Deporte, Nazismo y Mercado

2. Segunda objeción: "nuestra admiración por los atletas vencedores expresa nuestro desprecio por el más débil."

Otra cuestión problemática que se ha dicho afecta al deporte de élite es la admiración y entusiasmo que nosotros -el público- sentimos por el vencedor de una justa deportiva.

Algunos críticos afirman que nuestra fascinación por los atletas victoriosos no es otra cosa que un signo de nuestra admiración por el más fuerte, por los ganadores en la lotería genética. Y ese culto al "superhombre", según estos críticos, no es ideológicamente inofensivo, ya que la admiración por el más fuerte conlleva el desprecio por el débil. El filósofo sueco Torbjörn Tännsjö ha formulado esta crítica en los siguientes términos:

"Ahora, mi tesis es que, cuando (…) basamos nuestro interés por los deportes en una fascinación más directa por los vencedores individuales de estos eventos, nos movemos desde algo que está sólo contingentemente asociado con el nazismo (nacionalismo) hacia algo que está realmente en el centro del nazismo (el desprecio por la debilidad)." Cuando celebramos al vencedor, no podemos evitar sentir desprecio por aquéllos que no ganan. La admiración por el vencedor y el desprecio por el perdedor son sólo dos caras de la medalla (olímpica)."
Ahora bien, nosotros no presenciamos la admiración por los mejor dotados exclusivamente en el área de las actividades deportivas. También en campos tales como la ciencia y las artes encontramos personas con habilidades científicas o artísticas inusuales. Como consecuencia de su importante contribución al desarrollo cultural y científico, los hacemos también a ellos objeto de nuestra admiración. No estaremos, entonces, expresando desprecio por la debilidad cuando -por ejemplo- otorgamos Premios Nobel y similares distinciones a personas sobresalientes? Se podría pensar que admirar la obra de, por ejemplo, Aristóteles o Mozart también implica considerarlos más valiosos que la gente común como personas.

O que, al admirar los logros deportivos de Carl Lewis o de George Foreman, nos limitamos justamente a valorar sus logros, sin considerarlos a ellos mismos más valiosos que los individuos normales. En opinión de Tännsjö, sin embargo, el fenómeno de admirar a la persona que obtiene un logro destacado es accidental en el arte y en la ciencia, pero esencial en el deporte: quitarle al deporte el elemento de admiración por el "ganador de la lotería genética" es, en su opinión, quitarle su sentido.

La posición de Tännsjö es injustificadamente elitista. Los logros deportivos son también parte de la cultura de una sociedad, de igual valor que las manifestaciones artísticas y culturales. Cuando admiramos a un atleta, no necesariamente lo hacemos por su condición de "ganador en la lotería natural genética", sino a causa de su prestación tope, vista como una expresión cultural. Atrás de una resonante victoria deportiva hay, no sólo fortaleza física, sino también sacrificio, dedicación, claridad de objetivos, capacidad de realización.

En otras palabras: nos entusiasmamos con una nueva marca atlética porque sabemos, o al menos nos podemos imaginar, el esfuerzo que cuesta llegar a esos niveles de prestación. Lo que admiramos, en realidad, son esas prestaciones únicas vistas como expresiones culturales, y no las personas que las realizan, o - menos aún - su fortaleza física. Ésta, al menos, es una posible defensa a intentar por el aficionado al deporte de élite.

El contraargumento de Tännsjö ha consistido en señalar que, si ése fuera realmente el estado de cosas, entonces nos deleitaríamos igualmente al presenciar logros importantes en el marco del deporte de veteranos o de discapacitados, o en el campo de las ramas deportivas femeninas. Es innegable que algunos de esos atletas han tenido que superar obstáculos aún más grandes que los deportistas comunes para producir una prestación tope. Y como expresión cultural, no deberían ser menos válidas. Sin embargo, nosotros, el público, estamos lejos de mostrar el mismo entusiasmo ante esas (aún más) evidentes muestras de tesón y esfuerzo. Y la única explicación razonable de esta asimetría en nuestras preferencias es, según Tännsjö, que en estas categorías deportivas no se llega a la misma capacidad de prestación: en pocas palabras, estos atletas no son tan fuertes como los atletas masculinos, jóvenes y b´sicamente completos; es decir, son más débiles. No será, entonces, así, que -después de todo- la razón por la que admiramos a los atletas tope por sobre todos los otros es que ellos son los ganadores en la lotería genética, que son los más fuertes?.

