LA PELOTA

Una pelota viva invita a jugar con ella: rueda, se arrastra, salta, vuela lejos, retorna, se pasa y se recibe, se acaricia y se golpea, se acuna. De cuero, rellenas con estopa, eran las pelotas que lanzaban los chinos; de paja, envueltas en tela, las que entretenían a los egipcios; los jóvenes europeos insuflaban viento en la vejiga de un animal recién sacrificado para contentarse con el efímero instrumento.

La verdadera pelota, la que contagia alegría con la elasticidad que le da el caucho, se pergeñó en América.

"Todos los juegos con pelota de goma son patrimonio cultural de exclusivo origen indoamericano; la totalidad de las plantas que producen caucho, goma natural, goma el stica o goma de mascar pertenecen a la flora americana" (Magrassi, "Los Juegos Indígenas", Cuadernos de Historia Popular Argentina, EUDEBA, Bs. As. pág. 82). Hay testimonios firmes de que muchos siglos antes de la llegada de los europeos en esta tierra, ya se practicaban juegos con pelota. La palabra "cancha" incluso, tan usada en nuestros días, rememora su origen autóctono (queshwas o quichua) incorporada al castellano como muchos otros vocablos aborígenes.

En muchas oportunidades juego y religión estuvieron íntimamente relacionados, Weiz, por ejemplo, entiende al juego de pelota azteca como un representación dram tica de un combate entre el día (las fuerzas de la luz) y la noche (la fuerza de los oscuro). (Weis, "El Juego Viviente, indagación sobre las partes ocultas del objeto lúdico", Siglo XXI, México, 86). (V. P. pág. 96)