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La hidratación del deportista

   
Licenciados en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte,
y becarios de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física
y del Deporte de la Universidad de León.
(España)
 
 
Juan Azael Herrero Alonso
René González Boto
David García López

dmpaha@unileon.es
 

 

 

 

 
Resumen
    El objetivo de este estudio es supervisar los aspectos generales que hay que tener en cuenta a la hora de reponer líquidos en un deportista, a fin de que su rendimiento no se vea limitado por una mala hidratación. Las concentraciones ideales de hidratos de carbono, la temperatura a la que deben ingerirse los líquidos, y demás aspectos fundamentales de diferentes bebidas son analizados en función de literatura consultada.
    Palabras clave: Hidratación. Deporte. Bebidas. Hidratos de carbono
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 9 - N° 66 - Noviembre de 2003

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1. Introducción

    En los últimos 20 años numerosas investigaciones han reflejado los efectos beneficiosos de la nutrición durante la realización de ejercicio físico. No hay duda de que lo que un deportista come y bebe puede afectar a su salud, a su peso y composición corporal, a la disponibilidad de substratos durante el ejercicio, al tiempo de recuperación tras el ejercicio y, por último, a la realización del propio ejercicio (ACSM, 2000).

    El deportista que quiere optimizar sus resultados necesita seguir una buena nutrición e hidratación, usar suplementos y ayudas ergogénicas con cuidado, minimizar las grandes pérdidas de peso, así como comer cantidades adecuadas de diferentes alimentos. Este trabajo se centra en el análisis de uno de estos aspectos que pretenden mejorar el rendimiento de nuestros deportistas: la hidratación.

    Dado que esta revisión trata acerca de la hidratación, es inevitable empezar hablando del agua, el cual es el componente más abundante del organismo humano (aproximadamente un 65 % de nuestro cuerpo es agua), de ahí que se considere al ser humano al igual que a cualquier otro organismo vivo, como una solución acuosa contenida dentro de su propia superficie corporal, o mar interno comunicado por multitud de fluidos acuosos (Iturriza y cols., 1995).

    El agua corporal contiene en solución, electrolitos y otros solutos. Forma el líquido extracelular con el sodio como electrolito de mayor concentración y el intracelular con el potasio como electrolito más concentrado (Cuevas, 1999).

    El agua es un nutriente no energético (acalórico) pero fundamental para que nuestro organismo se mantenga correctamente estructurado y en perfecto funcionamiento. Las diferencias en el agua corporal total entre distintos individuos se deben en gran parte a las variaciones en su composición corporal, es decir, se producen por diferencias en la relación existente entre tejido graso y tejido magro. El músculo es agua en un 72% de su peso, mientras que el agua supone sólo un 20-25% del peso de la grasa. Así, resulta fácil comprender como los factores más importantes en cuanto a su influencia sobre el contenido de agua corporal son el sexo, la edad y el peso (Iturriza y cols., 1995).

    De la misma forma que el agua es esencial para el organismo, el mantenimiento del equilibrio hídrico es fundamental para cualquier ser humano. Todo desequilibrio del mismo puede afectar negativamente al rendimiento físico y atentar contra la salud del organismo (Veicsteinas y Belleri, 1993).

    El consumo o ingesta hídrica procede principalmente de tres fuentes: bebidas, alimentos y agua metabólica resultante de las reacciones químicas que se suceden en nuestro organismo (Iturriza y cols., 1995). Mediante el control del peso corporal antes y después del ejercicio, podemos intuir cuál ha sido el grado de deshidratación del sujeto (Bacharach y cols., 1994). En la Tabla 1 se indican las pérdidas y aportes de agua de un sujeto sedentario de peso medio en un ambiente normal.


Tabla 1. Aportes y pérdidas diarias de agua de una persona sedentaria.

    Cuevas (1999) describe valores similares a los de Iturriza y cols. (1995), referentes a las pérdidas diarias de agua: 1´5 litros por la orina, apenas 100 ml con las heces y algo más de 1 litro por la evaporación, respiración y transpiración (aumenta en ambientes calurosos y con el ejercicio físico). Por lo tanto, según Cuevas se eliminan habitualmente unos 2´5 litros de agua al día.

    Estas cantidades se corresponden con las establecidas por Åstrand y Rodahl (1986) citado por Shirreffs (2000), que se detallan en la Tabla 2:


Tabla 2. Producción y consumo diario de agua en el organismo.

