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La actividad y el ocio como fuente de bienestar durante el envejecimiento
Miguel Ángel García Martín

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 47 - Abril de 2002

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2.2. Tipologías de ocio

    De lo anterior se deduce que hay una gran diversidad de actividades que pueden incluirse dentro de la categoría general de "ocio". Es más, de acuerdo con su definición subjetiva, incluso la realización de una actividad que, objetivamente, se calificaría como "trabajo", puede ser percibida como ocio por el actor. Por este motivo, ha habido diversos intentos de clasificar estas actividades. Richie (1975), analizó una serie de actividades tradicionalmente consideradas como ocio, y extrajo cuatro grandes dimensiones: actividades activas versus pasivas, individuales versus grupales, simples vs. complejas, y aquellas que son para pasar el rato frente a aquellas que requieren una mayor implicación. Ragheb (1980) se decide por agruparlas en seis categorías: massmedia (ver televisión o leer un periódico); actividades culturales (teatro, conciertos, danza, etc.); actividades deportivas; actividades al aire libre (camping, jardinería, caza, etc.); actividades sociales (visitas a amigos, fiestas, etc.), y hobbies o pasatiempos (fotografía, pintura, coleccionismo, etc.). Argyle llega a decir en su Psicología Social del Ocio: "Hay una gran variedad entre las diferentes clases de ocio, lo que hace que deban considerarse por separado. Por ello necesitamos una tipología o, al menos, un listado de estas actividades, ya que, aún hoy, carecemos de una tipología comúnmente aceptada" (Argyle, 1996, p. 4).

    Y propone una clasificación basada en diez tipos de actividades de ocio tan sujeta a opinión y crítica como las anteriores. Bajo las diferentes formas de ocio subyacen también diferentes necesidades. Kabanoff (1982) ofrece una clasificación de estas necesidades en once grandes grupos:

  1. Autonomía: organizar proyectos y actividades que resulten significativas desde un punto de vista personal.

  2. Relajación: actividades que permitan dar al cuerpo y/o a la mente un descanso.

  3. Actividades familiares: que refuercen los vínculos entre sus integrantes.

  4. Huir de la rutina: para olvidarse de las responsabilidades de la vida diaria.

  5. Interacción: disfrutar de la compañía de los demás y hacer nuevos amigos.

  6. Estimulación: a través de actividades que aporten nuevas experiencias.

  7. Uso de habilidades.

  8. Salud: mantenimiento de una buena forma física y un estado saludable.

  9. Estima: con acciones que permitan ganarse el respeto o la admiración de los demás.

  10. Desafío/competencia: poniéndose a prueba en situaciones difíciles.

  11. Liderazgo/poder social: mediante el desarrollo de actividades en las que se pueda desempeñar un papel destacado de liderazgo.

    En lo referente a las actividades de ocio en personas mayores, uno de los primeros intentos de clasificación corresponde a Overs, Taylor, Cassell y Chernov (1977), quienes las agruparon cualitativamente en nueve categorías: juegos, educación y entretenimiento cultural, deportes, naturaleza, arte, coleccionismo, artesanía, voluntariado y participación en organizaciones. Kelly (1987) utilizó ocho categorías: culturales, viajes, actividades relacionadas con la casa, ejercicio físico, familia, actividades fuera de casa, comunitarias y sociales. Stones y Kozma (1986) optaron por clasificarlas en función del contexto en el que se realizaran, lo que les llevó a considerar cuatro grandes entornos de actividad en las personas mayores: implicación con la familia, actividades solitarias, implicación con la comunidad y actividad relativa al hogar. Bammel y Burrus-Bammel (1996) consideran la actividad física y la socialización como los ejes básicos en la clasificación de las actividades de ocio en las personas mayores. El cruce de ambas dimensiones da lugar a cuatro categorías (activo-social, activo-aislado, sedentario-social y sedentario-aislado) de actividades, con diferentes efectos sobre la salud física y psíquica del mayor.

    De todo esto se deduce que la mayor parte de las investigaciones que han abordado el fenómeno del ocio y las actividades que se vinculan a él, han adolecido de falta de unos criterios claros de identificación y clasificación del objeto de estudio. Lo que nos advierte de la dificultad que supone la obtención de conclusiones globales a partir de la revisión de los estudios que sobre las actividades de ocio se han ido sucediendo a lo largo de las últimas décadas. Estos estudios muestran la diversidad de actividades (formales, solitarias, altruistas, fuera de casa, etc.), sujetos (niños, jóvenes, adultos y mayores), culturas y condiciones socioeconómicas analizadas, así como su abordaje en distintos contextos (institucional, comunitario o familiar) que se han contemplado, lo que reduce considerablemente la posibilidad de generalización de los resultados obtenidos.


