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La actividad y el ocio como fuente de bienestar durante el envejecimiento
Miguel Ángel García Martín

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 47 - Abril de 2002

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    Recientemente, Parkatti, Deeg, Bosscher y Launer (1998), empleando análisis de regresión múltiple, han confirmado igualmente la influencia de la actividad física sobre la salud percibida de las personas mayores. Según estos autores, sus efectos están mediados por la repercusión de esta práctica de ocio en el incremento de la autoeficacia sobre su salud. Bos, Woll, Oja, Suni y Hutzler (1995), hallaron una clara relación positiva entre la práctica de actividades deportivas con la salud autopercibida y con el control percibido en hombres de edad superior a cuarenta años. Este incremento relativo de los beneficios sobre la salud percibida conforme aumenta la edad es nuevamente confirmado en el estudio de Ransford y Palisi (1996). Los beneficios no se circunscriben únicamente a la realización de actividades físicas sino que también abarcan otras actividades de ocio como la participación del mayor como voluntario (Bevil, O'Connor y Mattoon, 1993; Menec y Chipperfield, 1997).

5.2. Beneficios psicológicos

    Gran parte de los estudios que se han centrado en los beneficios psicológicos derivados de la participación en actividades de ocio en los mayores, han aportado resultados satisfactorios. Así, se ha comprobado que una mayor implicación en este tipo de actividades se traduce en niveles de bienestar subjetivo más alto (Brown, Frankel y Fennell, 1991; Dupuis y Smale, 1995; Headey, Veenhoven y Waring, 1991; Hersch, 1990), disminución del sentimiento de soledad (Lee e Ishii-Kuntz, 1987; Mullins y Mushel, 1992), aumento del estado de ánimo (Lee e Ishii-Kuntz, 1987; Tinsley, Colbs, Teaff y Kaufman, 1987) o incremento en la capacidad de afrontamiento de los cambios producidos durante el envejecimiento (Kelly, Steinkamp y Kelly, 1985; Steinkamp y Kelly, 1987). Lo que confirma la afirmación de Argyle (1994):

“El ocio es una fuente muy importante de bienestar, sobre todo para los que no están trabajando, y más importante que el trabajo para muchos que lo están” (pp. 11-12).

    Según este autor, el ocio, las relaciones sociales y el trabajo, constituyen las tres causas fundamentales del bienestar.

    Los comentarios de Riddick (1985) van en la misma línea. Este autor afirma que la participación en actividades de ocio es el predictor más importante de la satisfacción vital en las personas mayores. Los resultados de los análisis de sendas aplicados, le llevan a decir que variables como la salud o los ingresos ejercen parte de su influencia sobre áquella indirectamente a través de su impacto sobre las prácticas de ocio. Headey, Holmstrong y Wearing (1985) en su modelo explicativo de bienestar subjetivo otorgan un papel destacado a la satisfacción con el ocio.

    Es necesario mencionar los trabajos llevados a cabo por Tinsley y colaboradores. Las investigaciones desarrolladas por este grupo durante más de dos décadas han permitido analizar las propiedades de diferentes tipos de actividades y su repercusión sobre el bienestar de los que las realizan (Driver, Tinsley y Manfredo, 1990; Tinsley, Barrett y Kass, 1977; Tinsley y Kass, 1978; Tinsley y Kass, 1979; Tinsley y Kass, 1980; Tinsley, 1984; Tinsley y Johnson, 1984; Tinsley y Teaff, 1983; Tinsley, Teaff, Colbs y Kaufman, 1985; Tinsley y Tinsley, 1986). El modelo elaborado por Tinsley y Tinsley (1986) remarca la relación entre la satisfacción de una serie de necesidades y los beneficios psicológicos derivados del ocio, lo que contribuye tanto al mantenimiento y mejora de la salud física y psíquica como al crecimiento personal y la satisfacción vital (Ver figura 2).