    Tratándose de deportistas, las pérdidas hídricas están muy aumentadas, por lo que se incrementan notablemente los requerimientos de agua. En condiciones extremas, las necesidades hídricas pueden aumentar 5 o 6 veces por encima de lo normal (Iturriza y cols., 1995). Para mantener este equilibrio hídrico se ha propuesto evitar el exceso de alimentos que contengan mucho sodio (embutidos, carnes y pescados) e ingerir aquellos que contienen más potasio (verduras); evitar alimentos que tengan una relación K+/Na+ muy alta ya que no disponen de suficiente magnesio para regular el exceso de potasio (berenjenas, tomates, plátanos y frutas tropicales), y sustituir estos alimentos por otros como los cereales integrales, leguminosas y verduras, que pese a tener una relación K+/Na+ alta, disponen de magnesio suficiente para regular el potasio.

    Por ahora hemos visto la importancia que tiene el agua y el equilibrio hídrico en nuestro organismo, pero ¿cómo conseguimos saber el nivel de hidratación en el que nos encontramos? Shirreffs (2000) habla de varios marcadores con los que podemos estimar el nivel de hidratación de una persona, los cuales son:

  • Masa corporal (Grandjean y cols., 2003): Los cambios agudos que se dan durante el ejercicio pueden ser debidos a la pérdida de agua a través del sudor; mediante la respiración y la oxidación esta pérdida es muy pequeña. Para estimar el grado de hipohidratación podemos asumir que un cambio de 1 g en la masa corporal representa un cambio de 1 ml en el estado de agua corporal (considerando la densidad del sudor igual a 1,0). Durante una prueba de ejercicio, la reducción de la masa corporal se puede medir con una toalla seca, antes y después del ejercicio, para que estimemos el nivel de hipohidratación. En este sentido, también se han descrito metodologías para la recogida de sudor excretado en áreas específicas de la piel mediante gasas, durante la realización de ejercicio físico (Alvear y cols., 2003).

  • Índices urinarios (Grandjean y cols., 2003): Principalmente se utilizan el volumen, la osmolaridad y la densidad específica. Un sujeto hipohidratado, en un intento por minimizar su deshidratación, produce pequeños volúmenes de orina. La carga de soluto está en un volumen pequeño de orina con una gran osmolaridad. Monitorizar el volumen de orina excretado, junto con la observación de la frecuencia de micción, ha sido utilizado por los atletas como una herramienta para saber su propio estado de hidratación. También se utiliza el color de la orina para estimar el grado de hidratación de un individuo, aunque éste puede verse influenciado por otros factores tales como comidas, medicamentos o enfermedades.

  • Índices sanguíneos (Kargotich y cols., 1998; Mitchell y cols., 2002): Se ha estudiado la relación entre el nivel de hidratación y la concentración de hemoglobina, el hematócrito, la osmolaridad del plasma, la concentración de sodio, proteínas, y varias hormonas como testosterona, adrenalina, noradrenalina, cortisol y ANP. De todos estos posibles indicadores, tan solo se ha demostrado que las variaciones del plasma pueden estar relacionadas con una variación del estado de hidratación, así como la noradrenalina puede estar relacionada con el estrés producido por el ejercicio realizado en un ambiente cálido.

  • Impedancia Bioeléctrica (BIA) (Thompson y cols., 1991): Esta técnica puede dar una estimación rápida del agua corporal total, y su división intracelular si se utiliza un dispositivo de multifrecuencia. Los cambios en el estado de hidratación en una situación de ejercicio, pueden ser detectados si el procedimiento está cuidadosamente regulado, pero la precisión y sensibilidad de este método queda por estar estandarizada, aunque actualmente hay estudios (Iturriza y cols., 1995) que abogan por esta técnica para estimar los diferentes compartimentos líquidos del organismo.

  • Frecuencia cardiaca y presión sanguínea (Rizzatti y Romero, 2001): Se han reflejado alteraciones en ambos parámetros debido a los cambios posturales, en ambientes clínicos de deshidratación y rehidratación. Aunque actualmente no parece que sean suficientemente sensibles para ser un valor que se pueda asociar a una deshidratación inducida por el ejercicio.


