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Influencia de los adultos en la práctica
deportiva de los jóvenes futbolistas

 

*Entrenador de fútbol en Oviedo

**Preparador físico y coordinador de la metodología

de la preparación física en la RSD. Alcalá

(España)

Guillermo Moreno-Luque*

guille_more_1989@hotmail.com

Marcos Chena Sinovas**

marcoschenapf@hotmail.com

 

 

 

 

Resumen

          El presente artículo tiene como objetivo analizar la incidencia de la actitud de los padres y demás miembros familiares sobre el rendimiento de los niños en el deporte en general y en el fútbol en particular. En la actualidad, el fútbol ocupa el lugar de mayor privilegio dentro de los deportes, con una notable influencia sobre diferentes dimensiones en la sociedad actual. Es por este motivo, que muchos padres y familiares ven en sus jóvenes deportistas la posibilidad de mejorar su situación económica y estatus social, sin pararse a pensar en la influencia que ciertas actitudes y comportamientos tienen sobre ellos. En muchos de los casos, se observa que todo está diseñado por adultos para conseguir un rédito que va, desde el interés de los técnicos por salir campeón de la competición, pasando por el interés político de los dirigentes de la institución o escuela deportiva y terminando en el interés personal de los padres que confían en que su hijo podrá proporcionarles un nuevo estilo vida, sin detenernos en que los verdaderos protagonistas son los jóvenes deportistas, dado que sin ellos, la estructura formativa de un club no tendría sentido.

          Palabras clave: Fútbol de formación. Práctica deportiva. Influencia familiar. Padres. Fútbol infantil.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 18, Nº 185, Octubre de 2013. http://www.efdeportes.com/

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    “Es importante inculcar a los niños valores fundamentales, y creo que el deporte sin duda es la mejor vía para hacerlo: respeto, generosidad, confianza, compañerismo… El deporte que practiquen es secundario, da igual la procedencia social, geográfica… lo importante es que en la sociedad actual seamos capaces de trasmitir eso a los más pequeños”. Pepu Hernández

Contextualización

    El fútbol de infantil ha ido evolucionando desde lo lúdico, interesante y entretenido, donde cualquier lugar es bueno para jugar con los compañeros o amigos, hacia lo competitivo, con todas las cargas y tensiones que ello genera y para lo que el joven deportista no está todavía preparado. Es en el momento en el que el juego se convierte en deporte, cuando los deportistas sí están preparados para soportar esas cargas y tensiones generadas por la competencia interna y presión externa.

    Esto no quiere decir que cuando el niño juega no compite, sí que lo hace, y con el objetivo de ganar, porque nadie juega para ser derrotado. Ahora bien, los padres, dirigentes, entrenadores y demás personas o entidades que ejercen algún tipo de influencia sobre los niños, deben entender y transmitir que son muchas más las veces que se pierde que las que se gana; de hecho, el campeón es únicamente un equipo o un jugador, el resto se queda en el intento. En este sentido, puede ser que la orientación de la planificación en edades de formación tuviera que tener un significado diferente, con prioridades selectivas.

    Como es lógico, el sentimiento provocado por una victoria difiere notablemente al ocasionado por una derrota, porque hasta aquellos a los que no les interesa este deporte y juegan por primera vez, prefieren ganar antes que perder. Éste sentimiento, sin embargo, se ve claramente influenciado por las expectativas y perspectivas que pesan sobre los jóvenes. Así, una victoria lograda por un niño presionado supone la gratificación por haber ganado, y la “tranquilidad o liberación” por haberse librado de constantes correcciones y supuestos resultados conseguidos con otro tipo de decisiones tomadas durante el juego. A menudo, este comportamiento viene acompañado por actitudes muy poco pedagógicas y enriquecedoras para la formación o el aprendizaje del niño, criticando en muchas ocasiones durante el juego, conductas que se estimulaban previamente durante los entrenamientos. En este sentido, se observa frecuentemente, como la propuesta práctica durante los entrenamientos choca con los automatismos que se quieren conseguir durante la competición por los jugadores, desvinculándose la relación entre aprendizaje y puesta en acción sobre el terreno de juego.

    Una derrota provoca que el joven jugador se sienta frustrado por doble motivo, primero, por no haber podido conseguir la victoria que todos deseaban a pesar de haberse divertido jugando, apuntando que el resultado con derrota en numerosas ocasiones provoca que no haya diversión durante la práctica, y en segundo lugar y con mayor notoriedad, aparentemente, por no haber podido satisfacer las expectativas de sus familiares, entrenador u otra influencia allí presente.

