puede ser el último fetiche que agoniza). A veces las translocalidades amenazan excesivamente las inmanencias locales sin sustituirlas convenientemente, y son más o menos rechazadas por ello. O resurgen cuando las macroidentidades pierden legitimidad y representatividad simbólica.

    La globalización produce dialécticamente su negación: las resistencias locales a ese imperialismo estandarizador heterónomo. Ya se prefiere el término 'glocalización' (21) para dar cuenta, tanto de la expansión globalizadora como de las resistencias locales a la misma. Al interior de los Estados-Nación también hay procesos similares, ambiguos, por los cuales las solidaridades y comunidades locales participan de la centralidad nacional y estatal, absorbiendo elementos desde su participación en hechos y procesos. Pero, a la vez, las lealtades primarias prevalecen, si hay conflicto, y se alimentan de las macrosocietales para enriquecer y reproducir ampliadamente la identidad primigenia. Al orgullo inicial del privilegio geográfico se le suma la Batalla del Cerrito, luego el Cuartel de Blandengues, más tarde el Santuario, después los tanques de agua y la fábrica de vidrio, y el altar elegido para Juan Pablo II. El ascenso a la 1a. División venciendo en el Estadio Centenario al clásico rival barrial, Rentistas, es una doble afirmación identitaria: son los mejores del barrio y están en la categoría suprema del deporte más importante, especialmente importante para los uruguayos, además. Y podríamos sumar otros factores. Pero, eso sí, por ese lado, el fútbol y el deporte recuperan su dimensión social profunda, banalizada por periodismos patrioteros y por la mercantilización de individuos y enseñas. Lo de Cerrito hoy es profundamente significativo en la mejor veta sociocultural. No se precisan grandes inversiones económicas para generar fenómenos sociales trascendentes si hay raíces sociales atrás. En cambio, es triste ver cómo instituciones que otrora tenían base social languidecen comercializadas y aisladas de sus soportes sociales. Grandes instituciones barriales que ahora llevan muchísima menos gente que Cerrito, aunque supuestamente están mucho más cerca de ganar partidos y puntos en juego. O bien han perdido la vitalidad de la presencia física en los estadios, las calles y sus entornos, transformándose en participantes pasivos por radio o televisión, o bien directamente se han evaporado como simpatizantes, hinchas o barrabravas. Quizá ya no consideran importante, individual y colectivamente, esa movilización y esa presencia testimoniales, expresivas y resignificadoras, que marcan con el sello de la colonización transitoria por el barrio trayectos y espacios en otro momento ajenos, pero ahora resemantizados y apropiados.

    En un momento en que la globalización invade identidades y las identidades nacionales tambalean, en que los Estados se retraen, el barrio resurge como lugar de pertenencia, de referencia, de identidad, de resistencia de un nosotros profundo con raíces históricas. A la cancha llega el anciano con bastón, la 'doña' arropada, gente de todas las edades, mujeres, niños. Y todos con colores y símbolos alusivos. A Don Justiniano Muñoz, el socio vivo con el carné de número más bajo del club, no lo querían dejar ir a la cancha, con dos bastones y 87 años a cuestas. "Para morirme acá oyendo el partido, mejor voy a la cancha y me muero ahí." Y fue al Estadio. Y la sonrisa no lo abandonó. Y festejó. Y sobrevivió.

    En el caso de Cerrito, la identidad local nunca llega a ser superada por las identidades translocales que la modernidad ha intentado superponerle. Es un caso perfecto de metabolización local de las translocalidades. Caetano Veloso denominó al proceso- citando a Drummond de Andrade en su Manifiesto 'Antropófago' de 1924- 'antropofagia cultural': ese poder de transformar todo lo ajeno en propio, sin rechazarlo, sin resistirlo frontalmente, pero sin dejarlo afectar la raíz identitaria, resemantizándolo para absorberlo. Es claro que el Cerrito de la Victoria como barrio y Cerrito como club fueron influidos por las translocalidades de la modernidad. El Estado uruguayo tiende a ahogar las localidades con su imperiosa translocalidad. Con su constitución unitaria, con la macrocefalia montevideana que hipercentraliza, a través de un proceso sociopolítico Estadocéntrico y Partidocrático, de un Estado de Bienestar pionero, clientelista, paternalista, que malcría, subdesarrolla y despotencia a su sociedad civil a partir de una sociedad política Leviatán y Demiurgo(22).

