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Respuesta hormonal a la competición deportiva. 

¿Hacia una teoría de activación conjunta de los ejes HPG-HPA?

 

Maestro en Educación Física

Máster en Investigación en Actividad Física y Deporte

Doctorando Activo Universidad de Málaga

Manuel Jiménez López

cbmijas@hotmail.com

(España)

 

 

 

 

Resumen

          El presente trabajo persigue hacer una revisión bibliográfica de las investigaciones que se vienen llevando a cabo en materia de respuesta hormonal a la competición social y deportiva. Los estudios que han relacionado la activación precompetitiva, la respuesta neuroendocrina a la competición deportiva, y los cambios, que testosterona y cortisol, sufren producto de la ejecución o del resultado final, han sido inconsistentes; relacionando dichas respuestas a características individuales. Las conclusiones más relevantes son, que si bien las hipótesis más estudiadas (hipótesis de challenge e hipótesis del estatus biosocial) son inconcluyentes en humanos, se repiten mayoritariamente, pero no siempre, cuando de competición deportiva o social llega a su fin. Ello podría ser consecuencia del estudio, hasta la fecha, de la respuesta de los ejes HPA e HPG por separado, ignorando su posible conjunción dual en la respuesta de búsqueda de estatus social.

          Palabras clave: Competición social. Competición deportiva. Testosterona. Cortisol.

 

 
EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 15, Nº 150, Noviembre de 2010. http://www.efdeportes.com/

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    Cuando una variación ofrece la más pequeña utilidad a un ser cualquiera, no podemos decir cuánto hay que atribuir a la acción acumuladora de la selección natural y cuánto a la acción definida de las condiciones de vida. 

Charles Darwin.

Introducción

    Los humanos, salvo raras excepciones, pasamos toda nuestra vida en sociedad, encontrando en las señales verbales y no verbales, códigos de comunicación intraespecífica que nos ha permitido trasladar fácilmente la información disponible de unos a otros. Estas interrelaciones incluyen conductas que expresan nuestra posición social (percepción del estatus por otros miembros), y que parece ser producto de una memoria social, que Dubar (2003) definiría como la capacidad de recordar encuentros y percibir rangos de jerarquía.

    En primates, las diferencias intragrupo en los niveles de cortisol, son estadísticamente significativos en los subordinados, más propensos a la hipercortisolemia que los dominantes (Abbot et al, 2003).

    Para Sapolsky (2004), estas respuestas endocrinas de los subordinados suelen ocurrir, pero no siempre, ni de manera universal en todas las especies. La relación entre el bienestar y el estatus social, puede verse afectada drásticamente por las estrategias de afrontamiento individual, tanto para humanos como para animales. Por tanto, las diferencias sociales y culturales (en el caso del hombre) pueden tener origen y consecuencia en el estrés psicosocial, lo cual dificulta una respuesta estandarizada en base a conceptos exclusivamente psicofisiológicos, como apuntaba Seyle (Seyle, 1950). Sin embargo, existen condiciones sociales que pueden actuar como agentes estresantes y que modifican el estatus social y la salud (Sandín, 2003).

    En comunidades humanas, y en otras especies gregarias jerarquizadas, es inevitable convivir para sobrevivir, y también es inevitable convivir sin conflictos de intereses. La forma en que éstos se resuelven suele ser mediante la competición por la obtención del recurso. El análisis, en el mundo animal, de las interrelaciones, mediaciones en conflictos, competencia, estructura social, etc., ha permitido conocer conceptos que ayudan a encontrar respuestas en los mecanismos sociales, psicológicos (percepción, evaluación, afrontamiento y personalidad) y, en los últimos años, neuroendocrinos; y algunos síndromes conductuales. Es interesante que la investigación sobre la conducta humana, siga una línea similar, con el objetivo de analizar la complejidad de los comportamientos sociales (Sapolsky, 2004).

    La necesidad de estudiar la motivación, los procesos cognitivos, las variables psicológicas, la atribución causal de los resultados o la satisfacción, ha podido explicar algo la enorme varianza que se obtiene de los resultados de las respuestas neuroendocrinas en la competición humana (Salvador, 2005; Salvador y Costa, 2009; Archer, 2006; Filaire et al, 2009; Van Anders y Watson, 2006, 2007).

El eje HPG desde un punto de vista ecológico y evolutivo

    Altos niveles de T y dominancia social han sido la base de muchos estudios científicos. La relación entre la T y algunas conductas sociales o rangos de dominancia intraespecífica, se ha confirmado en pájaros (Buchanan et al, 2010), primates (Abbot et al, 2003; Mehta et al, 2008; Sapolsky, 1991) y también en seres humanos (Sapolsky, 2004; Gillespie, 1971; Wingfield, Hegner, Duffy y Ball, 1990, Archer, 2006; Marzur y Lamb, 1980).