Figura 2. Relación entre ocio, satisfacción de necesidades psicológicas
y sus beneficios. Fuente: Tinsley y Tinsley, 1986

    Inicialmente Tinsley, Barrett y Kass (1977) identificaron cuarenta y cuatro necesidades que pueden ser satisfechas a través de la participación en actividades de ocio. Concretamente, en opinión de estos autores, diecisiete de estas necesidades se satisfacen aproximadamente en el mismo grado por todas las actividades de ocio, mientras que las veintisiete restantes están más vinculadas a la participación en actividades de ocio específicas. Posteriormente, Tinsley (1984) ha analizado factorialmente todas estas necesidades y las ha agrupado en torno a ocho grandes dimensiones. Algunas de estas dimensiones se asemejan a las agrupaciones de Kabanoff anteriormente comentadas:

  • Expresión del yo (denominada inicialmente por el autor “auto-actualización” ): Representa la necesidad que tiene todo individuo de manifestarse satisfactoriamente a través del uso creativo de sus capacidades.

  • Compañerismo:
    Hace referencia a la necesidad de tener relaciones de apoyo en las que, de un modo lúdico, la persona se sienta aceptada y valorada por parte de los demás, de forma que se incremente su propia estima.

  • Poder:
    Necesidad que representa el deseo de percibir control sobre situaciones sociales y de ser objeto de la atención de los demás.

  • Compensación:
    Muestra la necesidad personal de experimentar algo novedoso o inusual, de romper con la rutina diaria.

  • Seguridad:
    Alude a la satisfacción que experimenta la persona cuando se compromete en una actividad que le asegura la ausencia de cambios no deseados, a la vez que le garantiza que sus esfuerzos se reconocerán y serán valorados por parte de los demás

  • Servicio:
    Necesidad de asistir y ayudar a los demás
    Intelectual y estética:
    Hace referencia a la necesidad de estimulación intelectual, así como de participar en actividades de carácter artístico

  • Soledad deseada (denominada inicialmente por el autor “autonomía” ):
    Factor que destaca la necesidad de la persona de hacer cosas por sí sola sin experimentar sentimientos negativos.

    De acuerdo con este esquema, se han analizado los beneficios derivados de diferentes clases de actividades en función de su mayor o menor peso en cada una de estas dimensiones. En este sentido, es especialmente interesante el análisis llevado a cabo por Tinsley y Teaff (1983) en el que destacan los beneficios específicos reportados por personas mayores al participar en actividades de muy variado tipo (Ver tabla 3).

    Smith, Kielhofner y Watts (1986), tras analizar el patrón de actividad de una muestra de personas mayores (treinta de un Centro de Día y otros tantos de una residencia), hallaron que los que autoinformaban de un mayor porcentaje de actividades recreativas durante el día, significativamente, presentaban también unos índices más altos de satisfacción vital. Mientras que los que obtenían puntuaciones inferiores en esta variable, ocupaban más tiempo en descansar y realizar las tareas cotidianas de la vida diaria. Un resultado similar, aunque sin alcanzar la significación estadística obtuvo Parker (1996). Este autor, en un estudio correlacional, encontró que las personas mayores con un mayor grado de participación en actividades de ocio, mostraban igualmente niveles normales o altos en satisfacción vital. Sneegas (1986) ha relacionado la autoeficacia social percibida por el sujeto con su nivel de participación en actividades de ocio y su bienestar a través de la satisfacción que obtiene de éstas. No obstante, el autor no llega a establecer una relación bidireccional, en la que la competencia social también se viera afectada por la participación del sujeto en actividades de ocio.