2. La deshidratación del deportista

    En un artículo de revisión bibliográfica (Cheung y cols., 2000) se define la deshidratación como la pérdida dinámica de agua corporal debida al sudor a lo largo de un ejercicio físico sin reposición de fluidos, o donde la reposición de fluidos no compensa la proporción de fluido perdido. En contraste, la hipohidratación se refiere al estado o nivel de hidratación tras la pérdida de una cierta cantidad de agua corporal desde el cuerpo. Como ejemplo de la diferencia entre los dos términos, un luchador puede deshidratarse haciendo ejercicio sin reponer líquidos para pertenecer a una cierta categoría de peso, entonces compite en el evento deportivo en un estado de hipohidratación (Cheung y cols., 2000). La deshidratación puede producirse por un aumento en las pérdidas hídricas, por un menor aporte de líquidos o bien por una combinación de ambos factores al mismo tiempo (Iturriza y cols., 1995).

    El déficit de agua corporal puede provenir de una ingestión reducida, de un aumento en la excreción renal (nefropatía, déficit hormonal -ADH-) o por una eliminación anómala o exagerada provocada por vómitos, diarreas, hiperventilación, práctica de actividad física intensa, etc. (Iturriza y cols., 1995).

    Aproximadamente el 80% de la energía utilizada para la contracción muscular se libera en forma de calor, por una simple cuestión de rendimiento mecánico (Iturriza y cols., 1995; ACSM, 2000). Por esta razón, el cuerpo debe eliminar esa gran cantidad de calor producido para no provocar un aumento excesivo de la temperatura corporal. Existen diferentes formas de pérdida de calor por parte del organismo humano hacia el medio que le rodea: radiación, convección, conducción y evaporación, siendo esta última la que predomina cuando se realiza una actividad física intensa. Esta evaporación del agua a través de la piel (sudoración) a parte de enfriar el cuerpo, provoca una importante pérdida de líquido corporal (Iturriza y cols., 1995).

    Las condiciones ambientales pueden afectar considerablemente la eficacia de estos medios que el organismo dispone para la disipación de calor. Si la humedad relativa del aire es elevada, la evaporación del sudor se va a ver dificultada, por lo que la temperatura corporal se incrementa. En días calurosos, la eficacia de la pérdida de calor por radiación y conducción disminuye, acumulándose igualmente calor en el cuerpo. El organismo reacciona provocando una mayor sudoración, perdiéndose más agua y electrolitos, con el consiguiente riesgo de deshidratación que, según su extensión, disminuirá el rendimiento deportivo y/o atentará contra la salud del deportista (Iturriza y cols., 1995).

    En el ejercicio prolongado, y con temperatura ambiente de moderada a calurosa, el mecanismo termorregulador más importante es el que implica a los dos millones de glándulas sudoríparas, diseminadas por casi toda la superficie cutánea (Veicsteinas y Belleri, 1993). La producción continuada de calor puede incrementar la temperatura corporal. Cada ml de sudor evaporado desde la piel implica una pérdida de calor de 2´5 kJ (Tabla 3) (Brouns, 1991). En esta figura también se observan la máxima cantidad de sudor producido por minuto y la máxima producción de calor.


Tabla 3. La producción continua de calor incrementa la temperatura corporal.

    La proporción máxima teórica de evaporación es aproximadamente 180 ml/h en un sujeto masculino de 70 kg. Esto implica una eliminación próxima al 80% del máximo calor producido. Además, a intensidades máximas de ejercicio el calor restante debe ser eliminado por la refrigeración directa de la piel, como puede ser mediante el aire o agua cercano (radiación y convección) (Brouns, 1991).

    Cuando perdemos agua corporal, siempre lo hacemos arrastrando sales minerales. Los iones eliminados dependen de la vía de salida, así en el sudor se pierde Na+ (unos 40 mEq/l); K+ (unos 3 mEq/l); Cl- (unos 40 mEq/l); en la diarrea, por término medio son: Na+ 100 mEq/l; K+ 30-40 mEq/l; Cl- 40 mEq/l y CO3H- (bicarbonato) 22mEq/l. (Cuevas, 1999).

    En la orina se pierde sodio y otros iones, pero si se utilizan diuréticos junto con el agua, se eliminan cantidades importantes de sodio, potasio y magnesio (Cuevas, 1999). Podemos establecer dos tipos principales de deshidratación:

  • Deshidratación hipertónica: El agua pasa de la célula al espacio intercelular. Causas: pérdida excesiva de agua por sudoración o diarrea y también por déficit de aporte de agua. Síntomas: sed intensa, cuerpo seco y caliente, vómitos, desorientación, orina escasa, globos oculares hundidos, taquicardia y a veces hipotensión si la deshidratación es grave. El problema comienza cuando la pérdida de agua es de un 5% del peso corporal (Cuevas, 1999).

