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Notas sobre la economía política de categorías y
denominaciones en el fútbol argentino
Renzo Taddei

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 55 - Diciembre de 2002

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    De acuerdo a los esquemas conceptuales del documento, hay dos elementos contradictorios en el fenómeno analizado, en lo que a violencia se refiere: el juego parece causar violencia espontánea [1], debido a su naturaleza competitiva, y debido a la gran cantidad de gente concentrada en un mismo lugar [2]; aun así parte de la violencia es provocada por grupos fundamentalmente violentos [1], probablemente compuestos de espectadores que tienen mal comportamiento [2]. No se hacen comentarios acerca de la obvia necesidad de distinguir la una de la otra, si la violencia organizada debe ser combatida mientras que la violencia espontánea es tan solo un desafortunado brote del espectáculo. En [3] la violencia de los grupos se reafirma, con el agregado de la falta de que control sobre ellos. Medidas disciplinarias y vigilancia son entonces establecidas como los mecanismos tecnológicos más apropiados para atacar el problema. El operador de la iconización es aquí incluso más sutil que en el caso previo, una vez que no hay un comportamiento descrito que clasifique al grupo en cuestión. La violencia es reificada, transformada en algo que puede ser comprendido y tratado sin importar el contexto, lo cual significa que los grupos pueden ser identificados como violentos a través del análisis de indicadores generales (no-indexados, en el sentido de no estar fundamentados en la actualidad del hecho y del contexto, sino iconizados hasta el punto en que ningún contexto o circunstancia es necesaria). La pura esencia es alcanzada - Primordialidad8, en la terminología de Peirce. En este marco de trabajo, las estrategias que se basan en la tentativa de influir en el comportamiento de los fans (como fueron exitosamente implementadas con los hooligans en Dinamarca, por ejemplo - ver Carnibella et al. 1996) no son una alternativa, una vez que la “barra bravura” de los individuos se torna esencial.

    El pasaje [4] es el más interesante. En primer lugar, algunas fechas fueron arregladas para asimilarse a la narración histórica, aunque no fue agregada ninguna información adicional. La misma información provista anteriormente es repetida en varias ocasiones, en distintos géneros discursivos. En [4], el alineamiento de las fechas da la sensación de análisis histórico, en un estilo académico simplista que tiene como meta la legitimación de la hipótesis del documento. A continuación se presenta una lista de los factores que condicionaron la aparición de las barras bravas. Aquí el dispositivo retórico es la patologizacion de los patrones culturales de los grupos marginales (van Dijk 1998), dentro de un marco conservador - la valorización de una determinada situación socio-económica, de un determinado patrón educativo y cultural, de una determinada estructura familiar. La explicación de la violencia organizada a través de la aparición de grupos violentos organizados es claramente tautológica. La unidad de análisis de los párrafos seleccionados es el grupo, que anula toda complejidad y heterogeneidad interna, a la vez que reifica una distinción ficcional entre violencia organizada y violencia espontánea como mutuamente excluyentes (incluso si en la practica esta distinción es imposible). Un punto importante a propósito de este texto, así como del anterior, es la absoluta ausencia de evidencia factual para sostener el argumento. Tampoco nos fue suministrada ninguna definición eficiente de violencia.

    A partir de los dos textos ya analizados, puede esbozarse un marco conceptual tentativo. La gran mayoría de las menciones de las barras bravas, tanto en periódicos como en documentos oficiales, suscriben a patrones discursivos que representan a los fans como fundamentalmente violentos, es decir, atrapados en una férrea jaula económico-cultural en la cual la violencia es el único medio de expresión. Hacer uso del aparato represivo y judicial del Estado es una conclusión lógica inducida por esta línea de pensamiento. Pasamos ahora a una conversación mantenida con un integrante de una barra brava.


