Reflexiones acerca del entrenamiento
en la infancia y la selección de
talentos deportivos

Cornelio Aguila Soto*
cornelio@ualm.es
Casimiro Andújar**
casimiro@ualm.es
(España)

*Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte
**Doctor en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte

     Resumen
    El deporte de alta competición constituye, probablemente, la manifestación deportiva más universal y es una realidad de gran impacto social que no podemos obviar. Las crecientes exigencias para la obtención de óptimos resultados nos conducen a la necesidad de detectar y seleccionar cuanto antes a deportistas que presenten condiciones favorables para el rendimiento máximo en una modalidad deportiva. En torno a este asunto, encontramos opiniones contradictorias sobre la conveniencia del entrenamiento deportivo desde edades tempranas y, en tal caso, la magnitud y el grado de especialización del mismo. A lo largo del presente artículo, realizaremos una reflexión sobre el entrenamiento deportivo en la infancia, sobre su aplicación y sobre la validez de los procesos de detección y selección de talentos como punto de partida para una adecuada orientación de los jóvenes deportistas.
    Palabras clave: Entrenamiento temprano. Detección y selección de talentos. Especialización deportiva. Orientación deportiva.

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 5 - N° 21 - Mayo 2000


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1. Introducción

    Todos somos conscientes que el deporte de competición de alto nivel se marca cotas que cada vez son más difíciles de superar. En la lucha contra las marcas, el hombre ha elevado tanto el listón que una pequeña mejora del rendimiento supone un enorme esfuerzo del deportista y de todo un equipo profesional de apoyo.

    Años atrás, una persona de carácter atlético, bien dotada físicamente, podía llegar a destacar en numerosas disciplinas. Actualmente, este supuesto se nos antoja casi imposible en determinadas modalidades pues la búsqueda del máximo rendimiento pasa por una absoluta especialización, ya que cada disciplina deportiva necesita de unas capacidades determinadas, en algunos casos no compatibles con otras especialidades. Por tanto, desde el punto de vista del rendimiento, parece fundamental seleccionar y orientar a los deportistas hacia la prueba que más se ajuste a sus características desde las edades más tempranas. Este es el principio básico que rige los procesos de especialización precoz en el deporte, si bien este término no debe confundirse con exigencia precoz de altos rendimientos (Galilea y cols, 1986).

    En torno a esta circunstancia, surge la polémica sobre la conveniencia del entrenamiento deportivo desde edades tempranas y, en tal caso, la magnitud y el grado de especialización del mismo. A lo largo del presente artículo, realizaremos una reflexión sobre los pros y los contras del entrenamiento deportivo en la infancia, sobre su aplicación y sobre la validez de los procesos de detección y selección de talentos como punto de partida para una adecuada orientación de los jóvenes deportistas.


2. El entrenamiento deportivo en la infancia

    Probablemente, la acepción más extendida del concepto de entrenamiento deportivo es aquella que lo relaciona con el proceso llevado a cabo para la mejora del rendimiento en las competiciones. Sin embargo, el entrenamiento deportivo también pasa por ser un medio interesante para la formación integral de los jóvenes, mediante la aplicación de una metodología más educativa.

    Existen numerosos estudios fisiológicos, biomecánicos y psicológicos sobre el entrenamiento con deportistas adultos que contrasta con la escasa literatura sobre las características que debe reunir el proceso de construcción inicial del deportista. Pensamos que en el entrenamiento infantil se deberían anteponer objetivos educativos globales, aunque su consecución sea a medio y largo plazo, a otros objetivos más puntuales pero con menos proyección en la formación deportiva del niño, ya que dicha formación es un proceso largo y complejo que no conviene acelerar en aras sólo del éxito inmediato.

    Diversos autores han propuesto que en esta edad sólo se debe plantear un entrenamiento básico y multilateral, que desarrolle una base variada y amplia en los diferentes deportes, y la formación de un buen esquema motor, teniendo en cuenta que cada niño tiene una diferente velocidad de aprendizaje, debiéndose reorientar los contenidos en función de sus progresos individuales.

