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Beneficios del apoyo social durante el envejecimiento:
efectos protectores de la actividad y el deporte

   
Universidad de Málaga
(España)
 
 
Miguel Ángel García Martín
magarcia@uma.es
 

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 51 - Agosto de 2002

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“Envejecer es quedarse solo”
(E. Marbeau)


    Dentro del modelo aportado por Rocío Fernández-Ballesteros (1996) sobre los elementos componentes de la calidad de vida en las personas mayores, las relaciones interpersonales ejercen una notable influencia sobre su bienestar (Ver Figura 1). Así, tanto en las dimensiones objetivo-subjetiva como en la personal-socioambiental se sugiere el apoyo social como factor condicionante. En la primera dimensión, aparece como extremo del eje que contiene la satisfacción social como medida objetiva; mientras que en la segunda, se ve enfrentado a las relaciones sociales. Desde ambas perspectivas se destaca la importancia de los vínculos sociales y la satisfacción que la persona experimenta con ellos.

    A lo largo de este artículo se profundizará en el papel que el apoyo social juega durante el proceso de envejecimiento y el papel que el deporte juega en su promoción en el colectivo de personas mayores. Su definición supondrá el punto de partida, a la que se llegará atendiendo tanto a la perspectiva socio-ambiental o estructural como desde una visión funcional. Seguidamente, incidiendo en este segundo abordaje, se revisarán los modelos teóricos más relevantes que tratan de explicar la influencia que el apoyo social tiene sobre la salud y el bienestar. A continuación, se hará referencia específicamente a la repercusión que tiene sobre las personas mayores. Así mismo, se analizarán las características que el apoyo social presenta en estas personas, ahondando en los cambios producidos durante el proceso de envejecimiento y en las aportaciones teóricas que intentan explicar dichas transformaciones. Por último, se analizará la relación entre el apoyo social y las prácticas deportivas en este colectivo.

Elementos objetivos y subjetivos en la calidad de vida


Multidimensionalidad de la calidad de vida: factores personales y socio-ambientales


Figura 1. Dimensiones de la calidad de vida.
Fuente: Calidad de vida en la vejez en distintos contextos (Fernández-Ballesteros, 1996)


1. ¿Qué es el apoyo social?

    Previo a la definición de apoyo social, se hace necesario delimitar el nivel de referencia y la perspectiva desde la que se puede abordar. Así, atendiendo al primer aspecto, encontramos tres niveles de análisis (Gottlieb, 1981; Lin, Dean, y Ensel, 1986):

    Así mismo, en función de la perspectiva desde la que se estudie, se distinguen dos tipos de abordaje (Riquelme, 1997):

Perspectiva estructural

    Hace referencia tanto a las características cuantitativas u objetivas de la red de apoyo social, tales como tamaño, densidad, dispersión geográfica, etc., como a las características de los contactos que tienen lugar dentro de ella (homogeneidad, reciprocidad o multiplicidad de contactos, entre otras). -Perspectiva funcional

    Desde la que se analizan los efectos o consecuencias que le reportan al sujeto el acceso y conservación de las relaciones sociales que tiene en su red (Schaefer, Coyne y Lazarus, 1981).

    Si se tiene en cuenta el abordaje estructural, se hace necesario diferenciar entre los aspectos propios de los vínculos o contactos (ties) establecidos entre los componentes de la red (network), y las características estructurales de ésta. En este sentido, resulta muy interesante la clasificación llevada a cabo por Hall y Wellman (1985). Estos autores establecen una serie de características propias de cada uno de esos aspectos y su medida correspondiente (Ver tabla 1).



Tabla 1. Algunas características y medidas de red. Fuente: Hall y Wellman (1985).