3) Miembro de un grupo de fans

    “Acá no hay ningún barrabrava”, me dijo un importante miembro de la hinchada de Nueva Chicago, “somos todos gente de familia”. La “hinchada” es el grupo que ritualmente ingresa a los estadios tocando el bombo, que lleva las banderas del club y asume todos los riesgos que eso implica9; el grupo que canta a lo largo de todo el partido y que sigue al equipo cuando va a jugar a otros lugares. Es también el grupo que defiende “el honor y los colores del club”, envolviéndose en ocasionales combates. Daniel Barba, un importante ex-líder de la legendaria hinchada La 12, relacionada al equipo Boca Juniors, describe así a la hinchada:

La barra es un grupo selecto, por decirlo de alguna manera, es un grupo chico de gente... chico depende del club, por supuesto unos tienen mas, otros tienen menos. Es el que va a todos lados, porque los hinchas de un club van a unos partidos sí, otros no, aquel le queda muy lejos, tiene que trabajar. Estos, esta gente que va incondicionalmente a todos lados, la barra, es un grupo social en el cual hay otras reglas distintas, hay códigos distintos a los de la gente común. Por supuesto cada barra tiene un código, pero hay códigos compartidos por todos, ¿viste? Es un grupo que va a todos lados, ¿qué sé yo? A Rosario, a Mendoza, se va a 600 kilómetros, a mil, o a lo que sea, o a San Paulo, como fuimos... a Chile, a Uruguay, y no va por el hecho de viajar o conocer un lugar, porque nosotros por ejemplo viajábamos 15 horas en micro para llegar a la cancha, cuando empezaba, veíamos el partido y volvíamos cuando terminaba. Ni siquiera veíamos el lugar como era. Eso es para que comprendas un poco más el fenómeno social de la barra.

Es un grupo incondicional, esa es la barra. Y es el grupo, es una opinión personal, que vendría a ser lo que seria el sentimiento de la gente de ese club. Por ejemplo, lo que canta la barra canta todo el mundo, es el que lleva a los demás, por decirlos de alguna manera, el que lidera. Si no lo canta la barra no lo canta nadie. Surge de la barra, o puede surgir de la gente, y si a la barra le gusta, lo empieza a cantar, lo cantan todos. Pero eso es lógico, porque es el grupo que lleva bombo, el que hace más ruido, el que cien tipos gritan más que siete mil. Una vez que empiezan a gritar ellos, todo el mundo los sigue. La misma gente esta esperando que es lo que cantan para seguirlos. ¿Entendés? Es una cosa como en la sociedad más o menos, son los líderes.

    “La gente” es el grupo compuesto por los fans no-tan-entusiastas, que no se sitúan en el centro de la tribuna sino en sus costados, que no se envuelven en peleas, y que generalmente prestan mas atención al desarrollo del juego que los promotores de la fiesta de la hinchada. Antiguos miembros de la hinchada que son viejos ahora, generalmente se quedan con “la gente”. Familias enteras, grupos de chicos, chicas, ancianos y gente que viene al estadio ocasionalmente son los que usualmente están con (y componen) “la gente”. “Banda” es otra palabra utilizada por los miembros de la hinchada refiriéndose a si mismos, y la razón de eso se debe a las actividades carnavalescas y a la ejecución del bombo.

    En este fragmento encontramos algunos elementos importantes. Primero, la barra brava es definida a través de un conjunto de acciones y comportamientos, y no de características personales. Participar en cierto cúmulo de actividades define a un miembro, en el sentido de que mide la pasión que el o ella tiene por el club.

    Viajar a lugares distantes para ver jugar al equipo es un signo que indica la fidelidad al club. Esa es una de las formas en la que los miembros de la barra se identifican entre sí; la otra es a través de su actividad dentro de los estadios, en la promoción del carnaval que toma lugar en las tribunas. A partir del momento en que la banda hace su ingreso a la tribuna, la gente canta a lo largo de todo el encuentro. O al menos ese es el objetivo. A través de las canciones y la música, los fans muestran su apoyo al equipo. Sienten que son parte del encuentro, y que su rol es el de transmitir su energía a los jugadores a través del poder de su canto. Esto es: a través del volumen y la continuidad del canto. Este “sentimiento de participación” es un elemento clave para entender adecuadamente el fenómeno de la violencia relacionada al fanatismo.