    Cuando los seres humanos con niveles altos de T, ganan o pierden en competición deportiva o social, la derrota aumenta los niveles de C y la victoria los disminuye, generalmente. Para los participantes con bajos niveles de T, la victoria o el fracaso no aporta cambios significativos en los niveles de C, aunque sean ligeramente descendentes en los ganadores (Salvador y Costa, 2009; Salvador 2003; Salvador, 2005). Para Blanchard (2001), cuando se obtiene la victoria, las probabilidades de éxito en las competiciones posteriores aumentan. La victoria otorga una posición de liderazgo jerárquico sobre los perdedores, incluidos cambios de carácter fisiológico, conductual y de dominancia sobre los otros.

    La hipótesis de estatus biosocial (BSSH) en primates de Marzur y Lamb (1985), insta a pensar que la victoria de un enfrentamiento produce aumentos significativos en los niveles de T, mientras que la derrota disminuciones; además el interés del ganador en participar en nueva conductas agonísticas se incrementaban (Figura 1). Determinaron que los cambios en la T continuaban siendo diferentes en base a la consecución de la meta (Marzur y Lamb, 1980). Esta hipótesis ha sido estudiada en deportes de raqueta, donde los tenistas perdedores durante la competición deportiva, tienen mayores niveles de C basal y durante el torneo que los ganadores (Filaire et al, 2009).

Figura 1. Representación de la hipótesis del estatus biosocial de Marzur, basado en la relación recíproca 

entre hormonas y comportamiento. (Adaptado de Marzur y Lamb, 1985 y Marzur y Booth, 1998)

    La HC recogida por muchos estudios científicos en el ámbito del deporte, sería la tendencia general de los organismos implicados en luchas por el recurso, quienes ven aumentados sus niveles de T antes de la contienda intraespecífica. Los animales ganadores de estos enfrentamientos, reciben la retroalimentación propia de la T, como el cambio en los fenotipos conductuales y físicos, mejora de la autoestima y percepción positiva de poder alcanzar una nueva meta; entre éstos, los procesos anabolizantes de la T mejoran la mineralización ósea y el aumento de la masa muscular (Nowak et al, 2010).

El eje HPA desde un punto de vista ecológico y evolutivo

    En humanos, el eje HPA puede ser activado por gran cantidad de estresores, los de tipo psicológico son los más comunes, en oposición a los fisiológicos o sistémicos. Muchas de las respuestas disponibles son de carácter anticipatorio, o sea, que están basadas en las expectativas de resultados que poseen en la memoria vital, y juegan un importante rol en los modelos de estrés crónico, afectando al cerebro, la conducta y los procesos cognitivos (Lupien et al, 2009, Sapolsky, 1992).

Figura 2. Circuitos responsables de la respuesta neuroendocrina de estrés

FCI = Factor de liberación de Corticotropina (Núcleo Hipotalámico Paraventricular); 

5-HT =Serotonina (Núcleo Dorsal); NE = Noradrenalina; Amy= Amígdala; DA=Dopamina (Sistema Mesolímbico)

(Adaptado de Carrasco y Van de Kar, 2003)

    Los componentes neuroendocrinos activados por los estresores incluyen el incremento de los niveles de adrenalina y noradrenalina desde el sistema nervioso simpático y la médula adrenal. La CRF y vasopresina desde la zona paraventricular y, unos segundos después, la pituitaria secreta adenocorticotropina (ACTH), fomentando el aumento de glucocorticoides desde la glándula adrenal (Figura 2.)

Costes de la Carga Alostática

    La Carga Alostática se refiere al coste acumulativo para el cuerpo, de los ajustes individuales, en base a su morfología, fisiología y conducta ante los cambios ambientales, estado social, etc.; puede verse variado a lo largo de las diferentes etapas del ciclo vital de cada animal.

    Cuando se enfría el cuerpo éste produce calor, cuando está amenazado por bacterias se producen anticuerpos, y cuando existe un peligro externo el organismo se prepara para llevar a cabo una respuesta de lucha o huída (Sandín, 2003).

    La sobrecarga alostática puede ser: un estado en el cual los costes de cada fase del ciclo vital y las situaciones concomitantes exceden los recursos disponibles para proveer al sistema de energía suficiente (tipo I); o un estado en el que ponemos a prueba nuestro cuerpo con estados nocivos que pueden llegar a ser crónicos (Tipo II); este último tipo, es el que se produce en los seres humanos, y puede llegar a provocar patologías graves si no se alivia la carga de algún modo (Mc Ewen y Wingfield, 2003; Bower et al, 2008).

