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Boca y River.
Amor, muerte y aventura en la Ciudad del Fútbol

   
*Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte (SEUBE, UBA)
Director de EFDeportes.com (Argentina)
 
**Departamento de Geografía.
Universidad de Texas, Austin (EE.UU.)
 
Tulio Guterman*
tulio@efdeportes.com 
 
Chris Gaffney**
gaffney_chris@hotmail.com 
 

 
Pulsa la foto para ver ampliada     El presente trabajo desarrolla las impresiones del partido entre Boca y River, el domingo 11 de marzo de 2002. Se trata de dos miradas reflexivas y diversas sobre el fenómeno, la de un norteamericano visitante en Buenos Aires, y la de un porteño, nacido en Buenos Aires.
    Hemos elegido enfocar este trabajo en dos temas esenciales. Primero, el espectáculo como esencialmente original y orgánico, solo posible en este tiempo y espacio, no intercambiable en sus relaciones y elementos constitutivos. Y segundo, una mirada abarcativa sobre el uso del espacio dentro y fuera del estadio, y en relación con esto la lucha por reafirmar y recrear las propias identidades en un territorio limitado y predeterminado, esto es, el de las tribunas. En torno a este último punto, podemos percibir que la ocupación del espacio está directamente relacionada según las diversas categorías de hinchas.
 

 
http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 47 - Abril de 2002

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Camino a la Bombonera

    Sexta fecha del campeonato de fútbol en Argentina. Juegan Boca y River en la Bombonera. Todo señala que no es sólo un partido de fútbol. Todo el país -y más allá- está atento al espectáculo y su entorno.

    Pero el evento es en la Argentina devaluada, post dólar uno a uno; la de la protesta en forma de cacerolazos y piquetes; la del descreimiento; la Argentina de la desocupación crónica, la de los depósitos incautados y la de una nueva camada de exiliados; la Argentina que nos duele; la de la indignación, la marginalidad, la mentira y la indiferencia.

    Y es en el barrio de La Boca, que la geografía señala como uno de los más característicos de sectores populares, al sur, al lado del Riachuelo, en la Ciudad del Fútbol.

    Una competencia programada en una Argentina con un visible aumento de la violencia: muertos y heridos, batallas campales, enfrentamiento entre grupos armados, con un gobierno timorato que hoy más que nunca declama, y dice una cosa y hace lo contrario. Por un lado amenaza suspender el fútbol, por el otro debe asegurar su continuidad. Aún cuando empíricamente nunca fue comprobado que pasaría si se detuviera indefinidamente, el fútbol es prioridad de todo gobierno local y debe asegurar por todos los medios que "no se pare la pelota".

    Como quinto presidente en diez días, a pocos días de haber asumido, y un par de días después de anunciar la pesificación de los depósitos en dólares, Duhalde convocó a los dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) para "tirar todos para el mismo lado" y que se inicie sí o sí el campeonato.1

    El presente trabajo desarrolla las impresiones del partido entre Boca y River, el domingo 11 de marzo de 2002. Se trata de dos miradas reflexivas y diversas sobre el fenómeno, la de un norteamericano visitante en Buenos Aires, y la de un porteño, nacido en Buenos Aires.

    Entendemos al fútbol como un fenómeno esencialmente complejo, sobredeterminado por las condiciones sociales, culturales, económicas, geográficas, históricas y políticas. Hemos elegido enfocar este trabajo en dos temas esenciales. Primero, el espectáculo como esencialmente original y orgánico, solo posible en este tiempo y espacio, no intercambiable en sus relaciones y elementos constitutivos. Y segundo, una mirada abarcativa sobre el uso del espacio dentro y fuera del estadio, y en relación con esto la lucha por reafirmar y recrear las propias identidades en un territorio limitado y predeterminado, esto es, el de las tribunas. En torno a este último punto, podemos percibir que la ocupación del espacio está directamente relacionada según las diversas categorías de hinchas.


Con sello propio

    Hay partidos de fútbol en todos lados, prácticamente todos los días del año. Su presencia mediática es empalagante. Aún más en años como este que se celebra un Mundial. Hay clásicos o derbys en muchos países (Barça-Real Madrid; Milan-Inter, Celtic-Rangers, Nacional-Peñarol) y en otros deportes (Yankees-Red Sox en béisbol; Boston-Lakers en basquetbol). Representan los enfrentamientos de mayor expectativa de cada temporada, que eleva y estimula las pasiones en ciudades, regiones y países.

