PRACTICAS Y VALORES EN EL PROCESO DE POPULARIZACION DEL FUTBOL... Julio David Frydenberg     
anterior

Aquí, la competencia deportiva implicó el entrenamiento entre clubes de un mismo vecindario. Cuando el choque se producía, se ponían en juego valores como el ser el mejor de todos, y consecuentemente, la difusión de esta certeza a todo el universo generado por la competencia futbolística. Esta rivalidad podía nacer de un choque entre vecinos, o sea, entre clubs-equipos con sus secretarías y canchas ubicadas a pocas cuadras uno del otro. Entre estos jóvenes, aparecía la defensa del universo local, y si la competencia era entre vecinos de un mismo vecindario la puja se centraba en quien representaba, quien defendía mejor al pequeño territorio común.

A pesar de ser ésta la tendencia dominante, hubo enfrentamientos y agudas rivalidades que nada tuvieron que ver con proximidades o lejanías territoriales. Estas disputas parecen haber sido consecuencia de una omnipresente excitación provocada por la competencia. Es posible advertir cómo los aprendices de deportistas debatieron por ejercer el papel de paladines de su pequeño universo y la rivalidad frecuentemente devenida en enemistad se fue adoptando en la competencia futbolística. La participación en torneos y ligas implicó formar parte de un espacio común, donde compitieron todos contra todos. Este interés por posicionarse en la totalidad del mundo competitivo se realizó a través del sentimiento de la defensa de lo "pequeño", lo grupal y lo vecinal. La práctica futbolística se fue transformando en vehículo de reconocimiento de lo propio y de lo ajeno, esto último percibido como amenazante. Ser miembro del ambiente futbolístico significó participar de ese universo simbólico gobernado por la rivalidad - enemistad.

La amplitud del fenómeno puede cotejarse a través del siguiente ejemplo: frecuentemente uno de los dos competidores era arrastrado a un terreno al que no deseaba ingresar.

"En La Argentina del 22 del corriente vi con sorpresa que el Club Charleston desafiaba por un objeto de arte al Argentino Jrs. Ahora bien, como nos piden una respuesta se la daremos diciendo que el Club Argentinos Jrs. No fue fundado para jugar por interés sino para desarrollar el viril juego entre sus asociados; pero en vista de que podrían tacharnos de no querer jugar por el objeto por miedo a ser vencidos, por eso aceptamos el desafío en todas sus partes rogando al capitán del Charleston se sirva pasar por la secretaría. Luis Bianchi".30

El carácter que fue adoptando la competencia ejerció una enorme presión y terminó por instalarse. Cuando la rivalidad-enemistad aparecía su empuje obligaba a incorporarla. Podía resultar embarazoso quedar al margen de ella pues quedaban en ese caso opciones difíciles de seguir: navegar en el mar del deshonor y la vergüenza, o abandonar el fútbol, la calle y la vida juvenil.

El desnudo deseo de triunfo, adosado a una rivalidad entre clubes teñida de animadversión, fue percibido por algunos periodistas como una amenaza, una temida tendencia que podía formar tradición31. En la experiencia de la lucha competitiva se fueron formando una serie de conductas y códigos comunes entre quienes participaron de este universo competitivo. Emergieron modos y estilos propios de la competencia trocada en enemistad. Para ello requirieron ciertas estrategias, como mostrar caras largas y preocupadas frente al adversario. Debieron ver al competidor como un cuasi-enemigo. Competidor, rival y enemigo se fueron homologando.

Con estas formas y contenidos se fue definiendo la participación de estos jóvenes en el nuevo espacio social generado en la práctica competitiva. Esta experiencia quedó añadida al universo simbólico del fútbol inaugurado hacia principios de siglo. Pero el deporte moderno llegó al país adherido al sistema de valores del fair play, heredado de sus creadores ingleses. El fair play era identificado con el juego caballeresco, con un compromiso ético individual aprendido durante años de educación formal e institucional. Era una actitud interna dirigida a controlar los actos y las emociones e incorporada a través de una rígida vigilancia externa modeladora de la niñez y la juventud; una actitud que dibujaba cuerpos y almas de los futuros dirigentes. De procedencia inglesa, este tipo de diseño del curriculum educativo tenía también entre nosotros algunos entusiastas:

"Los ejercicios físicos son un amplio campo de estudios de los caracteres y de experimentación para el educador y la sociedad; allí se revela el niño con todos sus defectos y virtudes, sin reatos ni hipocresías que equivoquen su dirección educativa; ellos preparan la euritmia plástica para las agitaciones de la vida, y son fuentes de buenas costumbres y de patriotismo austero".32

El deporte moderno nació - en buena medida - como un intento por construir mecanismos eficaces para la reproducción de la dirigencia de la burguesía inglesa, a través de sus colegios que se dedicaron a entrenar a los futuros dirigentes en la escisión del mundo afectivo y del universo de las decisiones, buscando que el primero no contaminase al segundo33. La educación anglosajona generó una pedagogía inmersa en la competencia y asimiló dentro de la institución escolar muchos de los valores presentes fuera de ella.

En nuestro país los educadores ingleses moldearon estos proyectos educativos en los colegios de la colonia británica. Por ejemplo, el principal promotor de la organización de la competencia futbolística en la Argentina fue Alejandro Watson Hutton; también director de la escuela inglesa más importante de Buenos Aires, la English High School (EHS). Este maestro, comentaba algunas normas que imponía a sus alumnos:

"En una escuela selecta.... Las faltas de carácter y conducta (...) traen como consecuencia la inmediata expulsión. Merece la atención especial la formación del carácter de los alumnos y cada uno de ellos individualmente es merecedor de la fiscalización del Rector. (No pretendemos) formar sabios, sino hombres capaces, con nociones precisas de la caballerosidad y de la hidalguía, "gentlemen" es una palabra. Ese es el espíritu del EHS".34

El director de la escuela más tarde propulsor de la liga oficial y del famoso Alumni se vanagloriaba de la férrea disciplina reinante, tanto en el aprendizaje en general como en la práctica deportiva, en especial en lo atinente a la incorporación de la moral del sportman por parte de sus alumnos-players. Según los relatos que han sobrevivido, Watson Hutton solía cumplir el papel de referee y además aplicaba las penas correspondientes a los infractores. Cuando sus alumnos jugaban contra estudiantes de otro colegio y uno de los suyos cometía un foul fuerte lo expulsaba, luego lo sancionaba y no podía jugar durante un mes, obligándolo a ver los partidos sentado sólo, al margen del equipo35.

El fútbol, junto con el resto de los deportes modernos, nació adherido a una impronta particular: el fair play36. Así fue incorporado en Buenos Aires, por los jóvenes players ingleses - alumnos o ex alumnos de los colegios ingleses -participantes de la liga oficial hacia principios de siglo-.

Desde fines del siglo XIX, la iniciativa de los educadores ingleses de introducir la práctica de los "juegos ingleses" fue seguida con atención por autoridades escolares argentinas. Sin embargo, en el país la situación se presentó contradictoria, no sólo en los modelos curriculares sino también en la práctica. Durante las últimas dos décadas del siglo pasado compitieron tres propuestas y tipos de prácticas vinculadas a la actividad física escolar. Ellas fueron, en primer termino, la militarista - asociada a la formación del ciudadano para la defensa de la patria con el consiguiente peso en la disciplina y las formaciones grupales rígidas. En segundo lugar, apareció la educación competitiva inglesa sustentada en el aporte de los juegos ingleses; y por último la actividad física no competitiva, a la manera de las escuelas nacionales suecas, francesas y alemanas, basadas en los dictados de la pedagogía, la fisiología y el higienismo. Fruto de debates en el seno de la institución escolar triunfó la última de estas líneas encabezada por el Profesor Enrique Romero Brest quien diseño el curriculum de la educación física dominante durante decenios37. Su intención explícita fue la de evitar el contacto del ámbito escolar con la competencia, dado que esta era vista como puerta de entrada a conductas y valores corruptos expresados en la calle por el fútbol. Este, a los ojos de estos educadores, quedó unido a la forma y el contenido que había adquirido su práctica entre los jóvenes porteños38. Así, las pasiones de la competencia quedaron fuera del marco institucional, formal, de la escuela. Según la óptica de estos educadores, el fútbol fue relacionado con las peores deformaciones de los deportes competitivos. Los diseñadores de los programas docentes de la escolaridad primaria y secundaria deseaban que la escuela no se contaminara con las prácticas y valores callejeros. En realidad, los mismos jóvenes que ocupaban parte del día en sus tareas escolares, dedicaban otros momentos a "jugar a la pelota"39. La calle fue naturalmente el espacio ganado por el fútbol.