    En el tipo II, la sobrecarga alostática es demasiado alta como para que el consumo de energía sea suficiente para retomar el equilibrio fisiológico. Como consecuencia de ello, la secreción de Glucocorticoides es crónica y elevada y, junto con los desequilibrios de otros mediadores, con el paso de los años desencadenan alguna patología. Este tipo de sobrecarga es la más común en el ser humano y en los animales en cautiverio. No favorece respuesta de escape-huida; salir de ella sólo es posible cuando, los seres humanos que sufren conflictos sociales, aprenden a cambiar su propio comportamiento y, sujetos a las exigencias del orden establecido, alivian las condiciones sociales negativas con un estilo de afrontamiento positivo de los eventos vitales (Wingfield, 2005, Sapolsky, 2004, Moya-Albiol et al, 2005, Roy et al, 2003; Thompson, Mata, Jaeggi, Buschkuehl y Jonides, 2010).

    La carga alostática, como veremos también en el ámbito del deporte, repercute directamente sobre el metabolismo energético, el sistema cardiovascular, el sistema inmunológico, los estados de ánimo, etc. (Salvador y Costa; 2009; Salvador et al, 2003; Salvador et al, 1995; Alix-Sy, Le Scanff y Filaire, 2008; Ruiz et al, 2004; González-Bono, 1999; Filaire et al, 2009). Pero el estrés desde el punto de vista darwiniano, no sólo debe entenderse como producto del coste alostático; también, como un beneficio para la propia adaptación a un entorno en continuo cambio, a través de la alostasis (Wingfield, 2005; Bower et al, 2008).

La respuesta neuroendocrina en competición deportiva

    Alicia Salvador, (en su revisión de 2009) sobre el afrontamiento de la competición en humanos, tras analizar los diferentes estudios iniciales sobre la respuesta neuroendocrina, llegó a la conclusión de que existen una serie de pautas que se repiten significativamente en la competición humana, desarrollando el siguiente modelo hipotético de respuesta psicofisiológica en deportistas (figura 3).

Figura 3. Modelo de respuesta neuroendocrina a la competición (Salvador y Costa, 2009)

    En el modelo propuesto por Salvador y Costa (2009), diferencia tres partes fundamentales de la competición deportiva en base a la respuesta psicofisiológica:

    En concordancia con la CAST, sendos estudios han demostrado que la activación de los ejes HPG y HPA, tienen una vinculación necesaria y determinante en seres humanos sujetos a conductas competitivas. Carré desarrolló un estudio sobre una muestra de jugadores de Hockey profesionales, a los que se les presentaba un vídeo de un partido, jugado y ganado por el mismo equipo, previo al encuentro a disputar; observándose un aumento significativo de la T precompetitiva (entre un 42 y un 44 %) en los sujetos experimentales. Los procesos cognitivos, por tanto, juegan su papel en la preparación del deportista para afrontar el encuentro (Carré, Gilchrist, Morrisey y McCormick, 2010).

    Importante es destacar, que los jugadores experimentados, suelen regular su esfuerzo a lo largo de la temporada, con el fin de mantener el estado óptimo competitivo, sin que los niveles de C o T puedan suponer una carga alostática mantenida e incesante; de otro modo, y como hemos visto, los costes superarían a los beneficios y con ello llegaría el sobreentrenamiento (Urhausen, Gabriel y Kendarmanny, 1995) o los estados de ánimo negativos (Perna et al, 1998; Moya-Albiol, Salvador, Costa, Ferrand y Lac, 2001).

    Filaire et al (2001), también sobre una muestra de judokas, concluyó que las relaciones existentes entre hormonas y variables psicológicas, dependían de la respuesta, incidiendo en la importancia de analizar las estrategias de afrontamiento, aspectos psicológicos previos y estados de ánimo.

    En otros deportes individuales, en este caso de raqueta, se apreciaban aumentos de la T precompetitiva, en relación con actividades deportivas no competitivas (Edwards y Kurlander, 2010). Parece que la respuesta psicofisiológica es más acusada en los deportes individuales, existiendo sendos estudios con deportes de raqueta como el tenis (Booth, Shelley, Marzur, Tharp y Kittok, 1989).

Testosterona y competición

    Los deportistas expertos, que son exactamente la muestra que más interesada podría estar en el estudio de sus respuestas hormonales a la competición, tienen una mayor capacidad para mantener los niveles psicofisiológicos en equilibrio, con el objetivo de finalizar la tarea o alcanzar un estadio óptimo durante la temporada. Así, sobre una muestra de jugadores de baloncesto de élite, Martínez y colaboradores, estudiaron los cambios hormonales en un equipo profesional en la temporada competitiva. Los resultados confirman la idea de una autorregulación del deportista experimentado, que no arrojaron diferencias significativas en los niveles de C y T en los diferentes meses de competición (Martínez et al, 2010).

    Sin embargo, se han hallado resultados que instan a pensar, que los deportistas afrontan con diferencia las competiciones por equipos y las individuales; siendo las segundas más susceptibles de respuestas endocrinas más marcadas (Oxford, Ponzi, Geary, 2009; Wagner, Flinn y England, 2009)

    En laboratorio, se evaluaron los niveles de T y C en una competición masculina no deportiva, indicando los resultados que la percepción de ganar o perder, y la seguridad en la finalización de la tarea, se correlacionaba con la T, pero no con el C; más cercano a cambios en los estados de ánimo o estatus social (Glaude, 1989). Sin embargo, cuando la tarea implicaba el trabajo en equipo, los individuos más relevantes en la victoria, generaban más T que los que aportaron menos. Los individuos con altos niveles de T, generaban más C cuando la competición se desarrollaba intragupo (Oxford et al, 2009).

