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Actividad física y menstruación: análisis histórico

 

Ldo. en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, UPM

Máster en Actividad Físico-Deportiva, Personas

con Discapacidad e Integración Social, UAM

Profesor de Educación Física, ESO

Carlos Felipe Rello

carlosfelipe_ef@hotmail.com

(España)

 

 

 

 

Resumen

          El objetivo de este trabajo es la construcción del concepto de menstruación a lo largo de la historia y cómo ha podido influir la función maternal para el desarrollo de la mujer deportista.

          Palabras clave: Actividad física. Menstruación. Historia.

 

 
http://www.efdeportes.com/ EFDeportes.com, Revista Digital. Buenos Aires, Año 15, Nº 149, Octubre de 2010. http://www.efdeportes.com/

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Introducción

    El término menstruación viene del latín menstruum, que a su vez viene de menstruus, que significa mensual. El equivalente griego para la palabra mensual es menós, por lo que algunos términos que se refieren a la menstruación llevan este prefijo: menarquia, menorragia, menometrorragia, etc.

    Según la Real Academia Española de la Lengua (RAE), menstruar se entiende como Evacuar la sangre procedente de la matriz que todos los meses evacuan naturalmente las mujeres y las hembras de ciertos animales”.

    No podemos evitar poner aquí la descripción que hace de las menstruaciones Juan de Cárdenas, joven médico que emigró en el siglo XVI al Nuevo Mundo, en su libro “Problemas y secretos maravillosos de las Indias” (1591) y que cita Terrasa Nicolau (2000); dice así:

    “Si alguna evacuación de sangre puede en el cuerpo humano llamarse natural y muy conforme a la salud y conservación del es la llamada mestrua o mestrual, por cuanto le succede a la muger, como no sea niña o vieja o esté preñada, puntualmente de mes a mes y esto con tanta utilidad y provecho de su salud que el venirles con concierto le libra y repara de millones de enfermedades, causando gracioso color en el rostro, fuerças en los miembros, apetito de sanos y loables mantenimientos, siendo tan al contrario en faltándole, que de la tal falta o retención le succeden infinitos males (...); finalmente no se puede llamar muger sino retrato de duelos la pobre y miserable que en pasando de los catorce años la tal evacuación no tuviese.”

    Hasta la década de los 60, muchas actividades competitivas, tal y como indica Rivero Herraiz (2003), fueron apartadas del programa olímpico femenino por requerir un elevado esfuerzo físico. Tal es el caso de la prueba de 800 m. Probablemente porque se pensaba que la función maternal podía verse dañada por el ejercicio demasiado intenso, sobre todo cuando éste se efectuaba durante el periodo menstrual.

    A pesar de ello, en las últimas décadas, las transformaciones sociales, y sobre todo, la gran importancia atribuida a los efectos beneficiosos del ejercicio físico sobre los aparatos cardiovascular, músculo esquelético y metabólico, han condicionado un aumento importante de la práctica deportiva femenina a todos los niveles. Este hecho ha determinado que, recientemente, de nuevo vuelva a prestarse atención a los efectos del ejercicio físico sobre la función menstrual.

Análisis histórico

    Cuando comencé a realizar la revisión bibliográfica necesaria para desarrollar este artículo, desconocía cuánta información iba a encontrar sobre temas tales como la menstruación, la menarquia o la función maternal, entre otros conceptos. Lo que encontraba, en relación con la menstruación, tenía por base mitos y concepciones erróneas más que hechos científicos. Creo que omitir tal información puede llegar a limitar lo que realmente significa la menstruación en la sociedad actual.

    La primera parte del análisis histórico versa sobre el concepto que se ha tenido acerca de la menstruación a lo largo de la historia, desde las antiguas civilizaciones hasta nuestros días.

    Posteriormente, se analiza la relación entre mujer, deporte y ciclo reproductor, deteniéndonos con más detalle en el discurso médico deportivo de comienzos del s. XX, como consecuencia del importante hecho de la incorporación de la mujer al deporte a partir de dicho siglo, tal y como afirman Riaño González (2004), Rivero Herraiz (2003) y Pfister (2008). Este último autor sostiene cómo producto del progreso científico, las actitudes y los conocimientos médicos han experimentado grandes cambios, sobre todo a partir de la II Guerra Mundial, con respecto a los papeles de cada género y a la jerarquía social general predominante en la sociedad.