    En el caso de Celtic-Rangers el partido escenifica el enfrentamiento católicos contra protestantes. En el caso de Boston-Lakers, un enfrentamiento entre ciudades. No parece sencillo inteligir con claridad qué se juega cuando juegan Boca y River.

    Pero Boca y River invitan a un evento único y en un lugar único: la Bombonera. La experiencia comienza mucho antes de llegar. A varias cuadras ya hay puestos de venta callejera de banderas, parrillas al paso donde se cocinan chorizos, y a la distancia ya se escuchan las canciones del estadio.

    La aventura se inicia. La sensación es emocionante, aumentan las pulsaciones y se avanza más rápido porque se tiene la sensación de que se está por participar en un acontecimiento histórico liminal, concebido por un lado como fiesta en tanto se recrea un ritual. Y a la vez se está por participar en un drama histórico, individual, colectivo y continuo. Un dramafiesta donde los participantes derraman durante varias horas su energía corporal, que se traduce en espectáculo total.

    El espectáculo está a su vez disneylandizado por los medios, tanto por la prensa escrita, la radio y la televisión, que ofrecen una mirada parcializada, ideal e incompleta. Este dispositivo que satura la vida cotidiana de los argentinos, es llevado por el hincha a la cancha y a su vez lo conduce a esta.

    Sin el público no hay partido. Y no es cualquier público. Toda la gente ha tenido la experiencia del estadio, aprendida desde muy chico. Esto significa saber los códigos del lugar, saber comportarse y relacionarse, para mejor o para peor. Saber cuando entrar, gritar, cantar, sentarse, estar de pie, y salir. Es una experiencia común, que en sí brinda mucha información de los protagonistas. Esta es una experiencia común en el mundo, pero en Argentina la experiencia del estadio y lo que pasa adentro y en los alrededores significa mucho más que un pasatiempo o un objeto de consumo. Constituye una parte integral de la cultura local, que abarca desde el presidente (que en las paredes se lo adjetiva como chorro) hasta los que duermen en la calle.

    En el fútbol argentino no hay espectadores, cada persona es protagonista esencial del espectáculo. Sus acciones en el colectivo determinan el acontecer final.

    La experiencia en las tribunas significa que cada persona debe integrar su propio cuerpo en un cuerpo colectivo, el de la hinchada. Allí, también hay que colocar todos los pensamientos. Es absurdo gritar cualquier cosa en la popular. Hay que poner la voz al unísono con todo lo demás, hay que pensar en la misma cosa, hay que unificarse detrás de los símbolos (verbales, gestuales, colores, y banderas) de la muchedumbre. El efecto ayuda al individuo a trascender su propio Yo, abandonar su propio realidad en la entrada y entregarse a un acontecer histórico, con una entidad común. Hasta cierto punto, es cierto, que este fenómeno ocurre en cada estadio en el mundo. Pero acá en Argentina, la experiencia del estadio es mucho más emocionante, mucho menos espontánea, y mucho más fuerte. La experiencia del estadio, y de las tribunas populares en particular, es algo que nos puede informar sobre la cultura del país y sobre la vida de los argentinos.

    En la tribuna popular todos los hinchas están parados, apretados codo con codo. Llegan dos horas antes del partido y se retiran media hora después. Son casi cinco horas saltando y gritando. Los líderes de las hinchadas se paran haciendo equilibrio sobre los caños paraavalanchas mirando hacia su propia tribuna y apenas si llegan a ver el partido. Las canciones rara vez tiene que ver con lo que ocurre en el partido. La Doce (hinchada de Boca) alienta de la misma manera a su equipo aún si está siendo derrotado, aún sus gritos, en caso de ir perdiendo se vuelven más insistentes.

    Al final del partido y luego del resultado 0-3, ante la imposibilidad de salir a la espera de la retirada de la hinchada visitante, los parciales del equipo perdedor permanecieron cantando durante media hora seguida como si hubieran sido los vencedores. Esto significa una demarcación de territorio, ya que River había sido el ganador. El fútbol representa aquí entonces la lucha por la ocupación del espacio, que se constituye con los colores propios, las canciones y por supuesto los goles y los triunfos deportivos.