  • Deshidratación hipotónica: El líquido extracelular se desvía al interior de la célula. Causas: aporte exclusivo de agua durante diarreas, vómitos o sudoración profusa. Síntomas: debilidad sin sed, fatiga, calambres musculares y disminución de la concentración de electrolitos sanguíneos. Es lo que vulgarmente se denomina "intoxicación por agua" (Cuevas, 1999).

    Greenleaf (1992) habla del fenómeno de la deshidratación involuntaria. Esto ocurre principalmente en humanos cuando éstos son expuestos a variedades de estrés incluyendo el ejercicio, el calor o frío ambiental, altitud, inmersión en agua, y quizás microgravedad. El nivel de deshidratación involuntaria es aproximadamente proporcional al grado de estrés total impuesto al cuerpo (Greenleaf, 1992). También dice que se debe tener cuidado cuando se extrapolan los descubrimientos de los animales a los humanos porque los mecanismos de reposición de líquidos pueden ser similares cualitativamente pero no cuantitativamente. Desde que los humanos beben cuando no hay estímulos fisiológicos aparentes, el componente psicológico debería estar considerado siempre cuando se investigasen todos los mecanismos de reposición de líquidos (Greenleaf, 1992).

    A parte del término deshidratación, en la bibliografía podemos encontrar estudios que hablan de otros dos conceptos:

  • Hiperhidratación: La hiperhidratación implica un incremento del equilibrio de fluidos corporales (Cheung y cols., 2000).

  • Hiponatremia: implica una baja concentración de sodio, por debajo de 130 mmol/L, que puede desarrollarse como resultado de una prolongada y pesada sudoración, con fallos para reemplazar el sodio, o cuando hay un exceso de agua retenido en el cuerpo (ACSM, 2000).

    Aunque es más probable que los atletas de resistencia sufran una deshidratación que una hiperidratación, la última no es inusual. Por ejemplo, 11 de 605 atletas que participaron en un triatlón de larga distancia (1,8 km de nado, 180 km en bicicleta, 42,195 km de carrera) en Nueva Zelanda desarrollaron varias hiponatremias, y 8 de esos atletas estuvieron probablemente sobrehidratados, ya que ellos mantuvieron o ganaron mas de un 5% de su peso corporal durante la carrera (Mayers y Noakes, 2000).

    Mayers (2000), haciendo referencia al Ironman comenta que la hiponatremia es más común en mujeres, corredores lentos, y particularmente en aquellas personas que tras acabar la prueba mantienen o incluso incrementan su peso corporal.

    Entre los deportes con un alto riesgo de deshidratación, podemos destacar el ciclismo. Los ciclistas tienden a presentar mayores problemas de deshidratación porque al ir en bicicleta el sudor se evapora rápidamente, lo que les hace subestimar su pérdida de líquidos (Helzer-Julin, 1994).

    La Tabla 4 presenta un resumen de investigaciones concernientes a la influencia de la hipohidratación en la potencia máxima aeróbica y la capacidad física de trabajo (Sawka, 1992). En una temperatura ambiental, un déficit de agua corporal de menos de un 3% del peso corporal, no altera la máxima potencia aeróbica. La máxima potencia aeróbica disminuyó en tres de los cinco estudios cuando la hipohidratación igualó o excedió el 3% de peso corporal. Además, un déficit crítico de agua (>3% del peso corporal) podría existir antes de que la hipohidratación redujese la máxima potencia aeróbica a temperatura ambiente. En un ambiente cálido, Craig y Cummings demostraron que un déficit de agua pequeño (2% peso corporal) o moderado (4% peso corporal) implicaba una gran reducción de la potencia aeróbica (Sawka, 1992; Echegaray y cols., 2001).


Tabla 4. Efectos de la hipohidratación en la potencia aeróbica y en la capacidad de trabajo
(Adaptado de Sawka, 1992). TR = Tapiz Rodante; CE = Cicloergómetro; ND = No hubo diferencias.

