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Estrategias para la prevención y tratamiento de 

la obesidad infantil-juvenil. Efectos positivos 

de la adopción de estilos de vida saludables

 

*Doctor en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte

Máster Oficial en Investigación y Docencia

en Ciencias de la Actividad Física y la Salud

**Becario de postgrado del Ministerio de Educación:

Programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU)

José Enrique Moral García*

jemoral@ujaen.es

Alberto Grao Cruces**

agracru@upo.es

(España)

 

 

 

 

Resumen

          Toda estrategia preventiva debe comenzar a la más temprana edad. La prevención de la obesidad deberá iniciarse en la infancia, a través de la promoción de hábitos saludables en Atención Primaria. Del mismo modo, hay que estimular la práctica de actividad física regular en la población, con especial énfasis en los escolares. De hecho, la niñez es una etapa en la que aún es posible modificar conductas tanto en alimentación como en actividad, porque es el momento en el que se forman los hábitos, se estructura la personalidad y se pueden establecer patrones que en el futuro serán más difíciles de cambiar. Por eso, la escuela es uno de los lugares más eficaces para modificar las costumbres y hábitos de los niños y adolescentes. En síntesis, un programa dirigido a cambios en el estilo de vida para personas con obesidad se asocia a una mejora en determinadas áreas de la Calidad de Vida Relacionada con la Salud (CVRS).

          Palabras clave: Obesidad. Sobrepeso. Prevención. Tratamiento. Hábitos de vida.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires - Año 16 - Nº 156 - Mayo de 2011. http://www.efdeportes.com/

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1.     Prevención

    La prevención de la obesidad deberá iniciarse en la infancia, a través de la promoción de hábitos saludables en Atención Primaria. Los médicos de este estadio sanitario deberán detectar la obesidad de sus pacientes a través de preguntas encaminadas a tal fin; también a facilitar a sus pacientes información y consejos sobre alimentación y ejercicio físico (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2005).

    Debemos saber que para conseguir resultados positivos, la detección y el tratamiento tempranos son esenciales, y que el éxito de la combinación de la higiene dietética con el ejercicio físico y la ayuda psicológica es mayor en niños y adolescentes que en adultos. Asimismo, para aumentar las probabilidades de éxito, debe implicarse también al psicólogo infantil, al experto en nutrición y dietética, al asistente social, al monitor de educación física y a las instituciones sanitarias públicas (González Corbella, 2005).

    Toda estrategia preventiva debe comenzar a la más temprana edad. En este sentido es necesario garantizar el buen estado nutricional de la madre durante el embarazo, que a la postre repercutirá positivamente en el del hijo. La deficiencia nutricional en el periodo prenatal se ha asociado con mayor frecuencia a enfermedades crónicas en la edad adulta, como diabetes tipo 2 y obesidad en los recién nacidos de bajo peso, habiendo que fomentar la lactancia materna (Moreno y Oliveira, 2002).

    En la infancia es cuando se está formando la personalidad de los sujetos y por eso en estas edades es más efectivo promover la adquisición de hábitos más saludables que modificarlos una vez estructurados en la edad adulta. Por lo tanto, la alimentación durante el primer año de vida, y a lo largo de toda la infancia, edad escolar y adolescencia, desempeñan un papel muy importante en la prevención y promoción de la salud.

    Para conseguir un balance energético adecuado debe estimularse la práctica habitual de actividad física. Los resultados de diferentes estudios sugieren que la práctica habitual de actividad física de intensidad moderada contribuye a prevenir el riesgo cardiovascular y también la obesidad. Se ha puesto en evidencia que las personas que realizan actividad física con asiduidad consumen cantidades más elevadas de frutas y verduras y disminuyen la ingesta de grasa respecto a sus coetáneos sedentarios. Como ha quedado patente la actividad física tiene un alto componente regulador de la obesidad, y ésta debe estar presente desde la infancia. Con la práctica de actividad física conseguimos conocer mejor el entorno que nos rodea, nuestro cuerpo, somos más coordinados y promocionamos un buen balance energético. Por lo tanto, sería bueno que desde los sectores educativos y comunitarios se promocionase y facilitase la práctica de ejercicio físico moderado, habilitando espacios seguros y equipados para la práctica deportiva.

