Buenos Aires, ¿ciudad olímpica?
María Graciela Rodríguez
maria@daggs.sicoar.com


A pesar del romanticismo que aún pueda quedarles a los Juegos Olímpicos, ser sede olímpica es, antes que nada, una estrategia para adquirir visibilidad en este mundo globalizado y desigual. Hay algo básico que se juega en esta apuesta: exponer las bondades de una ciudad cosmopolita en la escena mundial para seducir a los inversores y convencerlos de que hay un país que los espera con los brazos abiertos. Tamaña responsabilidad recae sobre una comunidad específica, la ciudad olímpica, que enfrenta así un doble desafío: proveer servicios y comodidades que permitan un desarrollo efectivo de la contienda y simultáneamente aprovechar la ocasión para mostrar al mundo la capacidad técnica y logística de una nación. Para decirlo claramente: desplegar un cotillón que atraiga capital, trabajo y turismo mundiales a nuestras arcas. Recordemos: es la ciudad la que se postula para beneficio de todo el país. El sólo hecho de vender los derechos de televisación a cifras astronómicas suena muy atractivo.

Sin embargo, la historia indica que, a excepción de Los Angeles '84 que vendió hasta los derechos de quienes quisieron portar la antorcha olímpica, no hay ciudad que no haya quedado con deudas tras unos Juegos Olímpicos. De modo que el verdadero interés no debe estar allí. Existe una tensión entre el gasto real en inversiones (que se dilapida en apenas dieciséis días) y el beneficio simbólico que se espera obtener. Esto supone (o supondría) realizar un exhaustivo cálculo en términos de costo-beneficio (y me refiero a un balance que excede lo puramente económico) y evaluar si vale realmente la pena desembolsar tan módica suma, para la ostentación de un reinado provisorio y fugaz.

Porque, ¿qué significa en realidad ser ciudad olímpica? Básicamente significa ser capaz de proveer los servicios adecuados para el desenvolvimiento de los Juegos: instalaciones deportivas, tecnología en telecomunicaciones de punta, infraestructura turística y de transporte, garantías de protección ambiental y un eficiente sistema de seguridad. Todo lo cual, uno podría decir, son beneficios inmediatos para la ciudad anfitriona: materiales, culturales, jurídicos, ecológicos, comunitarios, etc. Sin embargo, excepto la infraestructura arquitectónica, ninguno de estos temas fue tratado con la profundidad que exigían. Y vamos por partes.

Deporte comunitario
En verdad, si el deporte escolar está prácticamente ausente de los CBC de Buenos Aires, si el municipio ha hecho abandono de casi toda cuestión relacionada con el deporte recreativo comunitario, si las condiciones de entrenamiento (a nivel nacional) de nuestros deportistas federados son lamentables, nada indicaba que esta situación hubiera podido revertirse en un plazo que supusiera estar en mejores condiciones para el 2004. Por lo tanto, la infraestructura olímpica, en caso de haberse ganado la localía, hubiera quedado como botín de guerra para el municipio, esto es, como mercancía intercambiable. ¿Qué se les prometió a los porteños a cambio?, ¿qué se les ofreció a los anfitriones como legado? Sin embargo, las preguntas más cruciales quedaron sin resolverse. O mejor: nunca fueron formuladas. ¿Quiénes serían los destinatarios de las instalaciones deportivas luego del 2004? ¿Quedarían para usufructo de los ciudadanos comunes? ¿O las usarían las escuelas? ¿Se reciclarían en polideportivos para la comunidad? ¿Acaso se convertirían en nuevos edificios para la universidad? ¿O serían utilizadas por los deportistas de alto rendimiento? ¿Y cuántos deportistas de alto rendimiento hay en relación con los ciudadanos porteños, de cuyos bolsillos hubiera salido gran parte de las erogaciones para su construcción? Parafraseando a Rachel Frensham, analista de Sidney 2000, cuando los monstruos del capital internacional se hubieran ido, ¿quedaría Buenos Aires como una compleja formación urbana o como un simple patio de juegos?.

Sanidad Ambiental
La bendición de ser primera plana mundial durante dos semanas, también trae consigo la necesaria observancia del respeto ecológico, un ítem que atraviesa fronteras y que se ha convertido ya en un tema mimado de la agenda mundial. No es cuestión de ponerse paranoicos pero seguramente hubiera habido una más estricta vigilancia de las asociaciones ecologistas en relación a este mega-evento. Más aún cuando el movimiento olímpico ya está planeando sumar el tópico ambientalista al del deporte y la cultura como uno de los principios básicos del Olimpismo y seguramente para el 2004 ya va a estar incorporado a la Carta Olímpica. ¿Hubiera bastado con "limpiar" el Riachuelo?