La menstruación desde las antiguas civilizaciones

    Sobre la presencia del fenómeno fisiológico de la menstruación han opinado a través de la historia todo tipo de pensadores: filósofos, líderes religiosos, fisiólogos, antropólogos, ginecólogos, etc., proporcionando distintas visiones desde sus respectivas disciplinas, y originando múltiples creencias, leyendas y prejuicios asociadas a la menstruación.

    Ya en las antiguas civilizaciones al hombre primitivo le confundía el hecho de que las mujeres perdieran sangre cada mes, sin enfermar ni morir por ello.

    Pitágoras (580-507 a. C.), el famoso matemático, filósofo y político griego del siglo V a.C. decía en su escuela de Trotona, que las leyes de la naturaleza y la realidad inmanente de las cosas tienen una estrecha relación con los aspectos divinos. En cierta forma mezclaba la ciencia con la religión de su época. Opinaba que la sangre menstrual era la espuma de la sangre, que contenía la superfluidez de las enfermedades.

    Según Alarcón-Nivia (2005), Hipócrates (460-377 a.C.), el más famoso médico de la antigüedad, llamado “El padre de la medicina”, hablaba de la menstruación como un proceso normal y mencionaba sus trastornos como parte de las enfermedades sagradas.

    Más tarde Aristóteles (384-332 a.C.) escribiría sobre las características de la menstruación en la mujer y en las hembras de los animales en su libro “Historia de los Animales” en donde explicaba que la sangre menstrual era el excedente que se eliminaba de la sangre corporal y que además servía como alimento para la formación del feto que se había iniciado por acción del fluido genital masculino.

    Quizás fueron las teorías de Aristóteles las que motivaron a Plinio (23-79 d.C.), enciclopedista e historiador a escribir “Naturales Historiae”, una serie de 37 libros escritos en Roma hacia el año 65 d.C. En el libro VII, capítulo 13, se hace referencia a la manera de cómo la gente percibía la menstruación como una desgracia personal y colectiva.

    En la misma línea que Aristóteles, aunque cuatro siglos después Galeno (139-200 d.C.) explicaba que la menstruación era una forma de eliminar la sangre superflua.

    Posteriormente en la Edad Media existe un enorme vacío documental y son escasos los textos referentes a temas corporales. Durante esta época, según Rodríguez Rodríguez, García Blanco y cols. (2003), las explicaciones a los procesos fisiológicos, como es el caso de la menstruación, solían verse acompañadas de significados religiosos que recordaban acontecimientos de la vida de Cristo. Esto fue así debido a las manifestaciones de Cristo propias de mujeres, como derramar sangre, dar vida, etc.

    Terrasa Nicolau (2000) afirma que de la escuela medieval de Salerno salieron ideas que consideraban que el flujo menstrual realizaba una especie de regulación del temperamento femenino, considerando que mientras los hombres atemperaban mediante el sudor su calor dominante, las mujeres hacían lo propio con la humedad excesiva mediante las menstruaciones.    

    Ya en el s. XIX, Martín (citado en García Porta, 2006) nos narra como en el transcurso de este siglo se originó un proceso patologizador de la menstruación que provocó que a finales del siglo las imágenes médicas sobre ésta como algo patológico y de impacto adverso en las vidas de las mujeres fuesen ya remarcables. Es en este contexto donde asistimos a la emergencia y máximo apogeo del fenómeno de la histeria.

    En este mismo siglo Darwin afirmó que si este fenómeno ha sobrevivido a la selección natural, debe ser útil para algo, o al menos no hace daño.

