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La participación activa en competición como base
para lograr un adecuado proceso de enseñanza-aprendizaje
en jóvenes jugadores de baloncesto

   
* Doctor en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte.
Profesor de Fundamentos de los Deportes II:
Baloncesto. Universidad Católica San Antonio de Murcia.
** Doctor en Educación Física.
Profesor Titular de la Universidad de Granada:
Fundamentos de los deportes: Baloncesto
*** Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el deporte.
Universidad Católica San Antonio de Murcia.
 
 
Enrique Ortega Toro*
David Cárdenas Vélez**
Víctor Ortega Martín***
Raúl Ayala Mayol***

eortega@pdi.ucam.edu
(España)
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 10 - N° 75 - Agosto de 2004

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Concepto de participación activa

    Según la Real Academia Española (1998), participar significa "tomar uno parte en una cosa", lo cual llevado al campo de la actividad física y el deporte en general supone tomar parte en el juego deportivo y/o actividad física determinada.

    Cañizares (2002, citado en González 2003) define participación como "un compromiso mental emocional hacia las metas, una reflexión personalizada que permite compartir responsabilidades para el logro de objetivos. La participación implica tres aspectos centrales: compromiso, contribución y responsabilidad" (p.39).

    A partir de estos tres aspectos centrales, dentro del deporte del baloncesto, los jugadores pueden participar desde muchas y diversas perspectivas. Así pues, dentro de la competición, un jugador puede participar dentro del campo, es decir, jugando, o bien estar actuando desde el banquillo, fundamentalmente dando ánimos y consejos a sus compañeros.

    En el caso de que el jugador esté participando dentro del campo, estará actuando unas veces como defensor, otras como atacante sin balón y otras como atacante con balón, siendo esta última situación necesaria e imprescindible para el proceso de formación del joven jugador de baloncesto en la etapa cadete, ya que para alcanzar los objetivos que se planteaban en apartados anteriores, la participación directa con el móvil se hace necesaria e imprescindible. Además, esta situación debe ser considerada como la más motivante y necesaria para alcanzar el mayor logro posible y, por lo tanto, mayor satisfacción en el juego del baloncesto: el enceste (Giménez y Sáenz-López, 1999; Ortega, Piñar y Cárdenas, 1999; Cárdenas y Pintor, 2001).

    Es obvio señalar que la principal forma que tiene el joven jugador de baloncesto de participar en la competición es a través de la práctica deportiva, es decir, se participa jugando, entendiéndose participación activa no sólo como estar jugando, sino como una participación que implica protagonismo y responsabilidad directa en el propio juego.


Participación activa en la competición

    Para poder cumplir de forma satisfactoria todos aquellos aspectos señalados en las diferentes planificaciones deportivas, alcanzar los objetivos y, por lo tanto, lograr un proceso de enseñanza-aprendizaje adaptado a las características del joven jugador, el entrenador dispone, fundamentalmente, de dos herramientas: el entrenamiento y la competición.

    En el primero de los casos, los entrenadores planifican en busca de alcanzar el objetivo determinado, tanto a corto como a medio y largo plazo.

    Si como se desprende del apartado anterior existen variadas propuestas de planificación para la categoría cadete en baloncesto, igualmente se aprecian diferentes planteamientos metodológicos para alcanzar dichos objetivos. Entre los numerosos autores consultados, los hay desde los que proponen teorías genéricas relacionadas con el aprendizaje motor (Schmidt, 1975; Le Boulch, 1985, 1991; Ruiz, 1997; Ruiz y Sánchez, 1997; Cruz, 1997), hasta los que concretan planteamientos específicos para la enseñanza-aprendizaje de contenidos técnico-tácticos del juego (Cárdenas, 2000b; Ortega, Antúnez, Alonso y Ureña, 2002; Ibáñez, 2002, 2003).

