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Salud y estilos de vida en adolescentes

Health and lifestyle in adolescents

 

Graduado en Educación Primaria con Mención en Educación Física

por la Universidad de Murcia. Mención en Audición y Lenguaje

por la Universidad Camilo José Cela. Máster en Investigación

en Educación Física y Salud por la Universidad Católica de Murcia

Juan Fernández Martínez

juanfzmz@hotmail.com

(España)

 

 

 

 

Resumen

          El presente artículo pretende realizar un análisis de la salud y los estilos de vida en los adolescentes españoles ante el alarmante crecimiento de prácticas perjudiciales para la salud. Para ello, se atenderán a variables como el nivel de actividad física, prevalencia de obesidad y sobrepeso, hábitos alimenticios y consumo de alcohol, tabaco y otras drogas.

          Palabras clave: Salud. Estilo de vida. Adolescentes. Actividad física.

 

Abstract

          This article aims to make an analysis of the health and lifestyles in Spanish adolescents at the alarming growth of harmful health practices. For it, variables as the level of physical activity, prevalence of obesity and overweight, eating habits and consumption of alcohol, tobacco and other drugs will be attended.

          Keywords: Health. Lifestyle. Adolescents. Physical activity.

 

Recepción: 24/11/2015 - Aceptación: 27/03/2016

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires - Año 21 - Nº 216 - Mayo de 2016. http://www.efdeportes.com/

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1.     Introducción

    Un estilo de vida saludable es un componente clave para el óptimo desarrollo del individuo, físico y psicosocial. Los elevados niveles de sedentarismo, obesidad, malnutrición y consumo de sustancias nocivas, han motivado que la promoción de un estilo de vida activo y saludable se constituya como uno de los retos de la sociedad actual.

    Asimismo, la adolescencia se traduce en numerosos cambios físicos, psicológicos y cognitivos, y durante ésta, el interés de los jóvenes por experimentar nuevas sensaciones puede provocar amenazas a la salud o riesgos al bienestar social, por lo que se va a convertir en una etapa primordial para la adquisición de hábitos de vida saludables. Por otro lado, no solamente recae la responsabilidad sobre los adolescentes, ya que, en muchos casos, son el resultado de las prácticas desarrolladas en su entorno más cercano.

2.     Salud y estilo de vida en la adolescencia

    El concepto de salud ha ido evolucionando y adquiriendo un carácter interdisciplinar, perdiendo la exclusividad por parte del sector médico. Una de las primeras definiciones encontradas es la realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1946 y reflejada en su Constitución, definiendo ésta como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS, 2014).

    Shepard (1995) define la salud como “una condición humana con una dimensión física, social y psicológica, caracterizada por poseer un polo positivo y negativo. La salud positiva se asocia con una capacidad de disfrutar de la vida y resistir desafíos; no está meramente asociada a la ausencia de enfermedad. La salud negativa se asocia con la morbilidad y, en extremo, con la mortalidad prematura”.

    Una definición posterior es la realizada por Rodríguez (2006), que entiende la salud como “el proceso por el que el hombre desarrolla al máximo sus capacidades, tendiendo a la plenitud de su autorrealización personal y social”.

    Estrechamente unido a la salud y con una relación causa-efecto directa aparece el concepto de estilo de vida. Rodríguez (2006) define los estilos de vida como “el conjunto de pautas y hábitos comportamentales cotidianos de una persona”. Los diferentes estilos de vida y todas las variables que los conforman generan un continuo que abarca desde estilos de vida muy saludables a estilos de vida nada saludables. La adopción de estos estilos de vida dará como resultado la consecución de una buena o mala calidad de vida.

    Generalmente, los adolescentes (jóvenes de 10 a 19 años) son considerados como un grupo poblacional con un adecuado estado de salud. Sin embargo, muchas enfermedades que aparecen en la edad adulta tienen sus inicios en la adolescencia, creando una serie de hábitos que van a tener consecuencias en los años posteriores. Algunos ejemplos pueden ser el consumo de tabaco, la inactividad física o los malos hábitos alimentarios (OMS, 2014).

    La Encuesta Nacional de Salud (2013) nos ofrece datos actuales acerca de la salud y calidad de vida de la población española y más concretamente de los adolescentes. En este sentido, el 75,3% de los españoles valora positivamente (bueno o muy bueno) su estado de salud, siendo este dato superior en los hombres (79,3%) que en las mujeres (71,3%). En cuanto a edades más tempranas, entre los sujetos de 5 y 14 años el 93,9% del género masculino y el 94% del femenino tienen esa visión positiva de su salud. Esta misma valoración se encuentra en la muestra de 15 y 24 años en un 94,1% de hombres y un 91,1% de mujeres.