    Sawka (1992) llega a las siguientes conclusiones sobre las consecuencias fisiológicas de la hipohidratación:

  1. El déficit de agua corporal ocurre desde los compartimentos de fluidos intracelulares y extracelulares.

  2. El déficit de agua corporal ocurre en un primer término desde el músculo y la piel.

  3. La hipohidratación incrementa la viscosidad del plasma y disminuye su volumen.

  4. La hipohidratación reduce el rendimiento del ejercicio aeróbico; la magnitud de esta disminución del rendimiento es menor en ambientes cálidos.

  5. La hipertonicidad reduce las respuestas de la pérdida de calor (incrementando el umbral de la temperatura mediante el flujo de sangre a la piel; disminuyendo el umbral de la temperatura para el sudor y el flujo de sangre a la piel) y elevando la temperatura central.

  6. La hipovolemia reduce la respuesta de la pérdida de calor y eleva la temperatura central.

  7. La hipohidratación reduce el volumen sistólico; y puede reducir el rendimiento cardiaco durante ejercicio bajo calor.


3. La reposición de fluidos en el deportista

    La reposición de fluidos durante el ejercicio contribuye al mantenimiento del volumen plasmático durante el ejercicio, ayudando a la homeostasis térmica y cardiovascular (Cheung y cols., 2000). Asimismo, la ingestión de fluidos durante el ejercicio proporciona una fuente de energía con el carbohidrato, completando las reservas gastadas, y abasteciendo de agua y electrolitos reemplazando las perdidas por sudor (Maughan y Noakes, 1991). De esta forma, existen varias reglas generales fáciles de seguir para la reposición de líquidos. La pauta generalmente aceptada para los climas cálidos, en el caso de los ciclistas, es que se beban dos botellas estándar de agua (0,6 litros) por cada hora y tengan una micción de orina clara al menos cada hora y media. La imposibilidad de orinar o la emisión de una orina amarilla indican deshidratación (Helzer-Julin, 1994). Brouns (1991) comenta que durante el ejercicio, el estado de hidratación del organismo puede estar influido por varios factores como la toma de fluido antes de la competición y durante la competición en relación a las pérdidas. Además recomienda visitar el baño 30-45 minutos antes del comienzo de la prueba para orinar y defecar, ya que ambos factores pueden influenciar en el comportamiento de los líquidos durante la competición.

    Wong y cols. (2000) realizaron una investigación en la que se examinó los efectos de una rehidratación per se, y de una rehidratación suplementada con carbohidratos durante el periodo de recuperación en una prueba de carrera de resistencia. El grupo control se rehidrataba con agua suplementada con una sustancia placebo que endulzaba la bebida. Sus resultados sugieren que una ingesta de CHO y electrolitos es más efectiva para la restauración de la capacidad de resistencia comparada con el mismo volumen de placebo, incluso aunque la rehidratación completa se lograse en ambas pruebas.

    En algunos eventos deportivos no basta con la simple rehidratación por vía oral y deben utilizarse vías alternativas. Tal es el caso de los triatletas del Ironman (Mayers y Noakes, 2000), quienes en ciertas ocasiones deben recibir fluidos intravenosos para rehidratarse una vez llegados a meta. Este tipo de rehidratación sólo debería utilizarse cuando hay clara evidencia de que: a) el atleta tiene deshidratación significativa (caracterizado por la mucosa de las membranas secas, la incapacidad de escupir, globo ocular hundido, etc.); b) la deshidratación causa inestabilidad cardiovascular significativa u otro problema específico médico; c) la deshidratación no puede tratarse efectivamente por una reposición oral; y d) si el paciente está inconsciente y las concentraciones de sodio en suero son mayores a 130 mmol/L.