    Uno de los principales problemas que conlleva el deporte en los jóvenes es el alto índice de abandono deportivo, quizás debido al denominado Síndrome de Saturación Deportiva reflejado en 1978 por Pini (citado en Alcázar, 1992), considerado vulgarmente como “atleta quemado” y que supone un síndrome caracterizado por apatía, indiferencia y hasta aversión por la práctica deportiva o por los hechos relacionados con ésta. Parece ser que existen causas psicológicas características que impulsan al abandono deportivo precoz, entre las que se puede destacar: La marginación psicológica voluntaria, pobreza del grupo deportivo, relación poco satisfactoria con el entrenador, rechazo de la atmósfera totalizadora de la institución deportiva y las relaciones con el otro sexo (Vinello y Russo citados por Alcázar, 1992)

    Prueba de ello es un estudio referido al fútbol infantil de finales de los años 90, difundido en la edición del diario “El País” de España, del 5 de septiembre del 2000, donde se reveló que de los 20 millones de niños norteamericanos que participaban en actividades deportivas organizadas, 14 millones la dejaban antes de haber cumplido los 13 años. La deserción masiva se debe a que el juego (o el deporte infantil), concebido inicialmente como un entretenimiento compartido con otros amigos, se va convirtiendo con el paso de los años en una experiencia amarga y poco placentera debido a las presiones de los padres, entrenadores y/o delegados con expectativas. Dicho artículo, merece de una atención especial con fin de plantearnos las cosas que no se están haciendo del todo bien en los periodos de formación, cuando uno de los objetivos principales de este momento, debe ser la atracción del deporte y la captación por parte de la actividad deportiva.

    A estos factores hay que añadir la ya mencionada y excesiva presión social y familiar que en algunos casos se ven sometidos los niños/as al practicar deporte organizado. Todos estos elementos pueden ser factores negativos en cuanto a la motivación hacia el deporte, generándose un ambiente de aburrimiento, desinterés, estrés excesivo, ansiedad, falta de ocio, exceso de exigencia, desconfianza e incluso fobia hacia el deporte o la competición, que desencadenan en el abandono final de la práctica deportiva, con los riesgos que ello conlleva para la salud y los procesos de relación social de los jóvenes.

    La intervención adecuada de padres y entrenadores es esencial para incrementar la motivación e interés de los jóvenes hacia la práctica deportiva. Como anteriormente comentamos, dentro de los factores contextuales, la familia y el entrenador son elementos claramente condicionantes de la iniciación y formación deportiva en la etapa más temprana. Por una parte, los padres y entrenadores se convierten en los mejores vehículos de motivación, orientación, apoyo y formación deportiva. Sin embargo, esto puede traducirse en fuentes de estrés y presión para los iniciados deportistas, ya que muchos padres se proyectan en ellos, buscando logros y reconocimiento, o, en el caso de los entrenadores, sublimar con ellos ciertas frustraciones (Latorre y Herrador, 2003).

    Con respecto a los padres, Hahn (1988), considera que son los principales precursores de las motivaciones de los niños para iniciarse en el deporte.

    Precisamente, a menor edad, mayor es la influencia familiar (Añó, 1997). Cabría esperar por lo tanto, que los padres deben ser animadores de la participación deportiva de sus hijos, sin esperar resultados exitosos en el marcador y respetando las decisiones de los niños, que son los protagonistas de su propia práctica.

    Smoll (1986), describe básicamente cinco perfiles de padres teniendo en cuenta la comunicación con sus hijos deportistas:

  • Desinteresados. Muestran escaso o nulo interés por el deporte de sus hijos, no suelen acompañarlos a los entrenamientos y/o partidos, no se preocupan ni se implican, tienen poco tiempo y muchas responsabilidades en el trabajo.

  • Hipercríticos. Nunca están satisfechos con la actuación de la/el hija/o, siempre quieren más, suelen reprenderlos y regañarlos, enfocando la práctica deportiva como algo más suyo que del hijo, incluso la frustración llega hasta el extremo de privarlos de participar en una actividades con otros niños.

  • Vociferantes. No logran contenerse en las gradas, dan paseos, no se están tranquilos y continuamente manifiestan sus sentimientos y pensamientos en voz alta, dirigiéndose a cualquier persona que esté en la instalación, se cuestionan el trabajo de los árbitros, usan un lenguaje ofensivo, exaltado, e incluso a veces los hijos no quieren que vayan a verlos competir.