    De entre los diferentes principios metodológicos, pedagógicos, didácticos, psicológicos, etc., a tener en cuenta en el diseño y desarrollo de los entrenamientos, para lograr un determinado aprendizaje merece prestar una especial atención a dos de ellos: el primero hace referencia a la participación activa como elemento necesario para poder adquirir un determinado aprendizaje, ya que si no se práctica durante los entrenamientos será difícil adquirir una determinada destreza (Tinberg, 1993; Ruiz, 1997; Ruiz y Sánchez, 1997; Cruz, 1997; Rukavina, 1998; Lago, 2001a y Lorenzo y Prieto, 2002); en segundo lugar, cabe destacar la necesidad de establecer una enseñanza basada en el aprendizaje significativo, para lo cual, la gran mayoría de autores señalan la necesidad de plantear situaciones lo más semejantes y parecidas a la competición (Cruz, 1997; Contreras, 1998; Cárdenas, 1999; Feu, 2001; Ortega y Sainz de Baranda, 2002 y Jiménez, 2003). Así pues, practicar y practicar en situaciones semejantes a la competición deberían ser necesidades básicas para lograr un correcto proceso de enseñanza-aprendizaje.

    En este sentido se plantea la siguiente pregunta ¿cuál es la situación más parecida a la competición? La respuesta está clara: la propia competición. Por lo tanto, la competición, entendida como elemento determinante para el proceso de enseñanza-aprendizaje en la iniciación deportiva en general, y en la enseñanza del baloncesto en particular, deberá ser utilizada como un medio más para lograr aquellos objetivos planteados previamente, estando controlada, programada, planificada y, por qué no, manipulada y utilizada para favorecer el proceso de enseñanza-aprendizaje del joven jugador de baloncesto.


Participación activa en competición y aprendizaje motor

    En el intento por comprender la importancia que tiene la propia práctica durante la competición para el aprendizaje motor, en la figura 1 se recogen los diferentes tipos y modalidades de práctica, analizando a continuación qué tipo de práctica conlleva la competición y su repercusión sobre el aprendizaje motor en deportes colectivos.


Figura 1. Tipos y modalidades de práctica (tomado de Ruiz, 1997).

    Ruiz (1997) señala que se pueden apreciar dos tipos de práctica: por un lado la práctica mental o imaginada, y por otro la práctica motriz. Dentro de ambas se aprecian diferentes modalidades. El análisis de la competición desde la perspectiva de los diferentes tipos de práctica motriz permite destacar que:

  1. La competición es considerada como una práctica motriz global en la que pueden, o no, aparecer todas aquellas situaciones de enseñanza-aprendizaje necesarias para el joven jugador, aunque sí que se aprecia una gran cantidad de situaciones variadas que favorecen la adquisición de determinadas habilidades. En deportes colectivos de colaboración-oposición en general, y en baloncesto en particular, muchos son los autores que señalan la necesidad que predominen las actividades y tareas globales frente a las analíticas (Pintor, 1989; Cárdenas, 1999; Ticó, 2002; Ibáñez, 2002 y Jiménez, 2003).

  2. La competición puede ser definida como un tipo de práctica masiva o distribuida, en función del tiempo de participación del jugador. Generalmente, y debido al propio juego (tiempo de juego y tiempo de pausa), el baloncesto tiene una consideración de práctica distribuida, aunque puede entenderse como una práctica continuada si el niño juega durante un tiempo muy prolongado, siempre y cuando la dinámica del partido sea también muy continuada. De cualquier forma, y debido al carácter motivante de la competición y una relativa facilidad en la ejecución técnica, la práctica masiva o continuada (en la que predomine más la participación que el descanso) es considerada la más adecuada para el proceso de enseñanza-aprendizaje en deportes colectivos (Ruiz, 1997).

  3. Desde el punto de vista de los efectos de la fatiga en el aprendizaje motor, cuando los niveles de ésta son moderados, los diferentes estudios parecen orientar más hacia su efecto sobre los resultados que sobre el propio proceso de aprendizaje (Singer 1984 y Ruiz, 1997). Por otro lado, cuando la fatiga es muy elevada, los esfuerzos intensos afectan al sistema nervioso y a la facilidad con la que la información es procesada (Singer, 1984). Esto hace pensar que si la práctica es continuada y duradera puede provocar una gran fatiga, y como consecuencia limitaciones en el proceso de aprendizaje, por lo que el entrenador deberá controlar y, por qué no, programar los cambios durante la competición, sin olvidar que será necesario que el jugador disponga de suficiente tiempo de juego.