    Reducir el peso es una de las medidas más eficaces a la hora de prevenir y tratar la hipertensión y los factores de riesgo cardiovasculares que se asocian a la obesidad. La estimación de la grasa visceral en pacientes obesos es de gran importancia porque permite predecir el riesgo metabólico de estos pacientes (Bellido, 2006).

    Según Pérez et al. (2001) y Martínez López (2005) para prevenir la obesidad hay que tener en cuenta la educación nutricional y la práctica de ejercicio físico. Modificar estos hábitos puede resultar una tarea compleja ya que dichas conductas se instauran en la infancia, quedado impresas en el ambiente social y familiar. En este sentido, las estrategias anticipativas de prevención, dirigidas a todos estos elementos serían las que más garantías de éxito tendrían. Todo esto se vería reforzado si se ven implicados el medio escolar, familia y sociedad. No en vano, en diferentes estudios llevados a cabo en Australia, Estados Unidos y Canadá se llegó a esta conclusión. (Pérez et al., 2001; Serra, 2005). Es importante, por tanto, modificar el estilo de vida cuanto antes, considerando que el proceso de degeneración cardiovascular comienza temprano en la vida del individuo, y está en relación directa con la obesidad. De este modo, disminuyendo la ingesta con alto contenido graso, y controlando el colesterol temprano durante la niñez, se pueden reducir considerablemente el riesgo de padecer un accidente cardiovascular durante la edad adulta (Hopper et al., 2005). Del mismo, se contribuye de forma positiva la construcción de espacios verdes, la seguridad vial y el deporte guiado por profesionales que puedan asesorar en el tipo de actividad que deben practicar los niños obesos (Cañete et al., 2003).

2.     Tratamiento

    De la información extraída del Ministerio de Sanidad y Consumo (2005) se desprende que la estrategia NAOS tiene como objetivo crear una corriente de opinión favorable que propicie mejores hábitos alimentarios y la práctica regular de actividad física Una combinación de actividad física regular, variedad de alimentos con la dieta e integración social amplia, constituye el abordaje adecuado para enfrentarse al problema y alcanzar una mayor longevidad y un envejecimiento sano de la población. Se debe pues, promover una alimentación saludable y fomentar la actividad física para invertir la tendencia ascendente de la prevalencia de la obesidad y, con ello, reducir sustancialmente la morbilidad y la mortalidad atribuible a las enfermedades crónicas. Hay que estimular la práctica de actividad física regular en la población, con especial énfasis en los escolares. De igual modo, es conveniente propiciar un marco de colaboración con las empresas del sector alimentario para la producción de alimentos sanos. Y cómo no, sensibilizar a los profesionales del Sistema Nacional de Salud para impulsar la detección sistemática de la obesidad y el sobrepeso en la población en general y, muy especialmente, en la etapa infantil y juvenil.

    Para Santos (2005) la obesidad suele convertirse en una enfermedad crónica. Nuestro objetivo con los alumnos obesos no se limita a conseguir un descenso en el peso a partir del control acelerado de la actividad física y de la alimentación. Debemos lograr un cambio en los hábitos cuyo efecto se prolongue en el tiempo. Por ello, la modificación de la conducta desempeña un papel fundamental en el tratamiento de la obesidad y en la mayoría de los casos va a ser indispensable que exista motivación y colaboración de la familia.

    La niñez es una etapa en la que aún es posible modificar conductas tanto en alimentación como en actividad, porque es el momento en el que se forman los hábitos, se estructura la personalidad y se pueden establecer patrones que en el futuro serán más difíciles de cambiar. Por eso, la escuela es uno de los lugares más eficaces para modificar las costumbres y hábitos de los niños y adolescentes.

    Es necesario realizar una propuesta para la promoción de un peso equilibrado y saludable entre los adolescentes, debiendo combinar la práctica de actividad física con un consumo de grasas reducido y una dieta baja en calorías, un consumo creciente de frutas y verduras, así como disminuir el consumo de tabaco y otras prácticas que repercutan negativamente en el control del peso corporal. En el caso de los niños, resulta muy importante el fomento de hábitos que incorporan la actividad física, tanto programada como no programada en su estilo de vida cotidiano. Como ejemplo de actividad física no programada podemos citar subir escaleras en lugar de utilizar el ascensor o elementos mecánicos; ir a pie para desplazarnos de un lugar a otro; montar en bicicleta, jugar al fútbol, etc. también es importante evitar el empleo de demasiadas horas ante el televisor o el ordenador (Bastos et al., 2005).