    La noción de una concurrencia pasiva a un espectáculo recreativo no podría ser más ajena aquí. La expresión “poner huevo” es utilizada dentro de este contexto, y significa brindar toda la propia energía y entrega al equipo. En el imaginario bonaerense del fútbol, el rol del jugador es el de participar con la determinación de ganar, dando todo lo que puede dar y dejando eso en claro durante el desarrollo del encuentro; y el rol del fan es el de nunca dejar al jugador solo en el campo de juego, poner de manifiesto que se esta defendiendo algo noble, y que eso esta hecho a través de los cánticos. La rivalidad entre vecinos o grupos es la base de la existencia del universo futbolístico, en el imaginario de la hinchada. Esto significa que existe un marco de incompatibilidad entre la idea del universo del fútbol centrado en el campo de juego, como lo consideran algunos investigadores (e.g. Romero y Archetti, 1994), y el entendimiento, por parte de la hinchada, de que el mismo se basa en las tribunas, a partir del momento en que ese es el lugar en el cual se encuentran los miembros de la comunidad que el club representa. El pasaje en el cual Daniel dice que “todo el mundo esta esperando la entrada de la barra” es un ejemplo de eso. Por ejemplo, si la mala actuación de un jugador es asociada, en la mente del fan, con falta de determinación para ganar, su reacción es enérgica.

    El jugador puede ser insultado a trabes de cantos específicos durante la duración de ese encuentro o los siguientes; puede ser atacado con proyectiles arrojados desde la tribuna, o la hinchada puede invadir los vestuarios durante el entretiempo, o después del partido, para amenazarlo (o incluso golpearlo, aunque raramente ocurre). Estas situaciones son llamadas “aprietes”, y un rápido análisis de los artículos periodísticos nos revelaría que ocurren con bastante frecuencia en el fútbol argentino. Mientras que para diversos sectores de la población de Mataderos los aprietes son generalmente aceptados como algo natural dentro del mundo del fútbol, en donde valores capitalistas se chocan con antiguos códigos barriales de honor, los diarios principales los catalogan como “comportamiento barbárico”.

    Basándonos en estos análisis, podemos afirmar que cuando los principales diarios, fuentes oficiales y miembros de la hinchada usan el término barra brava, no se están refiriendo al mismo fenómeno o individuos. Este es un aspecto importante del tema en cuestión: porque a causa de la escasa intercomunicación entre el imperio discursivo de los medios y de la policía por un lado, y la cultura de la hinchada por el otro, cada dominio discursivo tiene su particular y, la mayor parte del tiempo, internamente coherente uso del término barra brava. El problema se presenta en las situaciones de contacto limítrofe entre los diferentes enfoques. Los fans conectados con la cultura del fanatismo futbolístico la viven a través de una experiencia activa, y los miembros de la barra brava son asociados con la fiesta de las tribunas, y/o la defensa del honor de un barrio. Los periódicos y la policía poseen una definición estática de la barra brava, asociada con una concepción reificada de la violencia, lo cual significa que quien quiera que actúe violentamente en las tribunas es inmediatamente considerado un miembro de esos grupos. Naturalmente existen ciertas confluencias entre ambos grupos, pero difieren la mayoría de las veces. Hay tantos pacifistas dentro de la hinchada, como individuos agresivos fuera de ella y a quienes los miembros del grupo no contemplan como parte de ellos.

