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Fanatismo en los estadios de fútbol: ¿folklore vivo?

Fandom in soccer stadiums, a form of living folklore?

 

Profesor de etnología en la Universidad de Provence donde dirige

el Laboratorio de Etnología Mediterránea y Comparativa

(Francia)

Christian Bromberger

brombergerchristian8@gmail.com

 

 

 

 

Resumen

          El presente artículo analiza las prácticas de los hinchas de fútbol en términos de folklore. No se lo considera una herencia producto de una civilización muerta sino como algo vivo y contemporáneo. Si comparamos el folklore de ayer con el fanatismo de hoy, no es en términos de descendencia, sino de analogía estructural y funcional.
          Palabras clave: Fanatismo. Hinchas. Fútbol. Folklore.

 

Abstract

          This paper analyzes the practices of football fans in terms of folklore. It does not consider a product legacy of a dead civilization but a living and contemporary. If we compare the folklore yesterday with fanaticism today, not in terms of offspring, but structural and functional analogy.

          Keywords: Fans. Soccer. Folklore.

 

Recepción: 09/12/2015 - Aceptación: 08/03/2015

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 20, Nº 214, Marzo de 2016. http://www.efdeportes.com/

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    Existen varias formas de abordar el folklore. Para muchos académicos, puede definirse por sus propiedades: costumbres y creencias transmitidas a través de la tradición oral, la que ha resistido las transformaciones contemporáneas. Ese era el punto de vista de Andrew Lang. Para él, el folklore “son ideas que viven en nuestro tiempo, pero no desde nuestro tiempo”, “los vestigios de civilizaciones muertas en una civilización viva.” Para otros, el carácter popular del folklore tiene que ser enfatizado; Pierre Saintyves, por ejemplo, acentuaba lo siguiente: “El folklore estudia la vida popular pero en la vida civilizada”. Este contraste entre cultura popular y alta cultura es la piedra angular de “Osservazioni sul flolclore” de Antonio Gramsci. Para Gramsci, el folklore es la forma popular de “ver el mundo y la vida”, lo cual difiere de la forma “oficial”, esa de las personas educadas. En otras palabras, el folklore es la cultura de los dominados1. Para otros en cambio, el principal enfoque es el uso del folklore y no solo sus propiedades o sus raíces sociales, o sea, lo que se hace con él más allá de lo que es en sí. Es usado para expresar lo que está prohibido o lo que es difícil de decir de otras maneras. Ese el caso de “il folklore di protesta” en las palabras de Ernesto de Martino, los carnavales de protesta: el mayo adornado durante las huelgas sindicales del pasado…


Estadio de fútbol: territorio de folklore vivo
Estadio de fútbol: territorio de folklore vivo


    Es bajo estos tres aspectos (un grupo de rituales y creencias actualizadas, una cultura dominada y usos protestantes del folklore) que quisiera analizar la “cultura” de los fans en las gradas, destacando similitudes y diferencias con las formas canónicas del folklore.

Rituales, creencias

    Numerosas son las similitudes entre el comportamiento de los fans y las ceremonias populares.

    Los seguidores más fervientes, miembros de asociaciones que se asemejan a “hermandades”, expresan su agitación emocional con cantos y participación física -el canto a coro es una dimensión inseparable del ritual- a través de acciones y actitudes codificadas; al igual que en ritos folklóricos colectivos, todas las formas de expresión son implementadas para apoyar al equipo y abuchear al contrario: la voz para animar e insultar con slogans y canciones al unísono; los instrumentos (tambores, cuernos, silbatos, trompetas) para conducir las exhortaciones y enfatizar las hazañas de los nuestros y las derrotas de los otros; las posturas y los gestos -a veces figurativos- para expresar alegría, emoción, confusión, lealtad o mala suerte que uno le desea a los otros; los escritos, en carteles o hechos con letras removibles, permiten enviar mensajes de ánimo a los nuestros, insultar al contrario o fijar el nombre del club de fans al que pertenecemos; dibujar caricaturas embellece y santifica a nuestros héroes; la ropa, atuendos y prendas beligerantes maquillan las filas con los colores del club, mientras varios emblemas (cráneos, máscaras diabólicas, ataúdes reservados para el equipo rival) simbolizan el mal que le deseamos a nuestros oponentes.