  4. En competición se practica a través de la actividad al azar o aleatoria, y no a través de la denominada práctica en bloque ni práctica en series ordenadas. A través de dicho tipo de tarea (aleatoria), se provoca mediante el cambio constante y aleatorio "un olvido temporal de la tarea programada, con la consiguiente elaboración y reelaboración de la solución del problema" (Ruiz, 1997:218). En este sentido Ruiz (1997, citando a Lee y Magill, 1985; Magill y Hall 1988 y Ruiz, 1992) señala que la práctica aleatoria facilita la transferencia, ya que las acciones motrices a aprender requieren de un procesamiento más elaborado y distintivo en comparación con la práctica en bloque. Así pues, Cruz (1997) señala que dicho aspecto está directamente relacionado con la idea de que lo que se aprende en la calle no se olvida.

  5. Desde el punto de vista de la disyuntiva entre el tipo de práctica guiada o libre, y extrapolándolo al campo de la competición deportiva, se aprecia que cuando se practica de forma guiada (estilos de juego dirigidos y sistemas de juego prefabricados) se adquieren unos aprendizajes muy limitados y determinados, mientras que cuando predomina la práctica libre (estilos de juego libre y sistemas de juego por conceptos) los deportistas generan estrategias de razonamiento y de conocimiento de la acción para llegar a dominarlas y controlarlas, facilitando así un mejor aprendizaje deportivo (Ruiz, 1997). Esto significa que el entrenador debería plantear sistemas de juego basados en normas que facilitarán un aprendizaje centrado en la comprensión y reflexión, y no en la automatización (Pintor, 1989; Fradua y Pintor, 1996; Lorenzo y Prieto, 2002; Cárdenas, 2003 y Jiménez et al., 2003).

  6. En relación con el aprendizaje motor y su vinculación con la velocidad o precisión, el baloncesto se define como un deporte en el que predomina la primera sobre la segunda, debido a la existencia de adversarios. En este sentido la neurofisiología ha demostrado que un patrón neurofisiológico lento no es igual que uno rápido, por lo que el entrenador debe procurar que la práctica dé mayor énfasis a la velocidad que a la precisión, siendo la competición un lugar idóneo para desarrollar dicho aspecto (Ruiz, 1997).

  7. Finalmente, desde el punto de vista de la variabilidad de la práctica, diferentes autores (Schmidt, 1975; Ruiz, 1989, 1992, 1994, 1995; Le Boulch, 1985, 1991; Ruiz y Sánchez, 1997; Cruz, 1997; Lago, 2001b y Lorenzo y Prieto, 2002) manifiestan que la variabilidad de una tarea determinada favorece la elaboración de reglas de acción, por lo que el entrenador debería entender la competición como un medio variable y fomentar y aprovechar dicha variabilidad, utilizando la enorme cantidad de problemas que durante la competición se le presentan al joven jugador, para favorecer un aprendizaje significativo.

    Así pues, desde la perspectiva de los diferentes tipos de práctica motriz, la participación en la competición se puede convertir en un medio ideal para lograr un adecuado proceso de aprendizaje del joven jugador de baloncesto, aunque la probabilidad de que produzca efectos beneficiosos dependerá de cómo sea utilizada por el entrenador y percibida por el jugador.

    En cualquier caso, el aprendizaje motor es el resultado de un conjunto de experiencias vividas que son insustituibles, y que justifican que en las primeras etapas una de las mayores preocupaciones del entrenador sea el incremento del tiempo disponible para la práctica, el tiempo de compromiso motor de la sesión, así como del tiempo empleado en la tarea (Pintor, 1987; Pieron, 1989; Tinberg, 1993; Ruiz, 1995, 1997; Castejón, 1995; Rukavina, 1998; Ortega, Cárdenas y Velasco, 1999; Giménez y Sáenz-López, 1999 y Cárdenas, 2000a). Hay que pensar que, independientemente de otros factores, es obvio que a mayor tiempo dedicado a la práctica mayores probabilidades de obtener resultados positivos en el proceso de enseñaza-aprendizaje. Tal como señalan Ruiz y Sánchez (1997) "la práctica conlleva a la perfección" y "si se quiere conseguir un rendimiento elevado es imprescindible practicar, practicar y practicar" (p.201).

    En este sentido, Pieron (1989) enfatiza la necesidad de un amplio tiempo de actividad para lograr mayores progresos en los jugadores, pero de igual forma destaca la importancia de la calidad de la práctica frente a la cantidad. Para este autor la variabilidad constituye uno de los factores que enriquecen la práctica y facilitan el aprendizaje. De igual forma, Ruiz (1995) señala que uno de los factores más importantes para el desarrollo de la competencia motriz es el volumen de práctica, siempre y cuando esté acompañada del concepto de variabilidad.