    En la practica, se han dado muchos casos en que individuos, considerados lideres de las barras bravas por la policía, fueron arrestados como responsables por los actos violentos cometidos por personas absolutamente fuera de su control y que no eran miembros del grupo localmente considerado “la hinchada”. En algunos casos, estas situaciones provocaron, en ciertas hinchadas, movimientos enfocados al control interno de la agresividad de sus miembros, y muchos grupos de fans establecieron reglas y códigos informales, no permitiendo el robo en las tribunas, y controlando el comportamiento de las personas en los viajes, por ejemplo. En esos casos, el inculpamiento de los líderes hace evidente las contradicciones de marcos conceptuales incompatibles.


Conclusión: violencia oficial y guerra simbólica

    La guerra contra la “violencia en el fútbol” es llevada a cabo en la Argentina como la guerra contra los “violentos del fútbol”. El intento de este artículo es explorar operadores semióticos y tecnologías discursivas que naturalizan y despolitizan no sólo relaciones de desigualdad, sino también el uso de la violencia de Estado. El uso de la violencia en los asuntos de Estado, contra la actividad subversiva o contra la actividad criminal en general, puede asociarse, según la opinión de Scheper-Hughes, con la necesidad del Estado de afirmar la “incontestable realidad” de su control sobre la población. “Es precisamente porque la realidad del poder es tan disputable, y el régimen tan inestable”, que la violencia es utilizada (Scarry citada en Scheper-Hughes 1992: 225). Aun así hay patrones ocultos en este estratégico uso de la violencia oficial. Esta inserto en universos simbólicos y discursivos que lo legitiman, que lo localizan en las dinámicas sociales y culturales en las cuales su uso parece lógico y necesario, incluso para grupos sin conexión con el ethos militarista. No es infrecuente escuchar en las calles de Buenos Aires que el problema de las barras bravas hizo su aparición junto con la conclusión del último periodo del gobierno militar y el retorno de la democracia. “La policía suavizó su tratamiento con estos tipos, y ahora mire lo que pasa”, afirma Marco, de 35 años, empleado en una compañía multinacional de telecomunicaciones en Belgrano, un barrio de clase media alta en Buenos Aires.

    Una cuestión que surge es cuales son los mecanismos que hacen ver la violencia de un grupo como negativa mientras la violencia del grupo contrario (incluso a veces más intensa) es benéfica y necesaria. Existen estudios que apuntan hacia el hecho de que fueran fuerzas de la ley y agentes de seguridad privada los autores de más de dos tercios de los asesinatos en estadios durante las ultimas cinco décadas en Argentina (Romero 1986). Y sin embargo todavía existen fuertes y operantes mecanismos discursivos y semióticos que tienden a legitimizar la violencia policial como estrategia natural de combate contra otros tipos de violencia. Bauman discute como las inhibiciones morales contra la violencia tienden a erosionarse a partir de que tres condiciones se hacen presentes, juntas o separadas:

La violencia es autorizada (por ordenes oficiales provenientes de cuarteles con habilitación legal), las acciones se rutinizan (por las practicas reglamentadas y la exacta especificación de los roles), y las víctimas de la violencia son deshumanizadas (por las definiciones y adoctrinamientos ideológicos) (Bauman 1989:21).

    Su análisis se ocupa específicamente de quienes perpetran atrocidades en situaciones de guerra, pero puede aplicarse al fenómeno aquí analizado. La legitimación del uso de la violencia se vería incluso facilitada si no hubiese contacto personal, ni un ambiente compartido entre víctimas y victimarios/partidarios de la violencia. Las tecnologías comunicacionales son importantes mediadores en ese proceso: la manera en que los medios describen guerras llevadas a cabo al otro lado del planeta, y el uso que algunos políticos hacen de esas representaciones para ganar apoyo popular y legitimizar acciones bélicas lo ejemplifican10. En este sentido, la desterritorialización es un importante elemento semiótico en la economía política de la legitimación de la violencia y de la agresión.