    La ingesta única o múltiple de glicerol ha sido utilizada para producir hiperhidratación, con el propósito de incrementar la proporción de agua reabsorbida en los riñones (Cheung y cols., 2000). Se ha constatado incrementos totales del agua corporal de aproximadamente 1´5 L a corto plazo con la ingesta de glicerol, aunque sus efectos sobre el volumen plasmático pueden ser mínimos y enmascarados por otros factores (Latzka y cols., 1997). La ingesta de glicerol mejora los tiempos de resistencia durante un test continuo en ciclismo. No obstante, más allá de la disminución del rendimiento por los déficit de agua corporal, la eficacia de la hiperhidratación para mejorar la tolerancia del calor durante el ejercicio parece ser mínima (Cheung y cols., 2000). Latzka y cols. (1997) constataron que, al comparar un estado de hidratación normal con uno de hiperhidratación por la toma de agua o la ingesta de glicerol, no se reflejaron mejoras importantes en la temperatura corporal central (interna), en la temperatura de la piel, ni en las respuestas del sudor o de la frecuencia cardiaca durante exposiciones a estrés producido por calor con o sin compensación. Sheett y cols. (2001) estudiaron el efecto del glicerol como agente rehidratante, para lo cual 8 sujetos se sometieron en dos ocasiones a un protocolo de deshidratación, seguido de otro protocolo de rehidratación (180 minutos), y acabando con un protocolo de ejercicio. Al final, llegaron a las siguientes conclusiones: a) el tiempo hasta el agotamiento fue mayor cuando se utilizó glicerol para rehidratarse; b) la rehidratación inducida por el glicerol incrementó significativamente la restauración del volumen plasmático en los 60 minutos después de los 180 minutos del periodo de rehidratación; y c) el volumen total de orina fue menor y el porcentaje de rehidratación fue mayor tras la ingesta de glicerol, pero en ningún caso se encontraron diferencias significativas.


4. Tipos de bebidas utilizadas en el deporte

    Los electrolitos perdidos por el sudor pueden y deben reponerse después del ejercicio ingiriendo bebidas que contengan los electrolitos necesarios, sean comerciales o no. La leche es una buena fuente de sodio y potasio, el zumo de naranja también aporta potasio y el zumo de tomate es una fuente excelente de sodio y magnesio. Además, el líquido ingerido debe ser absorbido rápidamente por el intestino siendo indispensable un vaciamiento gástrico rápido que, sin embargo, tiende a ser inhibido por el ejercicio. Tomar bebidas inapropiadas en cuanto a su concentración de sales y azúcares puede, además de retardar enormemente el vaciado gástrico, provocar un movimiento de líquidos de la sangre al intestino (Veicsteinas y Belleri, 1993).

    No existe una bebida ideal que satisfaga las demandas de todas las modalidades deportivas y sea bien tolerada por todos los deportistas. Es más, cada deportista necesita una bebida y una concentración determinada que se adapte bien a sus demandas y, lo más importante, que sea de su gusto. Los estudios indican que la mayoría de los deportistas prefieren las bebidas frías y ligeramente azucaradas. Las bebidas deportivas preparadas pueden diluirse con agua para adaptar su sabor y su tolerancia digestiva a cada individuo. Cuanto mejor sepa la bebida más probable será que el deportista la ingiera voluntariamente (Helzer-Julin, 1994).

    Las características que debe tener una apropiada solución de rehidratación oral según Gisolfi y Duchman (1992) son:

  • Proporcionar substrato.

  • Reemplazar electrolitos.

  • Reemplazar fluido

  • Reforzar la absorción

  • Sabroso

  • Mantener el volumen plasmático.

    En la tabla 5 se detalla la composición de diferentes bebidas comerciales (Gisolfi y Duchman, 1992):


Tabla 5. Contenido de HC y electrolitos en bebidas deportivas, bebidas suaves, zumos y agua.
Muchas soluciones también contienen cloro, bicarbonato, citrato y fosfato.
Adaptado de Gisolfi y Duchman (1992). CHO = carbohidratos; Na = sodio; K = Potasio. Más información en Merchant (1999).

    En un artículo de revisión bibliográfica que tiene por objetivo presentar las ingestas dietéticas tomadas por atletas de elite y compararlas con las que se recomiendan habitualmente (Economos y cols., 1993), aparece una tabla con una serie de recomendaciones que deberían satisfacer los requerimientos de fluidos para la inmensa mayoría de los atletas de competición (Tabla 6).


Tabla 6. Resumen de las recomendaciones dadas en un artículo de revisión
(Adaptado de Gisolfi y Duchman, 1992). VO2max = consumo máximo de oxígeno; CHO = carbohidratos; Na = sodio; Cl = cloro.