Azul-amarillo y rojo-blanco

    La ubicación en el estadio no es azarosa. Los hinchas de un equipo se ubican todos en un sector contenido, protegido, delimitado, separado, del cual no se puede salir ni entrar. Además, también está predeterminado el espacio de acceso de cada divisa. Este territorio (las calles, los colectivos, las estaciones de tren) está demarcado por la presencia de la policía que a su vez ocupa su propio territorio. No se puede entrar en territorio predeterminado como ajeno con los colores que identifican al otro.

    Los colores se extienden a los cuerpos, las caras, y las cabezas de los hinchas. La hinchada se viste en la camiseta de un jugador favorito, o de una época pasada, para identificar su cuerpo, su propio Yo, junto con el resto del grupo. Esto no se limita al día del partido. Vemos colores de las distintas camisetas, y sin ver la inscripción, sabemos de qué equipo es. Durante las protestas de las últimas semanas en todas las ciudades argentinas, los manifestantes en los cacerolazos y en los piquetes se visten intencionalmente con la camiseta de su equipo o la celeste y blanca de la selección argentina. Tal como a capa y espada combatían los caballeros medievales, o iban a la guerra los aborígenes americanos o los guerreros celtas.

    Desde hace algunos años en Argentina, cada vez más las camisetas constituyen una parte integral de los gastos de los hinchas. Hay que lucir el último modelo que se renueva cada seis meses, y por el cual se pagan 60 dólares. Llevar los colores no es algo trivial, es una inversión en el equipo. Y, tal como ocurrió con los ahorros depositados en los bancos extranjeros (especialmente americanos y españoles) ese dinero termina yéndose el norte, a los bolsillos de las multinacionales Nike y Adidas.

    La hinchada marca su propio territorio con banderas. Además, estas banderas marcan el territorio en los barrios, junto con graffitis, dibujos, carteles... En un mismo barrio podemos ver banderas de los dos equipos, aunque en el barrio de La Boca, exclusivamente las azules y amarillas. Son formas que tienen los equipos de fútbol de luchar por los espacios en la ciudad.

    Antes del inicio del partido, no hay nada para ver en el césped. Todo sucede en las tribunas. No hay show en el campo, no hay porristas, no hay música en los parlantes. Apenas si se escucha la formación de los equipos. Los gritos y abucheos a los jugadores escenifican el amor y el odio. El que es más aplaudido por una parcialidad es el más odiado por la otra. Por ejemplo, Ortega es un ídolo para la hinchada de River, "fracasado" le cantan los de Boca.

    Ocupan también el territorio con sus gritos colectivos, cantando todos los al unísono. Cuando se produce un hiato en el ritmo musical, se considera un gesto de debilidad, lo que es aprovechado por la hinchada rival para completar con un insulto siguiendo ese ritmo y demostrar su superioridad. Por ejemplo 'River Plei"... (los de River) "Puuuutos!" (los de Boca) "River Plei".... "Puuuutos!".


Qué ves cuando me ves

    Muchos intelectuales, desde una mirada tradicional, han afirmado que las hinchadas son masas amorfas y salvajes de individuos que pierden su identidad y su capacidad de reflexión dentro y fuera del estadio de fútbol. Las hinchadas semejan ser un enorme agregado de organismos que codo a codo responde sin ninguna diferenciación, con gritos desenfrenados, enfrentándose encarnizadamente a los similares rivales.

    Por su parte, los medios tienden a considerar al hincha como un asistente ideal. Se trata de aquel que entrega filantrópicamente todo su ser por su equipo y participa como espectador en la "fiesta" del fútbol. Siguiendo esta serie, los hinchas sonríen y consumen fútbol, festejan sanamente y en familia, coleccionan objetos de su equipo favorito, y sufren si el equipo pierde, pero esperan hidalgamente la revancha. Si sobreviene la derrota, es una racha momentánea y el sol renacerá el próximo partido. Si hay violencia, es producto de los "inadaptados de siempre".

    La esencia de la información tal como la construyen los medios es la del acontecer deportivo: goleadores, cambios de jugadores, formaciones, posiciones, calidad de la actuación de cada jugador individualmente. También la recaudación (nunca cantidad real de espectadores totales y por sector), actuación del árbitro, si el director técnico hizo bien los cambios, etc. De minucia en minucia predomina el discurso épico.