Conviene señalar que la competencia implicó la existencia de reglas y de un marco jurídico que pusiera límites aceptados por todos los participantes. El fair play significó la vigencia de esas reglas, pero con el aditamento de determinados valores morales internalizados y encarnados en determinadas conductas deportivas. El fair play supone la existencia de la competencia, pero ésta no implica necesariamente la presencia del fair play.

Como se puede observar hasta aquí, en el fútbol practicado por los jóvenes en las ligas independientes la rivalidad exacerbada , el antagonismo y la enemistad ocuparon un lugar destacado mientras que el juego caballeresco, tal como lo diseñó el modelo del deportivismo inglés actuó detrás de la escena, como un telón de referencia40. En la práctica deportiva de los sportmen y que hacia principios de siglo pudo verse en el incipiente espectáculo futbolístico en fair play funcionó como modelo ético internalizado por los jugadores, sin embargo esa práctica competitiva no siempre funcionó de acuerdo a sus preceptos. Es decir, sucedieron en la liga oficial muchos casos de violación de las normas del fair play. Pero su transgresión puso en cuestión la misma posibilidad del juego, es decir el fair play era asimilado al juego mismo. Más tarde, con la difusión de la práctica hubo un desplazamiento del eje valorativo desde el juego hacia el triunfo, y uno de los objetivos del presente trabajo es hacer notar la emergencia de esa transición. Es sintomática el comentario de un comentarista defensor del fair play:

"La Cultura Sportiva. No tenemos sports. Rencores y no rivalidades: (...) [No hay] sentimientos caballerescos (ni) cultura social. La rivalidad sportiva es un estímulo. [Pero la rivalidad que se encuentra aquí] no es una rivalidad en el sentido que consiga elevarnos sino que simple y puramente es (...) perniciosa y denigrante para el individuo que la posee. Una rivalidad que tiene animosidad al adversario. No es ya la satisfacción de haber vencido en buena ley. Aquí ambicionamos el triunfo (...) para podernos considerar más que nuestros adversarios y poder decirles más adelante "yo valgo más que tú". Aquí se ambiciona la victoria como un medio de reclame para conquistar renombre, título por el cual muchas veces se desciende hasta el fraude y los malos ardides. No tenemos cultura sportiva (...) nos hallamos en un plano inferior por eso. En el football - que hemos dado en llamar nuestro juego nacional en atención a la cantidad de gente que lo practica - suceden casos de falta de educación, casos que repugnan el presenciarlos".41

Quien firmaba el editorial era J. Watson, director de la sección deportiva de "La Argentina" desde fines de 1907. Estaba escandalizado por el tomo que había adquirido la competencia entre los nuevos practicantes del juego en Buenos Aires. Su presencia significó un cambio en la línea seguida hasta entonces por la sección deportiva, con el consiguiente abandono del papel que hasta entonces había cumplido el diario en la construcción del espacio del fútbol aficionado. Desde entonces "La Argentina" se diferenció poco del resto de la prensa porteña que sólo seguía la vida de la liga oficial de fútbol.

Los valores del fair play y las prácticas emergentes, que en el origen del deporte en el país se asociaron a la colonia inglesa y la elite criolla, fueron con el tiempo enarbolados o encarnados por otros grupos o instituciones. El fair play nació adherido al elitismo de los primeros años de la liga oficial que mantuvo un número selecto de clubes en la primera división. Sin embargo, los ingleses fueron abandonando la dirección de los destinos del fútbol (hacia mediados de la primera década) y la práctica pública del fútbol, lo que sucedió en 1916 cuando el Belgrano Athletic Club descendió y se desafilió de la liga. Estos clubes que en su origen fueron creados por ingleses y los selectos clubes de elite criolla que mantuvieron inalterable su práctica societaria elitista, fueron renunciando a la participación en la liga mayor. El abandono de la práctica del fútbol por la colonia inglesa y por la elite se puede asociar a un intento descontaminante, a un rechazo a participar en un mundo que aparecía descontrolado y vulgarizado. De ahí en más, no fue una parte de los actores-futbolistas quienes velaron por el cumplimiento del fair play; ya no hubo jugadores que lo sintieron como propio. Sus valores fueron sostenidos exclusivamente desde fuera de la cancha, a través de controles aplicados por la organización del fútbol oficial. Si en 1916 no quedó en la liga oficial ningún club de origen inglés o cercano a la elite dirigente, algunos de sus personajes continuaron durante mucho tiempo asociados a la dirección de la Asociación42. Estos, juntos con el periodismo de la gran prensa porteña cumplieron el papel de controlar la práctica del deporte de quienes no fueron educados bajo las normas del fair play.