    Fue en 1931 cuando el doctor R. T. Frank (citado en Terrasa Nicolau, 2000) acuñó el término Síndrome Premenstrual, englobando en él toda la sintomatología previa a la menstruación. Se relacionó con la agresividad injustificada, la cleptomanía, las tendencias incendiarias e incluso con los asesinatos; todo esto desarrolló un complejo hecho patológico que hoy en día se agrupa con el nombre de Neurosis Premenstrual. Algunos autores achacan a ésta la llamada Histerodemonopatía, que desencadenó durante la Edad Media las famosas "cazas de brujas".

Mujer, deporte y ciclo reproductor

    Para entender la participación de las mujeres en las actividades físico-deportivas es necesario estudiar el contexto social en el que dichas actividades tienen origen y evolucionan, de manera que sea posible observar sus efectos sobre los comportamientos, las actitudes y los prejuicios hacia la práctica deportiva de la mujer. En esté análisis histórico que comienza en la Antigua Grecia se pondrá especial atención en el discurso médico deportivo y específicamente en el cambio de paradigma después de la II Guerra Mundial.

    Las actividades físicas practicadas por la mujer, en la Antigua Grecia, no estaban bien vistas socialmente hasta el punto de prohibirse su participación y asistencia a los Juegos Olímpicos. Aunque, tal y como afirma Girela Rejón (1999), “es obligatorio destacar la figura de Platón como padre de la Teoría de la Educación Física así como sus recomendaciones de gimnasia para las embarazadas

    Muy diferente es Esparta, en donde según diversos autores (Girela Rejón, 1999 y Vázquez Gómez, 1986) la Educación Física para la mujer cumple un objetivo eugenésico, es decir, se da importancia al cuidado de la salud para ser madres fuertes y sanas y dar a luz hijos fuertes y sanos.

    La función eugenésica sitúa la función reproductora como el eje principal de la vida de las mujeres. De ahí que la actividad física de éstas deba ser compatible y velar por la salud de la generación venidera, evitando daños y lesiones en los órganos que le capacitan como madre.

    Durante la Edad Media y el Renacimiento la actividad física forma parte de la educación, pero casi exclusivamente del varón. Rousseau (citado en Vázquez Gómez, 1986) afirma que el ejercicio físico para la mujer está orientado a su maternidad. Se impone, por tanto, el ideal de mujer pasiva y delicada.

    En los s. XVII y XVIII se defendía la necesidad del ejercicio físico para todos, pero se mantenía la diferencia de fines. “En el caso de los hombres es el disfrute, la diversión y en el caso de las mujeres la salud y la mejora de la maternidad” (Girela Rejón, 1999)

    “La salud es conveniente a entreambos sexos, porque si los hombres deben ocuparse en varios destinos que requieren fuerza y agilidad, del mismo modo hay bastantes mujeres que están precisadas a trabajar corporalmente para ganar su vida, y cuando esta razón no hubiera, bastaría la que tiene todas señoras y no señoras, como es la de parir y criar hijos robustos”. (Amar y Borbón, citado en Riaño González, 2004)

    Más tarde, en el s. XIX predominó el pensamiento biologicista, “de esta manera legitimaban el ordenamiento jerárquico de los géneros y la exclusión de las mujeres de muchos ámbitos, incluyendo las profesiones académicas, la gimnasia y los deportes” (Hausen, 1976; Honegger, 1991, citado en Pfister, 1999)

    Es necesario aclarar que en la postura que abrazan los biologicistas, se establece que somos seres naturales, y que tenemos intrínsecamente una “naturaleza humana” es decir, que el efecto social sobre una persona no tiene un valor intrínseco, sino que estos se miden por los parámetros de su potencial inherente, genético, para la adaptación.

    “Desde la perspectiva de la medicina deportiva, las mujeres eran el sexo débil, dotadas de un organismo cuyas específicas funciones femeninas constituían al mismo tiempo su debilidad. Mientras los médicos prevenían a los hombres contra el ejercicio excesivo, especialmente en los deportes de resistencia, y consideraban que ponían en riesgo al corazón, los riñones y los pulmones, en el caso de las mujeres, su interés se centraba en el útero y las consecuencias de deporte sobre el embarazo” (Goldscheider, 1910; Weissbein, 1910; Pfister, 1996b, citado en Pfister, 1999)