3. Patrones de actividad y ocio durante el proceso de envejecimiento

    Es preciso atender a las variaciones en la autonomía personal a lo largo de este proceso. En este sentido, se pueden delimitar, a grandes rasgos, dos etapas diferenciadas: una caracterizada por un "envejecimiento activo", que abarcaría aproximadamente hasta los setenta y cinco años aproximadamente; y la segunda, a partir de esta edad, con un grado de dependencia más marcado, que condiciona, restringe y, en ocasiones, imposibilita las oportunidades de ocio. Atendiendo al carácter gradual de este aumento de dependencia, algunos autores incluyen una tercera etapa de transición entre ambas (Kelly y Godbey, 1992).

    Durante el período caracterizado por la independencia funcional del mayor, las posibilidades de participación en actividades de ocio permanecen tan abiertas como puedan estarlo durante la etapa adulta. En este sentido, también se ha de tener en cuenta que la anticipación voluntaria de la edad de jubilación está provocando que muchas personas se enfrenten a este período de sus vidas en unas condiciones biopsicosociales de gran competencia y potencialidad de acción. Esto les permite participar en un gran número de actividades. No obstante, el patrón característico durante esta etapa va a ser la continuidad con las actividades de ocio desarrolladas con anterioridad (Atchely, 1989). Asimismo, y sin olvidar las diferencias culturales que afectan a los patrones de ocio, los resultados del estudio de Searle, Mactavish y Brayley (1993) muestran que la gran parte de los mayores tienden a mantener el mismo patrón de ocio que había desarrollado anteriormente (Ver figura 1).

    Parece ser que las personas mayores tienen tendencia a buscar formas de ocio más familiares, con una escasa afinidad por aquellas actividades que supongan una gran novedad. La mayor parte de las actividades van a estar vinculadas a la familia, que junto con la comunidad próxima (amigos y vecinos) se constituyen en los dos contextos de actividad principales. En este sentido, los hombres se suelen implicar en tareas que giran en torno al hogar (bricolaje, jardinería, cuidado de animales, etc.), así como a reunirse con sus amigos para charlar, jugar a juegos de mesa o, simplemente, pasar el tiempo en compañía (Subirats, 1992). Las mujeres, una vez liberadas de las obligaciones de cuidado dentro de casa, suelen reforzar los vínculos con sus familiares próximos a través de las visitas y de la ayuda informal (Kelly y Godbey, 1992). No hay que olvidar el importantísimo papel de sostén que están cumpliendo muchos abuelos y abuelas en aquellos hogares en que ambos cónyuges trabajan. Esta función de satisfacción de las demandas familiares ha quedado demostrada en diferentes investigaciones llevadas a cabo en nuestro país (Rodríguez y Sancho, 1995; Bazo, 1994, 1996). Dicha colaboración supone una importante ocupación del tiempo libre para un importante número de nuestros mayores.


Figura 1. Patrones de ocio a lo largo de la vida. Fuente: Adaptado de Searle, Mactavish y Brayley (1993).

    La implicación en actividades que supongan un bajo costo económico es la que predomina (ver la televisión, visitar a amigos y familiares, y la rutina de la vida diaria). Entre las actividades formales, la actividad religiosa supone una de las más frecuentes, estas prácticas religiosas son más frecuentes en las mujeres y suelen aumentar con la edad (Courtenay, Poon, Martin, y Clayton, 1992; McFadden, 1995; Zorn y Johnson, 1997). Excepto algún acontecimiento eventual como un viaje o la asistencia a algún espectáculo, la jubilación supone para la mayor parte de la población un patrón de vida bastante predecible. A pesar de esto, hay variables como el estatus socioeconómico y la educación que van a afectar a la participación en determinadas actividades específicas como viajar, ver la televisión o interesarse por el arte (Kando, 1980; Ouellette, 1996; Subirats, 1992; Zuzanek, 1978).