    Desde una perspectiva funcional, tres han sido los tipos del apoyo social que se han venido reflejando en la mayor parte de las clasificaciones: emocional, tangible o instrumental e informacional (Barrón, 1996; Schaefer, Coyne y Lazarus, 1981). El primero representa el sentimiento personal de ser amado, la seguridad de poder confiar en alguien y de tener intimidad con esa persona. El apoyo instrumental, tangible o material hace referencia a la posibilidad de poder disponer de ayuda directa (por ejemplo, cuidar de la casa cuando uno se ausenta, cuidar de un familiar, facilitarle alojamiento, etc.). La última de las funciones, consiste en la provisión de consejo o guía para ayudar a las personas a resolver sus problemas. Así, cuando las personas se enfrentan con un problema que no puede resolverse de un modo fácil y rápido, tratan de buscar información acerca de la situación, posibles modos de solucionarla o recursos adecuados para disminuir los perjuicios que ocasiona. En este proceso de búsqueda de ayuda, las redes sociales representan un importante punto de referencia para la persona necesitada (De Paulo, Nadler y Fisher, 1983).

    Junto con estas delimitaciones del concepto de apoyo social, es precisa también la distinción señalada por Caplan (1974) entre apoyo social objetivo y apoyo social percibido. El primero hace referencia a los recursos, provisiones o transacciones reales a los que la persona puede recurrir en el caso de necesitarlos; el segundo destaca la dimensión evaluativa que lleva a cabo la persona acerca de la ayuda con la que cree contar. Esta diferenciación llevó a Caplan a distinguir entre la transacción y lo transferido. Así, la transacción puede ser objetiva (apoyo recibido) o subjetiva (apoyo percibido), mientras que la naturaleza de lo transferido puede ser en ambos casos tangible (dinero, servicios, objetos, etc.) o psicológica (pensamientos y emociones fundamentalmente). Según Caplan (1976), cualquier forma de apoyo social vendría definida por posición respecto a los ejes objetivo-subjetivo y tangible-psicológico (Ver figura 2).


Figura 2. Modelo de Apoyo Social de Caplan. Fuente Caplan (1976)

    Basta con una breve revisión de la literatura para comprobar la diferente acentuación de unos aspectos frente a otros en la definición de este término. Así, por ejemplo, Gottlieb (citado por Barrón, Lozano y Chacón, 1988) concibe el apoyo social como:

“información verbal y no verbal, ayuda tangible o accesible dada por los otros o inferida por su presencia y que tiene efectos conductuales y emocionales beneficiosos en el receptor” (p. 209).

    Como se puede apreciar en esta definición destacan tanto la perspectiva funcional como su carácter manifiesto o percibido. En este mismo sentido, la definición aportada por Pearlin, Lieberman, Menaghan y Hullan (1981) como acceso a y uso de individuos, grupos y organizaciones para tratar con las vicisitudes vitales (citado por Barrón y otros, 1988) combina la función adaptativa del apoyo social con los tres niveles desde los que se puede analizar. Esta atención a las funciones del apoyo social aparece igualmente en la concepción de Schaefer (1981), cuando destaca sus repercusiones terapéuticas, o en Kahn y Antonucci (1981) que lo definen como aquellas transacciones interpersonales que implican ayuda, afecto o afirmación.

    Si se atiende a esta multiplicidad de dimensiones, una definición de apoyo social que las recoja adecuadamente ha de ser necesariamente laxa. Por este motivo, la definición aportada por Lin (1986) es una de las más comprehensivas y aceptadas. Este autor concibe el apoyo social como provisiones instrumentales o expresivas, reales o percibidas, dadas por la comunidad, redes sociales y amigos íntimos. En esta definición sintética se recogen los diferentes aspectos del apoyo social comentados anteriormente. Así, la referencia a “provisiones instrumentales o expresivas” destaca su carácter o dimensión funcional, aludiendo a las dos tipologías principales de apoyo social que se reflejan en la literatura. La puntualización de los aspectos “reales o percibidos” destaca su dimensión objetivo-subjetiva. Igualmente, también aparecen recogidos los tres niveles de análisis en cuanto al marco de procedencia del apoyo.