3.     La actividad física en la adolescencia

    Una de las definiciones más conocidas es la realizada por Castillo-Garzón (2007), que define actividad física como todo movimiento corporal producido por la musculatura esquelética y que requiere de gasto energético.

    Se estima que la inactividad física es la causa principal de aproximadamente 21-25% de los cánceres de mama y de colon, 27% de la diabetes, y aproximadamente un 30% de las cardiopatías isquémicas (OMS, 2014). Asimismo, las enfermedades no transmisibles representan actualmente casi la mitad de la totalidad de morbilidad, estimándose que de cada 10 defunciones, seis son debido a este tipo de enfermedades (OMS, 2014).

    Por el contrario, la actividad física regular disminuye la presión arterial sistólica y diastólica, menor riesgo de sobrepeso y obesidad, menor incidencia de diabetes mellitus, mayor tolerancia a los hidratos de carbono, reducción de casos de osteoporosis, fracturas y trastornos depresivos y de ansiedad (Varo, Martínez y Martínez-González, 2003). Por tanto, adquiere una gran importancia la creación de hábitos activos desde edades tempranas, ya que van a generar múltiples beneficios a lo largo de sus vidas.

    A pesar de todos estos beneficios, al menos un 60% de la población mundial no realiza la actividad física necesaria para obtener beneficios en relación a la salud. Estos niveles de inactividad física son elevados en prácticamente todos los países desarrollados y en desarrollo. La urbanización ha creado varios factores ambientales que no ayudan a promocionar la actividad física: superpoblación, aumento de la pobreza, gran densidad de tráfico, mala calidad del aire, aumento de la criminalidad o la inexistencia de parques e instalaciones deportivas y recreativas (OMS, 2014).

    Los resultados obtenidos en una investigación desarrollada en España (Tercedor et al., 2007) muestran a un 59,2 % de los adolescentes de entre 13 y 18 años como físicamente activos, observándose diferencias significativas atendiendo al sexo (71,1 % chicos y 46,7% chicas). También apunta diferencias en relación a la edad, mostrando que a mayor edad menores niveles de actividad física.

    En la Encuesta Nacional de Salud (2013), se observa como un 12,1% de entre 5 y 14 años y un 35,2 de entre 15 y 24 años no realizan ninguna actividad física. En relación al género, en los hombres aparece un 8,2% que no realiza entre 5 y 14 años y un 21,4% entre 15 y 24 años. En cuanto a las mujeres, se trata de un 16,3% de entre 5 y 14 años y de un 49,5% entre los sujetos de 15 a 24 años.

4.     La obesidad y el sobrepeso en la adolescencia

    Aunque los términos de sobrepeso y obesidad se usan recíprocamente, Pollock y Wilmore (1993) apuntan que “el sobrepeso es la condición en la que el peso del individuo excede del promedio de la población en relación al sexo, la talla y el somatotipo”. Por otro lado, Coutinho (1999) señala que la obesidad “es el resultado de un desequilibrio permanente y prolongado entre la ingestión de alimentos y el gasto energético, donde el exceso de calorías se almacena en forma de tejido adiposo”.

    En poblaciones con un alto grado de adiposidad, el exceso de grasa corporal (o adiposidad) está altamente correlacionado con el peso corporal. Por esta razón el Índice de Masa Corporal (IMC) es una medición válida y conveniente de adiposidad utilizada tradicionalmente para la población en general, y con la que se debe tener en cuenta la edad de los sujetos. El IMC se calcula al dividir el peso en kilogramos sobre el cuadrado de la talla en metros (kg/m²). Según la OMS (2014), un IMC mayor a 25 kg/m² se define como sobrepeso, y un índice de masa corporal mayor a 30 kg/m² como obesidad. El normo-peso se sitúa entre los valores de 18,5 y 24,9 kg/m², mientras que el infra-peso o bajo peso por debajo de 18,5 kg/m².