    Esta metamorfosis de apariencias y comportamientos que caracterizan este singular momento, estas prácticas compartidas, simbolizan, como en ceremonias folklóricas, el sentido de comunidad que se siente en esas circunstancias, un sentido de comunidad marcado por abrazos a desconocidos, una cálida conversación con el primero en llegar, toda un atmósfera que enfatiza en la transformación efímera de las relaciones ordinarias. En estas situaciones liminales, liberadas de las pesadas jerarquías diarias, emerge un sentido de comunitas, “un eslabón humano esencial y genérico sin el cual no podría existir una sociedad”, según Víctor Turner.


Graffiti como arte urbano una forma de folklore en el fútbol
Graffiti como arte urbano una forma de folklore en el fútbol

    Un rasgo común entre las prácticas folklóricas y el fanatismo es el deseo de controlar el destino, dominar el peligro, poner todas las probabilidades de un solo lado a través de gestos rituales. Los seguidores más apasionados cuidan mucho de su equipamiento; algunos nunca se desplazan sin un objeto icónico del club (bufanda, bolígrafo, diario, medalla), llevan ropa interior con los colores del equipo en vísperas de un juego importante o durante el partido, o incluso usan pulseras fetiches para influenciar al destino. En Italia, algunos recurren a la scaramanzia (para alejar la mala fortuna) haciendo gestos o moviendo objetos que representan cuernos para alejar el mal de ojo. Como en el folklore, los elementos propiciadores pueden tomarse prestados de los registros oficiales o periféricos de la religión.

    Ostentosamente o de manera furtiva, los fans en Marsella realizan una peregrinación expiatoria a Notre Dame (Nuestra Señora) de la Garde, antes de un partido importante. En Nápoles, los tifosi acuden a la protección e intervención de San Gennaro. En corto tiempo, el gran estadio con sus más fervientes seguidores se convierte en una especie de colección de ritos, toda una suma de elementos, a la manera de un “hazlo tú mismo” sincrético usando todas las tradiciones disponibles para alejar la mala fortuna. Esta religiosidad que se va haciendo pedazos demuestra que, para aquellos que se deleitan con ella, la cadena de causas y efectos está al menos parcialmente fuera del control humano.

    ¿Debemos, sin embargo, hacer énfasis en la fragilidad de estas creencias? Primero, no todos los fanáticos las comparten y aquellos que lo hacen muchas veces se mantienen escépticos sobre su eficacia. “No entiendo la vida, pero no es imposible que Dios entienda algo”, parecen decir, citando a Jules Renard. Estas creencias son, en palabras de Dan Sperber “semi-preposicionales” yendo de la seriedad a la parodia, y podrían tener un efecto de “ilusión litúrgica” si se consideran literalmente. ¿Pero no es esta resistencia a creer, un rasgo común del comportamiento de los hinchas y de las prácticas folklóricas? Ninguno se adhiere a estas creencias “como el carbonero a su fe”, como dice la expresión francesa. Recordemos: Madame du Deffand no creía en fantasmas pero les temía; al contrario Benedetto Croce estaba convencido de que no existe el mal de ojo, pero igual creía en él.

    Un napolitano vendedor de amuletos puso en su stand a la entrada del estadio San Paolo “Non è vero ma ci crediamo” (No es cierto, pero creemos en ello). De la misma manera muchas personas, al hacer un examen siempre usan el mismo bolígrafo o llevan una medallita y susurran en su interior: “Lo sé pero y si...”, “Uno nunca sabe”, “Después de todo esto es normal”.

    Aun de esta forma medio paródica, medio seria, y desde un folklore heredado proceden interpretaciones de mala suerte. A veces se le atribuye a la presencia de gatos negros, si un árbitro, siempre injusto con los nuestros, un espectador o un jugador buscan un chivo expiatorio, entonces se sospecha que trae mala suerte. Sabemos que en la tradición del Cristianismo occidental, los gatos negros son la personificación del mal, del Diablo y sus brujas. En el camino del bien y del merecido éxito de nuestro equipo acechan estas figuras satánicas que pueden injustamente desviar la fortuna.