    El deporte, aunque aún es una actividad poco frecuente entre los mayores, parece ir en aumento en los últimos años. Este incremento lo han experimentado tanto aquellas prácticas consideradas como más suaves (por ejemplo, caminar o jugar a la petanca) como también, atendiendo a la mejor forma física de los pensionistas actuales, otras actividades con un mayor componente físico (por ejemplo, excursionismo, natación, marcha, aeróbic, etc.) (Subirats, 1992). No obstante, la participación en este tipo de actividades está condicionada por el nivel socioeconómico, produciéndose con mayor frecuencia entre las personas mayores con una educación y rentas más altas (Fernández-Mayoralas, Rojo y Rodríguez, 1994).

    Riquelme (1997) obtiene los siguientes resultados (Ver tabla) en cuanto a tiempo de dedicación a actividades de ocio y satisfacción obtenida de una muestra de personas mayores residentes en la comunidad. Los porcentajes que se indican en la tabla corresponden a la proporción de personas que marcan las opciones "bastante" o "mucho" con relación a la dedicación o satisfacción con cada tipo de actividad. Como se puede apreciar en la tabla, las dos actividades a las que nuestros mayores dedican más tiempo y, también, de las que obtienen mayor satisfacción son la actividad social y ver la televisón. La primera de ellas es calificada como bastante o muy satisfactoria por las tres terceras partes de las personas encuestadas.


Dedicación y satisfacción con las actividades de ocio de personas mayores residentes en la comunidad.
Fuente: Riquelme, 1997.


4. Teorías relativas a los cambios de actividad producidos
en el proceso de envejecimiento

4.1. Teoría de la Desvinculación

    Fue desarrollada al inicio de los años sesenta en el seno de un grupo de investigadores sociales pertenecientes al Comité de Desarrollo Humano de la Universidad de Chicago. Entre sus componentes destacan: Elaine Cumming, William E. Henry, Robert J. Havighurst y Bernice L. Neugarten. La formulación de la teoría como tal (Disengagement Theory) correspondió a los dos primeros (Cumming y Henry, 1961). Este grupo, al tener en cuenta que la mayor parte de los ancianos continuaban viviendo en la comunidad durante toda su vida, planteó la necesidad metodológica de estudiar a las personas mayores en su ambiente natural de forma continuada, dentro de su entorno cotidiano, y no en los hospitales, asilos o residencias.

    Observaron un progresivo abandono con el paso de los años de una gran proporción de las actividades que anteriormente formaban parte del patrón normal de actividad diaria desarrollado por las personas evaluadas. Lo que dio lugar a la formulación de esta teoría, cuyos postulados aparecen en la tabla (Ver tabla 2). Su argumento central es que la desvinculación o desconexión es un proceso inevitable que acompaña al envejecimiento, en el que gran parte de los lazos entre el individuo y la sociedad cambian cualitativamente, se alteran o llegan a romperse. En este sentido, éste sería el proceso normal que tiene lugar durante el envejecimiento. El proceso de retirada, desconexión o desvinculación tendrá un carácter bidireccional, es decir, tanto de la sociedad hacia el individuo como de éste hacia la primera. En esta línea, definirá posteriormente Cumming la "vinculación" (engagement) como: "la interpenetración entre una persona y la sociedad a la que pertenece" (Cumming, 1964).

    Esta teoría es a la vez social y psicológica, pues se ocupa tanto de las relaciones entre el individuo y la sociedad, como de los cambios que acontecen en el interior de la persona a lo largo de este proceso de retirada. Según Cumming y Henry este distanciamiento tiene carácter universal, es decir, los mayores de cualquier cultura son proclives a ciertas formas de distanciamiento social, adoptando modelos de interacción que conllevan la reducción de contactos sociales. Estos autores afirman que esta mutua desconexión es beneficiosa tanto para la sociedad, que de esta manera facilita la incorporación de otras generaciones a la compleja maquinaria social, como para la persona, que se ve liberada de una serie de compromisos y obligaciones sociales implícitas adscritas a su anterior rol más activo. Desde un contexto más socioeconómico, la teoría de la Modernización (Cowgill y Holmes, 1972), ha justificado esta desvinculación a partir del descenso del status del mayor, como consecuencia de su dependencia social y económica, favorecida por una cultura basada en el trabajo y en el culto a la juventud (San Roman, 1990).