    Schmidt (1975, citado en Ruiz, 1995), a través de "la hipótesis de la variabilidad", ya señalaba que aumentando la cantidad o variabilidad de las experiencias previas se consiguen unos esquemas más potentes, es decir, que tan importante es la cantidad de práctica a realizar como el tipo, y añade que la práctica variable parece ser un poderoso factor del aprendizaje motor en edades infantiles.

    De forma semejante Ruiz (1992), a través de un estudio con docentes expertos, en relación con el mejor procedimiento para que un niño aprendiese una tarea motora determinada, concluyó que los procedimientos variables en el desarrollo de la competencia motriz suponen un enriquecimiento perceptivo-motriz debido a la gran cantidad de información y retroinformación que se procesa, así como que la variabilidad en la práctica supone un incremento de la motivación.

    Por lo tanto, "aunque la realización de un movimiento esté basada en un programa motor, su ejecución siempre estará sujeta a una serie de modificaciones adaptativas que afectarán a los parámetros de la acción, según sea la situación y el momento concretos en que la ejecución se va a producir" (Ruiz y Sánchez, 1997:212).

    Parece claro, y aceptado por la mayoría de expertos consultados en aprendizaje motor, sobre todo en deportes colectivos, que el deportista al realizar la tarea aleatoriamente tiene que reconstruir sus acciones más que recordarlas, lo que favorece su retención, mientras que al practicar de forma repetida la solución es memorizada más que reconstruida.

    Esta propuesta la resume de forma extraordinaria Bernstein (1967, citado por Ruiz, 1995:94): "el proceso de práctica para adquirir un hábito motor, consiste esencialmente en un éxito progresivo en la búsqueda de soluciones motrices óptimas a los problemas concretos. Por esta razón, cuando se lleva a cabo de manera adecuada, no consiste en repetir los medios para solucionar un problema motor una y otra vez, sino que consiste en un proceso de solucionar dicho problema una y otra vez por medio de técnicas que cambiamos y perfeccionamos de repetición en repetición".

    De igual forma, Le Boulch (1991), Ruiz (1997), Contreras, (1998), Lago (2001b) y Cárdenas (2003), entre otros, argumentan que la práctica no debe consistir en una simple repetición mecánica del movimiento a aprender, sino que debe ser una repetición en la que el joven deportista esté plenamente implicado en el proceso de construcción de la habilidad. En este sentido existen diferentes y variados elementos que pueden y deben ser modificados dentro del deporte del baloncesto. Dichas modificaciones, y por lo tanto incrementos en la variabilidad de la práctica, se deberán realizar de forma controlada y planificada por el entrenador en las sesiones de enseñanza o entrenamientos.

    Por otro lado, en la competición, además de apreciarse aspectos estables (tamaño del móvil, dimensiones del terreno de juego, altura del cesto, reglamento, etc.), la propia dinámica del juego, y en concreto la relación con adversarios y oponentes, da lugar a cambios constantes que provocan situaciones muy variables desde diferentes perspectivas (técnica, táctica, psicológica, física, etc…) y, por consiguiente, dicha competición se convierte en una herramienta imprescindible para el desarrollo de la práctica variada.

    En este sentido, Cruz (1997) indica que el aprendizaje está directamente relacionado con la práctica y, citando a Ruiz (1997), "el aprendiz en la calle aprende a tomar decisiones por sí mismo ante situaciones imprevistas, especialmente en los deportes de oposición" (p.106), por lo que los "datos coinciden con la creencia general de que lo que se aprende en la calle, no se olvida" (p.106).

    Lo expuesto anteriormente lleva a pensar que la participación en la competición se puede y debe convertir en una herramienta necesaria e imprescindible para el aprendizaje del joven jugador de baloncesto, ya que cumple, si está bien orientada, con todas aquellas necesidades y prioridades imprescindibles para que se produzca un adecuado proceso de aprendizaje. Dentro de esas prioridades destaca la necesidad que la participación deportiva durante la competición sea duradera, así como que sea una participación en la que el joven jugador se tenga que enfrentar, y por lo tanto, vivenciar y experimentar a una gran variabilidad de situaciones.


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