  • Entrenadores en la banda. Buscan información sobre el deporte que practican sus hijos, entienden o creen entender, realizan frecuentes sugerencias a sus hijos, a veces contradiciendo al entrenador y desorganizando la estructura interna del equipo.

  • Sobreprotectores. Tienen excesiva preocupación por lo que le puede pasar a sus hijos en la práctica deportiva, están casi siempre en entrenamientos y no se pierden un partido, ven en todo una amenaza por lo que necesitan protegerles, tratan de resolverlo todo, amenazan a sus hijos con “sacarlos del equipo”, los hacen dependientes de ellos, cuando no están, los niños se sienten extraños y con dificultad para mantener la concentración.

    Teniendo en cuenta que la clasificación realizada atiende a características negativas y formas poco acertadas de actuar ante la práctica deportiva en edades de formación, incluiremos un sexto tipo referido a aquellos padres y otros acompañantes que, con su comportamiento ejemplar, facilitan la labor de entrenadores y árbitros y, sobre todo, ayudan a que sus hijos se diviertan realizando deporte sin ningún tipo de presión añadida. Éstos padres, catalogados como “afectivos” se caracterizan por altos niveles de disposición para apoyar la práctica del deporte, son comprensivos, tratan de darle apoyo y amor a sus hijos/as sin importarles el resultado, estimulan y motivan a sus hijos/as, son optimistas, intentan que el deporte sea divertido, reconocen el esfuerzo que hacen, tratan de no mezclarse en las responsabilidades y funciones de los entrenadores, se interesan por estar informados, aportan a los entrenadores información necesaria de manera adecuada, comparten con el hijo o la hija los momentos de aciertos y desaciertos, tratan a sus hijos de la misma manera si ganan o pierden, su comportamiento emocional es frecuentemente adecuado y tratan de animarles a buscar nuevos retos y oportunidades.

    En un estudio llevado a cabo conjuntamente por la Universitat Autónoma de Barcelona y la Universitat de les Illes Balears, en el que participaron un total de 893 jugadores de fútbol (437 pertenecientes a la Federación Catalana y 456 a la Federación Balear de Fútbol), se evaluó la relación entre la actitud de los padres y madres, y el compromiso deportivo de futbolistas cadetes. La edad promedio de la muestra es de 15,6 años, y el rango entre 14 y 16 años. Los futbolistas pertenecían a equipos de distinto nivel competitivo: a) división de honor (n = 184) el nivel competitivo más alto para su edad en el país, y b) nivel regional en la zona de Cataluña (n = 253) y en la zona de las Islas Baleares (n = 456).

    En referencia a la percepción de la implicación de las familias en el fútbol, el 49,2% de los futbolistas de la muestra perciben que su padre y su madre participan activamente en su actividad deportiva, el 40,2% percibe que su padre es el que mayormente se implica en su actividad deportiva, un 6,2% perciben que es la madre la que tiene una mayor implicación y sólo un 4,5% de los futbolistas participantes en el estudio perciben que ninguno de sus progenitores participa activamente en su actividad deportiva.

    En efecto, parece ser que, en general, la participación de las familias tiene dos caras aparentemente difíciles de separar, cuanto más apoyan y más activamente se implican (participación positiva) más comportamientos directivos emiten (parte negativa) por la presión y la eventual contradicción a los técnicos.

    Los resultados obtenidos de dicho estudio, indican que la actividad deportiva de los jóvenes futbolistas entre catorce y dieciséis años es seguida de manera muy activa por sus padres con una preponderancia importante de familias (padres y madres) que participan activamente en el fútbol de sus hijos. Cuando el que se implica es sólo uno de los progenitores la percepción de los chicos es que es el padre quien más activamente participa en su carrera futbolística.

    Sin embargo, al mismo tiempo también perciben un grado significativamente mayor de apoyo y comprensión. Resultados semejantes se han obtenido en investigaciones de otros países (Wuerth et al, 2004) en las que los datos similares a los aquí presentados llevan a sugerir que para que el deportista tenga una carrera deportiva satisfactoria es muy necesaria una participación positiva de las familias (Hellstedt, 1990, 1995).

    Hahn (1988) detalla, además, las siguientes actuaciones negativas de los padres en relación con la formación deportiva de los hijos:

  • La sobreprotección de los padres que hacen en muchos casos que sus hijos se dediquen casi exclusivamente al deporte.

  • No entienden la relación entre deporte y escuela como elementos clave para la formación de su hijo.

  • Consideran el entrenamiento de sus hijos como una auténtica obligación.

  • Esperan resultados victoriosos como elementos de autoestima.

  • Organizan el deporte de sus hijos.

  • Condicionan las actuaciones del entrenador.