    En España, según el estudio “enKid” (Serra et al., 2003), existe un sobrepeso del 14,6% en la población de entre 10 y 13 años, y del 9,3% entre los de 14 a 17 años. En este sentido, se observa como los valores son más altos en los varones, tanto en las edades comprendidas entre 10 y 13 años (20% y 9,1%) como entre 14 y 17 años (10,4% y 8%). En cuanto a datos de obesidad, existe un 16,6% de ésta entre la población de entre 10 y 13 años, y de un 12,5% entre los de 14 a 17 años. Se vuelven a observar valores más altos en el género masculino: 21,9% en chicos frente al 10,9 de las chicas para los de edades entre 10 y 13, y un 12,6% en chicos frente al 0,1% en chicas con edades entre 14 y 17 años. Por tanto, se puede ver como la obesidad y el sobrepeso disminuyen conforme se avanza en edad en cuanto a adolescentes.

    Posteriormente, la Encuesta Nacional de Salud (2013) apunta que entre sujetos de 12 a 14 años existe un 9,4% de peso insuficiente, un 67,8 con normo-peso, un 19,2% con sobrepeso y un 3,7% con obesidad. En cuanto a los sujetos entre 15 y 17 años, se encuentra un 9,2% de peso insuficiente, un 72,6% con normo-peso, un 16,4% con sobrepeso y un 1,9% con obesidad.

4.     La alimentación en la adolescencia

    Dentro de las variables que van a determinar un estilo de vida u otro, la nutrición se entiende como la ingesta de alimentos en relación con las necesidades dietéticas del organismo (OMS, 2014). Una buena nutrición (una dieta suficiente y equilibrada combinada con el ejercicio físico regular) es un elemento fundamental de la buena salud. Por otro lado, una mala nutrición puede reducir la inmunidad, aumentar la vulnerabilidad a las enfermedades, alterar el desarrollo físico y mental, y reducir la productividad (OMS, 2014).

    Galiano y Moreno (2010) señalan que una dieta equilibrada ha de distribuirse en 4 o 5 comidas a lo largo del día: el desayuno proporcionará en 25% de las calorías, la comida del mediodía el 30%, la merienda el 15-20% y la cena el 25-30%. Continuando esta línea, aportan una serie de indicaciones para llevar a cabo un desayuno adecuado, como por ejemplo que toda la familia debería desayunar junta, los padres deben servir de ejemplo para los hijos, consumo de alimentos saludables y equilibrados en micro/macronutrientes o incluir alimentos de cada uno de estos tres grupos: leche o derivados lácteos, cereales y fruta fresca o zumo natural.

    El estudio de Alimentación y Valoración del Estado Nutricional en Adolescentes (AVENA) (Wärnberg et al., 2006) realizado en adolescentes españoles con edades comprendidas entre 13-18 años muestra que la distribución calórica se ha caracterizado por un consumo alto en grasa y bajo en carbohidratos. Debido al consumo de aceite de oliva, se ha observado una ingesta adecuada de ácidos grasos monoinsaturados, aunque también un consumo excesivo de ácidos grasos saturados. Este consumo excesivo de grasas y en especial, de las saturadas, puede resultar un riesgo a largo plazo para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares.

    El desayuno es la comida del día que menos interés despierta entre los niños y adolescentes, ya que desconocen la importancia que posee. Según los datos de la última Encuesta Nacional de Salud (2013), el 1,1% de los niños de entre 5 y 14 años y el 8% de entre 15 y 24 años no toma ningún tipo de desayuno, siendo este último dato el más alto de los registrados en todas las edades. Además, el 7,9% de entre 5 y 14 años y el 12,2% de entre 15 y 24 solamente toman algo líquido como café, leche, té, chocolate o cacao, considerándose un desayuno escaso ante las recomendaciones de los expertos. En la mayoría de casos no existe ninguna diferencia significativa en cuanto al género.

    Cada vez se encuentran más datos que contrastan la relación entre el desayuno y el peso corporal, ya que cuanto menor sea el consumo de desayunos, mayor será en IMC en jóvenes (Niemeier, Raynor, Lloyd-Richardson, Rogers y Wing, 2006). Además, desayunar se asocia a un mejor aprendizaje, rendimiento físico y académico, mientras que su omisión afecta de forma negativa a la memoria a corto plazo, a la atención y a la capacidad de resolver problemas (Wesnes, Pincock, Richardson, Helm y Hails, 2003).