    Cuando examinamos este grupo de creencias y prácticas propicias, heredadas del “folklore”, de la religión oficial o secundaria, uno es tentado a aplicar al hincha la definición de Gramsci sobre folklore cuando escribe que es “un aglomerado indigerible de formas de ver la vida que se siguieron una a la otra a través del tiempo”. Un rápido repaso al repertorio coral y vocal de los hinchas demuestra esta estratificación. Los ritmos y melodías que toman prestados los fans provienen de una amplia variedad de géneros: himnos religiosos (Ave María de Lourdes), arias (marcha triunfal de Aída de Verdi) himnos nacionales, canciones populares regionales (O ‘surdato’ nnammurato en Nápoles), canciones nacionalistas (en la década de 1990, los fans del Marsella cantaban el himno regional Coupo santo, compuesto por Frédéric Mistral), música militar, éxitos internacionales de ayer y de hoy (the Saints Go Marching in, Che Sarà Sarà, My Darling Clementine, Guantanamera, Yellow Submarine, Pomrompompero, la Lambada, etc.). Los slogans de los hinchas se toman prestados de estas canciones en las demostraciones callejeras (también puede ser lo opuesto). Así el lema político “¡Maldito Mr. X, el pueblo te despellejará vivo!” se transformó en “¡maldito árbitro el pueblo te despellejará vivo!”.

    Pero aun cuando la “cultura” del tablón es voraz, insaciable, incorporando cualquier cosa que pueda afectar el flujo del partido, se destaca del folklore tradicional por dos rasgos esenciales. Estas creaciones vocales no son creaciones populares, sino préstamos de la cultura masiva; son popularizadas, adaptadas, apropiadas. Además, la brecha entre cultura popular y oficial es significativamente estrecha y en la cultura más reciente de Internet, que es la que prevalece en las gradas de los estadios, se ha convertido en una suerte común por la cual las elites sienten menos desprecio que antes.

¿Popular? ¿Subalterna?

    Por 30 años a los asientos detrás del arco en Francia se les llamó “Populares”. En realidad, trabajadores y personas de modestos recursos se reunían allí; las entradas eran las más baratas y la gente veía el partido de pie. El patriotismo local, el apoyo a un equipo en contra del oponente era más agresivo aquí que en las tribunas. Así nació una filosofía de vida, una visión específica. Cuando el equipo de casa era derrotado comenzaba el desborde de “victimización”, la derrota se atribuía a injustas decisiones arbitrales, a la mala suerte que persigue a los nuestros y nunca a los otros, a un mal consustancial de los pobres. Los errores arbitrales eran premeditados y parcializados, “robos obvios” que eran denunciados mucho después del silbatazo final. Las protestas se volvían particularmente agresivas en ciudades que no se sentían amadas por su historia peculiar y única. En Italia, por ejemplo en Nápoles, los hinchas enumeran los errores de los árbitros, errores siempre a favor de los rivales. Se citan proverbios, apoyando visiones de un mundo inexorablemente manipulado por los poderosos que “desnudan al desnudo”2 y distorsionan las tarjetas: “Es entre ladrones de poca monta que más ladran los perros”, “Sigue lloviendo sobre lo mojado”, “La suerte está echada, el juego está amañado y el perro muerde a los pobres” (“I cani abbaiano di più contro i piccoli ladri”, “Piove sempre sul bagnato”, “I giochi sono fatti, la partita è truccata e il cane morde lo stracciato”).