    Beck y Page (1988) confirmaron parcialmente la teoría de la actividad al analizar la relación entre bienestar subjetivo en los mayores (de 60 a 74 años) y su implicación en diez tipos de actividades. Hallaron que ésta aumenta los niveles de afecto positivo, aunque no modifica el afecto negativo. Asimismo, Iso-Ahola y Park (1996), destacan el efecto amortiguador que la participación en actividades de ocio ejerce sobre el desarrollo de sintomatología depresiva en aficionados a prácticas deportivas. El apoyo social que se deriva de la participación en actividades de ocio protege a la persona frente al efecto negativo de los acontecimientos vitales a los que se ve expuesto.

    Recientemente, Iwasaki y Smale (1998) han confirmado este efecto protector derivado tanto de la participación en actividades de ocio como del aumento en la importancia que la persona le da a las mismas. En este sentido, los efectos negativos que sobre el bienestar tienen transiciones vitales tan importantes como la viudedad o pérdida del rol de trabajador, son reducidos a través de la mediación de las dos variables anteriores.

    También se ha hallado relación entre la variedad o repertorio de actividades de ocio en las que participa la persona mayor y su bienestar. Son varios los autores que han encontrado una relación positiva entre el número total de actividades diferentes en las que aquélla participa y su satisfacción vital (Peppers, 1976; Zuzanek y Box, 1988).

5.3. Algunos aspectos a tener en cuenta acerca de los beneficios derivados del ocio

5.3.1. Tipo de actividad

    A pesar de que, como se comentaba anteriormente, casi cualquier actividad puede ser considerada como ocio, sin embargo, diversos estudios han encontrado que determinadas actividades repercuten más positivamente sobre los mayores. Así, uno de los primeros intentos de verificar la teoría de la actividad, se centró en analizar los efectos de diferentes tipos de actividades sobre la satisfacción vital (Lemon, Bengtson y Peterson, 1972). Estos autores agruparon las actividades en informales, formales o solitarias, en función de que permitieran, respectivamente, un mayor o menor grado de intimidad entre los participantes. Los resultados confirmaron parcialmente sus hipótesis: sólo las actividades informales, que incluían relaciones sociales primarias, mostraron una modesta asociación con la satisfacción vital (p<.05).

    En una réplica de este estudio, realizada diez años más tarde (Longino y Kart, 1982), se corroboraron estos resultados. La actividad formal se relaciona negativamente con la satisfacción vital y la actividad solitaria no ejercía efecto sobre ésta. No obstante, en ocasiones la participación en actividades formales representa un predictor consistente de satisfacción vital para los mayores que están solos o tienen escasos recursos sociales (Fengler, 1984), o aquéllos que se encuentran en residencias (Goodwin, 1985). Tal es el caso de la participación como voluntario (ver revisión de Wheeler, Gorey y Greenblatt, 1998) que contribuye a incrementar los sentimientos de utilidad y el autoconcepto, facilitando experiencias de control sobre el medio, así como satisfaciendo las necesidades de comunicación (Aquino, Russell, Cutrona y Altmaier, 1996; Chambré, 1984; Hunter y Linn, 1980, 1981; Menec y Chipperfield, 1997; Rodríguez, 1996; Wheeler, Gorey y Greenblatt, 1998).

    Asimismo, se ha visto que la participación en otro tipo de actividad formal, como es la religiosa, incrementa el bienestar y satisfacción vitales de los mayores (Coke, 1996; Farakhan y Lubin, 1984; Markides, 1983; Moberg, 1990), disminuye su ansiedad ante la muerte (Blanco, Antequera y Torrico, 1994), mejora su autoestima (Krause, 1995), y les ayuda a mantener la percepción de control (Wolinsky y Stump, 1996).