    En el plano psicológico, el individuo "desvinculado", siempre y cuando asuma ese nuevo papel, tiene una sensación de bienestar psicológico. Es decir, conforme envejece, su acción en el plano social decrecerá voluntariamente en la misma medida, produciéndose un alejamiento mutuo de la sociedad y de la persona, que será percibido por el sujeto como "liberador" y que, por tanto, contribuirá a incrementar su satisfacción personal. Esta teoría afirma que las personas mayores desean precisamente esa reducción de los contactos y compromisos sociales, por lo que buscan la tranquilidad en un cierto aislamiento (Aragó, 1986). De acuerdo con lo anterior, la promoción de la actividad en este colectivo iría en contradicción con su tendencia natural.

    En su día, no le faltaron las críticas a esta novedosa teoría. Una gran parte se centraban en la supuesta universalidad del proceso de desvinculación. En este sentido, basta analizar los propios postulados de la teoría para darse cuenta de sus inconsistencias al sostener afirmaciones tan dispares como, por ejemplo: que es un proceso que no depende de la cultura pero que va a verse limitado por ella (postulado nº 9); o que, en el mismo seno de la sociedad americana en la que se circunscribe, se verá matizada por las diferencias socioculturales que afectan a hombres y mujeres (postulado nº 3).

    Las críticas también alcanzaron al carácter global y permanente del proceso. Havighurst (1967) destacó la necesidad de contemplar aspectos cualitativos. Este autor considera que lo que se produce no es tanto una disminución cuantitativa en las actividades sociales, sino más bien una reestructuración cualitativa que denomina proceso de "desvinculación-vinculación selectiva", y que lleva a continuar, e incluso potenciar, determinados tipos de actividades. Esta misma idea aparece recogida en el concepto de "Desvinculación transitoria" desarrollado posteriormente por Lehr (1969), o en el metamodelo de "Optimización Selectiva con Compensación" (Baltes y Baltes, 1990; Baltes y Carstensen, 1996; Freund y Baltes, 1998). Otra serie de críticas incidieron en la necesidad de considerar las diferencias de personalidad y su repercusión sobre los patrones de envejecimiento. Reichard, Livson y Peterson (1962), basados en la teoría de la desvinculación, desarrollaron una sistema con cinco tipos de personalidad: maduro, pasivo, blindado o defensivo, colérico y autoagresivo. Tipologías que tienen un alto grado de coincidencia con las descritas por Neugarten, Havighurst y Tobin, (1968) en función de la actividad desarrollada por el mayor: integrados, blindados, pasivo-dependientes y no integrados.

    Sea como fuere, si bien actualmente esta teoría se considera superada, hay que concederle la importancia que merece al ser el primer intento en ofrecer una formulación explícita en el contexto de la Gerontología Social. Junto con su coetánea teoría de la actividad, han sido las que más atención investigadora han recibido posteriormente. Así, incluso durante la década de los noventa, han sido varios los autores que han retomado su análisis (Achenbaum y Begtson, 1994; Hendricks, 1994; Johnson y Barer, 1992; Lumpkin, 1990)

4.2. Teoría de la actividad

    El iniciador de esta concepción explicativa acerca del proceso de envejecimiento y los cambios sociales que en él acontecen es Tartler (1961), aunque las primeras referencias a esta teoría como tal corresponden a Neugarten, Havighurst y Tobin (1961). Desde sus formulaciones iniciales han sido muchos los trabajos que se han dedicado a investigar el papel que juegan las actividades en el mantenimiento del bienestar subjetivo entre los mayores (Lemon, Bengtson y Peterson, 1972; Longino y Kart, 1982; Reitzes, Mutran y Verrill, 1995). Esta teoría, a diferencia de la anterior, predice que la satisfacción de los mayores, independientemente de su edad, estará positivamente relacionada con el número de actividades en que participen. En este sentido, su formulación se planteó con la intención de explicar el envejecimiento exitoso. Lemon, Bengtson y Peterson (1972) enuncian cuatro postulados básicos:

Cuanto mayor es la pérdida de rol que se produce durante el envejecimiento, mayor es la probabilidad de que la persona reduzca su actividad.

A mayor frecuencia y grado de intimidad de la actividad, mayor apoyo de rol recibe la persona.

El apoyo de rol que se recibe se relaciona directamente con el autoconcepto experimentado por la persona.

El autoconcepto positivo, se relaciona directamente con la satisfacción vital.


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