    En este sentido, Hahn (1.988, p. 61) señala: En el entrenamiento con niños, el fin es la expansión de todas las posibilidades motoras para conseguir un amplio repertorio motor, a base del cual se podrían aprender formas motrices específicas, con mayor facilidad y rapidez y de forma más estructurada. El objetivo no es un incremento demasiado rápido de los rendimientos deportivos, que a pesar de ser factible, tendría poca duración, puesto que, pronto, se presentaría una sobresaturación por el deporte.

    El niño, además de una necesidad natural de movimiento y de comprobar sus límites, muestra interés por su condición física, utilizándolo como medida para destacar sobre los demás (competición social). Aprovechándose de ello, hay que empezar paulatina­mente con el desarrollo de las cualidades físicas, siendo las más convenientes la capacidad aeróbica, la amplitud de movimiento, la fuerza dinámica, la resistencia muscular, las capacidades psicomotrices o coordinativas, el tiempo de reacción y la velocidad gestual.

    Pero más importante que analizar las cualidades a desarrollar, nos parece más oportuno reflexionar sobre los medios a utilizar, diferenciando entre una experimentación práctica y la reiteración sistemática, que ya pasaría a ser entrenamiento. Así, cuando el niño salta, está experimentando, pero si le obligamos a realizar series de X saltos, con la intención de mejorar la fuerza explosiva, se convierte en un entrenamiento pliométrico o de multisaltos (Liarte y Nonell, 1998). Otro ejemplo podría ser el del niño que juega a relevos o persecuciones de forma esporádica (experimenta), diferenciándolo de aquél que todos los días realiza relevos de 80 m., lo cual desencadenaría en un entrenamiento anaeróbico láctico, que, por supuesto, está contraindicado para el organismo infantil.

    Del mismo modo, reconocemos que a lo largo de la vida existen unos periodos más propicios que otros para el desarrollo motor, en función de las características biológicas y psicológicas del individuo. Una vez conocidas éstas, es primordial aprovechar las fases más críticas o sensibles para el desarrollo de una determinada capacidad. Así, un estímulo adecuado sobre un sujeto en desarrollo produce un mayor efecto que sobre uno ya desarrollado (Martín, 1982, citado por Hahn, 1988). Por ello, si en esta edad no se aplican dichos estímulos, no se alcanzará el máximo nivel genéticamente posible aunque se pueda desarrollar posteriormente, por debajo de sus posibilidades funcionales.

    El desarrollo de la condición física en edad escolar, creemos está justificado, además de por los beneficios concretos en la salud del individuo, porque le capacita para una buena ejecución de las tareas deportivas y las destrezas motrices. Ahora bien, debemos asumir que el entrenamiento no será nunca neutral, sino que influirá en el desarrollo de los niños, beneficiándoles o perjudicándoles (Añó, 1997).

    Entre los beneficios que un entrenamiento adecuado puede aportar a los escolares, podemos resaltar las siguientes (Añó, 1997, Casimiro y Aguila, 1999):

  • Produce un mayor nivel de actividad infantil.

  • Produce un aumento generalizado del movimiento coordinado.

  • Sienta las bases para el aprendizaje y rendimiento posterior.

  • Expansiona las posibilidades motoras.

  • Permite al niño formarse una imagen deportiva en general y de su deporte en particular.

  • El entrenamiento permite una mejor adaptación a la competición.

  • Aumenta el crecimiento.

  • Puede corregir defectos físicos que pudieran existir.

  • Permite una integración progresiva en la sociedad.

  • Aumenta el nivel de responsabilidad social.

  • Supone un aprendizaje para el éxito o el fracaso deportivo y social.

  • Potencia la creación y regularización de hábitos.

  • Contribuye a desarrollar el placer por el movimiento.

  • Anula las limitaciones del sedentarismo.

  • Sirve de estímulo para la higiene y la salud.


2.1. El desarrollo de la condición física: salud y rendimiento

    Pero la realidad del deporte en edad escolar nos muestra como el entrenamiento en la infancia, en numerosas ocasiones, está enfocado a la obtención de resultados a corto plazo, constituyendo una forma de alto rendimiento en edades tempranas. Es entonces cuando sus valores educativos y sus presumibles efectos positivos sobre la salud se ven comprometidos por intereses eminentemente competitivos.