La Hipótesis del Aspirante (CH)

    Originalmente propuesta para asociar la agresión y la T en pájaros monógamos (Wingfield et al, 1990); se demostró que los niveles de T aumentaban en la época de cría y durante los desafíos de otros machos en dicho contexto (Winfield et al, 2001), en mamíferos (Wingfield, et al, 1990), donde se han detectado cambios en el comportamiento y hormonales; y en primates (Muller y Wranghan, 2004). En la investigación de Muller y Wranghan (2004), el encuentro con hembras fértiles y receptivas, por parte de los machos, el aumento de la agresividad se correlacionaban con la T. En los dominantes, estos niveles de T son más altos que en los subordinados, los estatus sociales y los fenotipos de fuerza y vitalidad, son consecuencia de ello; y por último, también en humanos, sin encontrar diferencias significativas entre géneros (Archer, 2004, Salvador y Costa, 2005).

    Existe una considerable variación entre humanos y animales, ya que la agresión queda inhibida a favor de otros conceptos selectivos, como por ejemplo las preferencias del sexo opuesto, o los procesos cognitivos… por tanto, en humanos debemos ser prudentes, e incorporar las diferencias individuales al analizar la CH (Archer y Mehdikhani, 2003).

    Un estudio interesante en competición controlada en laboratorio, a través de una tarea con ordenador, en una muestra de 84 personas, analizó la respuesta hormonal de los jugadores según el estado emocional de sus oponentes. Los resultados instaban a pensar que la competición, independientemente del resultado, aumentaba los niveles de T en ambos participantes, pero aumentaban significativamente cuando los niveles de autoconfianza del oponente eran altos (Van der Meij et al, 2010). Por el contrario, si la percepción del oponente, sobre la importancia de la competición era baja, la T de los perdedores disminuía en concordancia con la CH.

    En humanos, rechazar o mantener la HC, depende de precursores evolutivos, pero nuestros procesos cognitivos intervienen en las respuestas hormonales, como hemos visto en la CAST (Salvador et al, 2009). Por tanto, cuestiones como la percepción subjetiva de superioridad o el prestigio social, son directa e inversamente proporcionales, respectivamente, a las conductas agresivas (Johnson et al, 2007).

    La posible confirmación de la HC, se aportaría analizando las respuestas neuroendocrinas en las interacciones sexuales y competitivas (Marzur y Lamb, 2004; Salvador et al, 2003; González-Bono et al, 1999, 2000). La base de la hipótesis es encontrar la proporción costes vs beneficios: las consecuencias fisiológicas y conductuales de altos niveles de T mantenidos durante cierto espacio de tiempo, y los beneficios que aporta para la supervivencia, procreación, estatus social o conductas agonísticas (Wingfield et al, 2001).

    Aunque inicialmente, la CH fue estudiada en el género masculino de las diferentes especies analizadas, existe algún estudio sobre el impacto psicofisiológico de la competición en el género femenino (Bateup et al, 2002; Archer, 2004, 2005); donde los niveles de T aumentaban significativamente igual que en el género masculino, cuando las féminas se enfrentaban una competición.

La competición deportiva

    Salvador y colaboradores (2003) estudiaron la respuesta a la T en jóvenes judokas, sin encontrar diferencias estadísticamente significativas entre ganadores y perdedores de los encuentros. Este estudio, que fue realizado en competición real, las diferencias hormonales de los participantes, y la imposibilidad de replicar conductas y situaciones competitivas similares para todos en cada combate, fue determinante para la obtención de resultados sin diferencias sensibles.

    Suay et al (1999), sobre una muestra de 26 judokas, estudiaron la respuesta psicofisiológica a la victoria o la derrota, mostrando los ganadores alta motivación a la tarea y satisfacción con los resultados, sin diferencias significativas en los niveles de T. Similares resultados encontramos en Salvador et al (1995); donde la actividad física aumenta los niveles de T y C, pero la T aparece inversamente relacionada con indicadores de malestar psicológico: ansiedad y estados de ánimo negativos.

    Serrano et al (2000), en un estudio realizado sobre doce judokas en competición oficial, confirmaron que la T se relacionaba con la autosatisfacción con la tarea y la atribución del resultado al esfuerzo personal. Filaire et al (2001), estudiaron también en doce judokas en competición oficial, pero en este caso los niveles de T no variaban de manera significativa de unas competiciones a otras, siendo el C quien correlacionaba positivamente con CA, SA y negativamente con SC. En un estudio con futbolistas de diferentes niveles, también concluyeron en la idea de que la respuesta emocional en competición estaba relacionada con los niveles de C (Alix-Sy et al, 2008).