    También se han determinado diferencias en la repercusión de las actividades de ocio realizadas dentro o fuera de casa. Este es el caso del estudio realizado por Lomranz, Bergman, Eyal y Shmotkin (1988), en el que es la participación en actividades fuera de casa la que se correlaciona con menores niveles de depresión y mayor bienestar subjetivo en mujeres mayores de sesenta años. Brown, Frankel y Fennell (1991), desde una perspectiva del curso de la vida, encontraron que de las ocho categorías de actividades de ocio, las actividades sociales y las realizadas fuera de casa (outdoor activities) eran las más altamente correlacionadas con el bienestar subjetivo. Sin embargo, la relación entre participación en actividades de ocio y bienestar subjetivo parecía estar influida por la edad y el sexo. Para aquellas personas entre cincuenta y sesenta y cuatro años, había una relación significativa entre la participación en actividades sociales y el bienestar subjetivo tanto en los hombres como en las mujeres. Además, en los hombres había también relaciones positivas entre aquél y la realización de actividades fuera de casa; así como con la participación en actividades informales, físicas y sedentarias en el caso de las mujeres. La correlación entre actividades externas y bienestar era también significativa en el grupo de hombres entre sesenta y cinco y sesenta y nueve años, pero no así en las mujeres de estas edades. Después de los sesenta y nueve años, no parecía haber relación entre ninguna de las categorías de actividades de ocio y bienestar subjetivo para ninguno de los dos sexos.

    Dupuis y Smale (1995) señalan que una gran parte de las personas mayores participan mas en actividades pasivas y centradas en el hogar que en actividades de ocio estructuradas, siendo sin embargo escasa la investigación sobre el efecto que este tipo de actividades tienen sobre su bienestar subjetivo. En este sentido, Kelly y Ross (1989) informan del efecto diferencial del último tipo de actividades:

“La actividad centrada en el hogar está fuertemente relacionada de modo inverso con la satisfacción vital alrededor de los veinte años, pero es la que más contribuye [a la satisfacción vital] para los que sobrepasan los setenta y cuatro” (p. 70)

    Otros investigadores han encontrado que actividades solitarias como la lectura o los hobbies tienen una relación positiva con la satisfacción vital (Sauer, 1977 citados por Dupuis y Smale, 1995). En cuanto a las actividades pasivas, algunos autores han encontrado una relación negativa entre ver la televisión y el bienestar psicológico (Kubey y Csikscentmihalyi, 1990, Smale y Dupuis, 1993). Smale y Dupuis (1993), realizaron un estudio para determinar qué actividades son las que se encuentran más relacionadas con el bienestar subjetivo. Estos autores diferenciaron entre tres tipos de actividades: pasivas (hobbies y manualidades), físicas (caminar y nadar) y sociales (visitar a amigos y asistencia a clubes). Las manualidades y los hobbies eran las actividades de ocio que mostraban una más clara asociación con el bienestar psicológico (Ver tabla 4), medido a través de la Escala de Balance Afectivo -Bradburn Affect Balance Scale- (Bradburn, 1969) y la escala de depresión CES-D (Centre for Epidemiological Studies Depression Scale) (Radloff y Locke, 1986).


Tabla 4. Relación entre participación en actividades de ocio y bienestar psicológico.
Fuente: Dupuis y Smale (1995).


Figura 3. Relación entre participación en hobbies/manualidades y bienestar.
Fuente: Dupuis y Smale (1995).

    Sin embargo, el efecto psicológico del grado de participación en este tipo de actividades se manifestaba distinto en los tres tramos de edad analizados por estos autores (Ver figura 3).

    En el intento de determinar qué tipo de actividades de ocio tienen una mayor repercusión sobre el bienestar de las personas mayores, se han perfilado algunas características. Para Mannell (1993) serán precisamente aquellas actividades que se desarrollen durante un tiempo continuado, y que requieran esfuerzo y disposición de destrezas, las que tengan una mayor repercusión sobre el bienestar del que las realiza. Así, por una parte, destaca el compromiso con la actividad, que conduce a su mantenimiento en el tiempo. El carácter “serio” de la actividad de ocio, como otras de estas características, representa: “la actividad sistemática de un amateur, aficionado o voluntario que está lo suficientemente interesado como para tratar de adquirir las habilidades y destrezas necesarias para su realización” (Stebbins, 1992, p. 3). Por último, la experiencia de “flujo” (flow) (Csizszentmihalyi, 1975) será el tercer elemento de aquellas actividades de ocio que habitualmente conducen al bienestar subjetivo. Las características de esta experiencia óptima de ocio es descrita del siguiente modo:

“...una sensación de que las habilidades de uno son apropiadas para afrontar y manejar adecuadamente los desafíos que presenta la actividad... La concentración es tan intensa que no queda atención para pensar en nada que no sea aquello que se está haciendo ni para preocuparse por otras cosas. La conciencia de uno mismo desaparece, y la percepción del tiempo se altera” (Csikszentmihalyi, 1991, p. 71).

    Kelly y Godbey (1992) añaden a estas características la de interacción social, que posibilite la reciprocidad y relaciones de intercambio con los demás, fomentando la comunicación, confianza y desarrollo del sentimiento de compartir una experiencia común. En este sentido, Argyle (1987) destaca la motivación social como el primer elemento que mueve a la participación en prácticas de ocio que, al igual que ocurre con las actividades laborales, actúan de contextos sociales que proporcionan a la persona experiencias muy valiosas para su identidad, autoestima e imagen ante los demás. El establecimiento e incremento de la imagen personal o identidad y su manifestación a los demás, es decir, la autopresentación son dos elementos que van íntimamente unidos al ocio. Éste facilita a la persona un ambiente no amenazante que le permite ponerlos a prueba, tomar conciencia de ellos y mejorarlos. Argyle habla de la creación de “mundos de ocio” al referirse a estos ambientes sociales propiciados por las prácticas de ocio:

“...No obstante, creo que hay otro importante componente, que se sugiere en el elemento “la actividad en sí misma, el patrón, la acción, el mundo que ofrece”-remarcado por el propio autor-” (Argyle, 1987, p. 126).

    Jackson, Dunne, Lanham, Heitkamp y Dailey (1991) proporcionan una guía para la elección de la actividad apropiada en la intervención con ancianos residentes. Estos autores, siguiendo las recomendaciones de la National Therapeutic Recreation Society (N.T.R.S.) (1980), de la National Association of Activity Professionals (N.A.A.P.) (1990), y del proyecto LIFE (1990), establecen los siguientes principios en la elección de la actividad a desarrollar:

  • Partir de una valoración comprensiva del mayor, que atienda tanto sus afinidades de ocio como una evaluación exhaustiva de su calidad de vida

  • Desarrollar programas de actividades diseñados de acuerdo a las necesidades e intereses individuales de los residentes, quienes han de tener la última palabra en la elección de la actividad a desarrollar

  • Considerar el factor edad-cohorte, adaptándose a las características peculiares de cada generación

  • Proporcionar oportunidades para la creatividad con actividades que sean interesantes y que supongan un reto para los usuarios (por ejemplo, jardinería, poesía, confeccionar objetos artesanales para regalar a familiares, etc.)

  • Comunicarse apropiadamente con los mayores, como personas adultas que son, evitando el uso de un tono maternal (baby talk)

  • Adaptar el equipamiento (herramientas de jardinería, manualidades, etc.) a los usuarios

  • Presentar la actividad de manera que resulte atractiva para los residentes

5.3.2. Diferencias de género

    La diferente distribución del uso de tiempo entre hombres y mujeres ha quedado manifiesta en numerosas investigaciones. Clark, Elliot y Harvey (1982) (citado por Page, 1994). En un interesante trabajo sobre el uso del tiempo libre, con comparaciones multiculturales de países tan diferentes como Bélgica, Bulgaria, Estados Unidos o Perú, entre otros, concluyen que existe una considerable similitud entre la forma de emplear el tiempo libre de sus habitantes. Las mayores diferencias se dan entre subpoblaciones del mismo país, concretamente, aquellas que quedan definidas por variables como el sexo, la situación laboral, el estado civil y la tenencia o no de hijos.


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