    Esta filosofía de vida, resignada y amarga, permanece residualmente solo en las tribunas. Realmente, la sociología de los estadios, especialmente la de las gradas, esquinas, laterales… ha cambiado significativamente. Lo que una vez llamamos “popular” debería renombrarse hoy como “juvenil”. Es en realidad ahí donde se reúnen los jóvenes, jóvenes hinchas que mayormente serán parte de las plateas en su adultez. La composición social de estas gradas es mucho más diversa que antes. El estudiante, hijo de un abogado o un maestro, está al lado de un desempleado o de algún joven que intenta encontrar algún trabajo. Lo que los une son ritos de su grupo etáreo. No hay dudas de que algunos de estos comportamientos se asemejan a festivales populares a tener en cuenta: uno se relaja y, a pesar de la jerarquía del grupo, la indisciplina prevalece en las gradas; los comportamientos están bajo el sello de la transgresión, bromas festivas y provocaciones. “Ponemos el oai (caos)”, dicen los hinchas del Marsella; la exuberancia cuando se anota un gol en un “pogo” (hinchas cayendo unos encima de otros). Este comportamiento desenfrenado lleva a tener en cuenta que es el mismo de los grupos juveniles durante los festivales populares. Asimismo, el rechazo parcializado al juego limpio, al árbitro, al rival, caben en estos ritos de un grupo etáreo que se libera temporalmente de la disciplina. También podemos establecer un paralelismo entre las asociaciones y las orientaciones de los hinchas más jóvenes y “bachelleries” (hermandades universitarias) de la Francia antigua. Cada uno de ellos incluye a chicos (la presencia de chicas en los grupos de fans es muy baja) y son, a diferencia de otros grupos juveniles, auto dirigidos. Este paralelismo es reforzado por el lugar que la juventud, con sus atuendos y rituales específicos, ha recuperado en la sociedad contemporánea. Fue en los años 1960-1970 que la juventud re-emergió como una categoría vívida, un status que se había deteriorado desde el fin del Regime Ancien (Antiguo Régimen). Esta juventud contemporánea, sin embargo, se distingue por su durabilidad, mucho más tiempo que en el pasado. Antiguamente agrupaba a jóvenes comprendidos entre 15 y 25 años, ahora se extiende a más de 30, una consecuencia, entre otras, de la entrada tardía a un empleo.

¿Protesta?

    Los ritos populares pueden desviarse del significado habitual para dar lugar a ajustes de cuentas locales y expresar oposición a las autoridades.

    Los historiadores Maurice Aguhlon (en La Republique au village), Emmanuel Leroy-Ladurie (en Le carnaval de Romans), Mona Ozouf (en La fête révolutionnaire) han aportado destacados ejemplos de este folklore de protesta. Yo, por mi parte, he tratado de demostrar que el folklore puede ser severo, un desafío y un asunto de disputa ideológica. Esto no corresponde a la imagen conciliadora y descontextualizadora que da la Unesco de patrimonio cultural intangible (Christian Bromberger, “Le patrimoine illatériel entre ambigüités et overdose”, L’Homme, 209, 2014).

    Durante los festivales populares, como en las gradas de los estadios de fútbol, la protesta y las confrontaciones pueden estar dirigidas a grupos similares participando en el evento o más generalmente, en el orden social. Así, los Ultras son motivados por un feroz sentido de competición con otros grupos de hinchas apoyando al mismo equipo. En realidad, el área del final es fuertemente jerárquica. Los grupos son divididos desde el centro a los márgenes y hacia abajo de acuerdo con su importancia y fuerza demostrada. El principal grupo de hinchas ocupa la posición central y más destacada, mientras que la “vieja guardia”, compuesta por los de más de 25-30 años, los retirados o los que han sido los más activos, son confinados a los recovecos, al igual que los grupos nuevos que aún son poco experimentados. Entre las organizaciones de seguidores que apoyan al mismo equipo hay una competición territorial muy aguda, que puede llevar a peleas, en las cuales el desafío es dominar la hegemonía comunicativa en las gradas y en el estadio. “En estos casos”, dice un hincha, “existen varias formas: una a través de canciones y actuaciones (ganar debido a una coreografía generosa); está también la forma de abofetear (derrotar por la fuerza). Tienes el valor, enciendes el fuego, y así tomas la tribuna legendaria. Este es el golpe perfecto”. La coexistencia pacífica en la misma área con un grupo de hinchas rivales, pero también con rivales locales es difícilmente viable: “No le prestas tu cama fácilmente a un extraño”. Pero por supuesto, son los hinchas de los clubes contrarios los que están sujetos a la mayor denigración, insultos y palizas. Al igual que en un festival popular, el partido de fútbol es una oportunidad de exaltar la identidad local y alentar solo haciendo la contra.

