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Educación para la vida o para el conocimiento

   
Manizales
(Colombia)
 
Luis Guillermo Jaramillo Echeverry
luigui@cumanday.ucaldas.edu.co

 

 

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 7 - N° 39 - Agosto de 2001

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Mamá decía: estudie para
que sea alguien en la vida

    En estos tiempos de comienzo de siglo, es común escuchar que estamos en la sociedad del conocimiento, y parte de esto se debe a que el hombre de hoy es un sujeto más informado. La información se despliega a lo largo y ancho de la sociedad, es como una nube dinámica que penetra a través de la televisión, la Internet, la radio, y la prensa, entre otros; medios que permiten al individuo estar al tanto de todos los sucesos que ocurren en el planeta o en gran parte de este.

    Podemos comunicarnos con alguien a quien no conocemos, y hasta llegar a sentir cierta afectividad por él; caso de los correos electrónicos y los Chat; pareciera que fuera una comunicación con seres del mas allá; muertos que responden a nuestro llamado en busca de más información. Comunicación que carece en gran parte de la calidez, del tacto, del abrazo, de la mirada. Comunicación que no necesita tanto de los sentidos (considerados de suma importancia en la modernidad) y que por tanto, no juegan un papel preponderante en el conocimiento.

    La mayoría de los hombres y las mujeres de hoy, son sujetos que, sin tener en cuenta su situación económica, disponen de un radio, un televisor o del otro medio, para saber como se deben vestir, hablar, comportarse, comprar, pues lo común es usar lo que el resto de la población consume.

    Es un sujeto globalizado que: incluido o excluido, siempre se encuentra informado; tal vez no en la misma proporción de aquellos que pueden acceder a medios tecnológicos más avanzados, pero en la cotidianeidad de la vida, se encuentra informado. Información que circula como fantasma imperceptible en medio de la realidad compartida de los humanos.

    Esta información llega a todos por igual, tanto a seres instruidos en conocimiento científico, como a seres educados en conocimiento popular; seres del común, de la vida; seres que hacen parte del conocimiento que muchas veces no es razonado, ni verificado, sino que da la posibilidad de cometer disparates.

    Esa información que a la vez es conocimiento dado por la tradición y la experiencia; que no es sistemática, ni regulada, ni controlada sino cotidiana, es a la que me quiero referir, pues es la información producto de un conocimiento que hace parte de mi actuación frente a la vida y la vida de los otros. Conocimiento cotidiano que es intersubjetivo y que me permite vivir como ser social; conocimiento que en ocasiones no necesita del pensar, sino que aparece manifiesto en la palabra viva que expresa lo que se siente y lo que se vive.

    Es el conocimiento del mundo de la vida, que es comunicado por medio del lenguaje en todas sus manifestaciones (verbal, corporal, escrito, artístico); conocimiento no institucionalizado que me permite representarme y representar a los demás. Conocimiento que es parte de mi ciclo y espacio vital y a la vez nuestro; conocimiento comunicado en la escuela de la vida, del barrio, donde mis maestros por así decirlo, fueron mis padres, tíos, abuelos, conocidos, vecinos o cualquier persona que estuvo cerca en mi crianza-educación y que compartió la urbe donde nací.

    Este conocimiento de la vida cotidiana, es análisis del actual científico social que, inmerso en él, alcanza a comprender que allí se encuentra la esencia de la vida, el infiere que la vida misma del hombre y la mujer no se encuentran cuadriculadas, ni esquematizadas, ni rígidas; sino que es una vida compuesta por seres humanos complejos, que a su vez componen una sociedad compleja que se mueve unas veces en medio del orden, y otras veces en medio del desorden.

    Es la vida que difiere de los informes científicos casuísticos; es la vida donde está inmersa la tienda, la panadería, la escuela, el ancianato, la iglesia, la zapatería, el parque y otros tantos espacios que hacen que el sujeto esté compuesto de algo más que simple materialidad corpórea y que toca la esencia de su espíritu construido por el otro.

    En medio de este mundo vital, mamá decía: “hijo, estudie para que sea alguien en la vida”. Cuando me lo dijo la primera vez, supe equivocadamente que en ese momento no era nadie, y que tal vez, necesitaba de una preparación especial para poder serlo. No sé si se refería a que necesitaba conseguir dinero para ser importante, y por fin ser alguien en la vida. O tenía que saber en conocimiento formal más que otros para realmente ser alguien en la vida. En conclusión, no sé a que se refería; lo que sí me llamó la atención en esos momentos, es por que no me dijo: hijo, estudiemos para que seamos alguien en la vida. De pronto la oportunidad para ella ya había pasado, no sé quien se lo dijo o como se lo creyó.

    Respecto a lo que sucedió después, es la iniciación y transcurso de mi vida escolar, la cual quiero relatar en forma corta, con el fin de poderles compartir que en la vida no hay que luchar para ser alguien, pues la esencia de la misma se encuentra en todas partes, y la escuela, es sólo una más de nuestras experiencias como seres sociales, donde no se encuentra todo el conocimiento, sólo una parte de este.

    Pues bien, me entraron a la escuela, porque según mamá y personas cercanas del sector, esa era la posibilidad de ser alguien en la vida. Lógicamente adquirí conocimiento mas no dinero; me extrañó que en vez de recibir algo de capital, tenía más bien que dar para el aseo del plantel o las ventas de la semana.

    En la escuela, supe las simplezas de la matemática, lo raro de esta materia es que siempre sumaba cosas que no veía, solo las imaginaba; aprendí el orden de las letras que unidas entre sí forman las palabras; el orden correcto de estas, mas no la forma como ellas hacen poesía.