En mi opinión , no es necesariamente así. Para sustentar esta intuición, quisiera distinguir entre, por una parte, luchar por la supremacía, y, por otra parte, luchar por la excelencia. Para obtener supremacía sobre los rivales, lo único que se necesita es derrotarlos, ganarles. La supremacía se logra cuando se obtiene dominación sobre otros, no importa cuáles hayan sido los medios utilizados para llegar allí.

Para lograr excelencia, en cambio, se requiere probar a los demás y a uno mismo que uno es el mejor, no en el sentido de ser el más fuerte, sino en el sentido de ser el más meritorio en la actividad. Así, la excelencia requiere, por ejemplo, que mi victoria sea resultado de entrenamiento duro y no de circunstancias fortuitas: si uno realizó el mejor salto en largo un día de fuerte viento (y ésto no fue notado), uno puede haber derrotado a los otros atletas (que tal vez hicieron sus saltos en días con condiciones climáticas más normales). Pero uno no puede razonablemente ser visto como el más excelente en la rama del salto en largo. La excelencia también requiere que yo no trampee: si, jugando al fútbol, hago un gol con la mano, podré ganar el partido gracias a ese gol, pero no lograr excelencia en el juego del fútbol. En ese sentido, las violaciones reglamentarias vician el fin o propósito central de la competencia deportiva, que es testar las diferencias en habilidades relevantes al juego de los competidores. Obtener supremacía sobre mis competidores, entonces, es compatible con, mediante medios inicuos, tomar "atajos" que me conduzcan a la victoria. Ser coronado como el más excelente en una rama del deporte, en cambio, exige que yo merezca ser considerado como el mejor de mi actividad: la noción de mérito es central en este contexto.

La admiración de la gente por el vencedor, el entusiasmo a veces exagerado que siente el público por una prestación excepcional, bien pudiera entonces justificarse como el reconocimiento de excelencia al ganador, más que ser atribuido a una moralmente dudosa admiración por el más fuerte. Por lo menos, no ha sido establecido más allá de toda duda razonable que ése no sea el caso. Y si fuéramos a condenar todo un espectro de reacciones masivas, sería del caso exigir que el peso de la prueba sea puesto en quienes favorecen la condena.

Esto nos permite explicar porqué nuestro interés por el deporte de veteranos o de discapacitados, o por el deporte femenino, es menor que el interés que sentimos por el deporte masculino de primer nivel. El vencedor en las categorías primeramente nombradas han alcanzado excelencia relativa dentro de su categoría: ellos son, tal vez merecidamente, los mejores de su clase.

Pero, normalmente, esos atletas no logran excelencia en términos absolutos. Ésto significa que existe otro atleta que, también merecidamente (es decir, ha alcanzado excelencia, no sólo supremacía) ha logrado arribar a una prestación superior. Decir ésto no implica que las prestaciones tope relativas no deban ser elogiadas o admiradas; pueden muy bien incluso llegar a ser objeto de admiración desmesurada. Pero este hecho no torna nuestra reacción ante las mejores (en términos absolutos) prestaciones deportivas en expresiones de dudosa calidad moral. Es cierto, la contracara de nuestra admiración de la excelencia es, a menudo, la falta de interés por todo aquéllo que sea inferior a las prestaciones tope absolutas. Sin embargo, no es lo mismo falta de interés que desprecio por el débil.

No quisiera dejar el tema de las prestaciones tope relativas sin decir algo sobre el rol que el profesionalismo y la comercialización parecen haber jugado, y pueden en el futuro jugar, en la revalorización de las minorías étnicas y de grupos carentes de poder. Generalmente, los ideales sociales no son dictados por patrones y prototipos pertenecientes a grupos sociales discriminados. Los "héroes", y la imagen de éxito correspondiente que la juventud es incitada a lograr, tienden normalmente a ser descriptos en términos de las características -raciales, genéricas, sociales, culturales y económicas- de los grupos dominantes de la sociedad. Sin duda, la masificación que ha tenido lugar en el campo del deporte -debido sobre todo a la irrupción del profesionalismo y la comercialización intensa de las actividades deportivas en la sociedad moderna- ha contribuido a contrarrestar esa tendencia. Es cierto que la mayoría de nosotros sentimos una devoción exagerada por las figuras del deporte. Pero también es cierto que el objeto de nuestro devoción puede muy bien resultar siendo un atleta perteneciente a una minoría discriminada. A diferencia de los detractores del deporte recién discutidos, yo no veo nada moralmente problemático en nuestra admiración por el vencedor.