    Se han realizado numerosos estudios para saber cuál es la proporción ideal de hidratos de carbono en las bebidas deportivas. En general se admite que el vaciamiento gástrico se inhibe a medida que aumenta la concentración de los hidratos de carbono de una bebida (Brouns, 1991; Veicsteinas y Belleri, 1993; Helzer-Julin, 1994; Matthew y cols., 1994). Un vaciamiento gástrico lento puede causar deshidratación, alteración de la disipación de calor, calambres abdominales y diarrea. Las concentraciones de hidratos de carbono recomendadas oscilan entre el 2 y el 10% (Helzer-Julin, 1994). Pese a que algunos autores hablan de concentraciones de 5-10% (Burke y Read, 1993), algunas autoridades (ACSM) en la materia creen que las más seguras y eficaces están entre el 6 y el 8% (Helzer-Julin, 1994). La Tabla 7 muestra cual debe ser el volumen de ingesta de una determinada concentración de hidratos de carbono, en relación con la velocidad de vaciamiento del estómago (Coyle y Montain, 1992). Los parámetros de la franja intermedia son los más eficaces de cara al rendimiento deportivo.


Tabla 7. Lista del volumen de solución que debe ser ingerido cada hora para proporcionar 30, 40, 50, 60, o 100 g/h de carbohidratos.
Adaptado de Coyle y Montain (1992).

    Galloway y Maughan (2000) compararon dos diluciones distintas de hidratos de carbono, la primera con una concentración de un 2% y la segunda con una concentración de un 15%. Con la primera de ellas consiguieron reponer el 156+49.5% de las pérdidas de agua. Con la segunda bebida (15% HC) repusieron el 101+36.8% de las pérdidas de fluido. Ambas bebidas retrasaron más la aparición de la fatiga con respecto al grupo que no ingirió fluidos.

    El vaciamiento gástrico se maximiza cuando la cantidad de fluidos en el estómago es alta, mientras que se reduce con fluidos hipertónicos o cuando la concentración de carbohidratos es mayor o igual a un 8%; pese a esto, los fluidos que contienen de un 4% a un 8% de carbohidratos pueden, generalmente, ser vaciados a un ritmo de 1 L por hora en mucha gente cuando el volumen gástrico se mantiene a 600 ml o más (ACSM, 2000).

    En cuanto al tipo de CHO incluido, se han propuesto diferentes azucares por su osmolaridad e índice glucémico, como la fructosa, glucosa, maltodextrina. De todos ellos el más interesante es la maltodextrosa, ya que su absorción es mejor que en los demás, no llegando a crear hipoglucemia en el caso de una ingesta elevada, como ocurriría con la toma de glucosa. El principal problema reside en adquirirla, por la dificultad de encontrarla y su precio, al igual que ocurre con la fructosa. Por ello, seria recomendable la utilización del azúcar convencional, formado por sacarosa, es decir, fructosa y glucosa, a partes iguales, siendo su utilización más fácil y barata (Merchant, 1999).

    Basado en un gran número de estudios, Brouns (1991) estableció que no hay diferencias en cuanto a la velocidad de vaciamiento gástrico entre: situación de reposo y ejercicio por encima del 70% VO2 máx., ni entre sujetos entrenados y no entrenados. En relación con el vaciamiento gástrico, Shi y cols. (2000) estudiaron la influencia de la temperatura de las bebidas de reposición en relación a la velocidad de vaciamiento del estómago. Cinco minutos después de la ingesta, la bebida fría (12ºC) se había templado por encima de los 30º C en el estómago, sugiriendo que el efecto de las soluciones a temperaturas frías sobre el vaciamiento del estómago es probablemente escaso y transitorio.


5. Conclusiones

  1. La deshidratación puede acontecer bajo diferentes circunstancias, si bien, su aparición es directamente proporcional a la duración del ejercicio y la cantidad de calor que haya durante el transcurso del mismo.

  2. Para que la deshidratación no afecte a nuestro rendimiento deportivo es necesario una correcta rehidratación durante el transcurso del ejercicio físico.

  3. Las bebidas administradas para reponer electrolitos durante el ejercicio deberán tener hidratos de carbono en concentraciones reducidas (5-8%), así como permanecer a temperaturas entre 10 y 15ºC, lo cual permitirá que el vaciamiento gástrico sea rápido.

  4. Es necesario conocer bien a nuestros deportistas y las pruebas que realizan para saber en qué situación de hidratación deben de competir, con qué frecuencia hidratarse y qué bebida es la más eficaz. Además, cada atleta tiene unas determinadas pérdidas y necesidades de ingesta por lo que es recomendable utilizar los entrenamientos para experimentar con diferentes bebidas.


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revista digital · Año 9 · N° 66 | Buenos Aires, Noviembre 2003  
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