    Pero el barrio y su club resisten. Metabolizan antropofágicamente la proeza porteña contra los españoles de la Batalla del Cerrito como orgullo independentista nacional uruguayo y propio. Hace lo mismo con la ubicación del Cuartel artiguista de Blandengues y extrae parte de su mística de 'aguante' del 'aguante' del prócer. Si la empresa estatal Obras Sanitarias del Estado sitúa importantes tanques proveedores de agua para muchos barrios montevideanos en el barrio, se apropia del paternalismo providente del Estado para sumarlo al orgullo por su privilegiada ubicación panorámica, ya épica. Pero no deja de obtener predios municipales en 'custodia' para sus canchas. En el caso de la actualmente en construcción, la modalidad jurídica de posesión será más conveniente: usufructo. Si la Iglesia Católica elige al Cerrito para un santuario importante, el párroco será cooptado para bendecir placas recordatorias del Club, sin que eso signifique una profesión de fe sino más bien una absorción del prestigio sociocultural del catolicismo en beneficio del status del club. Y es más, el Santuario, construido por la Iglesia Católica para 'coronar' la ciudad, tendrá muy próximamente una bandera de Cerrito en su cumbre. Nada puede estar 'más alto' en el barrio que un símbolo del club. Cuando el Papa Juan Pablo II elige el altar de madera labrada del Santuario del Cerrito, será una nueva medalla en la charretera barrial. Si el desarrollo urbano industrial normalmente obliga a debilitar los lazos comunitarios y familiares separando los lugares físicos de trabajo y de residencia, el barrio y sus familias resisten esa separación y procuran trabajar y fortalecer las fuentes de empleo radicadas en el barrio. Todos los lugares y espacios públicos (muros, calles, columnas de alumbrado, tendido eléctrico, árboles del ornato público) son pintados de amarillo y verde. Lo público es usado, coloreado y utilizado para celebración de la localidad frente a la translocalidad. Si se entra en un torneo nacional, se entra con la mayor individualidad local posible, transgrediendo todos los códigos translocales que se pueda para marcar distancia, para subrayar que la translocalidad moderna no los ha domesticado, ni en la cancha, ni en las tribunas, ni en los trayectos barrio-cancha-barrio.

    Otros países con constituciones federales poseen mayor cantidad de identidades intermedias translocales entre el barrio y el Estado-nación. Hay Provincias en Argentina y Estados en Brasil, por ejemplo. Casi todos los países muestran fuertes identidades mediadoras entre el 'átomo comunal' del barrio y el 'órgano' estatal. Las municipalidades y los municipios también son ámbitos translocales de potencia identitaria y comunal en otros países. Los volúmenes de sus poblaciones, sumados a la mayor riqueza étnica de las combinaciones demográficas, a la mayor variedad climática y geográfica, hacen posibles translocalidades fundantes entre el barrio y el Estado-nación. Hasta 'micronacionalidades' son posibles en esos ámbitos translocales.

    Pero en el Uruguay esos ámbitos no tienen una existencia social tan densa y fermental. Las capitales departamentales de la división administrativa unitaria no son simbólicamente representativas de nada primigenio. Pese a que hay algunas identidades detectables y algunas rivalidades que fortalecen polarmente a otras, se puede decir, sin riesgo de grosería generalizadora, que, en el Uruguay, las únicas translocalidades poderosas de la modernidad han resultado ser la Iglesia y en el Estado. Y no mucho más, hasta que, a mediados de los años 50, identidades y pertenencias ideológicas comenzaron a cortar transversalmente una estructura de identidades verticalmente articulada, sin mayor diferenciación horizontal (23). En el Uruguay, la resistencia a la modernidad translocal es el barrio, cuando el Estado de Bienestar pierde capacidad redistributiva y, por lo tanto, legitimidad simbólica. El Cerrito de la Victoria como barrio y el Club Sportivo Cerrito como club social y deportivo - en especial futbolístico- metabolizan y se apropian de las translocalidades de la modernidad y, en el ocaso de las translocalidades modernas, levantan su histórica localidad con el apoyo de esas translocalidades que deglutió y transgredió como forma de resistir la normatividad heterónoma. Así también supera la impotencia económica o formal de cumplir los requisitos teóricamente necesarios como para pertenecer a la Asociación Uruguaya de Fútbol o jugar en sus torneos oficiales. Deudas perdonadas, refinanciadas, minimizadas. Falta de cancha propia y para juveniles. Balances y actas desprolijas. Una hinchada irreverente, transgresora, que no se deja absorber por normatividades heterónomas. Su 'ser' no es burocrático-administrativo y racional-formal. Y lo que se le perdona y disimula es porque todos sienten que detrás de las formalidades, hay una comunidad histórica muy respetable, muy entrañable, muy verdadera, que vale la pena conservar. Hasta para los intereses comerciales de las empresas deportivas y comunicacionales es bueno que haya una hinchada grande, colorida y vociferante, y no simpatizantes o espectadores pasivos o que ven el partido en casa. Es comunitario, vivencial, emocional, sentimental, del orden de lo irracional, no reflexivo, no siempre consciente. Una premodernidad que canibalizó la modernidad uruguaya y montevideana y sobrevive potenciada en la decadencia de la modernidad, paradigmáticamente representada entre nosotros por el Estado unitario, laico y anticlerical, Leviatán y Demiurgo.

