PENSAR LA NACION DESDE EL DEPORTE
María Graciela Rodríguez (Arg.)
maria@daggs.sicoar.ar

El surgimiento del deporte moderno (tal como lo conocemos hoy) es contemporáneo a la construcción de lo nacional. Su desarrollo no sólo se constituyó en un vehículo ideal a través del cual las naciones pudieron organizar sus comunidades internamente (Hobsbawm, 1968) sino que además sirvió y aún sirve para exponer al resto de las naciones las propias proezas y superioridad en el terreno de las disputas simbólicas.

Como en todo juego, los Juegos Deportivos se desarrollan en una dimensión simbólica la cual, justamente por ello, permite escenificar la lucha de poderes (Geertz, 1987). Y es en este sentido que podemos considerar al deporte como un escenario privilegiado donde el patriotismo hace sentido porque, como afirma Alan Tomlinson (1994) las comunidades nacionales encontraron dos esferas donde expresarse plenamente: en forma trágica en conflictos y guerras y, menos dolorosamente, en competiciones y deportes.

Las competiciones deportivas sólo han podido darse bajo condiciones históricas particulares, en contextos de sociedades construidas en base a los ideales democráticos y de meritocracia, esto es la Grecia antigua y las sociedades modernas (Ehrenberg, 1992) -aunque es preciso marcar la sustancial diferencia de estas últimas con la antigua Grecia cuyo sistema de ciudadanía, como es sabido, excluía a los esclavos.

El factor decisivo que coloca a las sociedades de masas modernas como un campo propicio para el desarrollo de las competiciones deportivas reside en la necesidad de los nacionalismos de asegurar los principios republicanos: igualdad de acceso y "fraternidad entre iguales". Engendrar nacionalismos requiere por lo tanto de una alta cuota de igualitarismo (Gellner, 1993) principio por excelencia de la sociedad moderna que remite antes que a la igualdad, al principio por el cual todos los habitantes de un Estado se hacen equivalentes entre sí en razón del supuesto de la igualdad de oportunidades ante la ley. Esto supone, fundamentalmente a la movilidad social.

Los medios de comunicación por su parte promovieron la circulación de las competiciones deportivas fortaleciendo la construcción, junto con otros aparatos simbólicos, como la escuela, de un imaginario nacional común. Pero además, contribuyeron como pocos a la expansión del principio republicano de meritocracia. Mientras que en los inicios del desarrollo de las industrias culturales el igualitarismo era ilustrado en los medios por políticos, científicos o "pensadores ilustres", hoy el repertorio de los personajes ejemplificadores se ha desplazado hacia las estrellas de la industria cultural, los periodistas o los deportistas. Estos nuevos personajes, antes que desafiarlo, ilustran con creces el principio del igualitarismo: no son distintos a nosotros, sólo poseen más dinero. Y si el protagonista no sólo pertenece a un sector social desaventajado respecto del resto, sino que, además, no renuncia a los repertorios y gramáticas que de él se desprenden, tal como aparece en Diego Maradona o en O. J. Simpson, la ecuación genera más adhesión aún.

En la Argentina la masividad del fútbol, tanto en su práctica concreta como en el nivel de las audiencias, permite que alrededor de Diego Maradona confluyan discursivamente relatos que oponen distintas modalidades de "pensar la patria". Día tras día su irrupción en el espacio público genera una explosión de discursos que parecerían permitir la rediscusión de las categorías de lo nacional. A su pesar o no, Diego Maradona se convierte reiteradamente en el eje simbólico en donde todos pululan por confluir: el "Perro" Santillán (dirigente gremial del la Provincia de Jujuy en el NO de Argentina) que lo enfrenta desde el eje clasista llamándolo "gordito desclasado"; artículos periodísticos que lo ven como redentor de un peronismo de cuya decadencia Diego Maradona puede salvarnos; peligrosos saltos de sentido que intentan colocarlo como relevo simbólico de nacionalismos frustrados por la fuerza de las Malvinas. Discursos que, aún fragmentaria y/o aleatoriamente, parecerían estar preguntándose por el lugar desde donde atribuir algún sentido a la patria: ¿desde el enfrentamiento de la clase obrera contra la vieja "patronal"? ¿Desde un manotón de ahogado para recuperar la "esencialidad" de un movimiento político de masas popular? ¿O desde la inútil reconversión de un sentimiento patriótico congelado en los fríos mares del sur?.