    Según la Encuesta Nacional de Salud (2013), en España el 60,3% de la población comprendida entre los 5 y 14 años (grupo 1) consume fruta a diario, mientras que el 4,2% la consume casi nunca o nunca. Entre los sujetos de entre 15 a 24 años (grupo 2) un 41,7% consumen frutas a diario y un 8,9% nunca o casi nunca. En cuanto a los géneros, entre los sujetos del grupo 1 que consumen fruta diariamente es similar entre ambos sexos (60,3%), existiendo una ligera diferencia entre los del grupo 2 (39,6% en varones y 43,9% en féminas). Por otro lado, el 4,4% de chicos y el 3,9% de chicas del grupo 1 nunca o casi nunca consumen fruta, por un 11,3% en chicos y un 6,3% en chicas del grupo 2.

    En cuanto al consumo de verduras y hortalizas, el 36,8% del grupo 1 y el 32,7% del grupo 2 consumen a diario éstas. Sin embargo, el 3,9 del primer grupo y el 4,9 del segundo, las consumen nunca o casi nunca. En los chicos del grupo 1, el 35,9% las consumen a diario y el 4,8 nunca o casi nunca, mientras que las chicas el 37,7% las toman diariamente y un 3% nunca o casi nunca. En el grupo 2, el 28,7% de los chicos las consumen diariamente y un 5,9% nunca o casi nunca. En relación a las chicas del grupo 2, un 36,8 las toman diariamente y un 3,9 nunca o casi nunca.

    En relación ahora a las gaseosas o refrescos con azúcar, el 11, 1% del grupo 1 y el 23,7% del grupo 2 las consumen diariamente. Por otro lado, el 39,9% del primero y el 20,3% del segundo nunca o casi nunca. En función del sexo, el 11,4% de chicos y el 10,7% de chicas del grupo 1 las toman diariamente, y un 38,5% en chicos y un 41,3% en chicas nunca o casi nunca. En el grupo 2, el 28,2% de varones y el 18,9 de féminas las toman todos los días, mientras que el 15,2% de chicas y el 25,6% de chicos nunca o casi nunca.

    Atendiendo ahora a la consumición de comida rápida de los jóvenes españoles, el 4,7% del grupo 1 y el 3,2% del grupo 2, consumen este tipo de comida a diario. Sin embargo, el 26,8% del primer grupo y el 17,5% del segundo lo hacen nunca o casi nunca. Entre los chicos del primer grupo, el 4,5% lo hace diariamente, mientras que en las chicas lo hacen un 4,9%. Además, un 26,1% del género masculino y un 27,6% del femenino consumen esta comida nunca o casi nunca. En el grupo 2, un 3,9% de varones y un 2,6 de mujeres lo toman diariamente. Por el contrario, un 16,1% de chicos y un 19,1% de chicas la toman nunca o casi nunca.

5.     El consumo de drogas en la adolescencia

5.1.     El alcohol

    El alcohol es una droga depresora del Sistema Nervioso Central que inhibe progresivamente las funciones cerebrales. La ingesta nociva de alcohol es un importante factor de algunos trastornos neuropsiquiátricos como la epilepsia u otras enfermedades no transmisibles como las cardiovasculares, la cirrosis hepática y diversos cánceres. El consumo nocivo también está relacionado con varias enfermedades infecciosas como el VIH/sida, la tuberculosis y las infecciones de transmisión sexual.

    Son numerosos los motivos que pueden iniciar a los adolescentes en el consumo de bebidas alcohólicas. Espada, Méndez e Hidalgo (2000) señalan que el primer motivo para el consumo de alcohol es la curiosidad por descubrir algo que es consumido por tanta gente. Posteriormente, aparece la presión social que sufren los adolescentes por su entorno más cercano para iniciarse en dicho consumo. Finalmente, aparecen otras razones como la búsqueda de cambios fisiológicos, “por probarlo” o “para celebrar algo”. Por tanto, el alcohol, desde un punto de vista adolescente, parece tener una función socializadora que ayuda a la interacción con los demás y supone una fuente o vía de diversión.

    Espada, Pereira y García-Fernández (2008), apuntan que el principal indicador del consumo de alcohol es el consumo del mejor amigo, seguido del consumo de los hermanos. Además, añaden que la intención de consumo aumenta cuando el padre es bebedor, el hermano y especialmente el mejor amigo. Pons (1998) ya apuntaba la gran influencia que poseía la variable del consumo familiar. Sin embargo, añade que es más alto el consumo en adolescentes en donde se manifiesta una conducta socialmente desajustada, o existe un clima de insatisfacción respecto al sistema familiar y a la relación con los progenitores. Estas situaciones se caracterizan por una presión hacia el logro, castigos excesivos, rechazo, reprobación y poca comprensión y apoyo.