    En un país que produjo la polarización más extendida en el tiempo entre partidos políticos del tipo 'catch all', o sea transclasista, transgénero, transetnias, 'transtodo'; en un país que también fue, en casi toda su historia, un país futbolero polarizado también en 'grandes futbolísticos' de tipo 'catch all', existe la tentación de leer el empeño deportivo de un 'chico' contra un 'grande' como un sospechoso y oscuro 'servicio' hecho al otro 'grande', más que como un esfuerzo comunitario, identitario y expresivo propio, sin necesidad de competir de igual a igual y por los puntos. Por eso el hincha de Cerrito frenó en seco al de Nacional: "Pará ché, respetá al barrio!". Y el de Nacional se avergonzó de su error profundo. Por eso se lamentaba la joven madre de no poder 'estar adentro' para ver 'entrar a Cerrito'. La añeja y orgullosa territorialidad de la tribu se derrama por la ciudad y por las canchas para resignificar lo ajeno, lo público. Cerrito, entonces, no sólo representa la resistencia de las localidades históricas a las translocalidades de la modernidad, usándolas, transgrediéndolas, metabolizándolas, trascendiendo y sobreviviendo su auge y su ocaso. También representa un relativo ensimismamiento cultural que tampoco le da demasiada importancia a su figuración como club en la Confederación Sudamericana de Fútbol, ni ha hecho gestiones para figurar en su ranking de clubes. Tampoco ha hecho nada para 'existir' en la FIFA, su institucionalidad global y sus rankings. Cerrito sigue siendo lo que fue, lo que ha querido ser, lo que ha conseguido ser, persiguiendo su autoestima a partir de una autoimagen endógenamente producida y cultivada. Primus inter pares, ni más ni menos.


Nubarrones y esperanzas

    Es posible que, en los últimos meses, algunas disensiones internas (i.e. la separación del plantel del capitán y símbolo los últimos años), la detención de su explosión en 1a. división , el relativo divorcio de una más exitosa gerencia deportiva y del plantel con la masa social concurrente a los estadios, estén erosionando esta particularísima identidad y trayectoria sociocultural. Pasó muy gritantemente con la asunción por una sociedad anónima del gerenciamiento de 'Aldosivi'. Hay un riesgo menor en Cerrito, asumido por un ex-presidente e hincha. Pero debemos hacer un toque de atención. Porque también sufre el común síndrome de la composición progresiva de los planteles con jugadores ajenos al barrio, cuando antes ese componente era mayor. Es una crisis de crecimiento que confiamos sea superada con éxito. Un hincha decía, queriendo comprar algún objeto del profuso merchandising que ofrece hoy, como nunca, el club: "¡ché, vendeme algo que te pueda comprar!".Confiemos en que supere estos trances. Es una pieza viva de un museo sociocultural en el que tiene algo que decir y que puede ser tomado como ejemplo y espejo por otros premodernos o posmodernos que quieran 'aguantar' la modernidad y las diversas translocalidades que amenazan su identidad, sin negarlas. Sólo transgrediéndolas, metabolizádolas, respetándolas o trascendiéndolas, como convenga a su autoestima y autoimagen, comunidad simbólica con imaginario propio ancestral, sin duda.

    Un desafío básico que enfrenta hoy es el de la construcción de su nuevo Estadio en uno de los barrios más estigmatizados de Montevideo: el famoso barrio Borro, consolidadamente muy pobre y marginado, zona roja delictiva muy populosa, en cuyo corazón estará la cancha y hacia donde vendrá gente de todos lados a los partidos. La Policía le decía a sus dirigentes, medio en broma, medio en tono recriminatorio: "Sólo a Cerrito se le puede ocurrir hacer el Estadio y jugar los partidos ahí. No nos va a alcanzar el personal los días de partido. O va a quedar 'en banda' el resto de la ciudad". Pero hay un ambicioso proyecto de ampliación de la base societal, sin discriminar a barrios vecinos más carenciados, hasta para incluirlos ciudadanamente por el deporte. ¿Cómo lo tomará la barriada del Cerrito? ¿Cómo una traicionera radicación del centro de la competencia de status fuera del barrio? Algunas buenas señales de aceptación se han oído cuando hinchas les han dicho socarronamente a algunos jueces cuyos fallos no han compartido: "Mirá que el año que viene vas a tener que ir al Borro!"

    He leído muchos trabajos centrados en la función del deporte en la construcción de identidades nacionales, regionales, urbanas. Pero a nivel intrabarrial hay mucho menos. Un ejemplo raro, además del ya profusamente citado de Gil sobre Aldosivi, es un trabajo de Korr sobre el West Ham United (24). Quizá que en el Uruguay el Estado se impuso tan masivamente que no precisó del deporte para hacerlo. Aunque lo utilizó posteriormente a su imposición, como lo muestra el trabajo de Andrés Morales en este mismo Congreso. Quizá porque los otros niveles de articulación comunal no son tan fuertes como en países con constituciones federales o con etnias, naciones, regiones geográficas de tal variedad que el fútbol puede reflejar adecuadamente su constitución dialógica polar o los contextos multiculturales. Por eso quise esbozar una presentación del 'caso Cerrito-Uruguay' en estas Jornadas. Porque su singularidad creo que no ha sido trabajada como 'tipo ideal' de club con otras funcionalidades. Pienso que lo que el compañero chileno expresó en esta misma Mesa respecto al 'Cobresal' de Iquique puede leerse de modo similar, de cierto modo


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  • BAYCE, Rafael. Vide supra 22.

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revista digital · Año 10 · N° 80 | Buenos Aires, Enero 2005  
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