Pero aún si lo hubiera, ese rasgo debería ser juzgado a la luz de otros efectos positivos que podrían surgir de nuestro entusiasmo por los atletas de élite. Al condenar la devoción por el vencedor, no se debe dejar de considerar que el vencedor pueda ser un miembro de una minoría étnica o genérica. Ésto me parece de gran relevancia en el contexto actual del rebrote de ideologías xenófobas y sexistas en Europa y otras partes del mundo. El énfasis (aún cuando exagerado) en la victoria que el profesionalismo ha introducido en el deporte tal vez haya hecho más por la diversificación racial y genérica de nuestros ideales sociales que siglos de paciente trabajo educacional.

El profesionalismo puede también haber tenido un similar efecto positivo en el área de los deportes femeninos. La brecha entre las marcas y logros deportivos de mujeres y hombres se ha reducido drásticamente en los últimos años. Sin subestimar el papel jugado por los cambios en los ideales sociales y genéricos de las últimas décadas -que, sin duda, han contribuido a impulsar a las mujeres a adoptar una actitud más activa también en el campo de los deportes- no se puede negar que mucho del creciente interés femenino por el deporte se debe hoy a la perspectiva de poder acceder a una carrera profesional con altos niveles de remuneración.

Se ha observado que la razón por la cual las mujeres están tan pobremente representadas (tanto en número como en nivel) en los deportes mayoritarios es que esos deportes son parciales en sentido genérico: han sido designados y desarrollados para favorecer las cualidades físicas típicamente masculinas: fuerza, velocidad, altura y masa muscular. A muchas ramas deportivas tradicionalmente dominadas por atletas femeninas se les ha incluso negado la condición de deporte (quién no ha escuchado alguna vez, por ejemplo, que "la gimnasia rítmica es una rama interesante, pero éso no es realmente deporte, es demasiado blando"). En realidad, enfatizar la fuerza como el único elemento en una prestación deportiva capaz de despertar la admiración del público es, en realidad, una interpretación machista de la excelencia deportiva. Pero si la fuerza no es vista como la única cualidad admirable en un ganador, se podría producir una saludable diversificación genérica en el deporte profesional. Esa diversificación genérica nos podría volver más proclives a valorar aquéllas cualidades físicas y mentales normalmente asociadas a la constitución femenina. (El balance, el ritmo, la resistencia son ejemplos de algunas de ellas). Así, el profesionalismo y la comercialización del deporte podría incluso contribuir a "feminizar" el deporte (o sea, a poner en el foco de atención del público ramas deportivas dominadas por atletas femeninas), o llevar a crear nuevos deportes más en concordancia con las condiciones físicas y mentales en las cuales las mujeres tradicionalmente han excelido.

Enfrentado a la crítica de expresar valores nazistas, el deporte de élite parece entonces, nuevamente, salir reforzado por su creciente carácter profesional y comercial. Hace escasos días finalizó el campeonato mundial de atletismo en Atenas. En la última jornada, la corredora sueca (de origen ruso) Ludmila Engqvist ganó la medalla de oro en la rama de 100m con obstáculos. Mientras daba una vuelta a la pista saludando al público, las cámaras de televisión mostraban a todo el mundo a tres niños suecos (dos chicas y un chico de aproximadamente 10 años de edad) que bajaron de las gradas para abrazarla. Ludmila es inmigrante y mujer. Se necesitaría un grado de descomposición social enorme de la sociedad sueca para que esos tres chicos, en los próximos años, pudieran caer víctimas de la propaganda racista y machista del chauvinismo neonazi.

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Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 2, Nº 7. Buenos Aires. Octubre 1997
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