    Varios autores han diferenciado los componentes de una condición física dirigida al rendimiento de aquella que intenta mejorar o mantener la salud. En esta línea, pensamos que las capacidades que deben ser objeto de desarrollo en estas edades son, además de la velocidad y las capacidades psicomotrices, los componentes de la condición física-salud, que están asociados con un bajo riesgo de desarrollar prematuramente enfermedades derivadas del sedentarismo (Cantera, 1997). Dichos componentes, según diferentes autores son los siguientes: resistencia cardiovascular, amplitud de movimiento, fuerza y resistencia muscular. (Pate, 1988 y 1995; Carpersen y col., 1985; Pate y Shephard, 1989; Simons-Morton y col., 1990; American College of Sport Medicine, 1991 y 1998)

    Que duda cabe que el entrenamiento que consideramos adecuado para la salud choca con el que busca el rendimiento, por cuanto éste se desarrollará bajo el prisma de la obtención de resultados y ello supone un trabajo específico técnica y físicamente, que debería abordarse en etapas posteriores. Esto causa que el proceso de formación del deportista se acelere, que a menudo es consecuencia de las presiones sociales e incluso de los propios familiares.

    En este sentido, es fundamental que tanto los padres como los entrenadores tengan una buena formación e información deportiva, para que comprendan que la E.F. y la actividad físico-deportiva favorecen el desarrollo integral de su hijo como persona, y no lo sometan a presiones competitivas ni a expectativas de éxito, ya que más tarde se pueden convertir en frustraciones si no han sido satisfechas dichas ilusiones.

    Además, hemos de tener en cuenta que el niño comienza en el deporte influenciado por amigos, televi­sión, padres, etc., y continúa si se divierte, pero abandona pronto si no son satisfechas sus necesidades lúdicas. Así, el paso del juego al deporte debe hacerse gradualmente, con objetivos mínimos y de razonable consecución, para que tenga la sensación de progreso. Por ello, el entrenamiento con niños puede servir como preparación para el deporte de elite, pero nunca puede ser un entrenamiento de elite (Hahn, 1988).

    En otro sentido, tal como indican las normativas del Consejo Superior de Deportes (1981), citado por Añó (1997, p. 51): a la actividad deportiva escolar deben tener opción todos los alumnos, sin diferencia de edad, sexo o condición física... Hay que desechar la costumbre de concebir el deporte escolar sólo como deporte de competición, pues también es deporte cualquier actividad motriz realizada con espíritu y mentalidad deportiva, buscando en esta actividad un complemento a la participación intelectual para la consecución de un mayor equilibrio en la formación del alumno.

    Entre los objetivos de dicha Normativa ya se planteaban, casi dos décadas atrás, los siguientes:

  1. “El deporte escolar no puede ser discriminatorio, ni triunfalista”.

  2. “Debe ser el punto de partida para la creación del hábito deportivo”.

  3. “Es importante motivar a la participación por la participación... El deporte no empieza y acaba en la competición de los mejores”.

    Tal como indica Añó, dichas preocupaciones se quedaron en meras intenciones teóricas y nunca fueron una realidad práctica.

    Del mismo modo, la especialización excesivamente temprana conlleva a un número muy limitado de acciones motrices que puede perjudicar la adaptación posterior, cerrando así las posibi­lidades futuras del deportista. Además, a nivel psicológico, las emociones suscitadas por el deporte (estrés competitivo, tristeza por perder, frustración por no jugar, etc.) son muy acusadas por los niños, debido a su gran inestabilidad emocional.

    Para Barroco (1989, p. 273): “la especialización no debe ser aceptada porque daña la personalidad del niño, no permite crear y establecer las bases indispensables para un surgimiento óptimo de las aptitudes especiales, y porque fijando hábitos motores retira la plasticidad adaptativa a la evolución del individuo, impidiendo el pleno rendimiento que en otras circunstancias podría ser obtenido”. En definitiva, con dicha especialización precoz se pueden conseguir resultados inmediatos pero con conductas mecanizadas.

Lecturas: Educación Física y Deportes · http://www.efdeportes.com · Año 5 · Nº 21   sigue Ü