    Pero volviendo a las matemáticas abstractas de clase, les comento que realizaba grandes sumas y restas en las páginas de los cuadernos; esto fue en repetidas ocasiones, algo tedioso; lo que en realidad me gustaba, eran las cuentas de los mandados 1 que debía hacer en la tienda. Ahí no compraba $100 de tomate sino $80 y me quedaba con $20; con el resto, me compraba un paquete de figuras y dos chicles. Mi mamá por supuesto creía que había comprado los $100 de tomate, pero en realidad eran $80. En este sentido, sabía mas que mamá y por supuesto, conseguía dinero.

    Ahora que lo pienso, creo que aprendí a sumar antes de que me enviaran a la escuela, no sólo porque me quedaba con algo de dinero en los mandados, sino porque las otras personas hacían tantas cuentas a mí alrededor, que era cotidiano sumar, restar y hasta leer, pues las calles comerciales se encontraban llenas de avisos que me fascinaban leerlos mientras caminaba.

    Que vida tan distinta la de mi escuela a la que llevaba en el pequeño rincón de mi espacio vital, parecían dos mundos distintos; de chico nunca entendí porque tenía que bañarme antes de asistir a la escuela, sabiendo que los sábados y domingos con frecuencia a mamá se le olvidaba. Que distinta era la vida escolar y la de mi entorno Por ejemplo:

    En la escuela no debía dejar robar mis colores, tenía que responder por un examen, debía cumplir con la tareas, disfrutaba en demasía el descanso o recreo, sudaba constantemente, golpeaba, me reía desaforadamente, a veces lloraba en el baño, en otras ocasiones colaboraba en las ventas, me rompían el saco, hacía dibujos en la parte de atrás de los cuadernos; quería escribir mi nombre para siempre, así que lo hacía en el pupitre; me quitaba los zapatos, me dormía, soñaba, sabía mas que el profesor, lijaba el pupitre borrando mi nombre, hacía muecas, decía sobrenombres, me rascaba la cabeza, abrazaba, simulaba estar enfermo; observaba lo que me convenía y me interesaba, por eso en ocasiones no veía el tablero; cantaba duro, gritaba; en fin, hacía tantas cosas que eran parte de mi entorno, que de todas estas acciones intencionadas y no intencionadas, el profesor o profesora sólo se daban cuenta del cumplimento de la tarea y de lo juicioso que me encontraba en clase (aparentemente).

    A ellos (profesores), sólo les interesaba mi conocimiento de la materia y lo aseado y “educado” que era cuando respondía si señor, no señor. Creo que mis profesores supieron tan poco de mi y de lo que hacía en la escuela, que en realidad los pude engañar con mi comportamiento y con lo que sólo me pedían, la tarea. Tal vez por eso supe que sabía un poco más que los adultos. Raras veces ellos me sorprendían.

    Ahora que reflexiono sobre estas vivencias, creo que el profesor primero debió preguntarme quien era yo y después decirme que necesitaba; me imagino que le respondería: “mi mamá quiere que yo sea alguien en la vida y no sé como serlo”. En realidad este deseo de mi mamá nunca me preocupó; quería mas bien disfrutar del momento con los otros chicos; jugar constantemente, correr, coger escarabajos, escuchar o leer a Kalimán; mejor dicho imaginarme que era Kalimán 2, mejor aún, era Kalimán, el salvador del mundo; el que sabía lo que otros estaban pensando. También jugaba que era el papá que daba besos a la mamá y el ratón que se le escapó al gato, y otros tantos juegos que me sobrarían páginas para poder mencionarlos. En clase rara vez pasaba esto.

    Lo que si pasaba era que el profesor nos comparaba constantemente a ver quien sabía más; quien tenía el cuaderno más limpio, que este no tuviera ninguna pestaña arrugada; que mi cuerpo no oliera a feo, que me lavara los pies, que no tuviera mocos, que no me los comiera, que la cabeza estuviera limpia de piojos; en fin toda una cantidad de requisitos que de todos, cumplí mas bien pocos; además no se por qué, pero los mocos sabían a algo especial, y que ningún compañero de ese entonces lo niegue por que en variadas ocasiones los sorprendí.

    Las comparaciones y la lucha por ser el mejor, me enseñaron a competir, a recitar la frase “Sálvese quien pueda”. Tenía que ser mejor que el resto de compañeros de clase y en ocasiones lo logré, otras no; los juegos eran demasiado importantes para mí. El único requisito para ser bueno académicamente, era que había que hacer lo que decían o mandaban los profesores; es decir, sólo el conocimiento exigido, así que yo hacía esto y luego me iba a jugar. Esto último no les interesaban a ellas o ellos (profesores), pues permanecían muy elegantes y oliendo a raro, ellos lo llamaban loción.

    Parte de mi egoísmo lo aprendí en la escuela, ninguno debía ser mejor que yo, creo que todos mis compañeros pensaban lo mismo; aquellos con menos suerte iban quedando en el camino y eran presa fácil del profesor en comparaciones y discriminación. Estos que no asimilaban bien lo enseñado, eran criticados en Matemáticas porque no sabían sumar, pero si sabían quedarse con el dinero en los mandados; en Español porque las letras les quedaban torcidas, no sé cual era el problema, de todas formas se entendía la palabra; en Religión porque no iban a misa y no se sabían el evangelio de ese fin de semana; en Educación Física por que estaban gordos, les ponían apodos y cuando jugábamos fútbol, su ubicación era debajo del arco, para que hicieran de porteros, porque eran muy lentos en el correr. Las peores discriminaciones y estigmas las adquirimos al interior de la escuela y no en la familia y el barrio, sin querer decir que en estos últimos sitios no suceda.


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