    En el s. XX, el deporte empezó a despuntar como práctica generalizada de la población, al tiempo que aumentaba el número de mujeres que se sentían atraídas hacia el ejercicio físico, lo que despertó el interés de los médicos. “Los ginecólogos en particular juzgaban las actividades deportivas exclusivamente desde el punto de vista de sus supuestos efectos sobre la maternidad. La advertencias sobre los prejuicios para la salud ocupaban el centro del discurso médico” (Pfister, 1999)

    El discurso médico, según Sánchez Domínguez (2008) era un discurso bajo control, en donde el vínculo estrecho entre la comunidad médica y los grupos sociales con poder económico garantizaba su promoción y distribución. Estaba, pues, en una posición privilegiada desde la cual aportar toda una serie de propuestas normativas en cuanto al género, es decir en cuanto al papel social que debían desempeñar las mujeres por ser mujer. “El estamento médico desempeñó un papel decisivo en la configuración de las pautas culturales y la normativa que definen la identidad cultura de la mujer y su función social como madre” (Riaño González, 2004)

    Para Pfister (2008) en los discursos médicos se debatieron varias consecuencias de la práctica deportiva que supuestamente afectaban de forma negativa a la maternidad. Se suponía, por ejemplo, que el deporte causaba desplazamientos del útero, estrechamiento de la pelvis, contracción de los músculos abdominales, despilfarro de la reducida cantidad de energía femenina y –lo peor de todo- la masculinización del cuerpo y la mente.

    A medida que avanza el s. XX, y fundamentalmente hacia los años veinte, el deporte femenino va tomando consistencia, aunque se continúa presentando a la mujer primero como mujer y luego como deportista. Surgen debates acerca de: “¿Qué clase de deportes son adecuados para las mujeres?, ¿Deben participar las mujeres en el deporte de competición? (…) Después de la II Guerra Mundial, se llegó al consenso de que las actividades físicas adecuadas producían beneficios saludables para las chicas y las mujeres, pero el deporte “masculino”, el duro entrenamiento y competiciones extenuantes se consideraban aún que tenían efectos negativos, especialmente para la maternidad” (Pfister, 2008)

    Muchos deportes fueron considerados totalmente inadecuados para las mujeres. Incluso el acceso a la participación en Juegos Olímpicos estuvo lleno de dificultades. “El barón de Coubertin fue siempre contrario a la participación femenina en los Juegos Olímpicos y en la competición deportiva en general. Coubertin dejó escritos “lapidarios” sobre esta cuestión, como el que apareció con su firma en la Revue Olympique de 1912 donde definió los Juegos Olímpicos como: la exaltación solemne y periódica del atletismo masculino con el internacionalismo como base, la lealtad como medio, el arte como marco y el aplauso femenino como recompensa.” (Rivero Herraiz, 2003).

    No obstante, el deporte femenino fue encontrando su lugar, y paulatinamente aumentó el número de pruebas en las que pudieron participar mujeres. Así, tal y como afirma Girela Rejón (1999), no fue hasta 1928 (Juegos Olímpicos de Ámsterdam) cuando se incluyeron varias modalidades de atletismo. La prueba de 800 m. considerada de gran dureza para las damas, fue apartada del programa olímpico hasta 1960. De la misma manera, la carrera de larga distancia fue considerada totalmente inadecuada. “Lo cual se fundamentaba en (…) la limitada cantidad de energía disponible en la mujer, que se debe ser reservada para la maternidad y la crianza de los hijos” (Pfister, 2005, citado en Pfister, 2008). En este mismo sentido Martius (1956), citado por el mismo autor, afirma “Las competiciones que también interfieren con el ciclo menstrual de las mujeres agotan sus reservas de energía y les hacen envejecer prematuramente”.

    En España, la formación de la mujer y su práctica deportiva quedó al amparo de la Sección Femenina que se planteaba como objetivo conseguir la mujer ideal. Se consideró que la actividad física era un medio adecuado para conseguir alcanzar mejoras en sus funciones biológicas, concretamente en la reproducción y la maternidad.