    Smoll (1986) y Gordillo (1992), establecen las siguientes responsabilidades de los padres en relación con la formación deportiva infantil:

  • Confiar su hijo a un entrenador competente y aceptar el papel de éste.

  • Conocer, comprender y aceptar las propias limitaciones de sus hijos, aceptando los éxitos y fracasos de éstos.

  • Orientar hacia la diversión, mejora del rendimiento y creación de un clima motivacional positivo.

  • Mostrar autocontrol (sobre todo en las competiciones).

  • Dedicar tiempo a sus hijos.

  • Dar autonomía y posibilidad de tomar decisiones propias.

    UNICEF destaca que “la familia en la vida de un deportista, al igual que en cualquier otra faceta de la misma, juega un papel crucial. Es el elemento de transición desde los ámbitos más privados de la socialización hacia los más públicos y es en esa fase de transferencia de competencias a otros sistemas (escuela, grupos de iguales, instituciones, medios de comunicación) donde se pueden generar conflictos de intereses. Si bien la familia se muestra como una de las influencias más positivas, en el juego y en el deporte hay casos, sin embargo, en los que ejerce una excesiva presión para lograr que sus hijos sobresalgan, que en ocasiones se concreta en comportamientos abusivos y violentos hacia ellos, proyectando negativamente de este modo algún tipo de esperanza de éxito social o de frustración personal, incluso con independencia de su estatus social de origen. Una buena comunicación entre familia y formadores deportivos ayudará en el reparto de responsabilidades, en la clarificación de expectativas y en un desarrollo más armónico del niño”.

    Como hemos comentado anteriormente, los entrenadores son otro elemento indispensable y fundamental en la iniciación deportiva escolar. Hahn (1988) indica que son el nexo de unión entre el niño y el deporte, siendo su responsabilidad pedagógica más importante que la dirección del entrenamiento tecnomotriz.

    Su formación y capacitación profesional son imprescindibles. Desgraciadamente, y en muchos casos, esta exigencia no se ve cumplida y encontramos numerosos niños en manos de personas no competentes para esta labor pedagógica. Los entrenadores de iniciación deportiva orientados hacia el éxito, reducen el carácter lúdico de los entrenamientos y organizan éstos como una adaptación de los adultos, con lo que no consiguen los verdaderos objetivos hacia los que se proyecta el entrenamiento en edades de formación. Bien por el espíritu competitivo de estos entrenadores o por la ambición de ascender de categoría por medio del éxito del equipo, se dejan al margen valores y objetivos necesarios para la formación integral del deportista.

    Pues bien, todos los comportamientos que padres y entrenadores tienen hacia la práctica deportiva de los jóvenes tienen su consecuencia, ya que ninguno de ellos pasa desapercibido. Diversos autores como Hahn (1988), Utrilla (2004) y Romero (2004) coinciden en distinguir 4 formas a través de las cuales los niños muestran su malestar ante dicha situación de sobrepresión.

  • La confusión, observada en el 60% de los jóvenes jugadores de fútbol del estudio anterior, se manifiesta en que no saben lo que deben hacer, se quedan parados, miran hacia los lados, buscando la aprobación de los adultos, se bloquean, se esfuerzan, se mantienen activados, con deseos, pero no logran el rendimiento esperado, están obsesionados por el resultado, ansiando ganar, pero no saben cómo, usan la táctica y estrategia equivocadas, no sabe diferenciar que es lo mejor en cada situación. Todo esto finaliza con la pérdida de motivación infantil hacia la práctica deportiva y el abandono de la misma, tendiendo más hacia el entretenimiento con videoconsolas y otros medios donde no soportan esa presión externa, se divierten igualmente con sus amigos o en soledad y, poco a poco, terminan perdiendo por completo el interés por el ejercicio físico y sus beneficios.

  • El autoánimo, La actitud de seguir intentándolo, está presente en 18 jugadores, (60%) significa una actitud de reto o desafío, intentar ganar, luchar, esforzarse al 100 %, toman cada partido como una oportunidad de superarse, de aprender, de tolerar sus errores, de adaptarse a lo nuevo y de lograr mayor nivel de resistencia psíquica. El Autoánimo positivo, constituye una fortaleza que hay que estimular.

  • El llanto aparece en ambos sexos, pero más en las niñas, generalmente cuando pierde el equipo, cuando cometen errores, cuando están sometidos a un doble mensaje de los padres y el entrenador y cuando estos les hacen señales de manera agresiva (12 jugadores, 40%). El llanto es un mecanismo de descarga emocional, en algunos casos durante el partido y en otros al ser derrotados, otros se mostraron desconsolados y otros no mostraron disposición para ver ni hablar con nadie. La duración de estos comportamientos varía en cada niño o niña dependiendo de sus expectativas y de las habilidades de los entrenadores para manejar las diferentes situaciones.