    La adolescencia es una etapa clave en el consumo de alcohol, ya que durante su desarrollo aumenta la tendencia al consumo, pero si no se adoptan hábitos nocivos durante esta etapa, es menos probable que se los adquiera una vez alcanzada la etapa adulta (Urquieta, Hernández-Ávila y Hernández, 2006).

    En una investigación llevada a cabo en Elche (Alicante) con 352 sujetos con edades entre 12 y 18 años (Delgado et al., 2005), se señala que el 83,2% del género masculino y el 81,5% del femenino han probado en alguna ocasión el alcohol (en este caso los hombres consumen más). Además, el 8,9% de los varones y el 9,8% de las adolescentes afirman haberse emborrachado alguna vez en el último mes.

    En este sentido, el Estudio ESTUDES (2013) muestra que el 23,1% de chicos y el 29,2% de chicas de 14 años se ha emborrachado al menos una vez en el último año, porcentaje que va aumentando con la edad. Así, el 35,5% de varones y el 44,6% de mujeres de 15 años, el 52,6% de chicos y el 54,1% de chicas de 16 años, y el 65,1% del género masculino y 60,1% del femenino de 17 años, se ha emborrachado en el último año. Se puede observar como el porcentaje va aumentando con la edad, aunque es en los 17 años cuando es superior en varones, cosa que no sucedía en los años anteriores.

5.2.     El tabaco

    Junto con el alcohol, el tabaquismo se considera una enfermedad pediátrica, ya que su consumo suele comenzar en edades inferiores a 18 años (American Academy of Pediatrics, 2009). El tabaco es una droga estimulante del sistema nervioso central. Uno de sus componentes, la nicotina, posee una enorme capacidad adictiva, y es la causa por la que su consumo produce dependencia (Guía sobre drogas, 2007). Por tanto, la adolescencia se convierte en un periodo crítico, debido a que los la mayoría de los fumadores adultos se iniciaron en esta etapa, convirtiéndose en un hábito regular. Además, el consumo del tabaco es uno de los principales factores de riesgo de varias enfermedades crónicas, como el cáncer y las enfermedades pulmonares y cardiovasculares (OMS, 2014).

    El consumo habitual de tabaco es en España uno de los factores de riesgo del estilo de vida más preocupantes. En el año 2006 se produjeron 53.155 muertes atribuibles al tabaquismo en individuos mayores de 35 años, lo que supone el 14,7% de todas las muertes ocurridas en los mismos. Además del impacto en la mortalidad y en la morbilidad, el tabaquismo tiene graves consecuencias sociales, económicas, educativas y ambientales que, por lo general, han sido menos estudiadas que las consecuencias estrictamente sanitarias (Vaquero-Cristóbal et al., 2013).

    A pesar de que en España se ha producido un descenso progresivo en su consumo, coincidiendo con un aumento de la percepción de la sociedad hacia los riesgos que tiene este consumo, los datos siguen siendo preocupantes. Según la Encuesta Nacional de Salud (2013), el 24% de la población de más de 15 años afirma que fuma a diario (27,87% en hombres y 20,22% en mujeres). Por otro lado, la Encuesta Estatal sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias realizada en estudiantes de 14-18 años que cursan Enseñanzas Secundarias (ESTUDES) que se llevó a cabo en los años 2012/2013, muestra que un 35,3 % de los jóvenes consume tabaco, habiendo más presencia del género femenino (37,5%, frente al 33,1% de los varones), con una edad de inicio de 13,6 años. Asimismo, Caballero-Hidalgo, González, Pinilla y Barber (2005) apuntan que con el paso del tiempo los jóvenes tienden a aumentar su consumo de forma alarmante.

    Volviendo nuevamente al estudio desarrollado en Elche (Alicante) con edades entre 12 y 18 años, se señala que el 37,4% de chicos y el 43,3% de chicas han consumido alguna vez tabaco. En cuanto a su consumo diario, un 6,9% de chicas y un 3,3% de chicos los hace diariamente. En este estudio no se encontraron diferencias significativas en función del genero para el consumo de tabaco (Delgado et al., 2005).