    El objetivo fundamental es disminuir la masa grasa del paciente obeso, pero existen también objetivo secundarios, como mantener el peso perdido, mejorar las complicaciones, mejorar los hábitos de vida y aumentar, en definitiva, la calidad de vida del individuo. El tratamiento debe ser personalizado y adaptado a las características y comorbilidades de cada persona. El objetivo principal del mismo es la pérdida de peso moderada y un mantenimiento del peso perdido, para ello lo razonable es proponerse objetivos asequibles. Se sabe que las pérdidas de peso moderadas, entre el 5 y 10% del peso inicial, mantenidas, son muy rentables en términos de salud. De aquí podemos deducir que dicho tratamiento pasaría por adquirir hábitos de vida más saludables de forma permanente, mejoras en la alimentación, acompañada de un incremento de la actividad física. Las pautas alimentarias deben ser individualizadas para cada paciente según la edad, sexo, trabajo, enfermedades asociadas, gustos, horarios, clima y actividad física. En caso de que el método llevado a cabo lo estime oportuno, se podrán administrar fármacos recomendados por el ministerio de salud como son el orlistat (Xenical) y sibutramina (Reductil) (Consenso SEEDO, 2000; Barbany y Foz, 2005).

3.     Hábitos vida

    Un programa dirigido a cambios en el estilo de vida para personas con obesidad se asocia a una mejora en determinadas áreas de la Calidad de Vida Relacionada con la Salud (CVRS). Sin embargo, el deterioro observado en la función social debe tenerse en cuenta a la hora de planificar este tipo de programas (Rodríguez et al., 2003).

    Vela, Olavarrieta y Fernández (2007) consideran prioritario establecer un horario de sueño regular y flexible, yendo a la cama sólo cuando se tenga sueño y levantarse a la misma hora todas las mañanas, incluyendo los fines de semana. Se recomiendan dormir las siguientes horas en función de la edad:

    El ambiente del dormitorio debe favorecer el sueño al máximo posible. La temperatura, la humedad, la luz y el ruido deben mantenerse en niveles compatibles con el sueño. El dormitorio hay que usarlo únicamente para dormir, evitando cualquier otra actividad como leer, ver la televisión y oír la radio, entre otras. Antes de dormir son recomendables actividades tranquilizadoras o relajantes durante al menos 15 a 30 minutos, evitando aquellas que puedan tener un efecto estimulante, desde el ejercicio físico a la actividad intelectual intensa. Hay que recordar a los adolescentes y jóvenes que trasnochar los fines de semana tiene un efecto perturbador sobre el sueño durante unos días. El ejercicio físico, adecuado a la forma física de cada uno, practicado regularmente contribuye a mejorar el sueño. Sin embargo, conviene no hacerlo a una hora próxima a la de acostarse, dejando transcurrir al menos 4 ó 5 horas (Vela, Olavarrieta y Fernández, 2007).

    Es recomendable evitar comidas copiosas y líquidos en exceso antes de irse a dormir. Si se tiene hambre antes de la hora de acostarse conviene tomar un tentempié con hidratos de carbono. La cafeína y otras sustancias estimulantes no deben tomarse en las 6 ó 7 horas que preceden a la de irse a dormir. El alcohol debe evitarse en las 2 ó 3 horas antes de acostarse. Es necesario recordar, sobre todo a los más jóvenes, el efecto perturbador que tienen sobre el sueño el tabaco y otras drogas de uso común (Vela, Olavarrieta y Fernández, 2007).

    Por su parte el Ministerio de Sanidad y Consumo (2005) apuestan por limitar a un máximo de 2 horas el tiempo que los niños dedican a ver la televisión o juegos que no requieran ejercicio físico. El objetivo ha de ser fomentar la práctica de deporte y de actividad física especialmente en la infancia y la juventud. Se recomienda practicar 30 minutos de ejercicio físico de intensidad moderada, como caminar a paso ligero, todos los días de la semana. Se debe acostumbrar a los niños a realizar ejercicio físico de forma cotidiana.

    El autorrestrinjo, según Santos (2005), es uno de los métodos más eficaces. Se trata de educar para reconocer los patrones de alimentación y de ejercicio más adecuados para cada persona y estimular el control aprendido a regular la sensación de hambre. Es importante introducir las modificaciones en la conducta de modo paulatino.

Referencias bibliográficas

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