  • El enfado es una actitud psicológica que asumen los jugadores a lo largo del juego, lo expresan a través de un lenguaje corporal y facial negativo, cuando el jugador se molesta, se censura a si mismo ante el arbitraje adverso, errores cometidos o señales críticas. Ésta actitud fue observada en 6 jugadores, correspondiendo al 20%. Tienen energía para jugar, pero ésta es negativa, se ponen agresivos, sin control, impulsivos, sus deseos son desmedidos. Dicha actitud se manifiesta en su postura al caminar, o en la recuperación en la pausa, con la cabeza baja, hombros caídos, conductas antideportivas que pueden ir desde palabras obscenas audibles, hasta ofensas a otras personas.

Conclusión

    Las expectativas y ansiedades que se ponen en juego frente a la posibilidad de que los jóvenes deportistas lleguen algún día a la élite, son tantas que se deforman los valores y funciones de las distintas organizaciones que componen la sociedad. ¿Rendimiento o Formación? ¿Trabajo o Juego? ¿Cómo debería ser el tiempo que el niño dedica a la actividad futbolística? Difícilmente se pueda llegar a obtener una sola respuesta, aunque quizás lo mejor sea actuar con ellos como lo que son: chicos en edad de aprender a llevar una correcta vida social y unos hábitos deportivos adecuados, así como la práctica de una actividad que les atrae. Tan obvio, simple y a la vez complicado como eso. Para lograrlo se debe comenzar intentando que el entretenimiento no se convierta en un trabajo de exigencia remota, sino adecuándolo a sus posibilidades e intentando librarles de la gran presión externa que suponen determinados comportamientos por parte de todas las personas e instituciones que ejercen influencia sobre los jóvenes y modifican su interés por el deporte, permitiendo que ellos sean los protagonistas de su propio aprendizaje, estimulándoles con retos constantes, alentar la toma de decisiones insistentemente bajo el refuerzo positivo, garantizar las correctas relaciones y conductas sociales que conllevan la práctica colectiva, planificar una estructura de formación basada en la consecución de objetivo de manera didáctica y metodológica en busca del aprendizaje y la captación del deportista, etc.

    Si nuestro interés recae en utilizar el deporte como herramienta para garantizar la salud y luchar contra el sedentarismo, cabría pensar que la planificación de los entrenamientos debe ir orientada al aprendizaje y con ello, a la captación del niño hacia dicha actividad deportiva, elegida por ellos. En este sentido, los entrenadores deben favorecer la atracción de la práctica, con el fin de enganchar a los jóvenes y hacerles partícipes, voluntariamente, de la actividad física, buscando los beneficios que nos trae el deporte. En este sentido, el proceso de enseñanza-aprendizaje debe ser de una gran calidad, con el fin de que los jóvenes se motiven por las pequeñas mejoras de cada día.

    Supone, como objetivo principal, determinar lo que puede ser bueno o dañino para su educación, su desarrollo y su formación integral como deportista y persona, algo que parece evidente y que, sin embargo, la experiencia de todos los días muestra que no siempre se cumple. Las consecuencias son tan simples como determinantes: Está en juego su salud, su seguridad y el estado emocional en el futuro de los jóvenes futbolistas.

Bibliografía

  • Alcázar, A. (1992). Síndrome de saturación deportiva. Stadium, 153, 22-26.

  • Benítez, C. Comisso, S. y otros (2000). La infancia hecha pelota. Los peligros de la profesionalización del fútbol infantil. Buenos Aires: Grupo Editor Altamira.

  • Campos, J. (1996). Análisis de los determinantes sociales que intervienen en el proceso de detección de talentos: En: CAMPOS, J Y COL, Indicadores para la detección de talentos (7-67). Madrid: Consejo Superior de Deportes.

  • Hahn, E. (1988). Entrenamiento con niños. Barcelona: Martínez Roca.

  • Roffe, Marcelo; Fenili, Alfredo; Giscafré, Nelly (2003). “Mi hijo el Campeón”. Las presiones de los padres y el entorno. Lugar Editorial S.A. Buenos Aires.

  • Smoll, F.L. (1986). Coach-parent relationships: enhancing the quality of the athletes sport experience. En J. M. Williams (Ed.), Applied sport psychology, 47-58.

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