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¿Somos los uruguayos resistentes al cambio?

   
Licenciado en Sociología
(Uruguay)
 
 
Lic. Rafael Bordabehere
ururafa@adinet.com.uy
 

 

 

 

 
    Mucho se habla de la "resistencia al cambio" de los uruguayos, al punto que se vuelve un estigma nacional cuando intentamos promover nuestras inquietudes. Aún cuando esa resistencia existe y opera como un freno a nuestra evolución social, no es característica del uruguayo moderno sino de una forma de administración gerontocrática e interesada.
    La propuesta es intentar individualizar el origen de esa resistencia para mostrar que los uruguayos estamos abiertos a los cambios, tenemos disposición a la crítica constructiva y nuestro estado societario actual ha sido condicionado fundamentalmente por la historia y no por nuestras iniciativas personales.
    La imagen es reforzada continuamente por los medios de comunicación dado que la recreación permanente de las conquistas históricas pasadas oculta la impotencia actual para avanzar.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 9 - N° 63 - Agosto de 2003

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Introducción

    A los uruguayos se nos tilda permanentemente de "resistentes al cambio". Y ello no sucede tanto desde fuera como desde dentro de nuestra comunidad social. Es como si nosotros mismos quisiéramos ser catalogados de esa manera.

    Somos un pueblo cuya ascendencia proviene fundamentalmente de españoles, italianos y algunos franceses. Aún cuando compartimos raíces con esas comunidades europeas, no guardamos sus modelos culturales. Tenemos una cultura propia que nos caracteriza inequívocamente.

    Estamos plenamente occidentalizados, tanto en nuestra cultura como en nuestra forma de vida y nuestros patrones de consumo se acercan más al modelo norteamericano que al europeo.

    Hemos evolucionado de acuerdo a nuestras posibilidades materiales dentro de una economía abiertamente capitalista, con sus ritmos de crisis y bonanza financiera.

    Es decir, estamos tan propensos como cualquier otra sociedad occidental a los cambios repentinos, fruto del andar económico y social que impone un mercado abierto de consumo. Y con una agravante: somos una economía totalmente importadora; producimos muy pocos productos industrializados y varios primarios. Nuestras formas de consumo están absolutamente constreñidas a los bienes producidos por otras economías.

    La línea de argumentación aquí planteada sugiere que los uruguayos no somos resistentes al cambio. Dado que mi especialidad es la sociología del deporte, habré de dedicarme a estudiar este fenómeno de la resistencia solo desde el punto de vista deportivo. Sin embargo, soy uruguayo y vivo en esta comunidad y ello me permite albergar mis serias dudas que este razonamiento no sea extensible a otras esferas de nuestra sociedad.


La chispa que encendió la llama

    En nuestra literatura podemos encontrar muchas referencias a la "resistencia al cambio" de los uruguayos pero hay un artículo en especial, que se puede leer en http://www.espectador.com/perspectiva/entrevistas/ent010945.htm, que es particularmente ilustrativo.

    En dicho artículo (de varias páginas largas) un periodista uruguayo entrevista a un asesor español que desarrolla sucintamente su opinión respecto al estado y evolución ulterior del deporte en nuestro país. La única referencia a la resistencia al cambio proviene de un ejemplo de tres líneas que argumenta que ese cambio no se produjo antes bien por la resistencia de las estructuras de poder que de los usuarios.

    Evidentemente existe un eslabón perdido para entender esto. Si Uruguay no ha avanzado o lo ha hecho despacio es porque opera una resistencia real. La pregunta adecuada podría ser ¿dónde está la resistencia? o ¿es justo catalogar a toda una sociedad de "resistente al cambio" si la resistencia proviene solo de un sector minoritario? o ¿podemos aplicar, en este caso, el dicho 'una mentira dicha mil veces se vuelve verdad' para justificar que los uruguayos somos resistentes al cambio?

    Lo que aquí se sostiene es que la resistencia existe pero a nivel del poder y no a nivel del ser individual, del consumidor final, del ciudadano, del usuario, del deportista o como quiera llamársele.

    La "resistencia al cambio" uruguaya es el equivalente a decir que quien detenta el poder de resolución no desea cambiar el estado de las cosas excepto cuando conviene por alguna razón que escapa al deportista.

    No es lo mismo hablar de "resistencia al cambio" desde la óptica del destinatario final que desde la óptica de quien debe implementar el cambio. Y este es el nexo ausente en la literatura diaria que nos permite establecer que los que resisten son unos pocos y no todos los uruguayos.


Algunos ejemplo del deporte

    El fútbol profesional es el ámbito más crítico de nuestra cultura deportiva. Se podría esperar una gran resistencia al cambio en él dado la identificación existente entre los actores sociales y el juego. Sin embargo los cambios se han sucedido con regularidad. Así, desde hace varios años se ha variado la forma de disputa de los torneos anuales de ruedas a torneos individuales. Se han modificado las reglas del deporte, las formas de calcular los puntajes, los ascensos y descensos, las camisetas, los días de juego y hasta las formas de comercialización de los subproductos deportivos.