Hacia fines del siglo XIX el espacio generado por los players y sportmen ingleses fue un modelo imitado por los jugadores aficionados. A través de la observación de esa práctica y de ese estilo de competencia, los jóvenes de los sectores populares gustaron del fútbol e intentaron aprender sus reglas y copiar a quienes comenzaban a transformarse en sus ídolos deportivos. Sin embargo, estos noveles jugadores, en el proceso de adopción de la práctica de los deportes modernos, fueron adecuando, modificando, algunos de los valores impregnados a estos juegos desde sus orígenes. Si para el sportman la competencia y el fair play estaban estrechamente unidos, ante nuestros jóvenes futbolistas el juego apareció, en muchas oportunidades, carente de sentido cuando el objetivo - el triunfo y no la competencia - resultaba imposible. Se pueden observar muchos casos de equipos que se retiran antes de terminar el match por que estaban perdiendo y viéndose imposibilitados de revertir la situación optaron por abandonar la lucha; esta hubiera sido una solución repugnante para un sportman. En la práctica competitiva de los sectores populares se advierte la modificación de esa actitud. Emerge un conjunto amplio de prácticas y valores que remiten a un arco que iba desde el propio fair play hasta la búsqueda del triunfo sin interesarse siquiera por haber jugado. Además, existió un esfuerzo por aparecer ante el "mercado de clubes" como un eterno ganador. Una forma de hacerlo era publicar campañas "fabricadas43.

Cabe subrayar que hubo un modelo: el del deporte inglés, transferido luego al incipiente espectáculo futbolístico. Los jóvenes admiraban al Alumni, a los gentlemen44. Pero en la realidad construida desde la práctica competitiva cotidiana, apareció una constante puja entre la pretensión del juego limpio y la explosión de rivalidad con ánimos caldeados y cierta dosis de violencia. Este tipo de competencia y rivalidad nacida dentro de la cancha se trasladó al mundo extradeportivo. A diferencia de la propuesta ascética comenzó a vivirse el fútbol (la competencia) las veinticuatro horas del día. Mientras los noveles footballers tiñeron de rivalidad-enemistad sus vidas, los impulsores del fair play promovieron el hábito del "tercer tiempo", momento de confraternización con el ocasional competidor una vez terminado el juego45. En la práctica competitiva de los sectores populares era difícil imaginar una relación amistosa con los adversarios fuera de la cancha al finalizar el partido; o por lo menos, esto se presentaba como un problema. Si se observa con cierto detenimiento, entre los valores más prestigiados para aquéllos jóvenes footballers apareció el honor. Sin embargo, también para el sportman el honor tuvo un lugar destacado. Sucede que hubo un desplazamiento entre lo considerado como honor por el fair play y lo considerado como honor para los jóvenes footballers. Por un lado se encuentra el honor asociado al cumplimiento de las normas éticas acopladas a la conducta deportiva, mientras que por el otro, el honor es vinculado al triunfo, o como contracara, a la vergüenza y a la humillación de ser visto como derrotado. En un costado aparece adherido al deportivismo y, en el otro, a la victoria.