    Es común, en conflictos sociales como el que tratamos en este artículo, que los oponentes entiendan su lucha, y basen sus acciones y estrategias, en representaciones ficcionales del otro. Estas representaciones ficcionales son producidas como parte de rituales sociales en los cuales grupos marginalizados son retratados como íconos del peligro y la maldad que amenaza a los individuos identificados con los sectores centrales del grupo social. Representación y acción son producidas simultáneamente, una comprometida en la legitimación de la otra; el cuerpo participa integralmente en esta producción; cuando se encuentran en ámbitos tensos y conflictivos, los contendientes tienden a “pensar” con sus cuerpos - en lo que Scheper-Hughes llama culturas somáticas - mucho mas intensamente que en contextos pacíficos. Es relevante aquí una observación de Peteet, a propósito de la representación de los palestinos por las fuerzas de la policía israelí: “los palestinos son vistos como poseedores de un conjunto fundamentalmente diferente de conocimientos y moral - generalmente condensado en la frase: ‘Ellos solo entienden la fuerza’” (1994: 37).

    Existe una implicación importante en la creencia de que “ellos solo entienden la fuerza”, y esta relacionada con su exclusión del universo simbólico de la comunicación dialógica. Esto se logra de dos maneras distintas. La primera es a través de la destrucción de la seguridad ontológica y del grupo de hábitos semióticos11 que estructuran la vida cotidiana con terror y sensación de caos, por ejemplo, a través de la promoción estratégica del desorden y la confusión (Taussig 1992: 17), tratando de destruir “de facto” el universo simbólico del otro. Es interesante notar que el caos y el desorden son exactamente lo que el agresor mas teme, y que él ve a la victima como la corporización del caos que él mismo promueve mientras lo combate. Como defensor de un particular y ordenado estado de cosas, él percibe como caótico, salvaje y peligroso a cualquier cosa que exista fuera de los limites de la base lógica que dan sentido a este estado de las cosas, y su pánico no esta relacionado al miedo de perder el poder que posee, sino al miedo de perder los mismos cimientos de la estructura de su mundo. Su guerra no es la continuación de la política, como afirmo Clausewitz (Mahmood 1996: 17); su lucha es contra la posibilidad de que las bases que sostienen su política y las guerras Clausewitzianas desaparezcan. Es por eso que su violencia es tan intensa: en palabras de Brecht, el miedo impera no solo sobre aquellos que son gobernados, sino también sobre quienes gobiernan12:

Lo Salvaje… convoca al espectro de la muerte a partir de la propia función simbólica. Es el espíritu de lo desconocido y lo confuso, vagando libre por el bosque que circunda la ciudad y los sembrados, irrumpiendo en las convenciones sobre las que descansan el significado y la función formadora de la imagen. Lo Salvaje desafía la unidad del símbolo, la totalización trascendente que ata la imagen a aquello que representa. Lo Salvaje despedaza esta unidad y en el mismo lugar disloca y tritura las articulaciones entre significado y significante. Lo Salvaje convierte estas conexiones en espacios de oscuridad y luz en los cuales los objetos contemplan en su moteada desnudez mientras los significantes flotan a su alrededor. Lo Salvaje es el espacio muerto de la significación. (Taussig 1987: 219)

    En su miedo y su pánico, el agresor produce demonios y fantasmas, conjugando elementos de aquello a lo que defiende y a lo que combate. Cuanto más alto el nivel de represión policial, más intensa será la reacción de los miembros de la hinchada13 11 (y generalmente puede ponerse intensa al punto de producir varias muertes al año), y eso va a retroalimentar la imagen que la policía tiene sobre estos grupos, reafirmando su categoría de “peligrosos” y “salvajes”, justificando en definitiva la necesidad del uso de la violencia. En ese sentido el dolor y el miedo están relacionados a una retirada semiótica de la simbolización hacia la iconización, como nos muestra E. Valentine Daniel (1984, 1996).


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