    Desde una perspectiva preventiva tiene particular sentido estudiar el tabaquismo adolescente por tres motivos principales. En primer lugar, en nuestro contexto social el tabaquismo tiende a instaurarse y consolidarse mayoritariamente en la adolescencia. En segundo lugar, analizar la evolución de la epidemia tabáquica entre los adolescentes nos ayuda a una mejor comprensión de su etiología y a la priorización de las medidas preventivas. La tercera razón es que la epidemia tabáquica está actualmente muy extendida entre los adolescentes y no hay fundamento para prestar atención únicamente al tabaquismo adulto, cuando ya la adicción está mucho más instaurada y comienzan a manifestarse sus consecuencias a largo plazo. Aunque la experiencia de muchos países muestra que es posible reducir significativamente la prevalencia del tabaquismo entre los adultos, tiene aún más sentido desarrollar de manera sistemática programas dirigidos específicamente a los adolescentes (Mendoza y López, 2007).

5.3.     Otras drogas

    Otras drogas que se pueden encontrar en la sociedad adolescente actual son el cánnabis, los hipnosedantes, la cocaína y drogas de síntesis. En la Guía sobre drogas (2007) se aportan multitud de datos acerca de este tipo de drogas, siendo cada vez más frecuente su uso entre la población adolescente:

    El cannabis es una droga que se extrae de la planta Cannabis sativa, con cuya resina, hojas, tallos y flores se elaboran las drogas ilegales más consumidas en España: el hachís y la marihuana. Algunos de los efectos que provocan estas drogas pueden ser: problemas de memoria y aprendizaje, peores resultados académicos, trastornos del ritmo cardíaco o trastornos emocionales.

    Los hipnosedantes son un grupo de psicofármacos depresores del sistema nervioso central. Sus efectos principales son la sedación o el sueño e incluso el coma y la muerte sin las dosis son extremas. Dentro de este tipo de drogas se pueden encontrar los barbitúricos y las benzodiacepinas.

    La cocaína es un potente estimulante del sistema nerviosa centras y una de las drogas más adictivas y peligrosas. Se obtiene a partir del procesamiento químico de las hojas de arbusto de coca Erythroxylum coca. Al igual que otras drogas tiene muchos riesgos y consecuencias su consumo: hemorragias cerebrales y trombosis, paranoia, insomnio, alteraciones cardiovasculares y neurológicas o adicción.

    Las drogas de síntesis son un amplio grupo de sustancias producidas por síntesis química entre las que cabe destacar el éxtasis, el GHB, la ketamina, el PCP o el “polvo de ángel”. Entre sus consecuencias se destacan las siguientes: trastornos de ansiedad, depresión, ataques de pánico, trastornos del sueño, agresividad o alucinaciones visuales y auditivas.

    El fenómeno de este tipo de drogas como el cannabis o la cocaína, ha experimentado en los últimos años un profundo proceso de transformación, en paralelo a la evolución de las sociedades desarrolladas. En España, en la actualidad, estas drogas están vinculadas a la cultura del ocio, a diferencia de lo que sucedía en los años 80, donde su consumo, especialmente de heroína, era sinónimo de marginalidad y delincuencia.

    El consumo de drogas como el cánnabis, los hipnosedantes o la cocaína está muy extendido en nuestra sociedad y entre nuestros jóvenes. Entre la población de entre 14 y 18 años, el cánnabis, se sitúa en tercer lugar como droga más consumida, solo superada por alcohol y tabaco, con un consumo de 26,3%, seguida por los hipnosedantes (11,6%), cocaína (2,5%) y éxtasis (2,2%). En todas estas drogas hay un mayor consumo del género masculino, a excepción de los hipnosedantes. Por tanto, se puede observar como el consumo de drogas legales como el alcohol, tabaco o hipnosedantes está más extendido entre las féminas, en contraposición a drogas ilegales como el cánnabis, la cocaína o el éxtasis, que tienen un mayor consumo entre los varones (ESTUDES, 2013).

6.     Conclusiones

    Debemos analizar y atender a las variables que pueden incidir en la salud de los sujetos, intentando modificar aquellos comportamientos que pudieran incidir negativamente sobre la misma. Asimismo, va a ser de gran importancia el tratamiento preventivo o temprano de cualquier síntoma, ya que los hábitos adquiridos en las primeras etapas de la vida van a influir en la calidad de vida de los sujetos durante toda su vida.

    Para ello, es importante que los adolescentes tengan un entorno afectivo, seguro, y facilitador durante su proceso de autorrealización y crecimiento; para lo cual es indispensable que las familias, las comunidades y las autoridades trabajen en acciones coordinadas. 

Bibliografía

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