Recapitulando, los jóvenes futbolistas fueron tomando distancia del sistema ideológico y ético procedente del deporte inglés pues éste no pareció ajustarse a sus necesidades. Ese modelo se constituyó en referente distante y, sin sustituirlo totalmente, fueron dando a luz unas prácticas y unos valores en muchos aspectos conflictivos con aquél. Si se toma cierta distancia del fenómeno puede advertirse en los inicios del siglo XX una sociedad inmersa en tensiones, choques de identidades y aspiraciones, por ejemplo originadas en el Estado, en el universo inmigrante, la cultura de lucha sindical y política, y en el naciente apego al mundo local. Se percibe la búsqueda de un lugar firme en esa sociedad móvil. La reiterada imagen de una sociedad poseedora de una fuerte movilidad vertical y horizontal, puede retocarse tiñéndola de agria competencia, rudezas y violencia. Si para hacerse de una geografía propia se fundaron clubes, el movimiento generador de nuevos lazos identitarios fue posible chocando con pares que actuaron de manera similar, a través del medio provisto por la competencia futbolística. La calle proveyó las lecciones de una lucha muchas veces implacable, de los códigos del honor, de las formas de conducirse en grupos, de las poses varoniles. Tal vez puede sugerirse que en las canchas se expresó este mundo, intransitable con las ataduras del fair play. El posible que la adopción del fútbol coincidirá con la necesidad de estos jóvenes por participar, por hacer notar sus propias necesidades y ansiedades. El inicio del proceso de popularización de la práctica del fútbol emergió dotado de un fuerte compromiso emocional; siendo el mismo universo afectivo, a su vez, reconfigurado en la competencia. Una buena porción de los hábitos símbolos y valores que los sectores populares hicieron propios, fueron amasados por ellos a partir de referentes aportados por sistemas ideológicos o por prácticas elaboradas y difundidas por otros sectores sociales. Al usarlos, en un proceso de apropiación, los fueron redefiniendo, moldeándolos en una operación creativa cuyo resultado aparece con frecuencia muy distante del modelo primitivo46. El fútbol, que en su origen intentaba ser método de disciplinamiento juvenil, fue recreado por la acción de los jóvenes en la calle, escenario que prestigiaba la búsqueda de la ventaja extracompetitiva, la picardía y cierta dosis de "fanfarronería" portadora de seguridad. Esta serie de elementos parecen haber sido armas de uso recurrente en la vida juvenil-masculina-porteña. El rastreo de sus procedencias exceden los límites del presente trabajo y forman un campo abierto para desarrollar en futuras investigaciones. Sin embargo se puede señalar que estos valores y experiencias quedaron adheridas a nuevas formas de sociabilidad donde la calle (la cuadra, la esquina), el club, y un poco más tarde el café, fueron formando un conjunto unitario de elementos. Se inauguraron estos espacios urbanos de reunión al margen de la presencia femenina y formados simultáneamente con la transformación de la ciudad, donde se fue rompiendo la primitiva unidad espacial entre el lugar de trabajo y el de residencia, proceso incentivado por la expansión de la red tranviaria.

Por su parte, el fútbol practicado en los vecindarios porteños fue quedando adherido a sus conexiones con el mundo de las pasiones. Con la práctica futbolística se presentaron una serie de hábitos y sentimientos que fueron transmitidos generacionalmente. Sin embargo, los jóvenes que se han visto actuar hasta aquí no fueron - en su inmensa mayoría - iniciados por sus padres en la práctica del deporte, mientras que ellos originaron una tradición al transmitir a sus hijos la práctica y los valores adheridos al fútbol.

En medio de un climax teñido de búsquedas de lugares propios, grupales o individuales, la rivalidad-enemistad contagió las prácticas de los roles masculinos y sus valores asociados como la guapeza y una honorabilidad vinculada al éxito. Por otro lado, el asociacionismo significó participación entre iguales bajo un objetivo común. Sin embargo, junto a las prácticas competitivas y valores descriptos arriba, fue también vehículo de protagonismo individual, y otra de las vías de acceso hacia la adquisición de prestigio social en el marco de una sociedad que fue cambiando vertiginosamente.

Los jóvenes de los sectores populares adoptaron la práctica del fútbol organizándose en asociaciones para competir contra otros socios-jugadores también agrupados en torno a clubes-equipos. El principal eje convocante fue la defensa de un pequeño mundo, en su mayor parte relacionado con el espacio físico urbano de residencia. Se trataba de "defender" y de representar a ese universo de pertenencia contra el resto de los competidores. Esta experiencia apareció asociada junto a nuevas prácticas y valores, en buena medida distanciados del fair play con los que había venido unido el deporte desde su origen. El fútbol fue en espacio de creación de rivalidades-enemistades dotadas de un clima tenso y a veces violento. Fue una práctica apropiada por los sectores populares y simultáneamente resignificada, extirpándole algunos elementos, recreando otros e inventando unos nuevos. El fútbol - a partir de este proceso- quedó de manera decisiva incluido dentro del conjunto de hábitos y ámbitos de vida de los sectores populares. Fue vivido intensamente, ocupando una importante franja de su mundo cultural.


Notas



Lecturas: Educación Física y Deportes.
Año 3, Nº 10. Buenos Aires. Mayo 1998
http://www.efdeportes.com