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Las multitudes deportivas: analogía entre rituales deportivos y religiosos
Christian Bromberger

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 6 - N° 29 - Enero de 2001

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    Un ejemplo muy emotivo, de este carácter sacralizado del campo, y en particular del césped, fueron las ceremonias que siguieron a la tragedia de Feesborow, que es el estadio de Sheffield, donde murieron 95 hinchas, en su mayoría hinchas del Liverpool, en abril de 1989. El Stanford Stadium, que es el estadio de los Reeds de Liverpool, fue esa misma noche transformada en un gigantesco altar, decorado de coronas y de flores, de echarpes rojos y de diversos emblemas.

    Ahora bien, al interior del estadio, la repartición del público, la distribución del público, evoca en muchos aspectos la distribución rigurosa de los diferentes grupos sociales, en ocasión de las grandes ceremonias religiosas. Tanto en el estadio como en las ceremonias religiosas, hay tres principios concurrentes que regulan la distribución del espacio : en primer lugar la jerarquía social ordinaria, los grandes, incluyendo en esto a los hombres políticos, se muestran en las tribunas oficiales o en los palcos.

    En segundo lugar la jerarquía propia del orden futbolístico, el responsable del club, los representantes de las federaciones y las ligas, ocupan en pleno derecho, los espacios privilegiados. En tercer lugar una jerarquía fundada sobre el grado de fervor y de la fuerza demostrativa, los grupos de hinchas se distribuyen desde el centro hacia los costados de las distintas cabeceras en función de su importancia. Como en una celebración, los mas ardientes están presentes desde muchas horas antes del comienzo de la ceremonia y abandonan la cancha cuando se apagan las últimas luces. Algunos otros mas distanciados llegan justo para el comienzo del partido y se van antes del último silbato cuando lo esencial ya fue dicho y hecho. Entonces hay similitudes espaciales pero también existen afinidades temporales. Las competencias como las ceremonias siguen un calendario regular y cíclico que culmina en una cierta fase del año. Estas referencias cíclicas, estas competiciones y estos partidos, van ritmando, del mismo modo que las fiestas, el eterno retorno de las estaciones.

    El tercer rasgo que podríamos retener es el comportamiento de la masa, que también tiene un aspecto ceremonial; los fieles, donde los más fervientes están reagrupados en cofradías, (las peñas o las barras bravas según los barrios y las edades), comulgan como oficiantes encargados de la ejecución del "sacrificio", bajo la dirección de un garante que es el árbitro, garante de la regularidad de las operaciones. Los fieles expresan su fervor emocional a través de la intensa participación corporal que también es la marca de toda actividad ritual. Y acompañan afirmando la acción o el desarrollo del juego a través de palabras, o cantos convencionales. No existe un ritual que se desarrolle sin una expresión cantada. El comienzo del ritual, lo que permite entonces delimitar un partido de fútbol por su carácter ritual es esta presencia del canto colectivo, esta compañía obligatoria de todo acontecimiento ritual. También existen gestos y actitudes codificadas: uno se sienta y se para en momentos muy determinados del partido. También existe como en los rituales más tradicionales, vestimentas y materiales específicos, que contribuyen a esta metamorfosis de las apariencias que es característica de todo ritual. Y como en toda ceremonia digna de este nombre, existe un idioma especial con su vocabulario técnico específico.

    El cuarto rasgo que voy a repetir es la organización y los principios de funcionamiento que muestran el mundo del fútbol como una gran religión universalista. El mundo del fútbol constituye un universo jerarquizado, desde la FIFA hasta los clubes locales, que está gobernado únicamente por hombres, que hacen aplicable en todo lados la misma ley, las 17 Leyes del Juego ( y se usan siempre las mayúsculas para hacer referencia a ellas). Este mundo aparte ha generado su propio derecho, una especie de derecho canónico. Ha creado incluso su propia división territorial que se libera muchas veces de los recortes estatales. Homenaje a los fundadores, el Reino Unido, cuenta con cuatro equipos nacionales, que son Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y país de Gales. Esta actitud universal conoce diversidades nacionales en la ejecución del ritual y, como toda religión universalista. contiene cultos religiosos particulares, con la idolatrización variable del evento, según los lugares y los medios sociales.