    González-Bono et al (1999) estudiaron a 21 participantes, jugadores de baloncesto de la Liga Nacional EBA, concluyendo que en los deportes de equipo, en competición real, no se aprecian diferencias en los niveles de T, como establecería la BSSH de Marzur; pero sí se apreció una afectación negativa de los estados de ánimo en los perdedores.

Testosterona y género femenino

    Hay evidencias de que el género femenino responde con incrementos de testosterona en situaciones de competición, en el mismo sentido que el género masculino; lo que sugiere que las diferencias son individuales y más influenciadas por el éxito o por las estrategias de afrontamiento activo o pasivo, que por el género (Archer et al, 2005). Existe respuesta hormonal a los desafíos en el este género, en concordancia con las BSSH y CH, con aumentos significativos de la T precompetitiva (Hameishi al, 2007) y relacionado a la victoria o la derrota (Oliveira, Gouveira, Oliveira, 2009). Como hemos comentado, los incrementos o disminuciones de los niveles de T están más influenciados por las diferencias individuales o la afiliación social, que con el sexo (Kiulighan et al, 2004). En un estudio sobre una muestra de deportistas femeninas en la modalidad de adiestramiento canino de Agility, se comprobó que no manifestaban niveles significativos de C entre W y L (Mehta et al, 2008); en este estudio se desarrolló una segunda investigación en laboratorio, donde el objetivo teórico de la tarea con ordenador era demostrar el coeficiente intelectual de cada una, en este caso, el género femenino se tomó la tarea más en serio que la investigación anterior, ofreciendo diferencias significativas intersujetos con altos niveles de T y aumentos o disminuciones del C relacionados a la victoria o la derrota.

Testosterona y estatus social (dominancia vs prestigio)

    Carré et al (2001), estudiaron la relación entre la agresión y la conducta competitiva en una muestra de participantes en una tarea con ordenador, observando que la conducta agresiva está continua y directamente relacionada con la recompensa que proporciona la T, regulando el interés por nuevas conductas agonísticas, en concordancia con la BSSH de Mazur.

    Las recientes tendencias estudian la diferencias individuales en la sensibilización de los receptores cerebrales, su relación con los niveles de T y la influencia transversal en el comportamiento (Manning, Bundred, Newton y Flanagan, 2003); los estudios neurogenéticos especifican los posibles coeficientes de heredabilidad de los fenotipos de conducta social, lo cual refuerza la idea de una sensibilización individualizada en humanos (Craig y Halton, 2009; Ebstein et al, 2010).

    Otro aspecto muy interesante en las relaciones que se establecen entre estatus social y toma de decisiones, es el desarrollado por Carney y Manson (2010), quienes analizaron la relación entre la T y el papel que juega, junto a los conceptos morales, en las decisiones que se deben tomar y que implican al bien común frente al bien individual. Los individuos con altos niveles de T parece dispuestos a respaldar y asumir decisiones morales que afecten a terceros. Sugieren que estos participantes poseen una relación inversa entre T y comportamiento empático; esto se estudió anteriormente en ratones de laboratorio por Hermans et al (2006), mediante administración exógena de T. En el género femenino, existen muchos trabajos que indican que los dos géneros responden a la competitividad y la agresión con aumentos significativos de T (Cashdan, 2003; Edwards y Kurlander, 2010); como resultado de la respuesta hormonal a situaciones que implican a los recursos, estatus social, reproductivo… Estas conductas tiene una relación cierta con procesos de carácter biológico, y se ven afectados por los procesos cognitivos, emocionales y fisiológicos (McAndrew, 2009).

    En el ámbito social humano, estos trabajos nos instan a pensar porqué las personas con altos niveles de T basal triunfan en el entorno socioeconómico y en contextos que impliquen luchas por el control del estatus social. Esto es de suma importancia para comprender, según Carney y Manson (2010), los mecanismos que relacionan a triunfadores de Wall Street y trabajadores estresados; políticos de diferentes ideologías y capacidad de afrontar situaciones críticas; o a deportistas que ocupan los primeros puestos del ranking y su control sobre esa posición preferencial en el entorno social deportivo.

    En este sentido, los estudios de Johnson, Burk y Kirkpatrick (2007), distinguen dos vías para la superioridad de unos humanos sobre los otros: la dominación y el prestigio, el término prestigio ya fue acuñado por el propio autor (Kirkpatrick, Waugh, Valencia, Webster, 2002). Hemos visto como, indistintamente del género, la dominancia jerárquica se relaciona positivamente con la T y ésta con la agresión; sin embargo, el prestigio se correlaciona inversamente con la T, lo que indicaría cierta inhibición del eje HPG en la superioridad jerárquica por esta vía. Esta variabilidad de la conducta competitiva, no agresiva, basada en las metas de logros, podría ser una vía adaptativa interesante para su estudio y análisis (Johnson et al, 2007). Mehta et al (2009), explican que los resultados son desiguales cuando se trata de analizar si la T es facilitadora de las metas deportivas, indicando que los niveles de T son directa e inversamente proporcionales si la competición es individual o por equipos, respectivamente. La idea de una respuesta psicofisiológica es mayor entre deportistas de alta competición individual, con respecto a la competición por equipos, podría estar relacionado con conceptos evolutivos de base, ya que la cooperación implica un importante grado de inhibición de la agresividad intragrupo.