Telecomunicaciones
Ser ciudad olímpica implica además contar no solamente con servicios técnicos para la labor de prensa (como mínimo: filmar, empaquetar y distribuir imágenes instantáneamente para alrededor de 200 naciones) sino también asumir el compromiso de ser un laboratorio de ensayo para las más sofisticadas tecnologías en telecomunicaciones. Si para Sidney 2000 ya se cuenta con cámaras digitales conectadas a computadoras portátiles, a la velocidad de las transformaciones tecnológicas del fin de milenio los servicios que requerirán las redes de comunicación mundial en el 2004 son inconmensurables. ¿Hubiéramos estado preparados para afrontarlos? ¿Tomarían el riesgo las empresas privadas de medios? ¿O sería el Estado el que asumiera los costos, como ocurrió en ocasión del Mundial '78?. Y no hubiera sido prudente esperar del estado una importante asignación de fondos para telecomunicaciones. Primero porque no hubieran sido genuinos; segundo porque todo hace pensar que eso hubiera traído mayor corrupción; y tercero, fundamentalmente, porque la crisis establece otras prioridades (salud, trabajo, vivienda, escolaridad, etc.). Pero sí se tornaría imprescindible que el Estado señalara directivas. Y en caso de ganar la localía, ¿quiénes hubieran tomado las decisiones? ¿Los nuevos legisladores porteños? ¿El gobierno central? ¿La sociedad civil de Buenos Aires? ¿O las "empresas que apoyan al deporte"? ¿No da un poquitín de miedo pensarlo?

Los desafíos y las preguntas sin resolver que plantea ser ciudad olímpica son demasiados: seguridad, medio ambiente, educación, telecomunicaciones, cultura, turismo... Y ninguno de ellos pareció ser tratado a través de un debate serio, en el cual intervenieran todos los actores sociales involucrados y que apuntara al meollo de la cuestión: evaluar los costos de ser ciudad-global por unos días para ganar un capital simbólico que atrayera dinero a estas latitudes. El fracaso de la candidatura de Buenos Aires 2004 no fue un fracaso a nivel de proyecto deportivo-arquitectónico, de hecho, el corredor olímpico se llevó los únicos, escasos pero meritorios laureles. Buenos Aires "ex-2004" se inscribió en el marco de un proceso social y cultural mayor: el impresionante divorcio que existe entre la sociedad civil y la sociedad política en la Argentina. Y, mientras no tratemos estos temas con el respeto y la profundidad que exigen, la candidatura de Buenos Aires 2004 no nos coloca, de ningún modo, en un lugar mejor para el 2008, tal como evaluó ligeramente nuestro gobierno central.

Entonces, nuevamente, ¿qué significa en realidad ser una ciudad olímpica? Más aún: ¿qué implica que una ciudad sea sede de los Juegos Olímpicos en el tercer milenio? El tema es que las verdaderas ciudades-globales (Londres, Nueva York, Tokio) son atractivas porque ellas ya han orientado sus estrategias económicas a una escala mundial antes que a una región, desarrollando articulaciones en red que, como ya lo dijo Saskia Sassen, exceden el concepto de territorialidad. Aquí nos quedamos mirando al futuro con los ojos del pasado: apostamos a ser protagonistas sumando ladrillitos al corredor olímpico pero olvidamos que las ciudades hoy se evalúan no tanto por la capacidad de mostrarse al mundo sino más bien por la solidez económica, la madurez política, la protección ambiental, los servicios y, fundamentalmente, la seguridad.

Seguridad
Y si dejamos para lo último la seguridad, es porque el divorcio entre la sociedad política y la sociedad civil se amplifica cuando de seguridad se trata: la voluntad de ser un escenario global trae consigo problemas también "globales" como el terrorismo internacional. Atlanta acaba de demostrar (una vez más, después de Münich) que las ciudades olímpicas se vuelven atractivas y, por lo tanto, extremadamente vulnerables. Una cuestión que en esta ciudad que sufrió dos terribles atentados en dos años y que aún no han sido esclarecidos, no parece ser un tema menor.

Buenos Aires 2004, en este marco, era puro cotillón. Y más serpentinas no harán de Buenos Aires una mejor ciudad para el 2008.


Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 2, Nº 7. Buenos Aires. Octubre 1997
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