    En básquetbol las variaciones no han sido menores sino diferentes. Con el ánimo de justificar una mejora en el espectáculo basquetbolístico, se ha ido acercando su práctica a reglas y costumbres más características del básquetbol norteamericano (cuatro cuartos en lugar de dos tiempos, área de tres tantos, faltas de conjunto) y se ha manejado igual criterio para variar los días de juego, los entrenamientos, la televisación y otros aspectos.

    El voleibol es el deporte más practicado en nuestro país. Aún cuando pueda disentirse con este criterio, es una realidad. Este deporte se practica en todos los centros deportivos, plazas, colegios y lugares de juego. Es un deporte recreativo que une a todas las edades en todos lugares a y todos los niveles de especialización. A lo largo de unos pocos años, este deporte ha sufrido cambios fundamentales como las reglas de juego (se puede pegar a la pelota hasta con el pie), las formas de puntuación, las horas de práctica y hasta los lugares. Todo en pos de mejorar la salud ciudadana.

    El paddle, un deporte que tuvo su auge y declinación entre los años 1990 y 1998 en nuestro país, contribuyó a vivir el deporte de una manera diferente, más consumista. Incluyó no solo ropa, equipamiento e instalaciones propias sino que estaba anexado a un sistema de consumo de bebidas y comida que permitía reuniones informales al tiempo que se esperaba su turno de juego. La variación cultural-deportiva fue asumida rápidamente y agotada con igual velocidad. De hecho, es uno de los deportes que ha durado menos en nuestra sociedad y su declinación no tiene nada que ver con la crisis actual puesto que sucedió con anterioridad. Es uno de los mejores ejemplos de la libre voluntad de consumo de la sociedad capitalista en donde el mercado determinó su vigencia.

    En todos estos ejemplos se podría esperar una gran resistencia al cambio de los uruguayos dado que se han modificado las expectativas, las formas de juego, las maneras en que se calculan los resultados, los lugares donde se practica, su accesibilidad (pago o no), su forma de financiamiento familiar (no es lo mismo administrar el dinero para un torneo anual que para dos o más), la vestimenta deportiva, los controles de salud, la forma de relacionarse, las amistades y muchos otros aspectos imaginables. Es decir, se ha modificado la cultura del deporte.

    Sin embargo nada de ello ha sido resistido. Las variaciones se han asimilado rápidamente y no ha descendido el nivel de participación o su conformidad por acción de los cambios implementados.

    Además, el cambio ha sido compulsivo porque a nadie se ha consultado. Y es este aspecto el que rescato como más indicativo que el cambio es aceptado en nuestra idiosincrasia y no ha habido resistencia ciudadana más allá de una adecuación del hábito.

    Entonces: ¿dónde está la resistencia al cambio que, supuestamente, nos caracteriza a los uruguayos?


Poderes

    Según la línea de argumentación sostenida aquí, se cree que la resistencia al cambio de los uruguayos está en quien tiene el poder de implementarlo y no en quien disfruta del deporte (o, lo que es su equivalente, padece los cambios).

    Los ejemplos ilustrados anteriormente corresponden a un período equivalente a diez años, durante el último decenio del siglo XX. Con igual criterio, repasaré otros que, a mi juicio, muestran la diferencia entre la resistencia de los usuarios finales y la del poder, tal como está planteado en esta argumentación.

    Durante la presidencia del Partido Nacional entre los años 1990 a 1994 se propuso la creación de un Ministerio de Deporte encargado de la orientación de la actividad nacional. Dicho Ministerio se creó recién durante el gobierno del Partido Colorado de los años 2000 a 2004 (más específicamente: el 21 de junio de 2000) y como condición interpuesta por el Partido Nacional por su apoyo en los comicios electorales de 1999 (diario El País de 13 de junio de 2003).

    Mientras dure su vigencia la comunidad uruguaya usufructuará sus beneficios y padecerá sus males. De hecho, debió esperar diez años tanto por sus beneficios como por sus males aunque nadie la consultó sobre la viabilidad o necesidad de esos padecimientos.

    Hoy en día, a tres años de constituido el Ministerio de Deporte y Juventud, ya se negocia entre los poderes su disolución por considerárselo una erogación muy importante para el déficit presupuestal del Estado. A ello contribuyen cuestionamientos políticos enarbolados por federaciones deportivas, ex autoridades del organismo rector anterior, la Asociación Uruguaya de Fútbol y hasta alguna empresa privada que nada tienen que ver con el presupuesto estatal.

    Otro ejemplo, aunque no menos importante, lo obtenemos de la esfera privada: las empresas que administran los derechos de televisación de los eventos deportivos.

    Al igual que en otras realidades occidentales, los medios han definido toda una conducta del consumidor en función de sus propios intereses, obviamente económicos.