El eje HPA y la competición

    Las investigaciones con ratones no agresivos, ha mostrado mayores niveles de cortisolemia y pérdida de peso, que en aquellos con conductas agresivas, tras la exposición a oponentes agresivos. Estas manifestaciones producen modificaciones del fenotipo en pájaros, donde la coloración y ornamentación son consecuencia última de la capacidad de adaptación a los cambios y del acceso preferencial a los recursos (Bartolotti et al, 2009); como en primates, donde el estatus social está relacionado con los niveles de C, superiores en los subordinados, quienes reciben menos atenciones, contacto y colaboración por parte del grupo (Abbot et al, 2003); finalizando en los humanos, donde el estrés ha sido directamente relacionado con patologías físicas y psíquicas, y donde la cortisolemia queda relacionada a estatus socioeconómicos deprimidos (Sapolsky, 2004).

    La activación laboral, o las exigencias del entorno, son motivos para los aumentos de C. Moya-Albiol el al (2005) compararon la respuesta hormonal, emocional y cardiovascular de un grupo de profesores durante la jornada laboral y los días de descanso. Durante el desempeño de sus trabajos, la percepción de estrés y la frecuencia cardíaca aumentaban, deteriorándose al tiempo los estados de ánimo positivos.

    Se deduce, que el estrés juega un papel determinante en los reajustes adaptativos del organismo ante los eventos vitales (situación laboral, social, o en la alta competición deportiva, donde a veces se reúnen características de todas las anteriores: mejora la calidad de vida, el reconocimiento social, y en el caso de los deportistas profesionales, el estatus socioeconómico), y que podría existir una predisposición epigenética de sensibilización al estrés. Si así fuera, ello podría ser consecuencia de la existencia de fenotipos que regulan la adaptación con más flexibilidad que otros; que poseen mejor regulación de los procesos alostáticos minimizando los costes y aumentando los beneficios (siguiendo el ejemplo del deportista profesional anterior, ofreciéndole menor gasto fisiológico que sus adversarios, para similar nivel competitivo o de entrenamiento) (Roelofs, 2010).

    Esto se ve reflejado en los estudios de Alvero et al (2009), donde sobre una muestra de jugadores de squash, se comparó la participación de la glucólisis anaeróbica –controlando los niveles de lactato en sangre-, HR media y percepción subjetiva de esfuerzo (RPE), entre W y L de encuentro de competición. Los resultados arrojaron valores estadísticamente significativos en los perdedores, que presentaban mayores niveles de lactato y RPE que los ganadores. Lo que establecería relaciones directas entre manifestaciones fisiológicas y L.

El cortisol y la competición deportiva

    Son muchos los estudios que se han desarrollado en materia de análisis de la respuesta del C en la competición deportiva, por su relación con la activación de los mecanismos de estrés (Tabla 1)

Tabla 1. Estudios sobre el impacto de la competición deportiva sobre los niveles de C. (Adaptado de Salvador et al, 2005; 2009)

    Los estudios son numerosos, pero inconclusos en cuanto a resultados, expresando cambios enormes de unos deportes a otros, o de unos competidores a otros; lo cual demuestra la idea de Robert Sapolsky sobre la respuesta neuroendocrina al estrés: “Mayoritariamente ocurre, pero no siempre” (Sapolsky, 2004).

    Entre los estudios que más nos interesaron para el presente trabajo, se encuentran:

    Estos estudios no están en desacuerdo con la HC, ya que son aquellos animales que le dan importancia al recurso, los que generan T antes de las luchas; aquellos que no muestran interés por el recurso (que no dan importancia a la competición por el mismo) en el fondo ya han decidido, bien por indefensión aprendida, bien por SEE, que los beneficios que puede obtener son claramente insuficientes frente a los costes psicofisiológicos que le supone la lucha intraespecífica.

    La estrategia de Halcón (lucha-huída) presenta unos beneficios importantes, al acceder al recurso de manera preferencial tanto alimentario como reproductivo, sin embargo los costes son altos, ya que en las luchas continuas hay una alta probabilidad de encontrarse con otro Halcón (H) más fuerte, que venza en ese enfrentamiento, pudiendo llegar a infringir heridas graves e incluso la muerte en su adversario.

    La Estrategia de Paloma (D) por el contrario, no arriesga en cuestiones de luchas por el recurso, pero en situación de escasez, las D sólo pueden optar por mantener los niveles de reservas energéticas, pues velarán por su supervivencia durante estas épocas.