La pregunta y su respuesta, surgen obvias: ¿qué tiene Maradona para que sea disputado como rehén simbólico de tantos y tan variados proyectos? Maradona es el ejemplo más acabado del éxito de los principios republicanos de meritocracia de los Estados-nación.

Lo que Maradona pone en juego es la referencialidad de la patria. De allí que surjan preguntas que, aunque obvias, parecerían pertinentes a estos efectos: ¿qué es la patria? ¿Es la simbología aprendida durante el proceso de escolarización? ¿O es Maradona llorando con dignidad y soberbia frente a los napolitanos en la semifinal del Mundial '90 mientras se escucha el himno nacional? ¿Puede el fútbol suplir a la política?. Preguntas incontestables porque lo cierto es que Diego Maradona se coloca en aquellas zonas conflictivas de nuestra nacionalidad, recuperando un capital simbólico aparentemente extraviado y poniendo en el centro de la escena sentimientos contradictorios y encontrados entre varios sectores de la sociedad. Se trata de articular un conjunto de emociones, necesidades y subjetividades condensada en una simbología de lo nacional gastada por representaciones que poco a poco se han ido alejando de su referente real.

DISTANCIAS
Si Diego Maradona es un personaje que ejemplifica el principio de movilidad social que sostiene a los estados modernos, esto lo acerca al deportista estadounidense O. J. Simpson. En ambos, la procedencia desde posiciones de desigualdad y la reivindicación de sus repertorios identitarios, los legitiman como ídolos. Las cercanías permiten la comparación. Sin embargo, los debates que ambos instalan dan cuenta de las distancias: mientras que en EE.UU. el caso O. J. Simpson pone en circulación un debate en términos de tolerancia porque atraviesa conflictos nunca resueltos sobre el racismo, Maradona, en cambio, pone en cuestión las lejanías entre distintos modelos de nación porque se sitúa en las brechas de un concepto incompleto.

Estas distancias entre uno y otro alertan sobre las diferencias estructurales: si en los países centrales los conflictos aparecen como provenientes del centro mismo de la modernización (la eficacia del Estado en garantizar la igualdad), en los países periféricos parecerían provenir precisamente de los "baches" dejados por el proyecto modernizador que obligan aún a dirimir los conflictos en términos, sino de "clase", al menos de acceso a los recursos: movilizaciones de estatales en las provincias, individuos excluidos de las fuentes de trabajo, achicamiento del crédito empresarial, obras sociales colonizadas por intereses privados, etc.

Los repertorios parecen no haber cambiado: la renegociación de significados comunitarios todavía hoy intenta articularse con distintos proyectos de nación. Sólo que, ante el retroceso de las instancias en que la nacionalidad producía sentido, la comunidad imaginada, en palabras de Anderson (1993) intentar llenar el vacío emocional dejado por la desintegración de las redes sociales reales en otros espacios.

En un escenario cada vez más incierto y cada vez menos paradigmático, el tradicional sentido otorgado a la patria, al sentimiento de pertenencia a una nación se ha puesto cotidianamente en crisis reconvirtiéndose desde otras experiencias, como las telenovelas, las historias de interés humano o el fútbol. Sean o no estos marcos identitarios producto de un proyecto político cultural liderado por el Estado para el conjunto de la sociedad o por clases políticas nacionales, lo cierto es que merecen ser considerados en su condición histórica y material.

Mientras que la modernidad imaginó sujetos históricos únicos, con únicos conflictos, que se dirimían en únicos escenarios, en esta época de trasnacionalización de la comunicación y de globalización de los mercados, tanto los sujetos, como los conflictos, como los escenarios se han multiplicado y complejizado. Frente a la clausura de los debates públicos han aparecido nuevas formas de acción política, donde es la misma sociedad civil la que se otorga a sí misma los espacios y los argumentos dramáticos para instalar el debate. Los nuevos sujetos políticos así constituidos encuentran escenarios que la modernidad no tenía previstos para elaborar sus identidades: lo político se ha desplazado. De lo que este desplazamiento estaría dando cuenta es de la dificultad de una comunidad para elaborar los argumentos nacionales y, por lo tanto, otorgar viabilidad a una cultura y proyectarse en el tiempo.

BIBLIOGRAFIA


Lecturas: Educación Física y Deportes, Año 1, Nº 1. Buenos Aires. Mayo 1996.