    Han condicionado la emisión de los deportes a las horas que convenga, han tomado riendas de algunos deportes (como el fútbol o el básquetbol) a través de financiar sus déficit, han limitado las emisiones (los montevideanos no pudimos ver nuestros propios encuentros de fútbol durante varios años) por acuerdos financieros, etc.

    Todo ello ha surtido su efecto en el consumidor uruguayo y no ha mediado, precisamente, la consulta sobre su conveniencia o no. En términos un poco menos románticos, el consumidor se ha adaptado a la oferta sin mayores críticas. Y, si las hubo, fueron acalladas por fuerza de la costumbre impuesta.

    Con lo dicho hasta aquí no se está cuestionando si el sistema actual de funcionamiento es equivocado o si está en las manos erróneas. Lo que se desea destacar es que no es el uruguayo el resistente al cambio sino las estructuras de poder las que no desean o no pueden cambiar.

    Si una mentira dicha mil veces se vuelve verdad, es cierto que los uruguayos somos resistentes al cambio porque eso se nos ha dicho mil y una veces.


Una aproximación más sociológica

Analicemos un ejemplo de la vida real:

    Jorge es un director honorario de un renombrado club deportivo. Es uno de los pocos jóvenes que ostenta esa posición directriz dado que el promedio de edad supera los 60 años. Asiste a una reunión en la cual se estudia la viabilidad de instaurar el paddle como deporte de la institución. Para tomar su decisión no tiene ningún estudio de mercado ni encuesta sobre la opinión de los socios o alguna herramienta más que su impresión personal y la de sus pares mayores. Luego de dar su voto negativo, se excusa porque tiene un compromiso impostergable (debe ir a participar en un torneo empresarial de paddle y no puede llegar tarde a su partido).

    Jorge no siente ambigüedad en su discurso. De hecho, cree que ha obrado de buena fe (y quizás sea cierto). Entonces: ¿qué ha sucedido?

    Thomas Luckmann (The Moral Order of Modern Society, Moral Communication and Indirect Moralising) sostiene que desde que la religión no aporta una base homogénea para la moral, existe una variedad de "moralidades" que justificarían al hombre moderno actuar variablemente, como en el caso de Jorge. ("... some notions of right and wrong are still passed on by various channels, such as intermediary institutions. These begin with the family and peer groups, and may include local branches of larger societal groups, associations and institutions such as civic organizations, clubs and religious congregations, as well as schools, seminars and academies.")

    Por otro lado, se sostiene que el control sobre la opinión pública de Jorge lo ejercería el rol que desempeña (director) y toda la moralidad que conlleva. Como argumenta Max Weber: "La estabilidad de una situación de intereses descansa, análogamente en el hecho de quien no orienta su conducta por los intereses ajenos - 'no cuenta' con ellos - provoca su resistencia o acarrea consecuencias no queridas ni previstas por él; y, en consecuencia, corre el peligro de perjudicar sus propios intereses."

    Hasta aquí podríamos hablar de una persona en cualquier parte del mundo. Entonces: ¿qué nos hace diferentes a los uruguayos modernos como para sostener que, individualmente, no somos resistentes al cambio?

    Si estamos de acuerdo con José Pedro Varela en que nuestra herencia proviene del gaucho y "el gaucho es rico, es poderoso, si se comparan sus necesidades con los medios que tiene para llenarlas (por el tipo de ganadería extensiva de producción)" podríamos concluir en que el uruguayo no necesita progresar más allá de lo que tiene para subsistir. Le alcanza con eso y no quiere arriesgarlo. "Considerados económicamente, los gauchos son masas simplemente consumidoras" escribió el 30 de julio de 1865 en la Revista Literaria.

    Nuestra herencia gauchesca, nuestra forma de producción en la cual se dedica menos esfuerzo al progreso que al consumo, nuestro conformismo nos estaría condenando a perpetuar una situación de resistencia inercial.

    Sin embargo no todas las esferas de la sociedad uruguaya son letárgicas y resistentes o, dicho de otro modo, gauchescas. Hay franjas etáreas de gran impulso creativo pero que están detenidas por un sistema gerontocrático. Suena paradójico ver que, de hecho, el sector más adaptable al cambio (los jóvenes) es el que practica más deporte.

    En resumen, el poder institucional y su mecanismo de funcionamiento en Uruguay coadyuvan para que las cosas no cambien más allá de lo necesario para mantener las prebendas conquistadas.

    Cuando el cambio no perjudica a la estructura de poder así establecida, es rápidamente aceptado. De lo contrario, deviene en fuente de inestabilidad institucional y no es aceptable.

    Quizás debamos esperar un recambio generacional para que la historia deje lugar a la camada de personas más adaptables a los cambios. Deberemos aguardar para descubrir si dicho recambio será lo suficientemente flexible como para avanzar rápidamente en el contexto de la globalización o, por el contrario, lo adecuará a sus intereses "gauchescos" y avanzará tan solo lo necesario.

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revista digital · Año 9 · N° 63 | Buenos Aires, Agosto 2003  
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