    La Estrategia Evolutivamente Estable, y la que aplican la mayoría de los animales en libertad, es que cuando el recurso está disponible y es importante para la procreación o la supervivencia del individuo, se lucha por él; por el contrario, cuando el recurso en juego está en posesión de un tercero o su relevancia evolutiva no es demasiada; los animales lanzarían señales deshonestas con la intención de observar si el poseedor se las cree y abandona el recurso voluntariamente o sin luchas importantes.

Cortisol y estados de ánimo negativos

    Muchos estudios han asociado el C con las diferencias individuales en los estados de ánimo (Perna et al, 1998; Filaire et al, 2009), estados depresivos (Burke et al, 2005; Stetler y Miller, 2005; Maximino et al, 2010; McNaugton y Corr, 2004). En los estudios de Perna (1998), altos niveles de entrenamiento, aumenta los niveles de C, correlacionando con las subescalas FATIGA y DEPRESIÓN; deduciendo que el sobre-entrenamiento tiene una necesaria relación con la activación del eje HPA.

    Los resultados en competición, son importantes moduladores del aumento de C, y de los estados de ánimo negativos y baja Autoconfianza (SC) (González-Bono et al, 1999; Filaire et al, 1999; Alix-Sy et al, 2008).

    Ekkekakis (2005), consideraba que el tipo de actividad física desarrollada, ofrecerá una mejora de la SC y de los estados de ánimo; o en su defecto, sensaciones desagradables físicas y psíquicas (Ekkekakis, 2007). Es lógico preguntarse si existe relación entre el resultado final, y la percepción de esfuerzo realizado. Si el afrontamiento ha sido activo y, pese al esfuerzo físico, no se ha alcanzado la victoria; ¿provocaría el resultado un desequilibrio momentáneo en el sistema neuroendocrino en aquellos deportistas tras los desafíos deportivos? ¿Sólo ocurriría en los perdedores? ¿Son los estados de ánimo negativos sistemas defensivos inhibidores de nuevas conductas agonísticas?

Algunas consideraciones sobre la transferencia de hormonas a la saliva

    La saliva mantiene húmedo el aparato digestivo superior, favoreciendo la ingesta de alimentos; sus enzimas ayudan la digestión, aporta una respuesta inicial antibacteriana que inhibe la placa y también es un buen portador de moléculas hormonales. Las capas lipofílicas de los capilares y las células epiteliales transportan a la saliva moléculas, como por ejemplo esteroides, con mayor rapidez que los péptidos.

    Diferentes métodos analíticos han mejorado los procesos de medida hormonal desde muestras de saliva. Los inmunológicos, son relativamente fáciles de usar, los kits estandarizados se adquieren en el mercado a precios razonables y los resultados son muy fiables. La cromatográfica es muy eficaz a la hora de aportar datos cuantitativos. Las hormonas esteroides son importantes para el control de las funciones del cuerpo humano: sistema neuronal, endocrino e inmunológico.

    Estas hormonas, analizadas como biomarcadores, han sido usadas en diagnósticos clínicos de estrés (Nguyen y Wong, 2006), hiperplasia suprarrenal (Young et al, 1988) o infertilidad; a nosotros nos interesan los controles en el ámbito del deporte y de la medicina del deporte (Filaire et al, 2001, 2009; Salvador et al, 2003). El uso de la saliva como medio diagnóstico, es un método muy interesante para el futuro control de la actividad física y deportiva, porque la recogida de muestras es rápida, sencilla y no reviste invasión alguna. Esto y el hecho de que las hormonas esteroides no se unen a las proteínas en la saliva, convierten este método en una excelente evaluación de las hormonas esteroides libres presentes en la misma, antes, durante y tras la competición deportiva (Plenis y Baczek, 2010).

    El C es una de las hormonas más investigadas en saliva, como hemos visto, por su relación con la gluconeogénesis en el estrés, y por tanto, de interés para la investigación psicológica, como prueba de actividad adrenérgica (Filaire et al, 2001, 2009; Perna et al, 1998; Serrano et al, 2000). El C es una hormona esteroide procedente del córtex adrenal, como respuesta a la hormona ACTH. Aumenta la presión arterial, los niveles de glúcidos, suprime el sistema inmune; actúa sobre receptores específicos y tiene numerosas actuaciones en algunos mecanismos psicológicos. La mayoría del C que encontramos en saliva llega a través de mecanismos intracelulares.

    La T es una hormona esteroide del grupo de los andrógenos y, al igual que el C, ha sido ampliamente estudiada con éxito a través de la saliva, por su alta correlación con la T circulante (Salvador, 2005, 2009). Los efectos de la T se podrían clasificar como vigorizantes, con efectos anabolizantes como el aumento de la masa muscular, de la densidad ósea, y cómo estimuladora del crecimiento o desarrollo sexual en adolescentes.