    Aún así, según Pfister (2008), en los años cincuenta se empezó a notar gradualmente un cambio de paradigma, que puede verse con la incorporación de la mujer a las carreras de larga distancia. En este proceso de incorporación de la mujer tuvo un papel fundamental van Aaken, un médico que había desarrollado su actividad en el mundo del atletismo y que además de ser un deportista muy completo, era también un excelente entrenador que había desarrollado un método para ahorrar energías en las carreras de larga distancia. Él opinaba que el entrenamiento de la resistencia era especialmente recomendable para las mujeres.

    En el ámbito olímpico, el género de los ganadores de medallas empezó a importar cada vez menos y las victorias deportivas empezaron a importar cada vez más.

    Vázquez Gómez (1993) elaboró una encuesta acerca de las actitudes y prácticas deportivas de las mujeres españolas e incluyó cuestiones como si “la práctica deportiva de las mujeres perjudica su maternidad”, Los resultados, con un 67% de respuestas negativas, demuestran que las actitudes y prejuicios en relación con la práctica de actividad física deportiva de la mujer han cambiado.

    Hoy en día las mujeres correr distancias ultra-largas, participan en ironwoman y se han convertido en estrellas del deporte. “Al mismo tiempo, tanto en el discurso médico como en la opinión pública, la perspectiva de la diferencia parece ir perdiendo importancia” (Pfister, 2008).

Conclusiones

    Queda claro que desde el comienzo de los tiempos la menstruación ha tenido un halo de misterio para la humanidad. Debemos ser conscientes de que todavía en la actualidad, pese a que se ha avanzando, persisten sobre la función maternal silencios e informaciones deformadas, que se transmiten generación tras generación, con el consiguiente perjuicio para las mujeres.

    Las modificaciones fisiológicas que se suceden en la mujer a lo largo de la vida deben tenerse en cuenta, pero no deben ser consideradas como limitantes a la práctica deportiva.

Bibliografía

  • Alarcón-Nivia, M.A. (2005). Algunas consideraciones antropológicas y religiosas alrededor de la menstruación. Revista Colombiana de Obstetricia y Ginecología, Vol. 56, nº 1, 35-45.

  • García Porta, M. (2006). Síndrome Premenstrual (SPM): Aproximación crítica. Revista de Antropología Iberoamericana, Vol. 1, nº 1, 80-102.

  • Girela Rejón, M.J. (1999). La actividad física y deportiva de las mujeres en la historia. En VI Simposium Historia de la Educación Física. (pp. 77-88) Universidad de Salamanca.

  • Pfister, G. (2008). ¿Demasiado débil para correr? Las mujeres y el deporte en los discursos médicos desde los años veinte a los años sesenta. En Citius, Altius, Fortius. Vol. 1, nº 2, pp. 39-70. Comité Olímpico Español.

  • Real Academia Española (RAE). http://www.rae.es/rae.html.

  • Riaño González, C. (2004). Historia cultural del deporte y la mujer en la España de la primera mitad del siglo XX a través de la vida y obra de Elia María González Álvarez y Lopez Chicheri, "Lilí Álvarez". Consejo Superior de Deportes.

  • Rivero Herraiz, A. (2003). Deporte y modernización: la actividad física como elemento de transformación social y cultural en España, 1910-1936. Consejería de Cultura y Deportes, Dirección General de Deportes.

  • Rodríguez Rodríguez, L.P., García Blanco, S., y cols. (2003). Compendio histórico de la actividad física y el deporte. Barcelona. Masson.

  • Sánchez Domínguez, D. (2008). El discurso médico, piedra angular de la construcción de las relaciones de género en la época contemporánea. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, Vol. 60, nº 1, pp. 63-82.

  • Terrasa Nicolau, L. (2000). La menstruación según la Historia, la Antropología Médica y la Medicina Popular (II). Un poco de historia médica. Revista de medicina y salud, nº 8.

  • Vázquez Gómez, B. (1986). Educación física para la mujer: mitos, tradiciones y doctrina actual. En Mujer y Deporte. Madrid. Instituto de la Mujer.

  • Vázquez Gómez, B. (1993). Actitudes y prácticas deportivas de las mujeres españolas. Madrid. Instituto de la Mujer.

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