    Atendiendo a los diferentes niveles, House y Kahn (1985), consideran necesario tener en cuenta tres aspectos en el apoyo derivado de las relaciones sociales: cantidad, estructura y función; ya que están teórica y empíricamente interrelacionados. La existencia o cantidad de relaciones es una condición necesaria, y por lo tanto un determinante parcial, tanto de la estructura de la red como del contenido y función que se deriva de esas relaciones. De igual modo, las características estructurales de esa red determinan en cierta medida la calidad y función de las relaciones que se dan dentro de la misma. La relación entre estos tres elementos aparece reflejada en la figura 3. La consideración de estos aspectos contribuye a explicar los efectos derivados del apoyo social. Así, por ejemplo, según la figura anterior, la conexión entre la existencia de un tipo de relación social como el matrimonio y la salud, puede explicarse completa o parcialmente por las diferentes redes de apoyo o por el valor funcional del apoyo derivado de la pareja.


2. Modelos explicativos del apoyo social.

    Dos han sido las principales teorías propuestas para explicar los efectos positivos que el apoyo social tiene sobre la salud y el bienestar. Así, la primera de ellas afirma que el apoyo social actúa sobre estas variables de un modo directo, independientemente del nivel de estrés al que esté sometido el sujeto (Barrón, 1996). Si esto lo aplicamos al campo psicogerontológico, supone que aumentos en el apoyo social incrementan igualmente la salud y el bienestar personal del mayor, sin que esa relación se vea mediada por las condiciones estresantes que pueda padecer. Según esto, la disposición de apoyo supone una mayor sensación de control del sujeto sobre su ambiente, lo que se traduce en un incremento en su capacidad para predecir experiencias negativas y poder evitarlas con anticipación suficiente.

    En este sentido, Thoits (1985), desde el Interaccionismo Simbólico, establece tres grandes mecanismos de actuación dentro de estos efectos directos:

    Todo ello protege a la persona frente a los efectos perjudiciales de los posibles acontecimientos vitales estresantes (Barrón, 1996). A su vez, este aumento en la seguridad autopercibida tiene un reflejo en el estado anímico del sujeto, que, de esta manera, se ve incrementado. (Lazarus y Folkman, 1986).

    La segunda de las teorías, denominada del Efecto Buffer o Amortiguador, defiende que es precisamente en aquellas condiciones en las que la persona se ve sometida a estrés, cuando el apoyo social ejerce su influencia sobre su estado anímico, de salud y bienestar generales. Esta teoría señala dos efectos principales derivados de la disposición de apoyo social (Barrón, Lozano y Chacón, 1988).

    De acuerdo con el modelo transaccional de Lazarus y Folkman (1986), el apoyo social actuaría tanto sobre la evaluación primaria como secundaria. Sobre la primera, la provisión de soporte de otras personas ayudaría a redefinir la situación estresante como menos dañina o amenazante. En cuanto a la valoración secundaria, el disponer de los recursos aportados por su red (tanto emocionales, como instrumentales o de información) aumenta la percepción de su capacidad de hacer frente a la situación.

    Promoviendo conductas saludables en el sujeto que le ayudan a reducir las reacciones negativas ante el estrés (Cutrona, 1986).

    Heller y Swindle (1983) han desarrollado un modelo de apoyo social en el que, basándose en la hipótesis original del modelo de buffer, incorporan otros aspectos tales como: la historia previa de aprendizaje, las predisposiciones temperamentales, o los estilos de afrontamiento que presenta el sujeto. Todos estos elementos, junto con la provisión o disponibilidad subjetiva de apoyo proveniente de la red social, van a influir en la valoración cognitiva de la situación de estrés, así como en las respuestas de afrontamiento. Según estos autores, los resultados equívocos que han ofrecido los estudios que trataban de validar el efecto amortiguador se deben a la no consideración del sujeto como agente activo en el desarrollo y uso de su red social. En este sentido, el que una persona utilice o no de una manera efectiva el apoyo social durante un evento estresante, va a deberse tanto a la disponibilidad que tenga de ese apoyo como a las características y competencias personales para acceder y emplear ese apoyo, así como de los patrones de afrontamiento desarrollados previamente. Esto modifica la visión estática en la relación entre apoyo social y estrés, que pasa a contemplarse de modo dinámico como una interacción a lo largo del tiempo entre el individuo y el ambiente que le rodea, en la que el apoyo recibido va a depender no sólo del apoyo disponible, sino también de la historia previa del sujeto y de su habilidad para acceder a él, mantenerlo y utilizarlo.