    Desde otra perspectiva, podemos considerar al estadio como un lugar donde los cuerpos se desplazan y se ubican de manera precisa, siguiendo las lógicas de una práctica compleja, que se ha construido a lo largo de generaciones.2

    Acompañando esta afirmación podemos plantear que existen claras jerarquías que se pueden percibir en la ubicación de los cuerpos en las tribunas. Las hinchadas ocupan sectores claramente diferenciados y opuestos, no solo dentro del estadio sino en los accesos cercanos y lejanos, tanto al ingresar como al salir. En los alrededores se ven calles cerradas, vallas, varios retenes de policías palpando a las personas para evitar que accedan con elementos contundentes o armas. Hay un control del espacio y del tiempo fuera del estadio, lugar que en forma tangible puede controlar la policía.

    En la imagen del sector que ocupaban los simpatizantes del equipo visitante (River), a una hora del inicio del partido, se ve muy poca diferenciación. Sí se ven algunas banderas en el centro de la bandeja del medio que están demarcando el lugar de los grupos más "quilomberos". Pasa algo similar en el sector de la tribuna popular del local.

    En las bandejas superiores, están los aficionados al deporte, simpatizantes, socios y seguidores de la divisa. Se puede ver su organización -sin duda mayor hasta que la de la misma policía- al colocarse todos unos pilotines blancos, los que están en los costados, rojo los del centro, formando en el conjunto, los colores característicos de su equipo y las telas del mismo color que se desenrollaron previo al inicio y luego se levantaron al iniciarse el partido.

    En la bandeja central, hacia los costados, están los hinchas más dedicados e incondicionales, amantes a toda prueba, fieles seguidores. La canción que los identifica es "yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más". Se organizan para viajar a todos los partidos, a todos los lugares y abonan de su bolsillo. Son adictos para los cuales no hay nada peor que un domingo sin fútbol.

    Un sello particular del fútbol argentino es tirar papeles y cintas. Normalmente se tiran al inicio del partido, tal como se ve en la imagen, en el caso del sector de Boca; la tribuna de River sorprendió tirándolos previo al inicio del segundo tiempo, en otra evidente diferenciación.

    El centro de la tribuna es ocupado por la barrabrava, el grupo que lidera el ritmo, la formación y el espectáculo. Son fanáticos, cruzados profesionales, financiados por los dirigentes, jugadores y directores técnicos. Reciben pasajes, entradas, trabajos, viviendas, materiales, información y dinero contante y sonante. Son los que se enfrentan con los hinchas rivales y, en algunos casos, la policía, en el cuerpo a cuerpo, tanto a golpes de puño, o utilizando palos, armas blancas y armas de fuego.

    Tienen tareas específicas, más o menos delictivas, de acuerdo a una jerarquía interna y a sus propias habilidades. Funcionan con lo que para la sociedad civil son disvalores en una compleja trama de reglas de premios y castigos que persigue el objetivo de adquirir los méritos para ascender en el grupo. También la división del trabajo tiene que ver con el nivel educativo y recursos sociales: los grupos marginales y más jóvenes son enviados a hacer el trabajo sucio: pelear, matar, enfrentarse. Los de mayor jerarquía son los que se vinculan directamente con jugadores, árbitros, dirigentes, técnicos, y la policía.

    Su ordenamiento se hizo visible en el evento, ya que ambos grupos, La Doce y Los Borrachos del Tablón hicieron su aparición apenas minutos antes del ingreso de los equipos. Previo a esto en cada tribuna, aun cuando estaba repleta y muchos asistentes hacía ya más de horas que estaban esperando parados, saltando y gritando, tuvieron que dejar el espacio libre, lugar que ocupó cada barrabraba.

    Entre las reglas explícitas en la barrabaraba, existen ritos y códigos para ingreso y permanencia, que incluyen actos dolorosos, como por ejemplo marcar el cuerpo con tatuajes. Los méritos se obtienen en combate, mostrando coraje, resistiendo sin huir y robando banderas. Los castigos se producen a la inversa y pueden ser no recibir entradas o ser bajado del micro y abandonado en el medio de la ruta.3

    Los barrabraba provienen de todos los sectores sociales y no son ajenos al club. Muchos figuran a veces como empleados, o son funcionarios de bajo rango en la administración pública distrital, provincial o nacional. Son funcionales al sistema político prebendario que caracteriza a la Argentina y son financiados en muchos casos por los caudillos o "punteros" barriales. Acompañan ruidosamente los mitines de los partidos políticos mayoritarios.


Lecturas: Educación Física y Deportes · http://www.efdeportes.com · Año 8 · Nº 47   sigue Ü