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Calcio y ejercicio físico

 

Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte

Máster Oficial en Nutrición Humana

Máster en Cineantropometría y Nutrición Deportiva

Raúl Domínguez Herrera

raul_dominguez_herrera@hotmail.com

(España)

 

 

 

 

Resumen

          El calcio aparte de ser fundamental para la correcta salud y formación ósea, desempeña muchas otras funciones entre las que destaca su papel final en la contracción muscular, al requerirse para la formación de los puentes cruzados. Por tanto, en el caso de este mineral, no solamente bastará con no tener déficit, que podría alterar la función neuromuscular o reducir la glucogenólisis sino que el deportista debería de intentar presentar el mayor pico posible de densidad mineral ósea, tanto para prevenir la aparición de lesiones como para prevenir una posible enfermedad futura como es la osteoporosis. Por tanto, un correcto balance del calcio, permitirá al joven deportista mejorar su salud a corto plazo, pero, sobre todo, a largo plazo. En este aspecto, debemos de indicar que el tipo de ejercicio influye en el remodelado óseo; por lo que los deportistas que realicen ejercicios de bajo impacto, tendrán que incluir sesiones de entrenamiento con altos impactos para asegurarse una correcta salud ósea; además de asegurar una ingesta de 1000 mg/d. Del mismo modo, deportistas vegetarianos que no ingieren productos lácteos ni leche, así como deportistas que se someten a programas de pérdida de peso o con amenorrea; deberán de corregir dicha situación y suplementarse con dosis de 500 mg al día de forma espaciada, para mejorar la absorción; al tiempo que, no deben de descuidar los aspectos anteriormente señalados relativos al entrenamiento.

          Palabras clave: Ejercicio físico. Calcio. Formación ósea.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 17, Nº 177, Febrero de 2013. http://www.efdeportes.com/

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Calcio y ejercicio físico

    El calcio es el mineral más abundante de nuestro cuerpo, teniendo funciones muy importantes en la construcción y mantenimiento de huesos sanos, así como jugando un papel importante en la activación enzimática y en la regulación de la permeabilidad de las membranas celulares, siendo, además, preciso para la formación de los puentes cruzados de actina-miosina que hace que los músculos se contraigan (Wilmore y Costill, 2004).

    Por tanto, no es de extrañar que un deportista que tenga una dieta deficitaria en este mineral pueda presentar calambres, debido a la pérdida de calcio desde el retículo sarcoplasmático, así como alteraciones de la función neuromuscular o reducción de la glucogenólisis.

    En cuanto a la función de construcción y mantenimiento de la función ósea, debemos de tener presente que el aporte de calcio en la dieta es importante, pero que, el ejercicio físico aplica una función mecánica sobre el hueso que facilita su desarrollo y la deposición de sales de calcio, por lo que no es de extrañar que el ejercicio físico per se aumente la densidad mineral ósea (Beshgetoor y col., 2000). Esto explicaría por qué la densidad mineral ósea en mujeres universitarias deportistas (gimnastas) es mejor que en aquellas que no practicaban deporte (Proctor y col., 2002).

    Pero, si realizamos un análisis podemos darnos cuenta que el tipo de deporte que se practique, también, es una variable que afecta a la densidad ósea. Así, el aumento de la densidad mineral ósea fue mayor, tras un período de 8-12 meses de entrenamiento, en gimnastas que en nadadoras y corredoras (Taafe y col., 1997). De este modo, las actividades deportivas con un impacto fuerte, como la gimnasia o el voleibol, o las de un impacto medio como correr y hockey hierba, incrementan más la densidad mineral ósea que en deportistas que practican deportes sin impacto, como la natación, o mujeres sedentarias (Dook y col., 1997).

    Sin embargo, no se conoce la función de la suplementación con calcio en la prevención y tratamiento de la osteoporosis (Highet, 1989). Por otro lado, sabemos que el deportista siempre debe de tener la mayor densidad mineral ósea posible, pues se ha correlacionado negativamente la tasas de lesiones del equipo nacional femenino de los Estados Unidos con la densidad mineral ósea (Bernadot, 1996).

    Tampoco hemos de olvidar que el entorno hormonal juega un papel fundamental en la homeostasis del hueso, produciéndose una pérdida del mismo en mujeres cuando se dan niveles bajos de hormonas ováricas que, a su vez se relaciona con niveles bajos de biodisponibilidad de energía (Burke, 2010). Por tanto, no es de extrañar que los tres “componentes” citados, formen la llamada tríada de la mujer deportista: trastornos alimentarios, amenorrea y osteopenia (Yaeger, 1993).

    Una vez que se ha instaurado el cuadro del que habló Yaeger, deberemos de tener en cuenta que la práctica deportiva no podrá prevenir la pérdida de masa ósea (Prince y col., 1991), aunque si se piensa que el entrenamiento de fuerte impacto (gimnasia) podría, aún así, compensar en cierto modo el impacto negativo de las alteraciones menstruales y la ingesta inadecuada de calcio sobre la masa y la densidad del hueso (Barr y McKay, 1998). Según Otis (1997), la salud ósea de atletas amenorreicas dependerá de varios factores como la duración y la gravedad de las alteraciones menstruales, la densidad mineral ósea previa a la aparición de la amenorrea, el tipo de carga sobre el hueso que se da durante la actividad deportiva, el estado nutricional y el componente genético.