    En carnavales y festivales populares, la juventud acostumbra a oponerse a las elites y a los concejales que patrocinan los eventos; ridiculizan a las elites y concejales por su conservadurismo y ostracismo formal (un ejemplo entre muchos está en Le carnaval de Bâle, une fête subversive? de Dominik Wunderlin publicado en in Le monde à l’envers, MuCEM, 2014). Podemos destacar un comportamiento similar entre Ultras que se autoproclaman actores y no simples espectadores o consumidores. Niegan el status de clientes, un status cada vez más promocionado por los líderes de clubes y federaciones cuyo lema puede resumirse en una triple orden, “¡Paga! ¡Siéntate! ¡Cállate!” “Pagar, cerrar nuestra boca, ser mercenarios admiradores, no!” ellos responden. Mediante su compromiso todos reclaman influir en el curso del juego, pero también en el club. Cuando los resultados son malos, cuando los jugadores y entrenadores dan un mal espectáculo, los hinchas llevan numerosas pancartas, distribuyen panfletos y organizan huelgas pidiendo renuncias. Se oponen a los estadios higienizados y estandarizados que hoy en día están frecuentemente rodeados de tiendas, auditorios…

    Las actividades y el activismo de algunos de estos grupos de hinchas no están solo dirigidos a su equipo, sino que sobrepasan el rango del estadio y el club. En este caso, el compromiso social sobrepasa el fanatismo. Las sedes de estas asociaciones juegan el rol de “centros locales juveniles” autogestionados, ofreciéndoles a sus miembros socialización alternativa, con sus rituales e ideales específicos reflejados en los fanzines (periódicos de hinchas) o en protestas voluntarias y sitios webs libertarios.

    Fuera del estadio, estos grupos organizan fiestas en los barrios, clases de idioma regional, acciones humanitarias y políticas (donación de juguetes a niños desfavorecidos, comidas a personas sin hogar, campañas de prevención contra el SIDA, demostraciones contra el racismo, etc.). Se ha dado el caso de que aparatos religiosos (la Iglesia), seculares (escuelas públicas), políticos (partidos, especialmente el Comunista) se hicieron cargo de los jóvenes bajo la guía de adultos. Estos aparatos organizaban formas futuras de activismo a través de la recreación y el ocio. Hoy, este nuevo tipo de fanatismo juvenil demuestra una mutación de estos hitos: la autogestión y la voluntad alternativa, el deseo de realizar un acto por uno mismo, la solidaridad… caracterizan a estos grupos que rechazan las formas tradicionales de mediación y representación. Estas asociaciones, con propósitos híbridos, son difíciles de clasificar; progresan desde la debilidad dejada por las grandes ideologías y sus organizaciones.

    El fanatismo en los estadios de fútbol sin duda consiste en un folklore vivo y contemporáneo. Los ritos y prácticas usadas en estas circunstancias, sus raíces sociales (en la juventud más que en el pueblo mismo), las reinterpretaciones que despiertan, corresponden a lo que realmente significa folklore. Pero, a excepción de algunas creencias, no es una herencia, “los restos de una civilización muerta” que habría soportado los estragos del tiempo. El fanatismo es un fenómeno moderno (con sus sofisticados medios de comunicación y, más importante aún, con su muy contemporánea búsqueda de la visibilidad que Alain Ehrenberg llama la rage de paraître “el furor de ir a demostrar”). Y si comparamos el folklore de ayer con el fanatismo de hoy, no es en términos de descendencia, sino de analogía estructural y funcional.

Notas

  1. Gramsci no encomiaba el folklore pero consideraba necesario conocerlo para poder entender las poblaciones del sur de Italia; es necesario, según él, tener en cuenta detalles de la cultura popular en vez de imponer, desde arriba, soluciones inadecuadas y distantes de la representación popular.

  2. “En fin, este mundo triste/al que está vestido viste y al desnudo le desnuda”. Calderón de La Barca, El Gran Teatro del Mundo (scène III, v. 605-608).

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EFDeportes.com, Revista Digital · Año 20 · N° 214 | Buenos Aires, Marzo de 2016
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