    El sexto rasgo que quiero señalar es el escenario programado, repetido, estereotipado, que los encontramos tanto en el lado de los jugadores como en el de los hinchas. La preparación del partido, el desarrollo, las horas que siguen a este partido, se reducen a un estricto uso del tiempo puntuado por ciertos episodios, cuyo sentido no se agota en la lógica práctica de la competencia. Citemos algunos de estos episodios. Antes de un gran partido, los jugadores tienen costumbre de hacer un retiro (concentración). La palabra "retiro", en francés se usa tanto para decir la concentración de los jugadores como el retiro que hace un joven ante la Primera Comunión. Esta permanencia en común que recuerda la preparación de la puesta en marcha que inaugura muchos rituales, se desarrolla en un lugar verde del campo en los alrededores de la ciudad frecuentemente en un lugar elevado que connota la elevación. Durante ese retiro los jugadores tienen el hábito de constituir parejas, parejas que están fijadas para toda la duración de la temporada. Ellos habitan en la misma habitación. Entonces hay una especie de parentesco ficticio que es creado, que recuerda los compadrazgos rituales.

    Otra episodios de la preparación de un partido se caracteriza por el alto grado de ritualización: es el caso de la comida anterior al partido, que comportan los mismos alimentos; el viaje en grupo del equipo en un autocar hacia el estadio, donde cada uno ocupa siempre el mismo lugar, etc. Ahora bien, para los hinchas, el antes, el durante y el después del partido se ritma según ciertos elementos puntuados fijos, que modulan la importancia y el desarrollo del juego propios a cada partido. También aquí algunos episodios merecen una atención particular. Para los más fanáticos esta fase de antes del match está caracterizada por la tensión y el recogimiento. No come o come muy poco antes del encuentro, este ayuno recuerda a otro ayuno.

    Algunos rezan durante el recorrido hacia el estadio, aunque después me declaran que son ateos. Lo que es sorprendente es que cualquiera sean las fracturas en el interior de una masa se establece en la cancha una comunión de conciencias y allí quedan abolidas o al menos quedan atemperadas las jerarquías ordinarias. El partido de fútbol engendra este sentimiento de comunitas que aparece como perdido en la vida cotidiana. Los gestos, las palabras, expresan esta transformación efímera de las relaciones sociales. Las palmadas hacia compañeros desconocidos; las conversaciones calurosas con el primer llegado, que se transforma nuevamente en un extraño al que ni siquiera se le dice chau en el momento del silbato final. Y es cierto que existe esta metamorfosis de sentimientos cuando los espectadores llegan a lo alto de las tribunas y descubren a la masa agrupada, y miran a la masa agrupada y al césped. Todos dicen sentir una transformación acentuada de sus sentimientos y emociones, una especie de metamorfosis y subrayando este carácter de comunidad, están las comidas hechas en común, en los clubes de hinchas italianos (comidas que se comparten con personas que uno no conoce), la comensalidad, es también un rasgo de muchos rituales.

    Ahora bien, como en otras situaciones rituales esta unanimidad temporaria se construye contra un chivo expiatorio, al cual se le cargan todos los males. El equipo adverso por supuesto pero sobre todo el árbitro o mas aún uno de los suyos, cuyos errores pasados, su fragilidad, su falta de convicción lo instalaron en ese rol particular.

    Ahora bien, una tal combinación de afinidades estructurales, la ruptura con lo cotidiano, un marco espacio temporal específico, un carácter repetitivo y codificado de prácticas, una metamorfosis de las apariencias y de las jerarquías, una experiencia emocional expresada a través de una extensa participación corporal, la densidad simbólica de los valores puestos en juego (porque el partido habla de cosas graves), la identidad local o nacional, la vida o la muerte, el sexo (es suficiente entrar en cualquier cancha para saber que sexo ocupa un lugar destacado a través de las palabras que son proferidas).

    También el partido nos habla de los valores fundamentales que modelan al mundo contemporáneo, el rol del mérito, de la solidaridad, de la suerte, de la justicia del árbitro para llegar al éxito. Todo esto nos lleva a tomar muy en serio el paralelo que podemos tratar de establecer entre el gran partido de fútbol y los ritos religiosos.

    Podríamos objetar sin embargo que falta aquí un elemento esencial, para asegurar una tal identidad, para una tal comparación: la creencia ó la presencia actuante de seres o fuerzas sobrenaturales, que es la espina dorsal de un rito religioso. Entonces, el fútbol aparece como un universo refugio y creador de prácticas mágico-religiosas, como una especie de folklore, en el sentido que Gramsci entendía este concepto: un condensado -decía el- de todas las concepciones del mundo que se sucedieron. Y es cierto que en este universo se cree en un modo condicional en la eficacia simbólica. Jugadores e hinchas utilizan diversos procedimientos que reflejan una especie de magia personal o tomadas de la religión oficial para apropiarse de la suerte, para jugar con la suerte, dominar lo aleatorio, triunfar sobre la incertidumbres que ponen de relieve los partidos de fútbol. ¿Significa esto que ellos adhieren a estas creencias, a estas prácticas, como el carbonero a su fuego, creyendo realmente en esto?. Ejemplo, Madamme Du Defont no creía en los fantasmas pero tenía miedo.


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