    Dado que el contenido mineral óseo que se tiene en la época prepuberal determina el que se tiene con posterioridad (Delgado, 2003), nos hace pensar que deberemos de asegurar un correcto balance energético, un aporte apropiado de calcio y un programa de actividad física que incluya impactos (sirva de ejemplo el típico entrenamiento de multisaltos, por ejemplo), para asegurar una buena salud ósea de los deportistas, especialmente en el caso de la mujer deportista.

    Por tanto, no debemos de aportar suplementos de calcio a los deportistas que consigan cubrir las recomendaciones de 1000 mg/d y si, incluir ejercicios de impacto en sus rutinas de entrenamiento para asegurar una correcta densidad mineral ósea y prevenir posibles fracturas óseas. Sin embargo, habría que aumentar la ingesta, incluyendo si fuese necesaria la suplementación, en deportistas que presenten amenorrea. En dicho caso las recomendaciones deberán de subir a 1500 mg/d, pudiendo utilizar suplementos, mejor en dosis de 500 mg o menos, para maximizar su absorción (Summerfield, 2002). Además, los deportistas vegetarianos podrían tomar suplementos (Venderley y Campbell, 2006), pues aquellas personas que no toman leche ni productos lácteos, es difícil que consigan cubrir sus requerimientos (Cox, 2001).

    En cualquier caso, nunca deberemos de sobrepasar los 2500 mg/d, que sería la ingesta máxima tolerable, y que podría dar lugar a sintomatología tal como estreñimiento, mala absorción de otros minerales (hierro, cinc y magnesio), cálculos renales, arritmia cardíaca (Bernadot, 2007) o depósitos de calcio en los tejidos blandos (Summerfield, 2002).

Referencias bibliográficas

  • Barr, S.I. y McKay, H.A. (1998). Nutrition, exercise, and bone status in youth. International Journal of Sport Nutrition, 8, 124-142.

  • Benadot, D. (1996). Working with youth athletes: Views of a nutritionist on the sports medicine team. International Journal of Sport Nutrition, 6, 110-120.

  • Bernadot D. (2007). Nutrición deportiva avanzada: cómo ajustar la ingesta de alimentos y fluidos para conseguir un entrenamiento y rendimiento óptimos. Madrid: Tutor.

  • Beshgetoor, D., Nichols, J.F. y Rego, I. (2000). Effect of training mode and calcium intake on bone mineral density in female Master cyclists, runners and non-athletes. International Journal Sport Nutrition Exercise Metabolism, 10, 290-301.

  • Burke, L.M. (2010). Nutrición en el Deporte: Un enfoque práctico. Madrid: Panamericana.

  • Cox, G. (2001). The vegetarian Athlete. International Sport Med Journal, 2 (2), 1-8.

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  • Highet, R. (1989). Athletic amenorrea: an update on etiology complications and management. Sports Medicine, 29, 407-424.

  • Otis, C.L., Drinkwater, M, Jhonson, A., Loucks, A. y Wilmore, J. (1997). American College of Sport Medicine position and stand. The female athlete triad. Medicine and Science in Sports and Exercise, 29, 1-9.

  • Prince, R.L., Smith, M., Dick, I.M., Price, R.I., Web, P.G., Henderson, N.K. y Harris, N.M. (1991). Prevention of postmenopausal osteoporosis: A comparative study of exercise, calcium supplementation and hormone-replacement therapy. New England Journal of Medicine, 311, 277-281.

  • Proctor, K. L., Adams, W.C., Shaffrath, J.D. y Van Loan, M.D. (2002). Upper-limb bone mineral density of female collegiate gymnasts versus controls. Medicine and Science in Sports and Exercise, 33, 814-821.

  • Summerfield, L.M. (2002). Nutrición, Ejercicio y Comportamiento: un enfoque integrado para el control de peso. Madrid: Paraninfo.

  • Taafe, D.R., Robinson, T.L., Snow, S.M. y Marcus, R. (1997). High impact exercise promotes bone gain in well-trained female athletes. Journal of Bone and Mineral Research, 12, 255-260.

  • Venderley, A.M. y Campbell, W.W. (2006). Vegetarians diets: Nutritional considerations for athletes. Sports Medicine, 36 (4), 293-305.

  • Wilmore, J. H. y Costill, D. L. (2004). Fisiología del esfuerzo y del Deporte. Barcelona: Editorial Paidotribo.

  • Yaeger, K.K., Agostini, R., Nativ, A. y Drinkwater, B. (1993). The female athlete triad: Disordered eating, amenorrhea, osteoporosis. Medicine and Science in Sport and Excercise, 25, 775-777.

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