    En la actividad deportiva, el uso de técnicas de análisis hormonal ofrece un respaldo científico importante, con unos protocolos de toma de muestras poco invasivos y relativamente sencillos, lo que influye en una mayor participación en estudios de campo en competición deportiva oficial. Esto ofrece un sistema prometedor de control psicofisiológico de los deportistas de élite o promesas deportivas en entrenamiento y competición (Edwards et al, 2006).

Conclusiones

    Existen conductas más arriesgadas que otras para la consecución de un logro o meta. El equilibrio es encontrar los beneficios y limitar los costes para obtener los mejores resultados en la lucha, y la consecuente superación de los competidores sociales. Este equilibrio satisface los niveles óptimos de adaptación psicofisiológica y por tanto de los reajustes propios de la supervivencia biológica. La diferencia entre la posición social relativa e interés por la competición parece tener una relación con la serotonina, que favorece la persistencia en la tarea y en la determinación de las conductas arriesgadas (Hill y Buss, 2010).

    La T se muestra como la gran protagonista en los procesos adaptativos en las estrategias de supervivencia y adaptación. Son los individuos con mayores niveles de esta hormona los que obtienen mejores resultados en la lucha; por el contrario, la cortisolemia se relaciona con estados de ánimo negativos y el C se encuentra presente en aquellos que pierden más partidos o están sometidos a mayores niveles de exigencia psicofisiológica.

    La toma de decisiones en los seres humanos puede cambiar a favor de los resultados. Serán más arriesgadas cuando las habilidades cotidianas son insuficientes para alcanzar la meta; lo que quiere decir, que inicialmente el deportista analiza si las demandas fisiológicas y psicológicas se encuentran dentro de las posibilidades de afrontamiento “seguro” (si es posible alcanzar la meta sin conductas de riesgo), si no está dentro de sus posibilidades de afrontamiento, el deportista decidirá si asume los riesgos que supone un alto nivel de entrenamiento y competición deportiva, o asume una conducta más conformista y conservadora. Parece ser que la T también juega su papel, haciendo que los humanos con mayores niveles, asuman mayores conductas de riesgo, que los que generan niveles más bajos, en situaciones de altas exigencias competitivas.

    En entrenamiento, sigue existiendo la idea de que entrenar el doble de tiempo, implica proporciones similares de mejora psicofisiológica; sin embargo, niveles de entrenamiento por encima de dichas posibilidades, puede desencadenar burnout deportivo o graves problemas de salud; además de una inadecuación adaptativa.

    Los deportistas expertos, son especialistas en la conservación de los recursos energéticos y la optimización de su uso, mientras que los deportistas amateurs son más impulsivos y nerviosos.

    El estatus social podría manifestarse con relaciones lineales entre el ranking deportivo y los niveles de T. Si esto fuera así, los jugadores que ostentan las posiciones dominantes en la jerarquía están predispuestos a seguir manteniendo esa posición jerárquica; los bajos niveles de C, los estados de ánimo positivos, una positiva competencia percibida y la retroalimentación psicofisiológica de la T, son poderosos procesos que envuelven y consolidan esta idea.

    Sin embargo, nuevos estudios (Mehta y Josephs , 2010, Liening y Josephs, 2010) apuntan a una activación conjunta de ambos ejes, cuando de búsqueda de conducta social se habla, lo cual abre una nueva línea de investigación que ofrece una alternativa muy interesante a la visión inicial de la respuesta psicofisiológica a la competición deportiva y social.

    En estos estudios, publicados en Hormones & Behavior y otras revistas de impacto, estos autores ofrecen la base científica neuroendocrina en la cual basan su teoría de activación conjunta de ambos ejes, en la inhibición o materia de búsqueda de estatus social. En los estudios desarrollados por Mehta (2010), podemos observar como existe una relación significativa entre altos niveles de T y bajos niveles de C, en aquellos deportistas que ganan más encuentros, y que tienen mayor interés por nuevos encuentros agonísticos; mientras que altos niveles de T y altos de C producen cambios muy marcados tras la derrota y desinterés por nuevas conductas competitivas. Para Liening y Josephs (2010), existen una serie de moderadores que ofrecen una clara influencia sobre la T, como pueden ser la vasopresina en el caso del género masculino, o el estradiol en el caso del género femenino. Para Josephs, la T fomenta el deseo de estatus social, pero para que la conducta motivada de aproximación en la búsqueda de estatus social se pueda desarrollar, bajos niveles de C son necesarios. Esta Hipótesis se basa en la idea, apuntada por Viau (2002), que indica la relación antagonista entre los ejes HPG e HPA, cuando uno se activa el otro es suprimido; por tanto, un aumento del C en respuesta a una situación de estrés competitivo o precompetitivo respondería suprimiendo los efectos de la T en la búsqueda de estatus social o deportivo.

Bibliografía

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EFDeportes.com, Revista Digital · Año 15 · N° 150 | Buenos Aires, Noviembre de 2010
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