Figura 4. Un modelo curvilíneo especulativo de los efectos amortiguadores del apoyo social.
Fuente: Barrera (1988).

    Barrera (1988) ha reformulado la conexión entre estrés, apoyo social y salud, proponiendo una relación curvilínea. Según la cual, el apoyo social no da lugar a un decremento del distrés cuando la persona se ve expuesta a unos niveles intensos de estrés. Será en situaciones de estrés moderado (Ver figura 4) cuando se apreciarán diferencias en la aparición de síntomas entre aquellas personas que cuentan con un alto apoyo social y las que no.

    Lin y Ensel (1989) proponen un paradigma integrador (Ver figura 5), en el que incorporan tanto el ambiente social como el puramente fisiológico, así como, por supuesto, el psicológico. Cada uno de estos ámbitos, según los autores, viene determinado por la presencia de estresores y de recursos que facilitan su afrontamiento. En este sentido, un claro estresor fisiológico para el sujeto será la presencia de una enfermedad, mientras que la práctica de ejercicio físico, una dieta adecuada o, en general, el mantenimiento de unos hábitos saludables constituyen recursos útiles para hacer frente a estas adversidades. El padecimiento de síntomas depresivos supone un claro estresor psicológico, mientras que una alta autoestima se sitúa dentro de los recursos psicológico. Por último, el apoyo social representa el recurso social más importante con el que superar las adversidades que acompañan a los acontecimientos vitales estresantes. Todos elementos en conjunto van a ejercer su influencia sobre el bienestar del sujeto.


Figura 5. Paradigma del estrés vital. Fuente: Lin y Ensel (1989).

    De esta forma, los autores tratan de superar los abordajes parciales que aparecen en otros estudios (Berkman, 1984; Dohrenwend, 1981; Kobasa, Maddi y Coddington, 1981; Pearlin, Lieberman, Menaghan y Mullan, 1981 -citados por Lin y Ensel, 1989-).

    Frente a aquéllos, el presente modelo permite estudiar, no sólo los efectos de amortiguación del apoyo social en condiciones de estrés elevado, sino analizar dichos efectos en compañía de estresores o recursos procedentes de otros ámbitos. Lo que otorga un valor especial a este paradigma, al dar la posibilidad de abordar los efectos del apoyo social de manera aislada o en interacción con otros elementos relevantes para la explicación del bienestar personal. Los resultados del análisis de este modelo (Lin y Ensel, 1989) confirman la teoría del efecto buffer:

“Los efectos de buffering (interacción) son más fueres que los directos...lo que refleja el papel amortiguador de los recursos sociales existentes con relación a estresores tanto sociales como psicológicos. Esto es, la carencia de recursos sociales, hace que la presencia de estresores sociales o psicológicos ejerzan un mayor impacto sobre la salud. En contraste, los recursos psicológicos sólo amortiguan los estresores psicológicos” (pp. 393-394).

    Del mismo modo, desde diferentes teorías psicosociales se ha abordado la explicación de los efectos salutogénicos que el apoyo social tiene en general. Este es el caso de la Teoría del Intercambio. La teoría original de Homans (1961), procedente de la investigación en el campo de la sociometría y las relaciones grupales, también incluye un principio de equidad o justicia, según el cual las ganancias o refuerzos obtenidos por cada participante en una relación deben ser proporcionales a los costes o esfuerzos que invierte en la misma. Una ampliación teórica posterior (Foa, 1971) sugiere que los refuerzos intercambiados son amor, estatus, información, dinero, bienes y servicios, entre otros.


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